Bárbara Tovar
7 de julio de 2016
La adolescencia es una etapa de la vida que se suele considerar especialmente difícil por la cantidad de cambios físicos, emocionales y psicológicos que se experimentan pero, como afirma Bárbara Tovar, psicóloga del programa Hermano mayor y autora de Adolesciencia, Cómo entender a mi hijo adolescente (Área Editorial Grupo Planeta, 2016), los adolescentes actuales no son distintos a los de hace 50 años, por los que aconseja a los padres trabajar la empatía, ponerse en el lugar de sus hijos, y preguntarse cómo les hubiera gustado a ellos que actuaran sus progenitores para ayudarles a superar determinadas situaciones. En su libro, esta experta en terapia con adolescentes, te ofrece las claves para establecer una comunicación fluida con tu hijo, y aprender a reconocer sus emociones para ayudarle a gestionarlas adecuadamente.
Tu libro se titula ‘Adolesciencia’, ¿significa eso que ser capaz de entender a un adolescente se puede considerar toda una ciencia?
Sí, la verdad es que el juego de palabras viene un poco de esta idea; ciencia en el sentido de que todos llegamos a ser padres de hijos adolescentes sin mucha experiencia la mayoría de las veces, con escasa formación y más intuición que otra cosa, y muchas veces esa intuición no es suficiente para lograr las metas que queremos con nuestros hijos. El contemplarlo como una ciencia quiere decir que tenemos que investigar, formarnos, y experimentar aquellas técnicas que mejor se adaptan a tus propios hijos, de acuerdo a su carácter; y a partir de ahí ir recopilando aquellos datos que avalan determinadas estrategias para guardarlas en el armario, y recurrir a ellas cada vez que las necesitemos.
En el caso de que tengas varios hijos, ¿sirven las mismas estrategias para todos ellos cuando llegan a la adolescencia?
No. Hay algunas estrategias que son básicas, es decir, que pueden funcionar y, de hecho, funcionan perfectamente bien con cualquier adolescente, sea cual sea la personalidad o el carácter del niño; estrategias como una buena comunicación o una comunicación abierta, cercana, espacios donde compartir, intentar involucrarlo en proyectos comunes, en familia; todo esto funciona siempre. Aunque es verdad que conforme un adolescente crece, algunos atraviesan una etapa más rebelde, o más difícil o complicada, mientras que en otros a lo mejor no resultan tan llamativos los cambios en carácter o a nivel emocional que experimentan. En función de cada una de esas emociones que suelen aparecer con más fuerza en la adolescencia, van a ayudarte más un tipo de estrategias u otras. En el libro explico que hay niños que en la adolescencia se encuentran por ejemplo con el miedo, o con la ansiedad, y hay otros en los que tiene más protagonismo la ira, o la irritabilidad, o las malas contestaciones, o la rebeldía. En otros niños es la falta de esfuerzo o de constancia o compromiso con las cosas. En función de la emoción que sea más potente en la etapa adolescente de tu hijo, serán recomendables unas estrategias u otras.
Al ir leyendo el libro probablemente los padres se van a ir identificando con algunas cosas, y no solamente con respecto a sus hijos, porque el libro no solo contempla cómo el hijo vive la adolescencia, sino también cómo la viven los padres, que es también muy importante, porque tendemos a enfocarnos en cómo nuestro hijo va a afrontar esa etapa de su vida, cuando muchas veces es nuestro propio comportamiento el que puede interferir en el adecuado desarrollo de la preadolescencia a través de procesos tan comunes como pueden ser el exceso de control o la preocupación, o la irritabilidad y el cansancio de los padres, porque hoy en día a veces llegamos a casa muy cansados después de la jornada laboral, y eso hace que tengamos menos paciencia.
Imagino que el ambiente también influye en el adolescente, y que por tanto su comportamiento dependerá en parte de su relación con sus padres y el resto de la familia…
Absolutamente, y de hecho uno de los principales problemas que nos encontramos en terapia con adolescentes es que si ya existe una tendencia natural en el adolescente por alejarse del nido para intentar encontrar su identidad, su rol dentro del grupo social, etcétera, si a eso además le añadimos que en ocasiones el ambiente familiar no es el más óptimo, bien porque el niño no se está involucrando como los padres esperan en los estudios, o no está teniendo el tipo de conducta que los padres desean…, al final la vivencia de esos conflictos en casa provoca que el hijo desee alejarse todavía más, y que el hogar no sea para él un lugar de descanso, de refugio, de compartir, de estar a gusto…, y eso le lanza a la calle.
