Danielle Dick
1 de abril de 2022
En una época histórica en la que los padres y madres viven la crianza de sus hijos entre la responsabilidad máxima y la culpa, agotados por las exigencias y por todos los consejos de familiares, influencers y divulgadores de cuestionable credibilidad, uno agradece como agua de mayo la llegada a España de libros como El código del niño –Conoce a tu hijo y descubre su talento oculto– (Editorial Planeta), de la catedrática de Genética Molecular y Psicología en la Universidad de Virginia Danielle Dick. Y lo agradece porque la autora defiende desde la evidencia científica una tesis que, siendo de sentido común, nos parece difícil aceptar: que el papel de los padres en la crianza de los niños (siempre que ese papel sea amoroso y se aleje de la violencia) no tiene el impacto desmesurado que creíamos sobre la personalidad y el comportamiento de los menores. Y esto es así porque en esa personalidad influye sobremanera la genética, la propia predisposición de los niños y niñas a ser de una forma u otra. “Aproximadamente la mitad de las diferencias que existen entre los niños en su comportamiento, desde la impulsividad hasta la agresividad, pasando por el miedo o la extraversión, se debe a diferencias en su ADN”, explica Dick a Webconsultas antes de asegurar que tener en cuenta la importancia de la genética en el comportamiento de los niños “podría facilitar la crianza de los hijos y reducir algunas de las fricciones y de los factores estresantes que marcan nuestro día a día”.
Explica en el libro que la crianza es tan difícil porque todos los consejos que recibimos (de profesionales y de amigos o familiares) no tienen en cuenta la genética. Esa genética, ¿explica en gran medida el comportamiento o temperamento de nuestros hijos e hijas?
Aproximadamente la mitad de las diferencias que existen entre los niños en su comportamiento, desde la impulsividad hasta la agresividad, pasando por el miedo o la extraversión, se debe a diferencias en su ADN. La otra mitad de lo que hace que los niños sean diferentes se puede explicar a través de su entorno. Pero con entorno no solo me refiero a los padres, sino a todo el entorno de un niño, desde sus amigos, hasta sus compañeros de escuela o sus vecinos, pasando, por supuesto, por la forma en que es criado y educado.
El ejercicio de la maternidad y la paternidad es solo una pieza del rompecabezas. Sin darnos cuenta, hemos estado ignorando en gran medida y durante mucho tiempo otra pieza realmente importante: los genes de nuestros hijos, el hecho de que cada niño nace con un código genético único que afecta a la forma en que se producen las conexiones en su cerebro, lo que los lleva a ser personas muy diferentes.
Esta afirmación, pienso ahora, explicaría también por que teniendo varios hijos y educándolos de la misma manera, cada uno de ellos es tan diferente a los demás, ¿verdad?
Sí, absolutamente. Por eso es tan habitual que los hermanos de una misma familia sean tan diferentes, porque todos los niños tienen su propio cableado único basado en sus diferentes códigos de ADN.
Una buena crianza es una crianza flexible. Es decir, que no existe una mejor manera de ser padre que sea de ‘talla única’ y valga para todos
Creo que este argumento puede ser una descarga de culpa para muchas madres y padres. Al final, si nuestros hijos tienen un carácter más fuerte, más rabietas o menos tolerancia a la frustración, tendemos a pensar que es culpa nuestra que sean así…
¡Sí! De hecho, mi opinión es que como madres y padres nos estamos presionando más de lo necesario. Tener en cuenta las tendencias naturales de los niños, la importancia de la genética en su comportamiento, podría facilitar la crianza de los hijos y reducir algunas de las fricciones y de los factores estresantes que marcan nuestro día a día.
Eso, precisamente, es lo que me llevó a escribir El código del niño. Quería ayudar desde mi conocimiento a reducir la presión que los padres ejercen innecesariamente sobre sí mismos muy a menudo, y ayudarlos a descubrir qué estrategias de crianza funcionarán mejor según el carácter del niño.
