Antes de castigar a un niño es aconsejable que cuando su comportamiento empiece a ser un problema se le avise de ello y de la posibilidad de que si no remite su conducta será castigado. Así, el pequeño será consciente de que el castigo viene dado por su actitud y no le extrañará lo que le ha pasado; además, se le da margen a que modifique su comportamiento “por las buenas”.
Existen una serie de normas que se tienen que dar a la hora de castigar de una manera educativa para que el intento de modificar una conducta inadecuada resulte más útil y eficiente:
- Inmediatez del castigo: supone que nuestra respuesta sea en el momento en que se da el mal comportamiento; así nuestro hijo vinculará la acción con la reacción. Si se le escarmienta, por ejemplo, una hora tarde, puede que ni recuerde qué ha hecho mal y que no sepa el motivo por el que se le castiga en ese momento.
- Actitud reflexiva: los padres no debemos caer en el castigo o la bronca sin pensar qué decimos. Si el crío suele comportarse mal, podremos pensar previamente qué tipo de frases o castigos vamos a imponer según qué tipo el tipo de cosas que pueda llegar a hacer nuestro hijo.
- Respuesta proporcionada: no puede darse el caso de que por una conducta grave (como pegar a otro niño) reciba un castigo o una reprimenda menor que por algo de menor gravedad (como no recoger un juguete).
- Centrarnos en la conducta, no en el niño: en vez de decir al pequeño “eres muy malo”, es mucho mejor decirle “te estás portando mal”. En el primer caso, el niño siente que es malo y que, aunque pueda portarse bien, seguirá siendo malo. En cambio, en el segundo ejemplo verá que sólo lo es en ese momento y será más fácil modelar su actitud.
- No compararle con otros niños: un error muy frecuente es decir al pequeño cuando se comporta mal que otros son mejores que él. Esa actitud hacia él no resulta nada productiva y lo único que conseguiremos es mermar su autoestima sin que él sienta la necesidad de cambiar.