Y hay niños que tienen la madurez suficiente para poder alejarse de su familia o de su hogar en la adolescencia, pero hay otros que llegan a los 15, 16, 17 años, y no tienen aún esa madurez, y el pasar tanto tiempo fuera o alejados, o aislados en su cuarto, dificulta mucho más una buena evolución.
Recomiendas a los padres la escucha activa para una buena comunicación con sus hijos, pero muchos adolescentes no parecen interesados en charlar con su familia. ¿Qué deben hacer los padres para conseguir que su hijo les hable sobre sus problemas o intereses, sin que parezca que se están entrometiendo?
Hay algo que yo siempre recomiendo, y es compartir intereses con tus hijos. Muchos padres dicen que los videojuegos o Internet alejan y aíslan a sus hijos, pero no hay ninguna actividad que aísle a tu hijo si tú la compartes con él. Los padres somos a veces muy reticentes a jugar con ellos a los videojuegos, primero porque no nos gusta, y segundo porque no tenemos tiempo o no sabemos manejarnos en ese mundo. A lo mejor hay algún papá que le gusta más y se engancha más con su hijo, pero mamás hay poquísimas que se pongan al lado de su hijo a jugar a un videojuego. Pero según mi experiencia profesional después de compartir una actividad que gratifica y gusta a tu hijo se abren canales de comunicación maravillosos, se genera mayor complicidad, se genera mayor empatía, y el niño se hace más responsable también de cuidar las emociones de los padres.
Muchos padres dicen que los videojuegos o Internet alejan y aíslan a sus hijos, pero no hay ninguna actividad que aísle a tu hijo si tú la compartes con él
El cambio es brutal simplemente con compartir parte del universo del adolescente, y ahí también radica parte de la escucha activa; lo que ocurre es que muchas veces por comodidad, por pereza, por cansancio, porque no nos gusta, porque estamos enfadados con ellos porque están haciendo un abuso de los videojuegos…, nos parece que compartirlo con ellos sería una locura, como unirnos al enemigo. Pero parece que unirse al enemigo en ese sentido abre más puertas que cerrarlas, porque de lo contrario efectivamente te alejan.
Con respecto a Internet, cuando el adolescente tiene cierta edad ya no es posible controlar lo que hace, por ejemplo, en las redes sociales. ¿Cómo se pueden dar cuenta los padres de que su hijo puede estar teniendo un problema?
Aquí una vez más la clave es la comunicación y la cercanía. Cuando no somos capaces de detectar ese tipo de circunstancias es porque hay una distancia muy grande. Entiendo perfectamente el coste que representa compartir ese tiempo con nuestros hijos a diario, bien sea jugando con ellos, bien sea estando a su lado viendo cómo juegan, alentándolos. Es decir, si realmente compartes actividades, que él tenga ese tipo de problemas y tú lo desconozcas como padre es muchísimo más complicado, lo que ocurre es que eso requiere un esfuerzo muy grande por parte de los adultos y muchas veces, egoístamente, no nos apetece realizarlo, y tratamos de justificarlo de mil maneras distintas, pero los hijos, aunque sean adolescentes, siguen necesitando jugar con sus padres, y siguen necesitando compartir, más que nunca quizás, ese espacio de juego, porque es su forma de apegarse y de establecer vínculos. Es cuando los niños son más independientes y más autónomos, pueden gestionar su tiempo de ocio libremente, los padres se relajan, y por eso se produce ese desconocimiento respecto a la posibilidad de que tengan problemas.
Para detectar si existe una adicción simplemente hay que fijarse en los horarios: cuando una madre o un padre dudan de que su hijo tenga un problema adictivo, y no solamente con videojuegos, sino con el móvil, la alimentación…, basta con establecer unas pautas en casa que se tienen que cumplir, y si el niño es incapaz de cumplirlas y está permanentemente negociando, o intentando abusar o excederse de lo estipulado, probablemente hay un problema de enganche y de secuestro con respecto al tipo de hobby o de actividad que realiza en su tiempo libre. Influyen muchas variables, y hay niños que son más vulnerables, por decirlo de alguna manera, a desarrollar ese tipo de enganches a los videojuegos, mientras que otros a lo mejor tienen más habilidades sociales, o se relacionan más en su entorno, y eso les ayuda a protegerse algo más de este tipo de actividades, pero sin lugar a dudas es un signo de que algo está pasando.
