Fernando Alberca de Castro

Doctor en Pedagogía, profesor universitario, orientador educativo, padre de 8 hijos y autor de ‘La magia del esfuerzo’
El pedagogo Fernando Alberca, autor de ‘La magia del esfuerzo’, nos explica por qué es fundamental centrar la energía en el aprendizaje y no en el resultado y cómo enseñar a nuestros hijos a esforzarse para conseguir lo que necesitan y desean.
Fernando Alberca
“El resultado principal de un esfuerzo es el aprendizaje que conlleva y el fortalecimiento que nos otorga para superar obstáculos venideros mayores, y sólo secundariamente el resultado externo”

19 de diciembre de 2024

El esfuerzo es el camino que lleva al ser humano a lograr lo que realmente desea, aunque no siempre apetezca realizar ese esfuerzo. Sin embargo, Fernando Alberca, pedagogo y profesor del Máster en Neuropedagogía en la Universidad de Córdoba, advierte que el gran mal de la sociedad actual es que nos ha enseñado a huir de ese esfuerzo, priorizando siempre los resultados externos –como las notas o los títulos académicos– sobre el verdadero valor del aprendizaje y la superación personal. “Hemos enseñado a los hijos y alumnado que lo importante es obtener el certificado del B2 para el día de mañana, más que aprender inglés y que hacerse capaz de empezar, persistir y terminar bien el proceso que nos exige sacar este título”, nos explica en esta entrevista este divulgador sobre educación con más de 14 mil seguidores en Instagram. La clave está, según Alberca, padre de 8 hijos, en educar el esfuerzo desde la infancia, fortaleciendo la fuerza de voluntad y acompañando a los hijos con amor, pero sin la sobreprotección que los incapacita. En La magia del esfuerzo: claves para dar a tu hijo el impulso que necesita (Editorial Toromítico, 2024), ofrece a las familias algunos ejercicios y estrategias para lograrlo. Porque, aunque el camino también supone un esfuerzo para padres y madres, nos asegura que vale la pena. “Sin ilusión, sin esperanza de logro más profundo que un resultado pasajero, es insoportable hacer esfuerzos e insoportable, por eso, vivir”, dice.

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¿Cómo definiría el esfuerzo?

Es lo que hace que el ser humano consiga lo que es posible, se quiere, pero no apetece.

¿Ya no nos esforzamos?

Portada "La magia del esfuerzo"

Hemos aprendido a huir del esfuerzo porque nos han enseñado a hacer muchos esfuerzos que no deberíamos haber hecho y no compensaron (desde el día a día de la escuela, por ejemplo) y también nos han enseñado erróneamente a buscar el resultado de los esfuerzos fuera de nosotros, en el reconocimiento externo que a veces obedece a caprichos de otros. En lugar de aprender que el resultado principal de un esfuerzo es el aprendizaje que conlleva y el fortalecimiento que nos otorga para superar obstáculos venideros mayores, y sólo secundariamente el resultado externo.

Así, por ejemplo, no hay ninguna nota que justifique una hora de estudio robada al juego o al disfrute con amigos o a estar con la familia, sino que es la hora de estudio la que ha de justificar la nota. Sin embargo, a menudo en una hora de estudio sólo buscamos el resultado de una nota, por encima de aprender lo que se ha estudiado y haber sido capaz de superar el obstáculo y la inapetencia para hacer lo que queríamos y debíamos.

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¿Y cuál es la consecuencia de esto?

La primera consecuencia de esta falta de educación del esfuerzo y de un esfuerzo que de verdad siempre satisfaga, es que el hijo y la hija se ha acostumbrado a huir de los obstáculos y el trabajo de superarlos. Incluso a cambiar de objetivo antes de superar el obstáculo que exige, porque no ha descubierto la magia del esfuerzo, su grandeza, ni cómo sentir satisfacción real al hacerlo.

Hemos aprendido a huir del esfuerzo porque nos han enseñado a hacer muchos esfuerzos que no deberíamos haber hecho y no compensaron

El hábito de huir del esfuerzo ha debilitado la fuerza de su voluntad. Pero el ser humano sigue diseñado perfectamente para la heroicidad, por eso, si no aprende a esforzarse no puede sentir satisfacción, sentir su valía y la felicidad.

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El valor del aprendizaje por encima de la calificación

“Deber hacer” y “poder hacer” son dos conceptos muy distintos. En el libro menciona una frase del filósofo Byung-Chul Han que dice: “El tú puedes incluso ejerce más coacción que el tú debes”. ¿Por qué?

Lo importante no es que un niño o niña, o un adolescente haga todas las cosas que puede hacer, o aprenda todo lo que puede (instrumentos, idiomas, deportes, estudios…), sino que pueda elegir qué quiere, qué desea, qué le conviene, qué le generará felicidad (no comodidad), qué debe hacer…, y lo busque poniendo de su parte (que eso es su esfuerzo), acertadamente.

