Jordi Nomen

Profesor de filosofía y ciencias sociales, autor de Cómo hablar con un adolescente y que te escuche
Jordi Nomen vuelca su experiencia de más de tres décadas en la escuela Sadako de Barcelona en 'Cómo hablar con un adolescente y que te escuche', y nos ofrece un decálogo para que padres y educadores se comuniquen mejor con los adolescentes.
Jordi Nomen
“En la adolescencia se requiere discreción para dejar espacio a su desarrollo, pero también observación atenta para detectar los cambios bruscos y persistentes que van más allá de lo razonable en su desarrollo”

1 de febrero de 2024

Para Jordi Nomen ocurre que, muchas veces, “la sociedad tiende a estereotipar a los adolescentes como rebeldes, irresponsables o egocéntricos, sin considerar el proceso natural de desarrollo y descubrimiento que están experimentando”. En otras palabras, que a los adultos se nos ha olvidado aquella etapa ya lejana y no tenemos ni idea de lo que es la adolescencia, ni cuáles son sus necesidades. Autor del bestseller El niño filósofo, traducido a seis idiomas, y de El niño filósofo y el arte y El niño filósofo y la ética, todos los títulos con la editorial ARPA, Nomen trabaja desde hace 30 años en la prestigiosa escuela barcelonesa Sadako como profesor de filosofía y ciencias sociales. Ahora acaba de publicar Cómo hablar con un adolescente y que te escuche (ARPA), un libro en el que recorre temas esenciales para padres y educadores de adolescentes, fruto de su experiencia trabajando a diario con este grupo de edad, lo que le ha permitido adquirir una comprensión profunda de sus dinámicas, desafíos y necesidades.

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Eres profesor de filosofía y ciencias sociales desde hace más de treinta años. ¿Cómo percibes que los adolescentes ven y experimentan el mundo de hoy en día en comparación con generaciones anteriores?

Portada "Cómo hablar con un adolescente y que te escuche"

El tránsito de la infancia a la juventud sigue teniendo las mismas características que antaño (construcción de la identidad, refuerzo de la autoestima, desarrollo de la responsabilidad, afinación de las relaciones personales …). Lo que ha cambiado mucho es el contexto, en particular con la irrupción de la tecnología y una crisis de valores, caracterizada por una profunda desorientación que, en mi opinión, es sistémica.

¿Cuáles consideras que son los retos más significativos que enfrentan los adolescentes hoy en día, fruto de ese contexto?

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Como explico en el libro, a los retos tradicionales (construcción de la personalidad, encaje en el grupo, despertar del amor y la sexualidad…) se unen hoy otros, propios de nuestra época. En nuestra sociedad hay un cierto edadismo (desprecio a alguien por razón de su edad) latente respecto a la adolescencia (también respecto a la vejez), que deben afrontar y que sienten en su piel.

Igualmente, afrontan su inmadurez observando, en muchas ocasiones, una inmadurez semejante a la suya en adultos que ya deberían haberla superado. Finalmente, hemos impuesto la competencia y una cierta agresividad en muchas relaciones sociales, que no dan un contexto demasiado amable para su desarrollo armónico y sereno. Como sociedad hemos perdido la calma y la reflexión, en muchas ocasiones sustituido por el prejuicio y el insulto. Y eso no ayuda.

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¿Cómo crees que los padres y educadores deberían abordar estos desafíos para ser un apoyo real para los adolescentes?

Creo que lo más importante es que los adultos seamos ejemplos de coherencia (hasta donde sea posible, sin culpabilizarse), de autocontrol, de serenidad, para mostrarles cómo se gobierna una nave, qué puertos son deseables y cómo podemos gestionar las olas y el viento que nos vienen dados, por utilizar una metáfora marinera.

El tránsito de la infancia a la juventud sigue teniendo las mismas características que antaño, lo que ha cambiado mucho es el contexto, en particular con la irrupción de la tecnología y una crisis de valores, caracterizada por una profunda desorientación

Esto no quiere decir que seamos ejemplos de perfección; eso no existe, referido a lo humano. Simplemente, honestidad, bondad, humildad y persistencia para guiar sus pasos. Y amor, mucho amor, para fortalecer un vínculo que también tiene que ser exigente para dotar de orientación. Amar, aunque parezca que en este momento es cuando menos lo merecen.

