Se trata de un proceso casi automático que nos garantiza el suministro de oxígeno, pero… ¿respiramos correctamente? Aprender una buena rutina de respiración nos ayudará a mejorar nuestra salud.
Una buena rutina de respiraciones implica respirar de forma suave, profunda, rítmica, fluida y placentera; nunca deberá forzarse. Si convertimos esta pauta en nuestra manera natural de hacerlo, obtendremos los siguientes beneficios para nuestra salud:
Reducción del esfuerzo del corazón y la tensión arterial, mejora de la circulación sanguínea y disminución del riesgo de padecer enfermedades cardiacas.
Incremento del número de glóbulos rojos, generando mayor oxigenación y cantidad de sangre, que ayuda a eliminar más fácilmente las toxinas de nuestro cuerpo.
Aumento de la capacidad del organismo de asimilar y digerir los alimentos, mejora del tránsito gastrointestinal y un óptimo funcionamiento de los órganos abdominales debido a los movimientos masajeantes del diafragma durante la respiración.
Mayor rejuvenecimiento de las glándulas y de la piel.
Mejora del funcionamiento del sistema nervioso parasimpático: los latidos se reducen y los músculos se relajan. Todo ello se traduce en una buena actividad cerebral y mental, que repercute en nuestro estado de ánimo.
Mejora de la elasticidad de los pulmones, que se vigorizan y se fortalecen, aumentando su capacidad potencial y resistencia ante el esfuerzo.
El adecuado suministro de oxígeno ayuda a quemar más fácilmente las grasas, y proporciona un correcto nivel de alimento a los tejidos y glándulas.
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Problemas derivados de una mala respiración
Sin darnos cuenta, a veces adquirimos malos hábitos a la hora de respirar y después nos percatamos de sus negativos efectos en nuestra calidad de vida. Aprender a identificarlos es el primer paso. Para ello, aquí te resumimos los más frecuentes:
Disminución de la capacidad pulmonar y torácica, reducción de la circulación sanguínea, pérdida de calor corporal y sobresfuerzo del corazón para enviar oxígeno.
Resequedad en la boca, falta de oxigenación y acumulación de toxinas.
Digestión pesada e irregular por problemas a la hora de hacer el metabolismo.
Reducción de la regeneración de células y glándulas: envejecimiento prematuro.
Deterioro del estado del sistema nervioso e inmunológico.
Sensación de cansancio, fatiga, ansiedad, ahogo y malestar general. El cerebro es el órgano que consume más oxígeno, por ello una mala respiración puede ocasionar dolor de cabeza, somnolencia, aparición de pensamientos negativos o depresión.