Perfil del paciente con hambre emocional
Actualizado: 14 de septiembre de 2022
Un perfil muy general del paciente diagnosticado de hambre emocional es el de una persona con una mala gestión emocional, aunque como matiza Paula Lucio, experta en Nutrición Humana del centro sanitario Psicología y Nutrición Retiro, “es cierto que nos puede tocar a cualquiera, si nos despistamos un poco emocionalmente hablando”. Se trataría, por tanto, de personas que en algún momento de su vida “se han visto desbordadas por varias situaciones o acontecimientos estresantes que no han sabido gestionar bien”.
Según Lucio se trata de un motivo de consulta “cada vez más habitual”, sobre todo entre personas que llegan “cansadas de dietas fracaso” y se plantean la duda, porque no saben bien qué es lo que les pasa, pero empiezan a intuir que es algo de carácter emocional y que pagan esa situación con la comida. Por tanto, el paciente aquejado por el trastorno de hambre emocional suele ser una persona que ya arrastra problemas de peso evidentes, algo que suele ser solo la punta del iceberg. La psiconutricionista Elia Frías confirma que muchos de estos pacientes deciden ir a un psicólogo “tras un largo peregrinaje por nutricionistas y médicos endocrinos, tras haber probado todo tipo de dietas milagro. Intuyen entonces que su problema particular no es la comida, “sino su actitud y pérdida de control ante ella”. Esa pérdida de control, añade, siempre está motivada por un “estado emocional conflictivo de base”.
A nivel psicológico y emocional, quienes padecen este trastorno alimentario suelen ser personas con baja autoestima y sometidas a un estrés cronificado. En general, y según la experiencia de la psicóloga, son pacientes “que no se aceptan a sí mismos, presentan sentimientos de culpa y se castigan constantemente por no conseguir cumplir unas exigencias irracionales que ellos mismos se han impuesto”. Suelen concurrir también en ellos otros factores comunes, como una “preocupación excesiva” por el peso y la imagen corporal. “Sentirse deprimido es un factor que puede desencadenar y mantener el hambre emocional”, añade la experta, que explica que otros elementos que predisponen son también “el enfado, la queja constante, la soledad, el aburrimiento o la desorientación vital”.
Existe también un factor de vulnerabilidad que es bastante común entre los pacientes diagnosticados de hambre emocional. Por regla general suelen tener poca educación alimentaria y un largo historial de dietas restrictivas o dietas que han comenzado por iniciativa propia, sin el asesoramiento y seguimiento de un experto en nutrición. Esto provoca aumentos y disminuciones muy bruscas en el peso. “La prohibición total de ingesta de algunos alimentos puede desencadenar el impulso de comer en exceso en un momento de bajón, sobre todo cuando el nivel de autoestima es bajo y existen síntomas depresivos”.
¿Y cuándo empezar a preocuparnos? Según Júlia Pascual, psicóloga especializada en trastornos alimentarios, “principalmente cuando una persona siente un impulso irrefrenable hacia la comida, aprecia una pérdida de control sobre la ingesta de alimentos y esto le sucede durante al menos tres meses”. No obstante cada persona es un mundo y el hambre emocional se puede presentar de muy diversas formas: “Habrá quienes tienen periodos más o menos largos durante los cuales controlan casi perfectamente o perfectamente lo que comen pero luego acaban por descontrolarse; otros que se dan atracones puntuales; otros que se atracan de comida y luego vomitan… Hay diferentes formas en las que observamos que el hambre emocional puede acabar constituyendo algún tipo de trastorno alimentario: obesidad, trastorno por atracón, bulimia…”, reflexiona la especialista.
Creado: 8 de febrero de 2017