Beatriz Cazurro
7 de octubre de 2022
“Parece una obviedad, pero fuimos hijos antes que padres, aunque, generalmente, no lo tenemos suficientemente presente a la hora de ejercer la paternidad”, escribe la psicóloga y psicoterapeuta Beatriz Cazurro en la introducción de Los niños que fuimos, los padres que somos, el libro que acaba de publicar Planeta. Esa idea, el hecho de que cómo nos criaron influye directamente en cómo criamos, es el eje central sobre el que gira un volumen escrito desde la experiencia –como madre y como psicóloga– en el que la creadora de campañas por los buenos tratos a la infancia como #Ensuszapatos o #ChildrenToo invita a padres y madres a revistar el niño que fueron en una infancia generalmente idealizada para encontrar explicaciones y quizás redención para los progenitores que son. “No somos capaces de conectar con el miedo o la tristeza que sentíamos cuando a nosotros nos pegaban, o con la falta de confianza en el mundo que posiblemente se inició ahí. Es más fácil seguir perpetuando esas ideas que enfrentarse y conectar con esas emociones que tenemos enterradas en algún sitio”, subraya la autora.
Explicas en el prólogo de ‘Los niños que fuimos, los padres que somos’ que la forma en que nos criaron/cuidaron/reaccionaron nuestros padres ante determinadas circunstancias cuando éramos pequeños, explica en gran medida cómo somos como adultos y como progenitores. ¿Dirías que somos conscientes de esto o, por el contrario, nos cuesta relacionar nuestras actitudes y comportamientos de hoy con nuestra infancia?
Diría que no somos muy conscientes en general. La sensación que tengo es que tenemos muy dividida la época de la infancia y la adolescencia de la de la edad adulta, como si no fuesen parte del mismo constructo, como si no tuviesen nada que ver. Todo lo contrario. Todo forma parte de la misma progresión, vamos creciendo, vamos aprendiendo, y llegamos a ser adultos con esos aprendizajes.
En mi trabajo como psicoterapeuta, sin embargo, me encuentro muchas veces con adultos que muestran mucha resistencia cuando intentas preguntarles algo sobre su infancia o explicarles algo sobre psicoeducación, sobre cómo adquirimos conocimientos. No se creen que su infancia pueda explicar cómo son ellos hoy con sus hijos.
¿Tendemos a idealizar la infancia?
La infancia está muy idealizada. Frases como que “la infancia es la etapa más feliz de la vida” o “que los niños no tienen problemas” están a la orden del día. Por eso, cuando en consulta a los padres les intento explicar que si su hijo se está comportando de determinada manera es porque lo está pasando mal, esos padres tienden a simplificarlo con etiquetas: “es que es un caprichoso”, “es que es un desobediente”.
Pero toda la parte de comprender cómo se están sintiendo sus hijos, cómo de difícil les está resultando la vida, resulta difícil de entender, porque está muy arraigada la idea de que los niños no tienen problemas. Y por supuesto que los tienen.
Tú invitas a revisitar nuestra infancia para encontrar explicaciones a las actitudes que podemos tener ahora como adultos en nuestras facetas de padres o madres. ¿Se puede escapar a esa herencia, a esos comportamientos como padres que repetimos de los nuestros?
Se puede trabajar, por supuesto. La idea del libro también es concienciar sobre ello y sobre el hecho de que podemos hacer mucho más que leer libros sobre crianza. Hay muchos padres y madres, sobre todo madres, leyendo ahora mismo libros de crianza, buscando pautas, consejos…; pero que luego se encuentran muchas veces con una especie de limitación por dentro. Saben que no tienen que gritar, pero gritan todos los días. Saben que no tienen que pegar a sus hijos, pero se les escapa un cachete.
La infancia está muy idealizada. (…) Está muy arraigada la idea de que los niños no tienen problemas. Por supuesto que los tienen
Revisitar nuestra infancia nos puede ayudar a escapar de esa herencia que comentas. No sé si de toda la herencia, pero al menos sí de parte de ella. Y quiero insistir en ello, porque con todo lo que rodea a la crianza respetuosa hay familias que están cargando con una exigencia enorme por querer ser super perfectas todo el rato. Y es terrible, porque es una frustración gigante. Venimos de crianzas muy diferentes, de una serie de ideas y de daños que hacen que el ideal al que queremos llegar esté tan lejos que vamos a frustrarnos todo el rato. Hay que ir poco a poco, paso a paso.
Un maltrato generalizado y normalizado a la infancia
Todo lo que no sea buen trato es maltrato, titulas uno de los capítulos del libro. ¿Tendemos como sociedad a restar importancia a algunas formas de maltrato?
Mi respuesta es un sí rotundo. Creo que hay un maltrato general normalizado a la infancia. Sé que escuchar esto no le gusta a mucha gente, pero es así. Tenemos tremendamente normalizado castigarles, ignorarles, dejarles llorar cuando son bebés, el cachete…
Conectar con las necesidades de nuestros hijos pasa en primera instancia por entender lo que nos pasa a nosotros, porque de esa forma podremos empatizar con los niños
Y esas son las cosas más visibles, porque a parte tenemos toda la invalidación emocional, todo el abuso emocional, las manipulaciones, todo aquello que resulta más invisible. Eso ocurre todo el rato y se ve como algo normal. Y las familias que intentamos poner límite a ello quedamos como exagerados, cuando creo firmemente que pedir respeto para cualquier persona nunca es pedir demasiado respeto.
Te hacía la pregunta anterior porque entre esas formas de maltrato citas el chantaje, el premio, el castigo, la mentira o la sobreprotección, que están a la orden del día. ¿Igual viéndolas como maltrato resulta más fácil erradicar estas prácticas?
