Alberto Soler
22 de septiembre de 2016
La educación de los hijos es una preocupación habitual en todos los padres. Sin embargo, muchos presionan en exceso a los hijos, especialmente en temas relacionados con los estudios, sometiéndoles a una presión innecesaria y perjudicial. Son los padres hiperexigentes. Alberto Soler, psicólogo y especialista en psicoterapia, organiza charlas para padres enfocadas en la crianza de los hijos y cada semana lanza en su videoblog de Youtube –en el que cuenta con más de 4.000 suscriptores y casi 140.000 visualizaciones– un vídeo explicativo que bajo el nombre de ‘Píldoras de psicología’ aclara dudas acerca de temas recurrentes que suelen aparecer una y otra vez a lo largo de sus sesiones de terapia. Y lo hace de forma sencilla, directa y amena. Charlamos con él sobre cuestiones clave en la educación infantil, un tema que nos preocupa a todos porque como padres siempre queremos lo mejor para ellos pero, como explica el psicólogo, “a veces lo que hacemos para darles eso que consideramos lo mejor, quizá no es en verdad tan bueno para ellos”.
Siempre ha sido en cierto modo así, pero una tiene la sensación de que cada vez los padres presionan más a sus hijos a estudiar, están más encima. ¿Llegan cada vez más padres a consulta preocupados por este aspecto de la vida de sus hijos?
Un motivo recurrente de consulta son los padres preocupados por el rendimiento académico de sus hijos. Detrás de esta consulta los motivos no pueden ser más legítimos: “¿Estará mi hijo sano? ¿Tendrá algún problema y por eso sus calificaciones son tan bajas?”. Pero a veces lo que se esconde detrás de todo esto, y es algo a lo que muchos padres son ajenos, es el exceso de presión al que sometemos a los niños.
Nos pasamos la vida compitiendo y cuando tenemos hijos les utilizamos en esa competición
Tenemos un sistema educativo en el que una población muy diversa debe volverse homogénea y cumplir unos mismos criterios (ello pese a todas las medidas de diversificación y adaptación que hace años se han incluido). Es normal que haya niños con un menor rendimiento en ciertas materias, o en ciertos momentos de su escolarización. No todos somos buenos en todo, y todos tenemos malas épocas. No obstante es verdad que en ciertos casos un cambio brusco en las calificaciones del niño puede ser la señal de que hay algo más que no funciona bien, como problemas de adaptación, afectivos, familiares o de otra índole.
En ese afán por que sus hijos sean los mejores estudiantes, muchos padres apuntan a sus niños desde bien pequeños a múltiples actividades extraescolares educativas y a otros centros de estudios fuera del horario escolar. ¿Les estamos robando la niñez?
Quizá debemos cambiar el objetivo, porque estamos confundiendo el fin con los medios: el objetivo no sería tanto que un niño fuera buen estudiante como que ese niño fuera feliz. Y si las medidas que adoptamos para lograr ese “ser buen estudiante y sacar buenas calificaciones” le aleja de la felicidad, estamos haciendo algo mal.
Tenemos un sistema educativo en el que una población muy diversa debe volverse homogénea y cumplir unos mismos criterios
Es preocupante el poco tiempo libre que tienen los niños, cada vez más se considera el juego como algo prescindible, superfluo, cuando en verdad constituye una importantísima vía de aprendizaje para ellos. Y eso tiene consecuencias: cada vez son más frecuentes casos de niños con trastornos de estrés y ansiedad en las consultas. No es de extrañar cuando soportan jornadas laborales superiores incluso a las de sus padres. ¿Es eso robar la infancia? Desde mi punto de vista lo es.
La exigencia paterna y la curiosidad infantil
Padres hiperexigentes, ¿niños infelices?
El concepto de felicidad es un tanto complejo de definir; es mejor irse a algunos indicadores indirectos que nos puedan dar pistas acerca de cómo se encuentra ese niño: ¿Sonríe con frecuencia? ¿Es curioso? ¿Se le ve descansado y con energía? ¿Disfruta del tiempo con sus amigos? ¿Va feliz a la escuela o al resto de actividades extraescolares? ¿Disfruta del suficiente tiempo para jugar libremente?
Es preocupante el poco tiempo libre que tienen los niños y eso se traduce en un aumento de los casos de niños con trastornos de estrés y ansiedad en las consultas
Si vemos un niño cansado, triste, que no muestra ilusión por sus actividades diarias, que no quiere o no tiene tiempo de relacionarse y jugar con sus amigos, que hay que forzarle para hacer prácticamente cualquier cosa… Quizá ese niño no sea feliz.
Esta acumulación de actividades, idiomas, clases… ¿Puede tener algún efecto a largo plazo en el niño a nivel de motivación hacia el estudio?
Un riesgo de esta acumulación de tareas académicas es que hagamos que al final acaben odiando cualquier cosa relacionada con el aprendizaje, porque les enseñamos a aprobar exámenes, no a cuestionarse el mundo y despertar su curiosidad. Los niños nacen con una curiosidad innata por todo lo que les rodea, con una necesidad enorme por hacer y hacerse preguntas; tan sólo tenemos que ser cuidadosos para no matar esa curiosidad que ya tienen.
