Gabriel Rolón
3 de febrero de 2012
Gabriel Rolón nació en Buenos Aires, en 1961, y aunque su actividad se centra en la psicología clínica, y está especializado en el tratamiento de las neurosis, las perversiones y las psicosis, también es autor de varios libros, ha sido columnista de la revista Psicología positiva, y ha participado con éxito en programas de radio y televisión en Argentina. La respuesta está en ti narra la experiencia de cinco pacientes que recurren al análisis para curar su angustia vital. Estas personas se sienten abrumadas por la inseguridad, la insatisfacción con su forma de ser y de vivir, y el miedo ante situaciones que no saben cómo manejar. El paciente “sufre, se pregunta qué tiene que ver con su dolor, y siente que solo no encuentra las respuestas”, y el analista actúa como una especie de detective psicológico que escucha al paciente y es capaz de extraer datos de su discurso, que le ayuden a formular hipótesis y alcanzar conclusiones.
Yo descubrí la figura del psicoanalista en las películas de Woody Allen, y me sorprendió que en Estados Unidos acudir regularmente a un analista se considerase normal. ¿La sociedad del bienestar es la responsable de que muchas personas necesiten terapia, o por el contrario, pone a disposición del individuo los medios para aliviar su malestar emocional?
Yo estoy de acuerdo con esta segunda opinión. En la eterna división mente-cuerpo que se ha hecho siempre con respecto al ser humano, la salud parece haber quedado del lado del cuerpo, mientras que los dolores de la mente, los dolores emocionales, han sido marginados de esta consideración. Entonces, si alguien tiene una angina se le reconoce su dolencia y se le habilita la consulta a un profesional que lo ayude.
Para ir al psicólogo no es necesario estar loco, la salud mental es un derecho y no un excentricismo
En cambio, si alguien pierde un hijo, o una relación de pareja o un trabajo, se le dice que se arregle solo, que ponga ganas. Y, le juro, que mucho más he visto sufrir a alguien por la muerte de un hijo que por una angina. Por suerte las cosas van cambiando y, en algunos lugares más que en otros, obviamente, ya se ha instalado la idea de que para ir al psicólogo no es necesario estar loco y que la salud mental es un derecho y no un excentricismo.
En el libro explica que antes de aceptar tratar a un paciente mantiene varias entrevistas con él. ¿Cuáles son los motivos más comunes por los que decide no iniciar la terapia?
Hacerse cargo de un caso es aceptar un compromiso muy fuerte con el paciente y tengo que estar seguro de varias cosas. En primer lugar de que la persona necesita análisis. Un médico no le saca el apéndice a un paciente a pedido, sino que evalúa y decide que lo necesita. De la misma forma, yo me cercioro primero de que sea algo aconsejable en cada caso.
En segundo lugar, que mi técnica, el psicoanálisis, sea la más apropiada para su dolencia. Porque a lo mejor necesita ayuda, pero me parece que funcionaría mejor con una terapia focalizada, o conductiva conductual, o sistémica. Y, por último, cuestiones éticas. Quiero decir con esto que la problemática del paciente no tiene que afectarme desde lo personal de modo tal que no pueda escucharlo e intervenir como corresponde. Por eso, por ejemplo, no atiendo abusadores. Porque me generan sentimientos que no puedo manejar y estoy, por ende, incapacitado para ayudarlos.
Norma consigue superar sus ataques de pánico, pero sigue acudiendo a terapia dos años después. Personas cercanas a mí que comenzaron una terapia tras un hecho traumático, continúan con el análisis a pesar de que afirman estar satisfechos con su relación actual, su trabajo, y su forma de vivir en general. Parece que tuvieran miedo de romper algún tipo de equilibrio si abandonan la terapia, ¿puede el análisis generar dependencia?
Puede, pero el analista debe evitarlo. Allí está el buen hacer del profesional. Lo cual no quiere decir que superado el motivo de consulta el paciente no puede elegir seguir concurriendo, porque el análisis es más que una terapia. La terapia intenta poner en su lugar algo que se había desequilibrado y que hacía sufrir al sujeto. El análisis logra esto, pero apunta a más. De modo que, si así lo desea, el paciente puede seguir concurriendo para hablar y pensar en cosas que hacen a su vida y a su historia y que, aún superado el síntoma, le sigan generando interrogantes.
El ambiente en el que se ha criado Luciana la convierte en una presa fácil para un maltratador. Como Luciana, las víctimas de maltrato suelen justificar a sus agresores, y no piden ayuda porque piensan que la culpa es suya, sin embargo, nadie aconseja a Luciana que acuda a su consulta, ¿qué cree que la impulsa a tomar esa decisión?