Los hijos, aunque sean adolescentes, siguen necesitando jugar con sus padres y compartir, más que nunca quizás, ese espacio de juego, porque es su forma de apegarse y de establecer vínculos
Además, muchas veces los padres nos enfadamos por la propia conducta de abuso, en vez de entenderla como un síntoma de que algo no está funcionando adecuadamente y tratar de detectar dónde está el origen del problema. Y con el enfado lo único que vamos a conseguir es que el niño intente ocultarnos el tiempo que pasa jugando o abusando de esa actividad, para evitar el conflicto con nosotros; y eso fortalece el origen del problema, no lo resuelve.
Enseña a tu hijo los ‘sabores’ de la vida
Hablas de la felicidad hedonista, aquella que se ‘alimenta’ de poseer, y que es una mala enseñanza para los niños, pero vivimos inmersos en una sociedad consumista. ¿Cómo se puede convencer a un adolescente de que tener todo lo que quiere, o lo que tienen otros, no es lo que de verdad le hará feliz?
Cuando he tenido una consulta con algún adolescente sobre este tema hay una estrategia que es infalible, y es hacerle reflexionar sobre los últimos eventos que le han hecho más feliz. Y cuando tú preguntas a un adolescente cuáles son las cosas que más feliz le han hecho, y que todavía al pensar en ellas le hacen feliz, muchísimas veces tienen más que ver con acciones, con actividades, con planes, que con posesiones. Y creo que es una forma de que tome contacto con el hecho de que la felicidad basada en las vivencias, en las experiencias, es mucho más a largo plazo que la felicidad basada en tener, que es totalmente efímera, porque en el momento que tienes ese objeto, y lo normalizas, vuelves otra vez a engancharte con lo siguiente que deseas poseer. Así que creo que es fundamental hacer que sean conscientes de cuáles son esos momentos felices y a qué están vinculados, y subrayárselo con negrita. Incluso aprovechar un momento en que sean felices en una situación en la que no haya nada de posesión, sino que se trate de una actividad compartida o vivida, y resaltárselo, porque a los adolescentes eso les ayuda a tomar conciencia de qué tipo de actividad y de conducta les hacen más felices, en comparación con otras.
Y, por otro lado, diferenciar lo que es diversión, felicidad y entretenimiento; uno puede estar muy entretenido hablando de videojuegos y, sin embargo, no sentirse feliz, mientras que después de una jornada de playa en familia durante sus vacaciones, o tras compartir una actividad deportiva con su padre, probablemente llegue a casa mucho más vivo, mucho más feliz, que si ha estado dos horas con un videojuego.
Y también creo que es muy importante el estilo de vida de la familia. Los regalos, las posesiones, las pertenencias…, deben de estar vinculadas de alguna manera a objetivos, a compromisos. Si se otorga de forma fácil y reiterada cualquier capricho del niño estamos rompiendo algo que para mí es fundamental, que es cultivar el deseo hacia algo durante un tiempo prolongado. Y se está impidiendo la frustración de desear algo y no poder tenerlo, tener que esperar -la paciencia- hasta que eso llega, el compromiso de alcanzar unos objetivos para poder lograrlo, y la sensación de satisfacción cuando finalmente lo consigues. Si los padres permitimos que el adolescente tenga cualquier cosa que desea muy fácilmente, nos cargamos de un golpetazo todos esos procesos de paciencia, de frustración, de satisfacción…, y dejamos de entrenar a nuestros hijos en ciertas habilidades que son muy importantes para su futuro.
Tú aconsejas, además, que los adolescentes conozcan todas las facetas de la vida, y no solo lo bueno…
Sí, de hecho, en uno de los capítulos del libro hablo sobre los estilos educativos y sobre lo importante que es que los adolescentes aprendan a probar todos los sabores de la vida cuanto antes mejor –incluso en la fase preadolescente–, no solo las ganancias, el éxito, la alabanza, el placer, sino también el dolor, la pérdida, la crítica, el rechazo…, la vida en general, y no solamente la parte placentera y maravillosa. El estilo sobreprotector muchas veces conlleva esa misión del padre o de la madre de evitar que nuestro hijo sufra, que en el fondo es muy egoísta, ya que lo que estamos intentando evitar es sufrir nosotros porque lo pasamos fatal cuando quiere algo y no se lo podemos dar. La pregunta no es qué hago para librar a mi hijo de las críticas, lo que solo serviría para que empiece a desarrollar una conducta de intentar agradar a todo el mundo, sino cómo prepararle para que aprenda a afrontar una crítica. Enseñarle a que se pregunte cómo quiere ser, qué tipo de hombre o de mujer quiere ser cuando le toque enfrentar una crítica. Y así es como realmente uno aprende y se fortalece.