Yo creo que sí. Por mi trabajo, he tenido la suerte de estar hablando con muchos niños, la suerte de que me cuenten sus experiencias. Cuando entiendes que lo pasan mal, que se sienten presionados y confundidos, que se creen que los malos son ellos porque no ven bien esas prácticas, empiezas a entender muy bien el impacto que tienen este tipo de actuaciones en ellos.
Hay familias que están cargando con una exigencia enorme por querer ser súper perfectas todo el rato. Y es terrible, porque es una frustración gigante
Por eso hablo también de que la forma de relacionarnos con nuestros padres es muy importante para los puntos ciegos de nuestra personalidad que luego tendremos en la edad adulta. Si normalizo que mis padres me griten, igual luego si me grita mi pareja lo veo normal. Si viésemos esas prácticas como lo que son, maltrato, e intentásemos dejar de ponerlas en práctica, creceríamos con menos puntos ciegos y con más capacidad de decir “esto no está bien y me voy”.
¿Qué consecuencias tienen para los niños las formas de maltrato socialmente aceptadas como el premio o la mentira?
Al final cada niño o cada niña, dependiendo del contexto y de su personalidad, encontrará una manera de adaptarse a todo esto, pero en el fondo siempre queda en el aire la idea de “yo no soy valioso, yo no me merezco un trato mejor”. Luego llega la adolescencia y los padres nos pasamos el día con que nuestros hijos tienen la autoestima baja, pero es que cuando son pequeños los estamos tratando como si no valiesen.
Si normalizo que mis padres me griten, igual luego si me grita mi pareja lo veo normal
“Un cachete a tiempo no hace daño”, “Es por tu bien, tienes que portarte mejor”, “Me duele más a mí que a ti”, son algunas frases típicas que citas en el libro y que se mantienen vigentes hoy en día. ¿Por qué cuesta tanto desmontar estas creencias en las que se sustenta el maltrato?
Es que despiertan muchas resistencias en nosotros. No sé si de forma muy explícita, pero al menos sí de forma inconsciente, a algunas personas pensar que esas frases no están bien les hace cuestionarse si lo que les pasó a ellos cuando eran niños también estaría mal. Esto supone entrar en contacto con emociones muy difíciles que seguramente estén enterradas en algún lugar de nuestra mente y que no hemos sabido gestionar.
Por eso seguimos defendiendo que dar un cachete está bien, porque no somos capaces de conectar con el miedo o la tristeza que sentíamos cuando a nosotros nos pegaban, o con la falta de confianza en el mundo que posiblemente se inició ahí. Es más fácil seguir perpetuando esas ideas que enfrentarse y conectar con esas emociones que tenemos enterradas en algún sitio.
Cómo conectar con nuestros hijos y empatizar con ellos
En el libro citas cuatro palabras que, dices, pueden ayudar a padres y madres a ajustar su brújula interna y orientarla hacia las necesidades de sus hijos: sensibilidad, responsividad, ruptura y reparación. ¿Por qué por regla general nos cuesta tanto conectar con las necesidades de nuestros hijos?
Es que yo te diría que, en general, nos cuesta mucho conectar con nuestras propias necesidades. Estamos tan desconectados de nuestras necesidades, de las emociones que se esconden debajo de nuestros actos… En general los adultos no nos conocemos mucho. Así que cuando no tenemos la experiencia de manejarnos dentro de nuestro cuerpo, de conocer nuestras emociones y de gestionarlas, es difícil que sepamos entender y gestionar las emociones en bruto de nuestros hijos.
Llega la adolescencia y los padres nos pasamos el día con que nuestros hijos tienen la autoestima baja, pero es que cuando son pequeños los estamos tratando como si no valiesen
Es como un idioma que nadie nos ha explicado y de repente cuando tenemos hijos tenemos que entenderlo y traducirlo. Por eso digo que conectar con las necesidades de nuestros hijos pasa en primera instancia por entender un poco lo que nos pasa a nosotros, porque de esa forma podremos empatizar con los niños, será más fácil conectar con ellos.
En el último capítulo hablas de la importancia de la escucha activa. No sé hasta qué punto esa dificultad para conectar con nuestros hijos tiene que ver también con lo mucho que nos cuesta escucharlos.
Es que no sabemos escuchar. Y no es nuestra culpa. No lo digo como un juicio, es que no nos han enseñado. En general tendemos a querer buscar soluciones, queremos que las cosas se pasen rápido, que se resuelvan ya. Hay más exigencia y presión que escucha. Y a veces simplemente escuchando los problemas se deshacen. Pero en general tenemos mucha prisa para que no sufran, para que no lo pasen mal. Y escuchar es justo lo contrario a tener prisa.
¿Qué consejos básicos darías a padres y madres para intentar conectar con las necesidades de sus hijos?
Como decía antes, para mí lo primero es que podamos conectar con nosotros mismos. Una persona estresada es imposible que conecte consigo mismo. Y la verdad es que el mundo no nos pone muy fácil no estar estresados..., pero, aun así, y en la medida de lo posible, hay que buscar tiempo de tranquilidad, revisar nuestros horarios y nuestras necesidades para intentar reducir el estrés y conectar con nosotros mismos.
Cuando no tenemos la experiencia de conocer nuestras emociones y de gestionarlas, es difícil que sepamos entender y gestionar las emociones en bruto de nuestros hijos
Y, por otra parte, yo revisaría mucho las etiquetas que se les pone a los niños. “Pesado”, “cansino”, “vaga”, etcétera. Para mí es el lugar más fácil desde el que darnos cuenta de que no estamos conectando. Hay que tomar conciencia de todas esas palabras que nos salen con tanta facilidad cuando estamos cansados, darnos cuenta de que no son verdad, de que son una interpretación que hacemos nosotros y que pueden hacer daño a nuestros hijos.