El hecho de no poder más con su angustia. En general este es siempre el motivo que, de un modo manifiesto o latente, impulsa a las personas víctimas de maltrato a consultar. Hay algo que va más allá del dolor, algo que no encuentra ni palabras ni sentido, a eso le llamamos angustia. Y cuando la angustia invade y ya los síntomas no alcanzan para controlarla, allí aparece la demanda de análisis.
¿Puede la terapia ayudar a un maltratador que quiere dejar de serlo?
Nuevamente es la angustia la que marca la posibilidad de cambiar o no. Si el maltratador quiere dejar de serlo por conveniencia o por una evaluación puramente intelectual de que lo que hace está mal, o porque se lo dicen sus amigos o su familia, es muy difícil que ninguna terapia pueda hacer algo por él. En cambio, si viene angustiado por no poder controlar su violencia, si se avergüenza, si se siente culpable de sus actitudes, allí se abre la puerta para que con un análisis intente modificar lo que lo angustia.
Rodolfo le describe un sueño, que para él no tiene sentido, y que usted consigue interpretar y relacionar con un suceso de su juventud. ¿Suele preguntar a los pacientes sobre sus sueños? ¿Ayudan los sueños, sobre todo aquellos que se repiten, a descubrir el origen del malestar del paciente o la forma de resolverlo?
En la técnica psicoanalítica los sueños son fundamentales. Mucho más que la narración de la vida cotidiana o relacional del paciente. Porque apuntamos a los contenidos inconscientes reprimidos. Y dichos contenidos se muestran bajo diferentes máscaras: los sueños, los lapsus (equivocaciones al hablar), los actos fallidos (equivocaciones en las acciones), los chistes y los síntomas. Todos esos son caminos que conducen hacia un saber que vive dentro del paciente y que ni siquiera él sabe que posee. De allí que para nosotros, los analistas, estos fenómenos sean lo más importante del relato del paciente.
Los sueños, los lapsus, los actos fallidos, los chistes y los síntomas son caminos que conducen hacia un saber que vive dentro del paciente y que ni siquiera él sabe que posee
No es la primera vez que Rodolfo acude a un analista, y actualmente mucha gente se informa antes de recurrir a un profesional. ¿Puede entorpecer la terapia el hecho de que el paciente tenga ciertos conocimientos sobre el análisis, o se haya creado algunas expectativas al respecto?
Sí. Los pacientes que poseen mucho conocimiento acerca de cómo funciona un análisis tienen, por decirlo de alguna forma, la barrera de la represión muy a mano. Saben que no pueden hacer chistes porque sí, que todo lo que digan puede motivar una intervención del analista hacia otro lado y, por esa pérdida de ingenuidad, es común que produzcan un discurso más controlado y menos espontáneo, y esa es una dificultad. Pero la relación entre paciente y analista es siempre compleja y hay que sacar muchas piedras del camino. La que usted plantea es sólo una más.
En la adolescencia damos mucha importancia a lo que piensan los demás de nosotros, y una experiencia que en un adulto no tendría ninguna repercusión emocional, puede marcar a un adolescente y, como en el caso de Rocío, conducirle al aislamiento social. En la consulta, Rocío dice lo que piensa y es capaz de transmitir lo que siente. Los padres, sin embargo, se quejan de que no consiguen comunicarse con sus hijos adolescentes, incluso aunque la relación siempre haya sido buena. ¿Qué consejo les daría a esos padres que, de repente, se encuentran con un extraño en casa?
Que acepten eso porque es, incluso, saludable que el adolescente pueda plantear su rebeldía y que haya temas que prefiera no compartir con sus padres. Está creciendo, está buscando relaciones por fuera de la familia (salida exogámica) y está desarrollando su sexualidad y, como con la familia no se puede porque se incurriría en incesto, es normal que se relacionen mejor con los de afuera y que rechacen a sus padres. Esto dura un tiempo. Luego, si todo anduvo bien, la relación se reestablece desde otro lugar.
Yo le diría a los padres que se preocuparan cuando tengan un hijo adolescente que les cuenta todo, que no manifiesta ninguna distancia ni enojo con ellos y prefiere estar en la protección del hogar antes que con su grupo de pares. Allí sí hay un proceso que no se está pudiendo llevar a cabo con sanidad.
¿Por qué nos sentimos mal?
Los pacientes del libro descubren motivos ocultos por los que se sienten mal. Sin embargo, los motivos no siempre están ocultos; por ejemplo, la crisis económica ha tenido como consecuencia un aumento significativo del consumo de antidepresivos. Estos pacientes ya saben por qué están mal (pérdidas, paro, problemas económicos y familiares), ¿la terapia puede ser una alternativa efectiva a la medicación en estos casos?
