¿Existen de verdad las contracturas musculares o son una percepción del cerebro?

El dolor y la rigidez que se perciben como contractura a menudo no se corresponden con una anomalía en el músculo. Existe suficiente evidencia científica para replantearse el diagnóstico y el tratamiento de estos casos.
Hombre con signos de dolor en el cuello por una contractura muscular

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The Conversation

Actualizado: 28 de abril de 2025

Desde hace décadas, uno de los diagnósticos más habituales en consultas de fisioterapia, medicina del deporte y atención primaria es el de las contracturas musculares. ¿Quién no ha sentido alguna vez esa incómoda sensación de “nudo” o “músculo agarrotado” en la espalda o en el cuello?

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Tradicionalmente, estas molestias se han atribuido a sobreesfuerzos, malas posturas, estrés o debilidad muscular. Pero, desde hace algún tiempo, ya encontramos investigaciones que apuntan que quizá no sea todo tan simple. ¿Qué ocurre cuando miramos este fenómeno con la lupa científica?

Hasta ahora, la visión clásica ha explicado la contractura como una contracción muscular involuntaria y mantenida que reduce el flujo sanguíneo y genera dolor. Sin embargo, esta visión no ha sido confirmada por la investigación actual.

Al contrario, cada vez hay más evidencia que muestra que lo que interpretamos como una contractura puede ser, en realidad, un fenómeno más complejo que involucra al sistema nervioso, la percepción del dolor y el contexto emocional del paciente.

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Cuando el sistema nervioso “se pasa de rosca”

Arturo Goicoechea, neurólogo español y divulgador en neurociencia del dolor, es uno de los referentes que cuestiona frontalmente el modelo tradicional.

Estas son sus palabras: “Las contracturas no existen como entidades estructurales o mecánicas en el sentido tradicional, sino que son expresiones de programas de protección del sistema nervioso central que pueden ser modificados mediante la comprensión y el abordaje adecuado del dolor”.

Tal aseveración se apoya en los avances de la neurociencia, que han demostrado que el sistema nervioso central puede generar sensaciones de dolor y rigidez como respuesta de protección, sin que haya daño real en el tejido.

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No es la única voz discordante que se alza al respecto. Otro experto, Lorimer Moseley, destacado investigador australiano en dolor crónico, coincide con Goicoechea: “Muchos dolores que atribuimos a contracturas se deben, en realidad, a la sensibilización del sistema nervioso. El cerebro interpreta una amenaza y genera sensación de rigidez, aunque el músculo esté perfectamente sano”.

Por tanto, se podría justificar que esos síntomas de dolor y rigidez presentes, y que el paciente los percibe como tales, no son decisiones del propio músculo, sino del sistema nervioso que los gobierna.

De hecho, la sensación de agarrotamiento que notan muchas veces las personas con dolor lumbar, en comparación con personas sin esa molestia, no se correspondería con una mayor rigidez mecánica del tejido, sino que sería una percepción subjetiva relacionada con mecanismos de protección del sistema nervioso ante una amenaza percibida, aunque no necesariamente real.

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Esta disociación entre percepción y realidad apunta directamente a un procesamiento central del dolor, donde el cerebro interpreta, magnifica o distorsiona señales somáticas en función de factores emocionales, cognitivos y contextuales.

Esta idea tiene consecuencias importantes. Si lo que sentimos como contractura es una percepción del cerebro, los tratamientos que se centran exclusivamente en “calentar y masajear nudos” podrían no ser suficientes.

Contracturas, un paradigma cuestionado

El abordaje terapéutico a través de la fisioterapia nace de la interpretación tradicional que considera las contracturas como una simple contracción muscular mantenida. Sin embargo, esa idea ha sido cuestionada progresivamente en los últimos años desde la neurociencia y la fisiología.

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Algunas de esas críticas que ponen en tela de juicio el paradigma tradicional se han concretado en estudios de imagen y análisis funcional del tejido muscular. Estos revelan que, en muchos casos, no se observan alteraciones estructurales o mecánicas que justifiquen el dolor y la rigidez que refieren los pacientes.

