José Antonio Fernández Bravo

Investigador en educación y aprendizaje de la matemática, y en procesos de enseñanza para la innovación educativa
Este experto en matemáticas y en procesos de enseñanza innovadores explica cómo debe ser el modelo educativo y, sobre todo, los maestros, para mejorar la educación de los niños y favorecer el aprendizaje.
José Antonio Fernández Bravo

José Antonio Fernández Bravo, experto en aprendizaje de la matemática y en innovación educativa.

“Escuchar es tener en cuenta al niño, es respetarle, es entender que él no falla de forma intencionada, sino que siempre hay un porqué detrás, que tú como adulto deberás averiguar para encauzarlo y evitar ese error. Esto es lo grande del maestro que escucha”

5 de noviembre de 2015

José Antonio Fernández Bravo, profesor y decano de la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela, es un experto en el aprendizaje de la matemática, y se dedica a investigar procesos de enseñanza para la innovación educativa. Este prestigioso docente e investigador está convencido de que para que el alumno aprenda es imprescindible despertar su deseo de conocer, plantearle retos, y fomentar su capacidad de descubrir ofreciéndole alternativas de pensamiento. En su ponencia en el último congreso de El ser creativo, celebrado en Madrid el pasado mes de octubre, Fernández Bravo explicó su modelo educativo basado en ‘Enseñar desde el cerebro del que aprende’, y propuso que padres y profesores escuchen a los niños “para entender que hay un motivo por el que hacen o por el que dicen las cosas”.

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Tu ponencia en ‘El ser creativo’ se titula ‘Enseñar desde el cerebro del que aprende’, ¿qué quieres decir con esto?

‘Enseñar desde el cerebro del que aprende’ es marcar la diferencia de una mirada, entre el que se preocupa por saber cómo se enseña y que los demás aprendan, y la diferente mirada del que quiere saber cómo se aprende, para saber cómo se enseña. ‘Enseñar desde el cerebro del que aprende’ implica aprovechar los avances neurocientíficos, científicos, pedagógicos, y psicopedagógicos, porque si ya sabemos que se aprende de una determinada manera, y la escuela no respeta los factores que favorecen el aprendizaje, entonces no generamos ningún conocimiento. Muchas veces me dicen ‘yo les enseño, pero ellos no aprenden’, y yo digo ‘eso es imposible’, porque enseñar es ante todo producir aprendizaje.

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También es necesario respetar el ‘tú’ que son los alumnos, y no el ‘yo’ que quiero que sean, y las metodologías que se utilizan últimamente hacen más de lo mismo, pero de diferente manera. Disponemos de una tecnología muy avanzada, con unos recursos y unos instrumentos muy buenos en el aula..., pero esos instrumentos y esos recursos yo los puedo utilizar de la misma manera que una tiza y una pizarra tradicionales: diciéndote qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo, sin ofrecerte una alternativa de pensamiento, guiando tus pasos: así se suma, así se coloca, así se calcula… Y esa forma de actuar no genera conocimiento, y no favorece lo que yo denomino complejo vitamínico de actualización educativa, que es: primero creer en sí mismo, querer hacer para descubrir, para obtener conocimiento, para comprender, para conocerse a sí mismo, y para crear, que es el último estado más elevado del ser humano.

Hacer poco, pero en profundidad, es mucho más válido para el conocimiento y para el aprendizaje del ser humano que hacer mucho con una superficialidad enorme

Es cierto que cada vez hay más recursos tecnológicos en el ámbito educativo, y sin embargo los resultados académicos no son buenos, ¿por qué crees que sucede esto?

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Creo que las medidas más importantes que nos ayudarían a cambiar el modelo educativo y a obtener mejores resultados ya se conocen, pero lo que quizá sea difícil es ponerlas en práctica. En mi opinión se hacen muchas cosas insustanciales, y muy pocas esenciales. Si nos dedicáramos a hacer poco, pero en profundidad, entenderíamos que es mucho más válido para el conocimiento y para el aprendizaje del ser humano, que hacer mucho con una superficialidad enorme. El problema que tenemos es que creemos que subir el nivel consiste en adelantar contenido, y todo necesita de un proceso cognitivo, de un proceso madurativo. Nos obsesionamos tanto en subir el nivel, creyendo que subir el nivel es adelantar contenidos, que en educación infantil nos preocupamos de hacer educación primaria, en educación primaria hacemos educación secundaria, y en educación secundaria bachillerato, pero nunca hicimos educación infantil. Qué pena.