La pregunta no es qué hago para librar a mi hijo de las críticas, sino cómo prepararle para que aprenda a afrontar una crítica
No hay que coger miedo a los diferentes sabores. Es como respirar; no es una opción, es algo sine qua non a la vida. Y mi experiencia siempre me dice que cuando un papá intenta evitar ciertos sabores en la vida de su hijo, empieza a hacer cosas rarísimas que terminan complicando mucho más el problema, porque son cosas que no son naturales ni sanas.
Supongo que lo ideal es que los padres lean ‘Adolesciencia’ antes de que su hijo llegue a la adolescencia, ¿no?
Efectivamente, es un libro que se puede empezar a leer desde que tus hijos tienen 8, 9, 10 años. De hecho, el trabajo ideal, y lo que siempre recomendamos como profesionales es empezar a trabajar todo esto cuanto antes mejor, porque a la adolescencia si llegas con los deberes hechos, siempre va a ser infinitamente mejor, y los 10-14 años son una edad muy buena porque a esta edad los niños ya racionalizan mucho, son más introspectivos, más reflexivos, puedes trabajar con ellos más temas de valores dentro de la familia. Es una etapa que para empezar a trabajar todo esto es maravilloso porque llegas a los 14 con un trabajo emocional ya realizado, tú te sientes mucho más ubicada y estás mucho más preparada para dar respuesta a lo que el niño te demande durante esa etapa.
Ponerse en el lugar del adolescente
En el caso de un adolescente con una conducta conflictiva que comenzara cuando era pequeño y haya empeorado con el tiempo, ¿es posible corregir ese comportamiento inadecuado en el seno de la familia, o es necesaria la colaboración de un especialista?
Eso va a depender mucho de las habilidades de los padres, pero es cierto que yo, que soy madre de dos hijos, he sentido muchas veces como profesional que los hijos no escuchan igual a sus padres que a un terapeuta, a un psicólogo; es decir, si el psicólogo tiene las habilidades para establecer una buena alianza con el niño y empatizar o encajar bien con él, creo que se abre de una manera más auténtica y más genuina, porque el adolescente puede estar condicionados por el miedo a que los padres no le vayan a entender, que le vayan a regañar… Y en el caso de los progenitores la preocupación por el hijo al final suele imperar más que la propia comprensión, o que la propia ayuda constructiva.
Es cierto que a lo mejor hay padres que tienen unas habilidades maravillosas y con un libro de autoayuda y una buena práctica son capaces de conseguir grandes resultados. Hay una frase de David Testal que a mí me encanta que dice que los padres deberíamos preocuparnos por educarnos a nosotros mismos toda la vida, y dejar a nuestros hijos en paz. Y yo creo que si los padres realmente son personas que asumen la responsabilidad de educarse a sí mismos y de ser la versión mejor de sí mismos, estoy convencida que eso contribuirá a que desarrollen mejor su labor como padres.
Todos hemos sido adolescentes, ¿olvidamos las vivencias de esa etapa y por eso nos cuesta tanto entender a los hijos cuando llegan a la adolescencia, o es que los adolescentes de ahora no son como los de antes?
Son siempre iguales, aunque las circunstancias y el contexto social hayan cambiado mucho. Las principales quejas de los docentes en los años 70 y 80, eran que los niños adolescentes corrían por los pasillos, decían palabrotas, no cuidaban el material…, cosas de ese tipo. Y hoy en día son que fuman marihuana, que faltan a clase…; han evolucionado. Pero es cierto que lo que yo en el libro llamo fitness emocional tiene mucho que ver con ese entrenamiento que todo padre debe tener a nivel introspectivo consigo mismo. Y pasa por la reflexión de: ‘en esta situación que está pasando mi hijo adolescente, si yo fuera él, si yo volviera a ser adolescente y viviera esa experiencia, ¿qué tipo de padre o de madre me gustaría tener? ¿Qué conducta de mi padre o de mi padre me podría ayudar?’. Se trata de intentar ponernos en el pellejo de nuestros hijos y pensar qué cosas que mi padre o mi madre hubieran hecho en ese momento me hubieran ayudado. Y si son capaces de colocarse en esa tesitura muchas veces el padre o la madre llevan a cabo estrategias muy diferentes a las de antes, simplemente porque están saliendo de su rol de todos los días.
