César Bona
27 de diciembre de 2018
El deseo de aprender no tiene límites ni fecha de caducidad, pero puede adormilarse si no dispone del espacio y las condiciones necesarios para desarrollarse. La neurociencia ya lleva un tiempo advirtiendo que sin emoción, no hay aprendizaje, y no son pocos los profesores que han tomado buena nota de esa premisa y han dado un paso al frente dispuestos a ponerla en práctica. Se sienten capaces de dar un poco más, de incentivar ese deseo, esa curiosidad innata del ser humano, que tan valiosa resulta durante la infancia. Maestros como César Bona, premiado en numerosas ocasiones por su labor educativa y sus proyectos, que se hizo popular por ser uno de los 50 finalistas en 2014 al Global Teacher Prize, el nobel de los maestros. Después llegaron más reconocimientos, materializados en el Premio Magister de Honor por la Plataforma de la Escuela Pública, la Cruz José de Calasanz, o el Premio Crearte del Ministerio de Cultura, que le han otorgado en dos ocasiones. Es autor, además, de La nueva educación (2015) y Las escuelas que cambian el mundo (2016), y ahora acaba de publicar La emoción de aprender (Plaza & Janés, 2018), un libro en el que recoge historias de resiliencia, de solidaridad, de superación, de la necesidad de pertenencia al grupo… Historias que hablan, sobre todo, de la complejidad de las relaciones humanas y del valor de la diferencia que se esconde en cada uno de nosotros, poniendo en el centro la infancia, la educación y la bondad. Porque La emoción de aprender también es un libro de personas buenas, que hacen de nuestro mundo un lugar mejor para vivir.
Dedicas tu último libro a todas las personas que se han sentido incomprendidas. ¿Se sienten incomprendidos los maestros de la escuela actual cuando intentan darle una vuelta a la manera de hacer las cosas?
Todos sabemos que a los maestros nos ha tocado muchas veces nadar a contracorriente. Y ya no hablo solo a nivel de la administración, sino que cuando uno intenta hacer las cosas de una forma algo diferente a lo que se está acostumbrado siempre provoca al menos sorpresa, ya sea en la propia administración, entre los compañeros, o en las familias. Por otra parte, me gusta mirar el lado bueno, porque hay muchas personas en las administraciones que ya están apostando por realizar cambios; hay muchísimos compañeros y compañeras que están haciendo cosas muy interesantes, aunque sigan siendo anónimos, y muchas familias que también están dando un paso adelante.
A los maestros nos ha tocado muchas veces nadar a contracorriente
En La emoción de aprender recoges historias de personas que te has ido encontrando en el camino. Son historias muy distintas que hablan del espíritu de superación, de la necesidad de pertenencia a un grupo o a un proyecto, de feminismo, del éxito y del fracaso… ¿Qué dirías que tienen en común todas ellas?
En todas ellas hablo de las relaciones humanas y de que somos totalmente diferentes unos a otros. Tenemos ciertas similitudes, pero en esencia somos diferentes, y eso es una riqueza, un valor y no un inconveniente. En el momento en que empecemos a considerar la diferencia como un valor, comenzaremos a caminar de forma diferente, sobre todo porque es necesario que entendamos que uno puede aprender de otros a pesar de esa diferencia. También las historias tienen en común que todos tenemos expectativas, y que sin darnos cuenta proyectamos nuestra vida en los demás, tenemos prejuicios, también sin darnos cuenta, preocupaciones, sueños, inquietudes… En el fondo todos tenemos historias de resiliencia, de superación, que hablan del regalo de la vida.
Cuando uno intenta hacer las cosas de una forma algo diferente a lo acostumbrado siempre provoca al menos sorpresa, ya sea en la propia administración, entre compañeros, o en las familias
¿Por qué es tan importante enseñar la diversidad?
Todo empieza en la educación. Cuando encuentras el tiempo y el espacio para escuchar a otras personas es entonces cuando pierdes el miedo a lo desconocido y cuando cambias los prejuicios –que muchas veces surgen del desconocimiento– por una convivencia pacífica. Somos seres sociales y nuestra existencia no depende solo de nosotros, sino de nosotros con el medio.
Un cambio en la mirada a la infancia
Cuando algo nos gusta o interesa lo aprendemos más fácilmente. En el caso de los niños, los contenidos están marcados por un currículum y no son ellos quienes eligen lo que aprenden. ¿Qué recursos crees que debería tener un maestro para atraer la atención de todos sus alumnos?
A mí me gusta hacer analogías entre adultos y niños. Imagina que a ti te interesa mucho la fotografía. Un día vas a una clase y te pasas seis horas sentado escuchando teoría sobre la fotografía. Bueno, es interesante. Al segundo día igual te sigue pareciendo interesante. Al tercero vas a sentir ya una cierta inquietud porque quieres participar y aplicar ese conocimiento a tu vida. Es posible que al cuarto día, si te siguiesen dando teoría, quisieras buscar otra cosa. Cada uno de nosotros tenemos nuestras inquietudes y nuestras motivaciones. Por eso es difícil atender a esa diversidad teniendo en cuenta la estructura que tenemos en la mayoría de las escuelas. Para mí es clave que exista más flexibilidad y que dispongamos de tiempo para escuchar a los alumnos. Eso es imprescindible. Cuando uno se siente escuchado va más feliz a clase. Por eso la escucha y la participación, en un diálogo de ida y vuelta, son fundamentales.