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O sea, que falta la base…

Claro, nos preocupa tanto el futuro que no vemos el presente que miramos. Queremos adelantar mucho, y no profundizamos en nada. Yo digo: ‘veamos pocas cosas, muy pocas, pero veámoslas bien’. En cuanto al tema de los recursos tecnológicos, hoy no se puede plantear que no se utilicen, porque son un medio más a nuestra disposición, y no tiene sentido discutirlo. Pero se trata de herramientas; por ejemplo, la pizarra digital es un medio con el cual generas conocimiento, pero todo depende de la mirada con la que tú lo hagas. Si eres una persona que reta al alumno, que le desafía, que le provoca, que le plantea una alternativa de pensamiento…, lo vas a hacer con la pizarra digital o con la tiza. ¡Qué más da el instrumento! El instrumento favorecerá que haya más posibilidades de obtener ciertos resultados más rápidamente porque hay un software que los ha clasificado en función de lo que quieres, pero la tecnología debe estar a nuestra disposición, y no nosotros a disposición de la tecnología.

Si eres una persona que reta al alumno, que le desafía, que le provoca, que le plantea una alternativa de pensamiento…, lo vas a hacer con la pizarra digital o con la tiza

¿Cómo sería entonces en tu opinión el maestro ideal?

El maestro ideal es aquel que produce aprendizaje, y como un niño aprende cuando quiere aprender, lo primero es conseguir que quiera hacerlo. Dicen que la primera fase para resolver un problema es comprender un problema, pero no es cierto; la primera fase es ‘querer resolverlo’. Por eso el maestro ideal es aquel que permite que el alumno crea en sí mismo, que aprenda. Actualmente estamos confundiendo muchas cosas y estamos enseñando a los niños a poner la mesa, pero no les estamos enseñando a hacer garbanzos, y los garbanzos son fundamentales; es el saber. Y no podemos olvidar que hay que saber matemáticas, y hay que saberlas bien, pero la matemática es un medio, no es un fin. Es decir, ¿qué hago yo con las matemáticas para que tú desarrolles tu pensamiento, qué hago yo con las matemáticas para que tú seas mejor persona, para que crezcas cultural y socialmente? ¿Te planteo actividades del tipo cinco más tres igual a, para que pongas ocho, o te planteo actividades del tipo ocho igual a…, para que pongas 16 dividido por dos, cuatro por dos, dos al cubo, nueve menos uno…? En definitiva, para que comprendas cuántas posibilidades hay. Y es que no es la tecnología, es la mirada que nosotros tenemos, porque la creatividad es generar ideas. Crear es dar a luz, y el pensamiento es el mayor acto creativo.

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Escuchar a los niños

Dices que para que haya aprendizaje es necesario un desafío que provoque en el alumno una necesidad de ‘querer conocer’. ¿Qué pueden hacer los padres para despertar en su hijo –ya desde bebé– esta necesidad, y que así llegue a la escuela motivado?

Mucho. Dejándoles hacer. Eso es ‘enseñar desde el cerebro del que aprende’. Escucharles, que significa preguntarse por qué hacen lo que hacen y dicen lo que dicen. Respetar sus inquietudes, respetar sus intereses… ese descubrimiento natural que no se respeta. Los padres se obsesionan por comprarle a su hijo ese mini ordenador rápido que enseña los colores, que enseña como se dice guau, como se dice miau, los números…, y el niño se genera un cacao impresionante, porque da a un color que dice tres, y no, es rojo, y entonces cuando llega a la escuela dice tres, guau, y ni el tres es guau, ni es rojo, ni tiene color…, esto es un problema. Los padres tienen que entender que su hijo tiene que crecer descubriendo. Que hay que poner a su disposición tantos recursos como sea posible, porque así tendrá más oportunidades, pero que será él –su mente–, quien deba descubrir. Los padres están demasiado condicionados a decir a sus hijos lo que hay que hacer, cómo hacerlo, y cuándo hacerlo.

