Friganismo, cruzada contra el despilfarro
Actualizado: 21 de septiembre de 2022
El friganismo, que surgió en Estados Unidos en los años 90, es un estilo de vida que se opone a la sociedad de la abundancia y el despilfarro, y aboga por un consumo responsable y por el aprovechamiento de los recursos, empezando por la comida. Los seguidores de este movimiento –freegan o friganos– practican la recolección urbana, que consiste en buscar en la basura comida u otros bienes en buen estado que han sido desechados por las empresas productoras o comercializadoras.
Freegan es un término derivado de free (libre, en inglés) y vegan (vegano), que son las personas que se niegan a consumir productos de origen animal o aquellos en los que se ha experimentado con animales para su elaboración. Sin embargo, no todos los freegan o friganos –en su adaptación al español– son necesariamente veganos, ya que muchos sí consumen carne y otros productos de origen animal.
A pesar de lo que pueda parecer, no se trata de vivir de sobras o desperdicios, ya que la mayoría de los friganos recuperan comida en perfecto estado procedente de supermercados o restaurantes, que la descartan por estar próxima la fecha de caducidad o consumo preferente, o porque su aspecto, en el caso de frutas y verduras, no es adecuado para presentarse al consumidor.
El friganismo no se limita a reaprovechar estos alimentos, que de otra forma se desperdiciarían, sino que sus partidarios también apuestan por una vida más ecológica en todos los aspectos, y se trasladan en transportes colectivos, caminando o en bicicleta, trabajan lo estrictamente necesario para cubrir sus necesidades básicas, consideran que la vivienda es un derecho, cultivan sus propios huertos, reparan cualquier dispositivo antes de reemplazarlo por uno nuevo, reciclan y comparten.
Friganos contra el despilfarro
Mientras 1.000 millones de personas pasan hambre en el mundo, un informe del Parlamento Europeo del año 2011 señalaba que en Europa se tiran a la basura cada año 89 millones de toneladas de comida y, según denuncia Tristam Stuart –uno de los máximos defensores del friganismo– en su libro Despilfarro: el escándalo global de la comida, con los 40 millones de toneladas que se desperdician cada año en Estados Unidos, se podría dar de comer a todos los hambrientos del planeta.
Mientras 1.000 millones de personas pasan hambre en el mundo, con los 40 millones de toneladas de alimentos que se desperdician cada año en Estados Unidos se podría dar de comer a todos los hambrientos del planeta
Stuart afirma que en los países desarrollados se descartan más de la mitad de los recursos alimentarios que se producen, incluso antes de que lleguen a los consumidores, porque no cumplen con los estándares comerciales, unas exigencias que nada tienen que ver con la calidad o seguridad del alimento sino, por ejemplo, con su aspecto estético. En los países pobres el desaprovechamiento se debe, sin embargo, a que no cuentan con la infraestructura necesaria para conservar y distribuir los alimentos.
La buena noticia, según Stuart, es que esto se puede evitar y el consumidor, a nivel individual, puede hacer mucho al respecto, empezando por adecuar su demanda a sus necesidades reales. Productores, distribuidores y comerciantes son receptivos a dichas necesidades y terminarán por ajustar la producción al consumo. Por ello, para evitar el despilfarro no es imprescindible hacerse frigano, pero todos podemos contribuir al consumo responsable comprando únicamente aquello que necesitamos, lista en mano y sin dejarnos influir por campañas publicitarias que incitan a comprar de forma compulsiva, adquiriendo productos locales y de temporada o comprando directamente al agricultor, reciclando, y aprovechando las sobras de las comidas.
Creado: 9 de diciembre de 2014