Peleas entre hermanos, cómo actuar
Por: Álvaro Saiz
Psicopedagogo y maestro de educación infantil
Actualizado: 24 de mayo de 2023
Todos los padres han tenido que lidiar en algún momento con un conflicto entre sus hijos. Los niños no entienden las normas sociales, y las peleas entre hermanos surgen prácticamente desde el nacimiento del segundo hijo, que es quien se lleva las principales atenciones de los adultos, dejando al mayor una autonomía que éste entiende como abandono de sus padres para centrarse en el rival que le ha arrebatado el amor paternal.
Esta confrontación va en aumento al compartir ambos muchas cosas: especialmente el espacio, el tiempo y la familia. Cada uno de los hermanos quiere hacerse notar y sentirse el protagonista en todo momento, y no dudará en crear cuantos conflictos sean necesarios si entiende que es la única manera de conseguirlo.
Lo normal es que las peleas disminuyan cuando crecen y consiguen establecer un vínculo muy fuerte. Entenderán las normas que rigen la vida social y familiar, y aprenderán que no necesitan pelearse para resolver sus problemas. Para ello es fundamental la socialización, que atempera el carácter de los niños al relacionarse con otros con características similares y que están atravesando situaciones parecidas.
Los hermanos tienen que aprender que la negociación y el diálogo conllevarán un “hoy cedes tú y mañana yo”, y que esto es inmensamente más eficaz que la pelea que acaba ocasionando un “hoy nos castigan a los dos y mañana también”.
¿Por qué se pelean los hermanos?
¿Por qué se pelean los hermanos? ¿Qué hay detrás de estas confrontaciones? ¿Son simples problemas puntuales por cosas de poca importancia? Llamar la atención de sus padres, celos, envidia, marcar el territorio… son las principales razones por las cuales los pequeños se pelean habitualmente. Esto no significa que no haya un gran afecto entre ellos, simplemente no tienen aún establecido el vínculo indisoluble que propicia ser hermanos.
La convivencia siempre es complicada, y más entre los pequeños de la casa que no entienden todas las normas sociales ni los convencionalismos que rigen nuestro comportamiento en las relaciones con los demás. Ellos sienten que son el centro del mundo y que, por tanto, son poseedores de la verdad absoluta y de la razón. Este es el origen de los problemas entre los hermanos: ambos consideran que son siempre víctimas de la maldad del otro.
Entonces, ¿por qué no discuten tanto con los demás niños? La razón principal es el tiempo que pasan juntos. Dos hermanos conviven muchas horas; además, en la escuela las reglas están muy establecidas y no hay tantos momentos en los que sea posible que aparezca el conflicto, mientras que en casa hay numerosas excusas para discutir como, por ejemplo, una partida a la videoconsola en la que el que gana se ríe del que pierde, y este a su vez insulta al que gana.
El hecho de tener que compartir un espacio como el dormitorio, o algunos objetos como la videoconsola u otros juguetes, provoca un enfrentamiento constante. Cuanto más pequeños son los hermanos, más sucederá. Ambos querrán la posesión de esos bienes en el mismo instante; es una simple cuestión de celos y de sentido de la propiedad. Buscan marcar su territorio y para ello la mejor forma que encuentran es eliminar las posesiones de sus hermanos: todo lo que tenemos en común será mío.
Lo más importante que comparten y por lo que luchan es el amor y la atención de sus padres. Para conseguirlo muchas veces utilizan el enfrentamiento para llamar la atención y conseguir que sus progenitores estén pendientes de ellos. Por eso, el niño que no se siente lo suficientemente atendido (lo que no significa que está mal cuidado) busca mostrar intencionadamente un mal comportamiento, por ejemplo peleándose con sus hermanos, para que, aunque le castiguen, demostrarse a sí mismo que sus padres siguen pendientes de él.
La enemistad del hermano mayor hacia el pequeño es una fuente de conflictos. Las mayores atenciones de los adultos, familia y amistades, hacia el chiquitín de la casa, son un motivo por el que el grande moleste al otro, incluso llegando a pegarle, pintarle con rotulador, o cortarle algunos mechones de pelo, con el objetivo de que resulte menos adorable para los mayores. Los celos que sufre hace que quiera que sus padres se fijen en él aunque sea por conductas negativas.
Uno de los factores que influye también decisivamente en el comportamiento de los niños son los modelos que ven en casa y en la calle, sobre todo los televisivos y los de los videojuegos. Vivimos en una sociedad en la que la confrontación, la disputa y la pelea son fenómenos frecuentes y notorios; de hecho, según cifras de la Asociación de Psicología de Estados Unidos, un niño antes de los 12 años habrá visto unos 100.000 actos violentos en la televisión. Esto provocará que el niño desde pequeño encuentre en la violencia una manera habitual de resolver los conflictos que le surjan.