Una forma de crianza para cada niño
Partiendo de esto último que comenta, ¿cada hijo tendría que ser criado y educado de una manera distinta en función de su genética?
Siempre digo que una buena crianza es una crianza flexible. Es decir, que no existe una mejor manera de ser padre que sea de “talla única” y valga para todos. Los niños con diferentes disposiciones responden de manera diferente al entorno, incluida a nuestra crianza. Es por ello que los consejos que funcionan para un niño, muy a menudo no funcionan para otro, lo que a su vez significa que las diferentes estrategias de crianza, aunque puedan ser todas válidas, en realidad funcionan mejor o peor dependiendo del niño.
Tener en cuenta las tendencias naturales de los niños, la importancia de la genética en su comportamiento, podría facilitar la crianza de los hijos y reducir fricciones y factores estresantes que marcan nuestro día a día
Esto no deja en muy buen lugar a todos esos libros de autoayuda con recetas mágicas para que los niños duerman bien, coman de todo, o sepan gestionar las rabietas. Y mira que se publican cada año libros de ese estilo. Pese a toda la buena intención con que puedan estar escritos, ¿sirven para algo más allá de para hacernos sentir culpa a los padres y madres?
Tienes razón en que muchos de los libros para padres que existen prometen soluciones rápidas e ignoran el hecho biológico fundamental de que los genes de nuestros hijos juegan un papel importante en su comportamiento.
Descubrir las tendencias naturales de nuestros hijos requiere de padres y madres que nos convirtamos en detectives amorosos que buscan patrones de comportamiento que sean consistentes a lo largo del tiempo y las situaciones
Creo que la razón por la que tantos consejos para padres ignoran esto es porque parece que no hay nada que podamos hacer con respecto a sus genes. Personalmente creo que es un gran error, porque esto hace que nos presionemos demasiado y nos hace perder una oportunidad muy importante para adaptar nuestra crianza a lo que funcionará mejor para cada uno de nuestros hijos.
Esta realidad que defiendes en el libro, como comentaba antes, exige mucha más flexibilidad por parte de padres y madres, mucha más capacidad de observación para ver cómo es el temperamento de sus hijos y actuar en consecuencia. ¿Cree que estamos preparados para esto?
¡Te prometo que no es difícil! Como padres, lo lógico es que conozcamos a nuestros hijos mejor que nadie. Descubrir las tendencias naturales de nuestros hijos (es decir, descubrir cómo está conectado su cerebro para convertirlo en la persona única que es) requiere de padres y madres que nos convirtamos en detectives amorosos que buscan patrones de comportamiento que sean consistentes a lo largo del tiempo y las situaciones.
Muchos de los libros para padres que existen prometen soluciones rápidas e ignoran el hecho biológico fundamental de que los genes de nuestros hijos juegan un papel importante en su comportamiento
Por ejemplo, sabemos que todos los niños se enfadan a veces, especialmente cuando están cansados o tienen hambre, pero si tenemos un niño que constantemente parece estar enfadado de una forma desproporcionada por cosas aparentemente menores, y eso sucede en casa, en la escuela, o haciendo recados, entonces todo apunta a que nuestro hijo está predispuesto a una mayor emotividad.
El Código del Niño, en ese sentido, ofrece una serie de cuestionarios para ayudar a los padres a descubrir el carácter natural de su hijo. Y luego, a partir de ahí, explica qué estrategias de crianza funcionan mejor para niños con diferentes disposiciones.
Hasta qué punto los padres influyen en sus hijos
¿Por qué crees que está tan arraigada esa idea de que los padres tenemos un papel determinante a la hora de moldear la conducta de nuestros hijos?
Una de las principales razones es que vemos asociaciones entre el comportamiento de los padres y el comportamiento de los niños, y muy a menudo malinterpretamos estas conexiones como una indicación de que el comportamiento de los padres está moldeando el comportamiento del niño. Este es un caso clásico para recordar que la correlación no implica causalidad; un concepto básico que se enseña en todas las clases de matemáticas.