Somos diferentes y eso es una riqueza, un valor, y no un inconveniente
¿Es necesario un cambio en la mirada a la infancia para que se produzca un cambio real en la manera de educar? No hablo sólo de la escuela, también de las familias.
Generalizar es injusto, porque hay muchísimas personas que están haciendo cosas muy interesantes. Sin embargo, sí que es necesario que recordemos que cuando nos volvemos adultos todos miramos desde una visión adultocéntrica. Se produce un gran cambio en el momento en el que miras la vida como un niño. Es entonces cuando entiendes ciertas cosas, y ellos también entienden muchas de las cosas que tú les propones.
Todos contribuimos a educar con pequeños gestos que hacemos día a día
¿Crees que vivimos en una sociedad que conoce poco qué es un niño, en la que se es poco tolerante ante ellos?
Sí, pero hay que tratar estos temas con cuidado. La educación es cosa de todos, no solo de los docentes. Hay muchos factores que influyen en esa “molestia”. Pero es verdad que los niños son niños, que son curiosos, creativos…; esa es su esencia. Y deben tener tiempo para divertirse, para jugar, para ser niños. Es un derecho. El artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño especifica que el niño tiene que tener derecho al juego y al esparcimiento. Hemos tenido que llegar hasta ese punto, al de tener que recogerlo como un derecho. Dicho esto, desde mi opinión juego y esparcimiento, sí, pero dentro de unas “normas” de convivencia y en unos contextos adecuados. Es que es un tema que genera muchas susceptibilidades.
Al escuchar a otras personas pierdes el miedo a lo desconocido, y cambias los prejuicios que surgen del desconocimiento por una convivencia pacífica
En el libro señalas que uno de los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad es la rapidez a la que vamos y el nivel de agotamiento emocional que supone para los niños. No sé si esto tiene arreglo en el mundo en el que nos desenvolvemos…
Espero que sí. Sobre todo porque, de lo contrario, no sabemos hacia dónde nos vamos a dirigir. He tenido la suerte de vivir toda mi infancia en un pueblo pequeño, y eso a mí me ha permitido esparcirme, corretear por los campos, sentirme libre, hacer cabañas junto al río. Eso es un lujo. Y ahora vuelvo a la visión adultocéntrica: nosotros llevamos una vida tan ajetreada que miramos todo lo que no se corresponde con eso como algo que está mal. Y no nos damos cuenta, pero los primeros que deberíamos relajarnos somos los adultos, porque los que acaban pagando los platos rotos muchas veces son los niños pequeños. En el libro precisamente digo que entre un 10 y un 25% de los niños sufren burnout. Están quemados. Y eso es por la inercia en la que está sumida toda la sociedad.
Familia, escuela y sociedad: todos a una
Especialmente duras son las historias que hablan de niños y niñas con situaciones conflictivas o marginales, como las de Latifa o Anás de la Cañada Real. Es difícil leer ese capítulo sin que se te encoja el corazón. De esas historias concluyes que “mientras los que deciden abren los ojos, ellos seguirán dibujando su futuro y cambiando su futuro a golpe de lápiz y rotulador”. La educación puede hacer un mundo mejor, pero no sé si nos olvidamos de que podemos empezar por mejorar nuestros entornos más cercanos.
Muchas veces nos ponemos a exigir a los demás, a mirar hacia fuera, pero antes hay que mirar hacia adentro, ver lo que puedes hacer tú. Al final todos contribuimos a educar con pequeños gestos que hacemos día a día. Al poner tus pies sobre el asiento de delante en el tren, estás educando. Son esos pequeños gestos. En el caso de la Cañada, pensemos que está a 10-15 kilómetros del centro de Madrid. No estamos hablando de un país lejano. Y de las 8.000 personas que hay allí, cerca de 3.000 son niños y niñas de hasta 16 años. Si alguien escucha Cañada Real y directamente lo asocia con mercado de la droga, es que algo hay que cambiar. Una vez más hay que cambiar la visión que comentábamos antes. No es un mercado de la droga, es un lugar en el que viven cerca de 3.000 menores.
Se produce un gran cambio en el momento en el que miras la vida como un niño: entiendes ciertas cosas, y ellos también entienden las cosas que les propones
Por último, me gustaría saber qué es para ti el éxito cuando hablamos de la infancia, pero también cuando hablamos de la familia y de la escuela.
Para mí la familia, la escuela y la sociedad es todo uno, un ente indivisible porque, de hecho, no lo podemos separar, ya que si ves la escuela como una burbuja es que algo falla.
He preguntado a muchos niños y para muchos de ellos el éxito es tener muchos amigos. Es algo tan “simple” como eso. Y esa respuesta es muy similar cuando preguntas a adultos. Quizás los adultos hacen referencia primero a algo material, pero al final el éxito para ellos, y para mí, porque coincido con su definición, es que la gente que tengo alrededor me quiera y me valore, y yo poder darles todo aquello que esté en mi mano.
Entre un 10 y un 25% de los niños sufren burnout; están quemados. Y eso es por la inercia en la que está sumida toda la sociedad
Carles Capdevila me decía que al final lo único que quieres en la vida es querer y que te quieran.
Y habrá quien diga que hay otras cosas, pero si no tienes esto, querer y que te quieran, creo que delante de ti tienes la nada.