¿Por qué los seres humanos tendemos a imitar desde la infancia esto que vemos día a día? El psicólogo Albert Bandura habló de la importancia del aprendizaje por observación, explicitando cómo nos dejamos influir por los modelos que consiguen unas recompensas que entendemos apetecibles y cómo imitamos su conducta en busca de esos mismos premios.
Consejos para evitar peleas entre hermanos
Educar a nuestros hijos es una labor conjunta de la escuela y de la familia. Es decir, ni unos ni otros debemos creer que es el otro el que debe encargarse de esto, y esperar que nos solucionen el problema. Si la escuela y la familia actúan de manera coordinada y con gran interés se pueden reducir significativamente las situaciones en las que se recurre a la violencia física o verbal entre hermanos.
Para reducir el riesgo de que se produzcan peleas entre hermanos, te ofrecemos una serie de pautas con las que trabajar en todos los ambientes en los que el niño se desenvuelva:
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Enseñarles a compartir. Tenemos que mostrarles que no pasa nada por tener cosas en común, y que todos podrán disfrutar de ese bien tan preciado porque hay tiempo para todo. Ahora tú, luego yo, y mañana primero yo y luego tú. Mucho mejor si podemos conseguir que sea “ahora los dos juntos”, ya que esto vinculará emocionalmente a los niños y se sentirán más cómodos en compañía.
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Repartir equitativamente el amor y el tiempo de sus padres. Esto supone que debemos dedicar aproximadamente el mismo tiempo a todos nuestros hijos. Es muy habitual que un hijo tenga gustos más afines a nosotros que otro y, por ende, tendemos a tener más confidencias con él. Por ejemplo, a nuestro hijo le gusta el fútbol como a nosotros y le llevamos a los partidos, vemos otros en la tele, y hablamos mucho sobre ello; mientras que el otro prefiere leer cuentos, cosa que nosotros aborrecemos, y evitamos pasar ese tiempo con él. Esto supone que uno se lleva nuestra atención y afecto, mientras el otro se siente desplazado. Busquemos algo que nos una a todos y, si realmente nuestros gustos son muy diferentes, seamos adultos y amoldémonos a los pequeños.
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Enseñarles buenos modales: pedir las cosas por favor y dar las gracias puede parecer poco sustancial a la hora de evitar un conflicto, pero muchas veces la chispa se enciende cuando uno quita algo al otro o cuando le grita que se lo dé. Si los niños aprenden las pautas sociales correctas no jugarán con pólvora que puede explotar en cualquier momento.
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Enseñarles desde nuestra propia actitud. Ser unos buenos modelos para nuestros hijos. Resulta incoherente pedirles que sean educados, que traten bien a los demás, que no discutan ni se enzarcen en peleas con sus hermanos y con los demás, si ellos nos escuchan decir cosas como: “fulanito es tonto, no sabe hacer nada”, “menganito se estaba buscando un bofetón”… Si ven en nosotros una conducta agresiva, ¿cómo esperar que ellos no la tengan?
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Controlar a qué juegan y qué ven en la tele. Existen gran cantidad de programas que no son adecuados para los niños. Por ejemplo, al llegar a casa tras el colegio pueden enfrentarse a programas de cotilleos donde constantemente están discutiendo y haciendo crítica destructiva, a telenovelas en las que hay peleas e insultos, a series en las que se investigan asesinatos… debemos evitar que nuestros pequeños vean este tipo de programas hasta que estén preparados para verlos de manera crítica. Exactamente lo mismo sucede con los videojuegos. Existen multitud de juegos “de matar”, que no son para nada aconsejables hasta la adolescencia, cuando los jóvenes ya están preparados para entender que sólo es ficción y que una vez se apaga el juego, todo termina ahí.
En el caso de los juegos de competición (sobre todo los de deportes), pueden fomentar una desaconsejable rivalidad entre ellos –que es una fuente de conflictos–, o conseguir que cooperen jugando juntos para ganar a la propia consola. Tanto en la televisión como en los videojuegos debemos regular el tiempo que permanecen delante de ellos, procurando no superar entre semana la hora u hora y media al día, y las tres horas al día en el fin de semana. -
Educarles en el marco de un ambiente familiar y escolar adecuado. Esto significa no sólo ser un buen modelo para ellos, sino también crear un entorno donde se pueda hablar de todo lo que acontece en casa y los problemas que surgen, buscando entre todos y de la manera más consensuada posible la solución que nos parezca más adecuada.
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Reforzar positivamente sus conductas adecuadas y negativamente aquellas que queramos modificar. Si el niño busca una solución a un conflicto de manera dialogada sin recurrir a la pelea, tenemos que hacerle ver que ese es el camino que ha de seguir felicitándole por ello. En cambio, si utiliza la confrontación como forma para solucionar el problema debemos mostrarle de manera firme que eso es algo que debe cambiar, llegando incluso a retirarle algún beneficio (por ejemplo: ver su programa de televisión preferido) si su conducta persiste.