Lo que uno debe hacer centra el tiro y nos hace acertar. Uno debe hacer lo que le conviene hacer, lo que necesita para lo que quiere conseguir y le hace bien al hacerlo, no lo que le apetece (que no suele coincidir con lo que se desea lograr). Es como obedecer: obedecer por cariño es ser libre y elimina complicaciones de la vida, genera felicidad cuando es por decisión propia y para beneficio de los que más quiere y él mismo en consecuencia.

Lo importante no es que un niño o niña, o un adolescente haga todas las cosas que puede hacer, o aprenda todo lo que puede, sino que elija qué quiere, qué desea, qué le conviene, qué le generará felicidad, qué debe hacer…

Debe hacerse lo que se quiera y nos haga bien. Eso es lo que se quiere. No lo que apetece. Por ejemplo, se quiere estudiar porque se quiere aprobar, pero no apetece estudiar: si hacemos lo que queremos somos libres, si hacemos lo que nos apetece somos esclavos de nuestras apetencias y sentimos cada vez menos satisfacción y menos felicidad. A menos esfuerzo, menos satisfacción, y a menos satisfacción, menos felicidad.

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¿Puede ser placentero el esfuerzo?

Mucho. Todos hemos tenido más o menos esta experiencia; deberíamos tenerla siempre. Si estamos poniendo mucho esfuerzo en algo que nos encanta, el resultado ya lo hace de inmediato satisfactorio. Por ejemplo, si estamos practicando un deporte o esforzándonos en un hobbie que nos gusta mucho, el cansancio no impide la mucha satisfacción, incluso antes de un resultado externo. Jugar bien un partido de fútbol o una partida de parchís, una caminata en el monte o hacer una buena fotografía requiere esfuerzo emocional e intelectual y da satisfacción placentera. Incluso antes de ganarse o perderse definitivamente en el resultado externo final. 

Si hacemos lo que queremos somos libres, si hacemos lo que nos apetece somos esclavos de nuestras apetencias y sentimos cada vez menos satisfacción y menos felicidad

En una escuela de calidad debería asegurarse la satisfacción a corto y largo plazo en el proceso de aprender y, por tanto, saber. Esto no es así normalmente. La satisfacción es aprobar con una buena nota, no aprender con una nota mediocre. Lo segundo dura siempre, lo primero sirve para muy poco a largo plazo.

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“El sistema alimenta y difunde que el éxito es la nota, el título y el aprobado. No el aprendizaje de quien estudia, ni la fortaleza de quien lucha ante un obstáculo”. ¿Se ha insistido demasiado en el valor del resultado más que en el esfuerzo?

Hemos enseñado a los hijos y alumnado que lo importante es obtener el certificado del B2 para el día de mañana, más que aprender inglés y que hacerse capaz de empezar, persistir y terminar bien el proceso que nos exige sacar este título. La titulitis es la manifestación de nuestro error de serias consecuencias: incapacidad a largo plazo, competencia desmedida, frustración e infelicidad.

A menos esfuerzo menos satisfacción y, a menos satisfacción, menos felicidad

Las notas no son lo principal. De hecho, siempre mienten (ya lo expliqué en mi libro Tu hijo a Harvard y tú en la hamaca, Espasa), que en teoría es lo que se pretende: sólo en teoría, en la práctica es el título que otorga. Las notas dependen de agentes externos al aprendizaje. Deberíamos celebrar el día que se hace un examen si se ha trabajado, el esfuerzo hecho, sin esperar a la nota que pone un profesor, alguien ajeno al alumno o alumna y a la familia que celebra su esfuerzo. Si además luego se obtiene un resultado externo que lo complete, mejor: dos motivos de celebración.

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¿Qué debería cambiar en la educación para que se valorase más el aprendizaje que la calificación?

Creo que los padres y madres tendríamos mucho que cambiar, mostrando lo que tiene valor (su implicación más que el resultado), las autoridades educativas mucho más, pero los docentes me parece que no siendo los que iniciaron este deterioro insoportable, sí pueden ser los que inicien el cambio necesario. A menudo se explica para poderse evaluar más tarde, más que para asegurar la adquisición de un conocimiento por parte de todos y de cada uno de los alumnos.

En una escuela de calidad debería asegurarse la satisfacción a corto y largo plazo en el proceso de aprender y, por tanto, saber

El problema está quizás en que en muchas ocasiones se ha olvidado que la profesión del docente consiste en enseñar (docere) y enseñar a aprender y enseñar a poner el esfuerzo que requiere ese aprendizaje, asegurando la satisfacción del mismo. No evaluar solo si se aprendió o no, que es una acción notablemente menor que la anterior.

Entusiasmo y fuerza de voluntad para alcanzar nuestros objetivos

¿Qué ocurre cuando el resultado no depende tanto de nosotros como de factores externos?

Que debemos separar los resultados en dos: los principales, que son los que radican en nuestra implicación, y el reconocimiento externo que, en términos generales, deberían ser coherentes con nuestra implicación si esta fue suficiente y adecuada en forma y tiempo, pero que es un resultado complementario, no el principal.