Los padres tienen que entender que su hijo tiene que crecer descubriendo. Que hay que poner a su disposición tantos recursos como sea posible, porque así tendrá más oportunidades, pero que será él –su mente–, quien deba descubrir

Dedicas tu vida a ‘escuchar a los niños’, ¿cuáles son las cosas más interesantes que has aprendido de ellos?

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Escuchar a los niños es simplemente entender que hay un motivo por el que hacen o por el que dicen las cosas. Si yo quiero investigar, investigar educativamente significa escuchar al niño cuando vive el acto de pensar, es decir, voy a intentar entender por qué dices lo que dices para poder ayudar. Y escuchar es tenerle en cuenta, es respetarle, es entender que él no falla o lo hace mal porque quiera, de forma intencionada, sino que siempre hay un porqué detrás, que tú como adulto deberás averiguar para encauzarlo y para evitar ese error. Esto es lo grande del maestro que escucha. Escuchar es permitir que nuevos horizontes se abran, que nuevos canales se concreticen. He dedicado mi vida a escuchar y son los niños los que me han enseñado a enseñar. Me hice maestro para seguir al niño, no al programa; para sacarle adelante, para estudiar sus inquietudes y sus necesidades, y distinguir las necesidades del que aprende de los deseos del que enseña.

He sido 18 años maestro con niños, luego pasé a formación de adultos. Los niños me han dicho mucho más con la mirada; y hay dos clases de mirada, la que comprende y no puede hablar, y la que no comprende. Ambas son igual de tiernas, y tienes que distinguirlas porque ambas te dicen mucho. Pero más me han dicho los padres. He recibido grandes satisfacciones cuando los padres me decían llorando ‘José Antonio ¿cómo es posible que mi hija, a la que nunca se le habían dado bien los problemas, ahora le encanten, y esté deseando venir a la escuela? Y yo que creía que ella no valía…’. Cuánto clasificamos, ¿verdad?, cuánto ponemos en las cajas: ‘tú no serás como tu hermano’, ‘a ti no se te da bien esto’…, pero ¿por qué no se le da bien, porque no coincide con las respuestas que yo espero? Y ese es el mayor agradecimiento, el mayor título que me han podido dar, por eso digo que son los niños los que me enseñaron a enseñar.

Me hice maestro para seguir al niño, no al programa; para sacarle adelante, para estudiar sus inquietudes y sus necesidades, y distinguir las necesidades del que aprende de los deseos del que enseña

Además del sistema tradicional de enseñanza pública, hay numerosas escuelas privadas que proponen otros métodos de enseñanza alternativa (Kumon, Montessori, Waldorf, Doman…), ¿qué opinas de ellos?

Un método no es más que un camino; el método ni es bueno ni es malo, como no hay material bueno ni malo (lo que explicaba antes sobre la tecnología), y cuando se ha propuesto es porque se ha presentado como un camino para llegar a un fin. Yo les preguntaría a los que utilizan este tipo de métodos: ‘¿qué finalidad tienes?’, porque el método no es el objetivo, sino el procedimiento. Si la finalidad es sacar al niño adelante, que crea en sí mismo, que quiera hacer, que se sienta bien sabiendo, que aplique correctamente lo que sabe…, eso es lo que va a evaluar tu método, lo que tú pretendes con él y si lo consigues. Muchos presumen de utilizar el método A o el método B –por no nombrar ninguno–, y dicen que es el mejor, pero el mejor es siempre el que te permite sacar el niño adelante. Se ha demostrado suficientemente la valía de muchos de ellos, pero lo importante no es el método, es el maestro, el que aplica el método. Dadme al maestro, decía Giner de los Ríos, y quitadme todo lo demás, porque para qué quiero lo demás si no tengo al maestro.

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