Fue un misterio que duró siglos: mujeres que daban a luz un primer hijo sano, pero que luego, en sus siguientes embarazos, sufrían abortos espontáneos, partos de fetos muertos o bebés con anemia, ictericia u otros problemas graves de salud. Hubo que esperar a 1940 para conocer el origen del problema, año en que se detectó la existencia de un nuevo antígeno (proteína) en la membrana de los glóbulos rojos de la mayoría de la población. Este antígeno se denominó Rh, ya que las primeras investigaciones se llevaron a cabo con un simio del tipo Macaccus rhesus.
Si el antígeno se encuentra en nuestra sangre, seremos Rh positivo, y si no lo tenemos seremos Rh negativo. Ser Rh negativo no conlleva ningún problema de salud, pero puede convertirse en uno si eres mujer, estás embarazada o estás planeando un embarazo con un hombre que es Rh positivo, ya que el futuro bebé podría ser Rh positivo. En ese caso, si tu sangre y la de tuya entran en contacto (por ejemplo durante el parto) tu organismo puede generar anticuerpos, y si en un próximo embarazo el feto también fuese Rh positivo esos anticuerpos Rh podrían atravesar la placenta, dañar sus glóbulos rojos, y desarrollar un proceso que si se detecta durante el embarazo recibe el nombre de eritroblastosis fetal, y si se diagnostica a un recién nacido se denomina enfermedad hemolítica.
Esta enfermedad, de aparición habitual en el segundo hijo, acarrea problemas de leves a muy graves (desde ictericia a daño cerebral por los elevados niveles de bilirrubina, entre otros), aunque hoy en día es fácilmente detectable y, sobre todo, prevenible, y es la razón por la que a todas las embarazadas se les debe hacer un análisis del grupo sanguíneo y el factor Rh en la primera consulta prenatal.