La titulitis es una manifestación de nuestro error de serias consecuencias: incapacidad a largo plazo, competencia desmedida, frustración e infelicidad

Por eso deberíamos hacer dos celebraciones: la primera, celebrar el primer resultado, nuestro esfuerzo, cuando se termine; la segunda celebración, si se reconoce ese esfuerzo externamente. Si no, al menos habremos celebrado en justicia nuestro empeño y que cumplimos con nuestro papel. Es mentira que una nota final, o un premio o un reconocimiento público, refleje la calidad de un esfuerzo. Sería una ingenuidad propia de no conocer el sistema bien por dentro, creer que a un esfuerzo adecuado con su consecuente aprendizaje corresponde el reconocimiento de una nota.

¿Es posible esforzarse sin que exista entusiasmo?

No. El ser humano es lo suficientemente inteligente como para no hacer esfuerzos que no satisfacen y por eso compensan, a medio plazo también. La clave está ahí y la razón de este libro: hay que enseñar la magia que tiene todo esfuerzo, que no es un pago penoso para algo que se desea: no es eso el esfuerzo, sino algo que puede descubrirse que satisface desde el primer momento.

El futuro no se ve y es en el presente donde se puede aprender que un esfuerzo que no apetece merece la pena por la satisfacción que genera desde el primer momento: desde el cambio que requiere el inicio de todo esfuerzo. Sin ilusión, sin esperanza de logro más profundo que un resultado pasajero, es insoportable hacer esfuerzos e insoportable, por eso, vivir. A menos esfuerzo, menos satisfacción y menos libertad. A menos satisfacción y libertad menos felicidad.

Además del esfuerzo, ¿por qué es importante la fuerza de voluntad?

Posibilita lograr lo que se desea y hacer posible lo que parecía imposible. Nada menos. sin fuerza para lograr empezar, persistir y terminar bien un esfuerzo, en el ser humano cada vez aumenta la frustración, el ahogo ante las dificultades, se van debilitando sus aspiraciones, crece la impotencia, la ansiedad, la desesperación y el suicidio físico, espiritual o psicológico.

El futuro no se ve y es en el presente donde se puede aprender que un esfuerzo que no apetece merece la pena por la satisfacción que genera desde el primer momento

¿Se puede entrenar la fuerza de voluntad?

Es preciso. Claro que se puede. Si no, cómo adquirir la musculación de la voluntad que nos hace falta. El ser humano nace con la musculatura poco desarrollada, hay que ejercitarla. En el libro propongo 15 ejercicios domésticos que se pueden hacer en toda casa. Y 17 operaciones-disposiciones que han de seguirse ante cada esfuerzo concreto con cualquier persona a cualquier edad: más decisivas cuanto mayor sea el esfuerzo que sea preciso hacer.

Cómo acompañar a los hijos sin sobreprotegerlos

Insiste en que no se puede sobreproteger a los hijos, pero reconoce que es difícil. ¿Dónde diría que está la línea que separa la sobreprotección del cuidado?

En una sociedad consumista, los padres tendemos a sobreproteger a nuestros hijos, algo que, aunque comprensible por la falta de protección externa en la escuela o la sociedad, puede incapacitar a los niños. La clave está en no hiper sobreprotegerlos: no hacer por ellos lo que pueden lograr con esfuerzo.

Sin ilusión, sin esperanza de logro más profundo que un resultado pasajero, es insoportable hacer esfuerzos e insoportable, por eso, vivir

Proporcionarles una vida cómoda, sin obstáculos ni frustraciones, les impide desarrollar habilidades para afrontar dificultades y los hace dependientes. A largo plazo, esto puede generar resentimiento hacia los padres e incapacidad para resolver problemas y llevar a una vida infeliz y frustrante. Pongamos la línea roja que no traspasar en no hacerle lo que él podría hacer con cierta facilidad.

¿De qué manera influye el entorno familiar en la capacidad de esfuerzo de los hijos?

Como en todo, en el ser humano el entorno familiar es el que más influye en su vida. No es determinante, pero sí el que más influye como tendencia natural. En una casa donde se hacen esfuerzos con satisfacción, sin esperar resultados externos, se aprende a hacerlos. Siempre que no los hagan sólo el padre o madre, sino que se exijan a los hijos desde muy pequeños o a la edad que tengan, da igual cual sea.

¿Qué recomendación daría a las familias para acompañar a sus hijos sin presionar ni sobreproteger?

No temer exigir; hasta el hijo sabe que ser exigido es ser querido. Sin autoritarismo. Demostrándoles que en sus esfuerzos hay satisfacción: nuestro reconocimiento profundo y satisfacción personal, que es el motor principal de todo niño y adolescente: comprobar su valía en la satisfacción de un padre y una madre que le quiera de verdad tal y como es, no sólo por ser su hijo. Educar es una labor apasionante, llena de felicidad para todos… y de esfuerzo que hay que descubrir. 

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