No todas las personas afectadas por la crisis económica reaccionan de la misma manera. Algunos salen a buscar trabajo todos los días, otros se quedan llorando en la cama, se ponen violentos o niegan lo que les está pasando. Con esto quiero decir que, si bien la realidad externa es un estímulo que no podemos dejar de tener en cuenta siempre, cada sujeto es único y procesa, aun las crisis sociales, de una manera particular, y darle lugar a esa singularidad es el lugar del análisis.
En los casos en los que alguien ha sido medicado porque la situación social lo ha deprimido podemos ser un complemento de trabajo y, en algunas situaciones, ayudar al paciente a procesar las cosas de modo tal que pueda sostenerse sin medicación. Hay que evaluar el caso por caso.
Víctor se siente perdido y aterrado cuando descubre el origen de su comportamiento. La verdad, sin embargo, es algo que no se puede cambiar. Todos tenemos verdades incómodas en nuestras vidas que tienen consecuencias más o menos graves sobre nuestro bienestar físico y emocional, ¿sería posible utilizar la psicoterapia como prevención, y aprender la mejor manera de vivir con esas verdades incómodas antes de que se presente una patología?
Remarco que hay una diferencia entre el psicoanálisis y la psicoterapia, pero hecha esta salvedad, diría que el análisis nunca es preventivo porque sólo aparece allí donde hay un sujeto que ya está sufriendo. Sin embargo lo ayuda a simbolizar, hablar y pensar en esas verdades que duelen o avergüenzan y, de esa manera, disminuye su impacto patológico. Lo que no se pone en palabras se pone en acto. Por eso hay que invitar al paciente a hablar y alejar de esa manera el acto, ya sea vuelto un acto violento o sintomático.
¿Qué opina de la frase “el que no vive como piensa acaba pensando como vive”?
No hay duda de que el pensamiento es algo significativo, pero lo que realmente importa no es lo que se piensa, en tanto que ideas conscientes, sino aquello que no se puede decir. Esas representaciones inconscientes que lastiman el cuerpo o la psiquis, que nos hacen optar por lo que nos hace mal y nos estorban el camino del deseo. En ese sentido, el pensamiento sirve de poco a la hora de cambiar la forma de vivir. Si dependiera sólo de eso todo sería mucho más fácil. Bastaría con hablar con un amigo con un buen Rioja de por medio. Pero, lamentablemente, no es así.
El pensamiento es algo significativo, pero lo que realmente importa no es lo que se piensa, en tanto que ideas conscientes, sino aquello que no se puede decir
Un médico me dijo una vez que ocho de cada diez personas tienen alguna afección sin saberlo. Atendiendo al aspecto psicológico ¿cree que si toda la población hiciese terapia se descubrirían muchos trastornos emocionales que permanecen ocultos o, como en el caso de Víctor, se canalizan de manera inadecuada?
No, porque sería forzar a un sujeto a un proceso que no elije ni necesita. El análisis requiere de alguien que sufre, se pregunta qué tiene que ver con su dolor, y siente que solo no encuentra las respuestas. Someter a alguien que no está en estas condiciones a un análisis es casi una agresión. Yo lo veo mucho cuando alguien me consulta por otro. “Mi amigo está mal, necesita ayuda y yo quiero traerlo a que lo vea”. No. Si no es el propio sujeto el que hace el pedido jamás habrá paciente. En cuanto a lo que pasa en el interior de los que no tienen ganas de someterse a un análisis puede que haya o no sucesos traumáticos, pero no podemos saberlo porque no luchan por hacerse conscientes. Citando a Borges diría que “en su interior es posible que el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado”… de todos modos jamás lo sabremos.
Para diagnosticar y tratar una enfermedad física, normalmente se siguen los mismos protocolos. ¿Existen también en el psicoanálisis unos protocolos o pautas que se repiten con los pacientes que presentan problemas similares?
No en mi caso. Obviamente hay un marco teórico que guía mi escucha, pero cada paciente es alguien único e irrepetible. Planteo siempre, obviamente, un cierto encuadre, las entrevistas preliminares, mi decisión de no apresurar ni desesperarme por diagnosticar, el ofrecimiento de una escucha sin prejuicios, y el secreto profesional. Por fuera de eso, con cada caso me aventuro al misterio.
¿Usted acudiría a terapia si lo considerase necesario? En el caso de que un analista solicite hacer terapia, ¿son distintas las pautas que se siguen por tratarse de alguien especialista en la materia?
Yo me analizo desde hace veinte años. Para un analista el diván es un lugar único y lo cuidamos mucho. Respetamos ese espacio en el cual nosotros, dedicados siempre a escuchar, podemos hablar. Tengo a mi vez muchos pacientes que son analistas y no los trato de una manera diferente. Son también sujetos que traen su historia, su dolor y que, como todo otro sujeto humano, están sometidos a los dos grandes misterios de la humanidad: la sexualidad y la muerte.