Tales hallazgos han sido posibles gracias a la elastografía por ondas de corte ultrasónicas, una técnica avanzada que permite evaluar la elasticidad del tejido muscular en tiempo real.

Así, algunos estudios han detectado variaciones mínimas en la viscoelasticidad de zonas “contracturadas”, pero sin una correlación clara entre estos datos y la intensidad del dolor reportado por los pacientes.

Otro trabajo en el que también se utilizaron estas técnicas avanzadas no encontró diferencias significativas entre músculos doloridos y músculos sanos, lo que refuerza la idea de que no siempre hay una alteración física observable.

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Además, si existiera una contracción muscular sostenida, debería observarse una mayor actividad eléctrica en los músculos afectados, lo cual podría medirse mediante electromiografía (EMG).

Sin embargo, algunas revisiones sistemáticas muestran que esta hipótesis no se sostiene con consistencia, ya que no siempre hay evidencia de actividad anormal en puntos dolorosos musculares.

Por el contrario, se detectan patrones neuromusculares similares entre sujetos con y sin síntomas, lo que sugiere la existencia de un componente perceptivo más que fisiológico.

Todo apunta en otra dirección

Otro punto relacionado con las contracturas es el que se conoce como “punto gatillo” o trigger point. Su análisis también resulta tremendamente revelador, ya que a pesar de que ha sido ampliamente aceptado en el ámbito clínico, su existencia como entidad anatómica específica ha sido puesta en duda.

Así, los autores de una revisión publicada en Rheumatology en 2015 afirman que no hay pruebas concluyentes de los “puntos gatillo” sean estructuras patológicas identificables, proponiendo en cambio un modelo basado en la sensibilización del sistema nervioso.

Estas evidencias no invalidan completamente la idea de que pueda haber alteraciones musculares reales en ciertos cuadros clínicos –como en casos de fibrosis o contracturas patológicas tras lesiones neurológicas graves–, pero sí exigen una revisión crítica de cómo se diagnostica y trata el dolor muscular en la mayoría de pacientes.

En definitiva, la ciencia actual nos obliga a abandonar explicaciones simplistas: el dolor y la rigidez que se perciben como contractura no siempre se corresponden con una anomalía visible en el músculo.

Es un fenómeno complejo, en el que el sistema nervioso, la memoria del dolor y el entorno emocional del paciente juegan un papel fundamental.

Reeducar acerca del dolor

Todo parece indicar que lo más conveniente sería hacer una revisión sobre cómo se diagnostican las contracturas. Ahora bien, ¿deberíamos hacer lo mismo en cuanto al tratamiento del dolor? ¿El abordaje terapéutico también debería cambiar? O por el contrario, ¿debemos seguir con los tratamientos aunque necesariamente no validen el diagnóstico?

Actualmente se aboga por centrarse en el sistema nervioso, al margen de masajes, calor o estiramientos. Es decir, reducir la hipervigilancia, fomentar el movimiento activo sin miedo y ofrecer educación sobre el dolor. Comprenderlo es, en muchos casos, el primer paso para aliviarlo.

Una de las razones principales que han impulsado esta nueva línea de tratamiento parte del propio lenguaje que empleamos. Y es que la forma en que nombramos y explicamos el dolor influye en cómo lo vive el paciente.

Hablar de “contractura” puede reforzar la idea de que el músculo está dañado o “atrapado”, promoviendo el miedo al movimiento y fomentando la pasividad, ya que el paciente espera que alguien “deshaga su nudo”. Todo esto puede abocar en la cronificación del dolor.

Por eso, muchos expertos proponen sustituir este término por otros más ajustados como “dolor muscular”, “sensación de rigidez” o “respuesta adaptativa del cuerpo”.

El dolor sí es real

A pesar de que las contracturas musculares, tal y como las entendíamos, puede que no existan en términos mecánicos, el dolor que sienten los pacientes sí es real. Y eso exige respuestas eficaces, empáticas y basadas en la evidencia.

La neurociencia nos invita a mirar más allá del músculo, a cuestionar certezas arraigadas y a evolucionar hacia una atención más informada y humana. Porque si el dolor es una señal de alarma, tal vez el mejor tratamiento no sea desactivar el músculo, sino calmar al centinela que lo vigila.

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