Dr. David Bueno
18 de febrero de 2022
El doctor David Bueno dirige desde octubre de 2019 la cátedra de Neuroeducación UB-EDU1st de la Universitat de Barcelona, la primera del mundo dedicada exclusivamente a este campo de investigación relativamente novedoso y que está cambiando muchas de las ideas preconcebidas que teníamos sobre el desarrollo y la forma de aprendizaje del cerebro humano. Fruto de ese conocimiento, acaba de publicar El cerebro del adolescente (Grijalbo), un completísimo y didáctico manual en el que explica de forma muy accesible los extraordinarios cambios que se producen en el cerebro durante la adolescencia para que, de esa forma, seamos capaces de entender mejor a los adolescentes y de acompañarlos con más tino en esta etapa “indispensable, crucial e inevitable” de sus vidas. Como siempre, no existen recetas mágicas, pero en una etapa caracterizada por las emociones a flor de piel, la falta de reflexividad y la búsqueda de sensaciones placenteras que proporcionen sentimientos de recompensa, Bueno destaca el papel de los padres a la hora de poner límites (aceptando que los van a romper), transmitir confianza y ser ejemplo para sus hijos. “Aunque no nos lo parezca, porque ellos van a intentar hacer ver por todos los medios que no nos imitan, que quieren hacer todo lo contrario a lo que hacemos nosotros, nuestro ejemplo es fundamental porque es lo que luego se van a llevar de nosotros. Al final la forma instintiva que tenemos de adquirir nuevos conocimientos es imitando lo que vemos a nuestro alrededor”, afirma.
Quiero empezar por el final del libro, porque abordas un tema que siempre me ha resultado muy curioso: siempre tendemos a pensar que los adolescentes actuales son peores que los de nuestra generación. ¿Por qué se mantiene esa idea, no sé si equivocada, de generación en generación?
Es una idea equivocada sobre la que ya insistían, también equivocadamente, los antiguos griegos e incluso los filósofos clásicos orientales como Confucio. Y es un error porque, de haber sido así, la especie humana se habría extinguido ya hace siglos (risas). Esto tiene mucho que ver con la forma en que se consolida la memoria en nuestro cerebro. La memoria se construye a través de conexiones neuronales nuevas, pero se va reconstruyendo constantemente cada vez que evocamos un recuerdo. Cuando lo evocamos, al mismo tiempo, lo estamos alterando ligeramente, adaptándolo a nuestra situación presente. Eso hace que veamos nuestra adolescencia desde una reconstrucción que hemos adaptado a nuestra adultez.
Y lo que ocurre es que tendemos a olvidarnos de las mil ramificaciones que se nos presentaron en la adolescencia, de los mil caminos que pudimos haber tomado, de las muchas tonterías que todos hicimos, de las dudas e inquietudes que tuvimos, que son las mismas que tienen los adolescentes hoy, aunque sí es cierto que en un contexto histórico diferente, lo que también ayuda a que nos cueste más entenderlos.
Partiendo de esa base, ¿podríamos decir que recordar con la mayor objetividad posible que nosotros también fuimos adolescentes es un pilar fundamental para entender y acompañar a los hijos adolescentes?
Lo es, pero muy difícil de conseguir. Jamás seremos objetivos del todo. Lo que tenemos que ser es suficientemente empáticos para interpretar la adolescencia actual como similar a la que fue la nuestra –salvando las distancias culturales y tecnológicas– y entender la adolescencia como lo que es: una etapa indispensable, crucial e inevitable de la vida. Con todos sus pros y sus contras.
Si realmente fuese cierto que cada generación de adolescentes es peor que la anterior, la especie humana ya se habría extinguido hace siglos
Sin embargo, lo normal es que adolescentes y adultos tendamos a chocar. Tú lo defines como un Alien vs. Predator. ¿Por qué este distanciamiento aparentemente irresoluble?
Precisamente porque nos cuesta mucho entender esos altos y bajos que tienen. Nuestro cerebro ya está mucho más consolidado, es mucho más maduro, pero también le cuesta más cambiar y adaptarse que al de los adolescentes… Y eso hace que nos cueste mucho entender los múltiples cambios que van experimentando. Al final esto tiene mucho que ver con la forma en la que va madurando el cerebro de los adolescentes.
Hablas en el libro de tres puntos de cambio y maduración claves.