Y la presión excesiva de los padres, de esos padres hiperexigentes que nunca tienen suficiente, ¿cómo puede acabar afectando al rendimiento escolar del niño?
Los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, creo que afirmar eso no es generalizar en exceso. Pero a veces lo que hacemos para darles eso que consideramos lo mejor, quizá no es en verdad lo mejor para ellos.
Nuestro objetivo como padres no debería ser tanto que un niño fuera "buen estudiante" como que ese niño fuera feliz
Debemos buscar un equilibrio entre el no exigir nada a nuestros hijos “para que no se frustren” y ponerles unas metas tan elevadas que no puedan alcanzar. Entre ambos extremos es donde deberíamos situarnos, poniéndoles unas metas alcanzables para ellos, que le transmitan que confiamos en su capacidad de lograrlas y que se sientan motivados a ello. Pero a veces caemos en el extremo del exceso de exigencias, creyendo que si le dejamos de exigir nuestro hijo se acomodaría y dejaría de esforzarse. Y esto no es así a no ser que nos vayamos al extremo negligente en el que no le pidamos absolutamente nada.
¿Crees que, en general, vivimos en una sociedad en extremo exigente y competitiva? ¿Tenemos los padres cierta obligación social de crear hijos de sobresalientes?
Desde mi punto de vista es así; nos pasamos media vida compitiendo, es donde nos lleva casi sin darnos cuenta el sistema en el que vivimos, y cuando tenemos hijos les utilizamos en esa competición: queremos tener el hijo que duerme más y mejor, el que más come, el que tiene un mayor percentil de peso (¡vaya disparate!), el que saca mejores notas o el que más idiomas aprende. Y quizá en esa competición nos olvidamos que nuestro hijo “no es nuestro”, no nos pertenece ni debemos utilizarle en esta competición. Es simplemente una personita que, de momento, depende de nosotros para ser feliz. Tenemos que estar ahí para observar sus necesidades e inquietudes y, en la medida de lo posible, ayudarle a satisfacerlas. Con la responsabilidad que se espera por nuestra parte como adultos, por supuesto.
Fracaso escolar y motivación para estudiar
En tu consulta tratas a niños en riesgo de fracaso escolar: ¿Cómo les puede ayudar a estos niños la atención de un psicólogo?
Muchas veces no tengo claro si es el niño quien tiene fracaso escolar, o si es el sistema quien ha fracasado con ese niño. Pero más allá de esas consideraciones, en estos casos suelo valorar el estado general del niño, la dinámica familiar, el comportamiento en el aula y otras variables para poder comprender qué es lo que lleva a ese niño a mostrar un rendimiento inferior al que se podría esperar de él. Si hay algo que esté causando problemas, se interviene sobre ello; si son cuestiones meramente técnicas (como aprender a estudiar, a hacerse resúmenes, aprovechar el tiempo, etcétera) se le ayuda a adquirirlas. Habitualmente el trabajo suele ser conjunto con padres e hijos.
“Los premios y castigos son los responsables de la muerte de la curiosidad innata de los niños”
Muchos padres acaban recurriendo a los premios y los castigos como herramientas para motivar a sus hijos a estudiar. ¿Funcionan? ¿Qué alternativas hay a ellos?
Antes hablaba de la curiosidad innata de los niños y cómo el sistema muchas veces acaba con ella. Los premios y castigos (entre los que se pueden llegar a incluir las calificaciones académicas) a veces son los responsables de la muerte de esa curiosidad, porque cambiamos una motivación intrínseca (que viene de dentro, que se hace por la mera satisfacción de llevarlo a cabo) que es la curiosidad, por una extrínseca (que depende de factores externos a la persona) como lograr premios o evitar castigos. Al final el niño estudia por obligación, para aprobar exámenes y evitar castigos, pero por el camino nos hemos dejado el verdadero fin de todo esto: la curiosidad y el aprendizaje.
Si tuvieses que hacer una píldora con consejos de psicología como las que cuelgas en tu videoblog de Youtube, ¿qué consejos darías a los padres para motivar a sus hijos en el estudio sin caer en presiones y chantajes?
Escucharles. Observarles. Estar muy atentos a qué es aquello que mueve, motiva e ilusiona a sus hijos, y tratar de hacer lo posible para ayudarle a profundizar en ello. ¿A tu hijo le gustan los dinosaurios? Llévale a esa exposición que hacen en el museo de ciencias, cómprale libros sobre dinosaurios, aprende y cuéntale historias sobre los descubrimientos más importantes, organiza las vacaciones para que pueda ir a ver ese yacimiento tan interesante. Y así, con cualquier cosa.
Debemos buscar un equilibrio entre no pedir nada a nuestros hijos y ponerles unas metas tan elevadas que no puedan alcanzar
Sin embargo, si proyectemos nuestras frustraciones o deseos en nuestros hijos (“yo no pude ser médico, así que haré lo posible para que mi hijo lo sea”) quizá podemos lograr que nuestro hijo sea médico o arquitecto en contra de su interés, pero difícilmente brillará en su profesión o ésta le hará feliz. No debemos conducir a nuestros hijos por ningún camino, sino acompañarles en la búsqueda del suyo, con todos sus aciertos y errores.