Cómo actuar en las peleas entre hermanos
En primer lugar, debemos distinguir si la pelea entre los hermanos es un problema habitual o si se trata de una anécdota puntual. Es decir, si un día nuestros hijos se pelean tenemos que separarles, comentarles que eso no se debe hacer y no darle más importancia. Confiemos un poco en ellos. Si, por el contrario, esto se convierte en algo más frecuente, es el momento de actuar, adoptando estas medidas:
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Detener la pelea
Lo primero que hay que hacer siempre, por supuesto, es separar a los niños si se están agrediendo físicamente, o hacerles callar si es una discusión verbal. Si les vemos alterados, lo ideal es mandarles a diferentes estancias de la casa hasta que se encuentren relajados para poder conversar acerca de lo sucedido.
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Mediación
Una vez que los ánimos estén más calmados es el momento de la mediación. Este es un proceso a largo plazo que nos dará mucho trabajo, pero que tendrá unos efectos más persistentes y conseguirá mejores resultados que el castigo, que no podrá ser aplicado en su futuro como adultos cuando tengan un enfrentamiento con los demás. En el momento inicial de la mediación, ambos niños deben explicar qué ha pasado según ellos, centrándose en los hechos y no en la búsqueda de culpables. Es imprescindible que el otro escuche a su hermano sin interrumpirle aunque no esté de acuerdo. Tienen que aprender a escuchar al otro. Si lo vemos necesario, podemos preguntarles qué ha dicho su rival para tener claro que ambos han entendido el punto de vista del otro. Así, progresivamente, aprenderán a respetar los sentimientos del otro.
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Aportar soluciones
Con las posturas sobre la mesa, es el momento de las soluciones. Ellos deben proponer algunas y nosotros otras si vemos que las de ellos aún no son adecuadas (irán aprendiendo a buscar las mejores). Cuando haya propuestas las anotaremos y debatiremos sobre ellas: ¿qué nos parece cada una de ellas? ¿Cuál es la que más nos satisface a todos? Casi siempre sucede que la mejor es aquella en la que ambos deberán ceder en algo. Una solución consensuada será más respetada por ellos que una impuesta.
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Supervisar los acuerdos
Toda decisión tomada en la mediación ha de ser supervisada para comprobar si los acuerdos adoptados son respetados por ambas partes. Al principio muchas veces veremos que no lo hacen, y entonces tendremos que sentarnos a hablar con quien no cumple su parte del trato. Es preciso tener paciencia, porque es un método que no encuentra soluciones de hoy para mañana, es más lento, pero sus resultados perdurarán toda la vida.
Errores a la hora de afrontar las peleas entre hermanos
Lo más importante es ser conscientes de que en cualquier momento puede ocurrir un enfrentamiento entre nuestros hijos. Podemos darles pautas para que solucionen sus problemas sin recurrir a la violencia, pero eso no elimina por completo el riesgo. Por ello, siempre tenemos que estar preparados para actuar, y evitar los errores que se cometen con frecuencia a la hora de afrontar una pelea entre hermanos:
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No comparar a los hijos
Una de las actitudes erróneas más habituales cuando se tienen dos o más hijos es compararles, y obviamente siempre uno será mejor que el otro en algunos aspectos. Este es el semillero donde nacen la envidia, los celos y el conflicto. Por ello, debemos evitar establecer comparaciones entre ellos cuando están presentes; es lógico que les comparemos, pero ellos no necesitan saber quién es mejor y quién peor.
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Evitar las etiquetas
Otro de los comportamientos más usuales de los adultos y que no resulta apropiado es etiquetar a los pequeños: “es un envidioso”, “siempre está protestando”, “¡qué malo es!”, etcétera. Todas estas definiciones calarán en el niño y provocarán que actúe de esta forma, entendiendo que es su naturaleza y que no puede cambiarla.
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No buscar culpables
Asimismo, tenemos que evitar hurgar en la herida del conflicto con preguntas como: “¿quién empezó todo?”. Aunque parezca la reacción más normal en un primer momento, esto no aporta nada más allá de buscar un culpable. No nos olvidemos de que lo realmente importante no es otorgar culpas, sino aprender a solucionar problemas de otra manera para que la situación no se repita.
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Es mejor negociar que imponer
La forma en la que las normas suelen ser decididas en un hogar puede ser una fuente de conflictos, al ser algo impuesto y externo a los niños. Esto no significa que ellos deban decidir qué está permitido y qué prohibido, sino que sean partícipes en la creación de las reglas de la casa. Obviamente algunas reglas han de ser impuestas (sobre todo las de seguridad), pero otras pueden ser fruto de la negociación, donde todos debemos hacer concesiones. Por ejemplo, para evitar un conflicto y regular el uso de una videoconsola se les puede dejar elegir a ellos entre una hora cada uno solos o una hora y media juntos con videojuegos en los que deban cooperar. Ellos sentirán que la decisión es suya y no les supondrá un problema llevarla a la práctica.
Creado: 18 de febrero de 2014