A mí me gusta llamarlo el triángulo de la adolescencia. Por un lado, está la amígdala, que es el centro que genera las emociones. En los adolescentes esta zona se vuelve hiperreactiva y por eso reaccionan con mucha más intensidad y con mucha más rapidez ante cualquier situación que tenga un componente emocional.
Por otro lado, la corteza prefrontal, la zona del cerebro que gestiona las emociones y que permite la reflexividad y la planificación, experimenta una gran reconfiguración en sus redes neuronales, ya que hay que dejar atrás los comportamientos y reflexiones infantiles para adquirir las propias de los adultos. Esta reconfiguración hace que la corteza prefrontal pierda eficiencia en su funcionamiento. Funciona, pero a los adolescentes les cuesta más reflexionar y gestionar sus emociones.
Tenemos que ser suficientemente empáticos para interpretar la adolescencia actual como similar a la que fue la nuestra –salvando las distancias culturales y tecnológicas– y entender la adolescencia como lo que es: una etapa indispensable, crucial e inevitable de la vida
Y por último estaría el estriado, otra zona del cerebro que es la que genera las sensaciones de recompensa. Durante la adolescencia ellos descubren que hay actividades y actitudes que estimulan esa zona del cerebro y que les hacen sentir a gusto, pero el problema es que no saben cuáles son porque jamás han sido adultos. Así que ensayan. Prueba y error, con muchos más errores que aciertos (risas).
Para madurar bien un adolescente necesita tener límites, pero sabiendo como adultos que los adolescentes van a intentar romper esos límites
Si combinamos las tres cosas tenemos: muchos ensayos, mucha búsqueda de novedades y de placeres inmediatos, muchos errores, más una gran excitabilidad emocional, más poca capacidad de reflexión para gestionar todo esto. Los adultos, sin embargo, no funcionamos así. No somos tan hiperreactivos, reflexionamos mejor y además hemos aprendido a demorar muchas veces las cosas que nos hacen sentir a gusto (“ya lo haremos el fin de semana”). Esta diferencia genera puntos de fricción.
Límites, confianza y ejemplo por parte de los padres
Esos tres elementos que explican el comportamiento adolescente (emociones a flor de piel, falta de reflexividad y búsqueda de sensaciones placenteras que proporcionen sentimientos de recompensa), ¿son un combo peligroso si no se gestiona bien?
Desde luego. Y aquí los adultos tenemos una parte importante de responsabilidad. El peligro es que se metan en un berenjenal que pueda ser un riesgo para su salud física o mental, así que el papel de los adultos es poner límites. Un adolescente para madurar bien necesita tener límites, pero como adultos tenemos que saber que ellos van a intentar romperlos. Y esa es la gracia.
La confianza se contagia. Si yo confío en mi hijo, él va a confiar un poco más en mí. Y si confía más en mí, es más fácil que cuando tenga un problema me lo cuente o me lo insinúe
Cuando los rompan, eso sí, debemos advertirles, por supuesto, pero no podemos ser demasiado estrictos o punitivos porque si no se atreven a romper límites tampoco van a madurar como es debido.
Es un papel difícil. Poner límites, pero a la vez sabiendo que los van a romper y que, llegado ese caso, tienes que actuar con delicadeza, cuando seguramente lo que te pide el cuerpo es otra cosa.
Me ha gustado esa expresión: actuar con delicadeza. Es que si no lo haces con delicadeza lo normal es que se enfrenten contigo y entonces los puedes perder todavía más. Hay que ser muy sutiles y eso se consigue generando confianza. Para mí un elemento clave es la confianza que les transmitimos, porque la confianza se contagia. Si yo confío en mi hijo, él va a confiar un poco más en mí. Y si confía más en mí, es más fácil que cuando tenga un problema me lo cuente o me lo insinúe. Y, además, si yo confío en él, él aprenderá también a confiar en sí mismo, lo que es un aspecto clave de cara a la adultez.
Durante la adolescencia los chavales buscan su sitio, se empiezan a separar de sus padres, dan prioridad a sus iguales. Pese a ello, ¿el ejemplo de padres y madres sigue siendo tan importante como durante la infancia?