Pensar como hijos, como adolescentes que hemos sido, qué clase de padre nos hubiera gustado tener, es un buen ejercicio de reflexión para identificar cuáles son las habilidades que deberíamos poner en marcha con nuestros propios hijos
Siempre digo que deberíamos de grabar lo que podemos llegar a hacer y decir desde por la mañana: ‘venga levántate’, ‘no te has levantado’, ‘¿qué haces tirado ahí?’, ‘¿quieres recoger los zapatos?’, ‘¿has desayunado?’, ‘si no has comido nada…’, ‘¿has estudiado?’… Es una crítica permanente, un estar encima, un exceso de control…, y al final eso también provoca un alejamiento y un enfriamiento de la relación. Pensar como hijos, como adolescentes que hemos sido, qué clase de padre nos hubiera gustado tener, es un buen ejercicio de reflexión para identificar cuáles son las habilidades que deberíamos poner en marcha con nuestros propios hijos.
En tu dilatada experiencia profesional, ¿cuál es el caso más difícil que has tenido?
Recuerdo un caso de un adolescente que venía con problemas de conducta desde que era niño, desde los siete años aproximadamente, con conductas de rebeldía, cambios de colegio, expulsiones de centros…, en fin, una persona con fama de muy rebelde, que venía vestido de negro, con sus pendientes, sus tatuajes… Y no es que fuera un caso especialmente difícil, porque tuve la habilidad de poder conectar con él, tal vez porque también yo tuve una adolescencia muy complicada, y eso siempre me ha ayudado muchísimo a nivel profesional, pero sí era un caso claro de que nadie creía en aquel adolescente. Y tuve primero una cita con los padres, que ya me advirtieron de que no era la primera psicóloga a la que acudían, y que el joven podía decirme cualquier barbaridad y marcharse. Yo estaba casi temblando cuando apareció, pero me encontré con una persona encantadora, con alguien que no tenía nada que ver con lo que los padres me habían dicho. Mi trabajo consistió en convencerle de que él era la persona que yo veía, y no la que veían los demás, porque estaba mostrándoles una parte de él más negativa, o más hiriente, y sin embargo había otra parte que no presentaba habitualmente a los demás, y que tenía unos beneficios muchísimo mayores a nivel social, y en todos los sentidos, y de mayor satisfacción personal.
Fue un trabajo muy bonito. Yo siempre le decía que su forma de vestir le condicionaba muchísimo, porque tenía problemas con la policía, en el colegio…, en todas partes. Y él me explicaba que era su manera de manifestar su punto de vista, su gusto musical… A mí me encanta el flamenco, así que en una de las sesiones cuando él llegó al despacho me encontró vestida totalmente de flamenca, con peineta, mantón, zapatos de tacón… Empecé a preguntar cómo le había ido la semana, y al ver la cara que ponía, le pregunté si había algo que le sorprendiera, que le notaba un poco bloqueado, y contestó que sí, que como yo iba vestida de flamenca… Entonces le dije que a mí me gustaba mucho el flamenco y que esto era una forma de manifestar también mis gustos musicales, y le pregunté si a él le parecía normal. A partir de ahí hablamos de que muchas veces no hace falta confirmarse a través de una imagen externa, sino que hay que aprender a adaptarse a los diferentes contextos, y que no se puede ir vestido de determinadas maneras en cualquier situación porque eso condiciona una respuesta en los otros, que a lo mejor ni siquiera es la deseada. Con los adolescentes tienes que utilizar ejemplos muy visuales, muy gráficos, que les lleguen y que los recuerden. Afortunadamente ese chico las últimas veces que le vi estaba involucradísimo en su carrera, hasta el punto de que tiene que buscar espacios para su vida personal y para descansar. Por eso lo recuerdo como uno de esos casos bonitos donde observas una evolución significativa.