La respuesta de los hijos a la separación de los padres dependerá mucho de la etapa en la que se encuentren. Así, cada tramo de edad presenta una reacciones propias ante el divorcio que corresponden al nivel de desarrollo cognitivo del niño. Estas son las más frecuentes:
- Bebés: los bebés son muy receptivos al estado de ánimo de sus padres. Es normal que estén más llorones, irritables y miedosos.
- Niños preescolares (3-6 años): apenas son capaces de entender por qué se separan sus padres, y por tanto, tienden a culparse a sí mismos. Presentan altos niveles de ansiedad –piensan que sus padres les van a abandonar– y un alto índice de regresiones (es muy normal que se hagan pipí en la cama, por ejemplo). Las pesadillas recurrentes y la agresividad también suelen hacer acto de presencia.
- Niños en edad escolar (6-9): están tristes, añoran mucho al progenitor que se ha ido de casa, y viven, con angustia, un conflicto de lealtades. Es posible que aparenten una madurez, que, en el fondo, no es más que inseguridad y angustia. El rendimiento escolar se resiente.
- La preadolescencia (9-12): ya no se culpabilizan de la separación y entienden las causas, aunque eso no quiere decir que no se enfaden y le reprochen a sus padres su comportamiento, del que se avergüenzan. En general, se suelen alinear con uno de los dos. Somatizan su malestar (dolores de cabeza, estómago…).
- Adolescentes: por un lado, puede que manifiesten una madurez que no se corresponde con su edad, piensan que sus papás sufrirán más si les notan preocupados, de ahí que oculten sus verdaderos pensamientos, sentimientos y sufrimientos. O, por el contrario, se rebelan con mucha agresividad, desobediencia y conductas antisociales.
Si, pasado un tiempo prudencial, notamos que el comportamiento de nuestro hijo se enquista, sigue deprimido y ansioso, o se muestra agresivo, lo mejor es pedir ayuda profesional para tratar el problema.