Es fundamental, aunque no nos lo parezca porque ellos van a intentar hacer ver por todos los medios que no nos imitan, que quieren hacer todo lo contrario a lo que hacemos nosotros. Y es cierto que muchas veces hacen todo lo contrario, pero eso también es una manera de manifestar que están rompiendo límites. Pero a pesar de ello nuestro ejemplo es fundamental porque es lo que luego se van a llevar de nosotros. No tiene ningún sentido que yo les diga que tienen que ser respetuosos con el resto de las personas si yo luego les chillo. Ellos dirán que vale, que les cuente lo que quiera, pero que van a chillar porque es lo que se tiene que hacer. Al final la forma instintiva que tenemos de adquirir nuevos conocimientos es imitando lo que vemos a nuestro alrededor.
La adolescencia es una segunda oportunidad porque el cerebro adquiere un extra de plasticidad, de capacidad de hacer conexiones nuevas. Pero es una segunda oportunidad que lo puede ser en positivo o en negativo
Y este ejemplo vale también para la tecnología. Si un adolescente ve que su padre está todo el día pegado al móvil respondiendo whatsapps y tuits, pues él va a hacer lo mismo. Si queremos convencerles de que hay otras maneras de establecer relaciones sociales, nos tienen que ver haciéndolo.
Una segunda oportunidad para el cerebro en la adolescencia
Muchas veces se suele hablar de la adolescencia como una segunda oportunidad. ¿Por qué?
Es una segunda oportunidad porque el cerebro adquiere un extra de plasticidad, de capacidad de hacer conexiones nuevas, de adquirir aprendizajes nuevos o de reconducir aprendizajes anteriores de la infancia que no se hayan adquirido correctamente. Pero esta segunda oportunidad lo es en positivo y también en negativo, ya que pueden adquirir comportamientos que terminen siendo lesivos y perniciosos para ellos mismos y para su entorno.
El estrés, por ejemplo, perjudica gravemente al cerebro, a algunas funciones mentales. Un poco de estrés es normal y los adolescentes siempre están un punto por encima, pero un estrés excesivo no permite que estas funciones cognitivas maduren tan correctamente.
¿Qué pueden hacer los padres para que sus hijos aprovechen esta segunda oportunidad?
Estar a su lado, acompañarlos y apoyarles, sobre todo emocionalmente. Y estar a su lado no significa estar físicamente a su lado, porque lo normal es que nos echen rápido (risas), sino que ellos perciban que estamos a su disposición cuando necesiten contarnos algo, sabiendo que cuando lo hagan probablemente será el momento más inadecuado posible (cuando vayamos con prisa, cuando estemos trabajando, etcétera). En ese momento tendremos que estar, siguiendo con nuestras tareas, porque si les prestamos demasiada atención igual se encierran en sí mismos. Y es que precisamente suelen buscar esos momentos en que estamos más atareados porque saben que así prestaremos menos atención a lo que nos dicen, pero debemos prestarla, escucharlos, y no darles grandes consejos.
Tenemos que escuchar a nuestros hijos adolescentes, animarlos a pensar y hacerles preguntas para que reflexionen y saquen sus propias conclusiones. Es mucho mejor que darles grandes consejos
Al final, cada vez que nos cuentan algo, lo que están haciendo es reflexionar en voz alta sobre ese algo y sacar sus propias conclusiones. Así que tenemos que escuchar, animarlos a pensar y hacerles preguntas para que reflexionen y saquen sus propias conclusiones. Todo eso mucho mejor que darles grandes consejos, con los que probablemente lo único que vamos a conseguir es que se cierren en banda porque el consejo no encajará con lo que ellos buscan.
De cara al aprendizaje y la consolidación de conocimientos, el descanso es fundamental. ¿Lo es más si cabe en esta etapa vital?
La adolescencia es muy cansada (risas). Los adolescentes consumen mucha energía, así que deben descansar las horas que tocan. Siempre se habla de un promedio de 8-9 horas diarias, pero lo cierto es que hay adolescentes más dormilones que otros. Lo más importante es la calidad del sueño, que cuando duerman lo hagan a gusto. Así que mejor no bombardearles con nuestros consejos y reprimendas antes de ir a la cama a dormir, para que se acuesten con un cierto relax.
Y eso partiendo de la base de que los adolescentes se duermen un par de horas más tarde de promedio, lo que se conoce como el síndrome de retraso de fase, y también se despiertan más tarde. Sin embargo, curiosamente, y aunque se sabe esto, los adolescentes empiezan antes las clases. Lo ideal es que lo hicieran más tarde, pero como esto es complicado, sí que estaría bien que no se sea muy exigente con ellos hasta las 10 de la mañana, ya que antes su cerebro no está 100% activo y no solo no aprenderán más, sino que se estresarán más.