¡Me alivia saber que no todo está sobre nuestros hombros! ¡Que cada una de nuestras decisiones no tiene un impacto dramático sobre la personalidad de nuestros hijos!
Y el problema es que cometemos este error todo el tiempo. Por ejemplo, si vemos a un niño teniendo una rabieta enorme en público y consideramos que el padre no responde de la manera que creemos razonable para atajar ese “mal comportamiento”, por ejemplo, diciéndole a la fuerza que se detenga o implementando una consecuencia, muy a menudo esto nos lleva a creer que el niño se está portando mal porque el padre es demasiado permisivo.
Pero algunos niños nacen con predisposiciones genéticas que los hacen más predispuestos a la angustia, a la frustración y al miedo, lo que puede conducir a un comportamiento explosivo. En estos casos, reaccionar con dureza en el momento lo que consigue es justo todo lo contrario: que el comportamiento del niño empeore. Entonces, el padre que está manejando el ataque de un niño con una respuesta cálida y amable en realidad está haciendo lo correcto para ese niño.
Es muy probable que ese mismo padre comenzara implementando consecuencias y tratando de reprimir el comportamiento de la manera que cabría esperar, pero con el tiempo ha aprendido que implementar consecuencias en el momento en realidad empeora las cosas. Cuando estudiamos a los niños y los padres a lo largo del tiempo encontramos que el comportamiento infantil da forma a la crianza futura, más de lo que la crianza afecta al comportamiento futuro del niño.
Pese a que ya ha quedado claro que la genética marca en gran medida el temperamento de un niño, ¿podemos los padres interferir de alguna forma a través de la educación y la crianza en esa predisposición genética que tiene el temperamento de nuestros hijos?
¡Absolutamente! Voy a ser clara: no estoy diciendo que los padres no importen. ¡Claro que importamos! Estoy diciendo que los genes también importan. Y al no tener eso en cuenta, estamos haciendo que la crianza de los hijos sea más difícil para nosotros. El hecho de que nuestros hijos vengan al mundo con cerebros que están conectados de una manera particular, y que su cableado único juegue un papel en cómo se desarrolla su vida, elimina parte del control que tenemos como padres.
El comportamiento infantil da forma a la crianza futura en mayor medida de lo que la crianza afecta al comportamiento futuro del niño
Así que si estabas imaginando que podrías moldear a tu hijo para que sea exactamente la persona que quieres que sea, tendrás que estar preparado para una batalla de la que posiblemente salgas vencido. Pero démosle la vuelta al argumento. ¡A mí me alivia saber que no todo está sobre nuestros hombros! ¡Que cada una de nuestras decisiones no tiene un impacto dramático sobre la personalidad de nuestros hijos!
¿Cuál dirías que es entonces nuestro papel como padres?
Ejerciendo como madres y padres tenemos el privilegio de conocer y ayudar a formar a la persona en la que se convertirán nuestros hijos, pero hay que tener claro que no partimos desde cero. Sus genes también hacen una gran parte del trabajo pesado. En ese sentido, uno de nuestros roles importantes como padres es ayudar a afinar cómo se desarrollan las características de nuestros hijos.
Si estabas imaginando que podrías moldear a tu hijo para que sea exactamente la persona que quieres que sea, tendrás que estar preparado para una batalla de la que posiblemente salgas vencido
Pensemos en nuestro papel como padres como en un dial de radio en el que puedes sintonizar ciertas emisoras hacia arriba o hacia abajo. Así, por ejemplo, si nuestro hijo está naturalmente predispuesto a ser más introvertido, lo más probable es que no lo convirtamos en alguien a quien le encante bailar en las mesas y ser el centro de atención. Pero sí que podemos hacer cosas para enseñarle a sentirse más cómodo en entornos grupales y para asegurarnos de que no lo pasan por alto en la escuela.
Cuando tenemos el interés por comprender cómo está conectado el cerebro de nuestros hijos, podemos atender mejor cada una de sus necesidades específicas.