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¿Cómo se pueden detectar y abordar problemas más serios, como la depresión, el consumo de drogas o el fracaso escolar?

Como comento en el libro, la familia debe estar siempre presente en la educación de sus hijos e hijas. En la adolescencia se requiere discreción para dejar espacio a su desarrollo, pero también observación atenta. Debemos ser perspicaces para detectar, como si fuéramos radares, los cambios bruscos y persistentes que van más allá de lo razonable en su desarrollo. El sentido común debe llevarnos a observar cuando hay un problema por la intensidad o brusquedad de los síntomas. Los adultos no debemos autoengañarnos respecto a las evidencias. En especial, cuando hay signos que contravienen la personalidad que han venido manifestando.

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Debe haber amor, pero el abordaje de dichos problemas no puede hacerse solo con amor y no debemos dudar en acudir a los profesionales pertinentes para diseñar un plan de ayuda. Con los adolescentes, sin duda, una buena concienciación sobre la existencia de un problema y su predisposición a colaborar para resolverlo son pasos iniciales de ese abordaje.

Si tuvieras que ofrecer algunos consejos prácticos para ayudar a los padres y educadores que buscan mejorar la comunicación con los adolescentes, ¿qué les dirías? No sé si hay una fórmula mágica para esto…

Hay que tener en cuenta que cada chico y chica es un mundo en sí mismo. Su personalidad es determinante, por lo que, lo siento, no hay recetas universales. Aun así, podemos ofrecer algunos elementos de reflexión para mejorar la comunicación con ellos. Me permitiréis que incluya un decálogo, sin que este sea ni exclusivo ni concluyente. Podrían añadirse, por supuesto, más reflexiones.

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  • El primero es fortalecer el vínculo ya creado en la infancia, con amor y exigencia, haciendo actividades en común que puedan interesarles.
  • El segundo es dedicarles tiempo de calidad, con una escucha activa cuando se acerquen a hablar con nosotros. Debemos aprovechar esos raros momentos en que quieren hablar para abrir un canal de comunicación, aunque sea sobre temas superficiales.
  • El tercero es ofrecerles modelos de coherencia en la gestión de las emociones, de autocontrol, de calma, de serenidad, de tolerancia a la frustración, que son justamente los temas sobre los que ellos y ellas tienen más carencias.
  • El cuarto, mantener muchos grados de paciencia, muchos, muchos…
  • El quinto, dialogar sin prisa, cuidando nuestro lenguaje no verbal y nuestro tono de voz, buscando la empatía sin juicios, reformulando lo que nos dicen, y sin largos discursos ni sermones.
  • El sexto, compartir experiencias y vivencias juntos, tanto como sea posible.
  • El séptimo, centrarse en corregir las actitudes, no su identidad.
  • El octavo, hallar el punto medio entre la desprotección y la “hiperprotección”, puesto que ambos extremos son dañinos para su crecimiento y desarrollo.
  • El noveno, permanecer presentes, de forma discreta, sin invadir su intimidad.
  • El décimo, recordar la propia adolescencia para no cometer los mismos errores que los adultos que nos rodearon pudieron haber cometido con nosotros.

Los adolescentes afrontan su inmadurez observando, en muchas ocasiones, una inmadurez semejante a la suya en adultos que ya deberían haberla superado

Cómo evitar el edadismo y la estigmatización de la adolescencia

¿Cómo definirías la adolescencia?

Es la etapa de la vida que debería conducirnos de la heteronomía a la autonomía, de la indefensión a la fortaleza, como pasos a la libertad que lleva a tomar las decisiones propias para construir un proyecto de vida buena. Una etapa de tránsito hacia una madurez de emoción, pensamiento y acción.

Cuentas en el libro que ya en tiempos de Sócrates circulaba una imagen negativa de la adolescencia y la juventud. ¿Seguimos estigmatizando a los adolescentes tantos siglos después?

Sin duda. Pienso que se sigue dando ese prejuicio llamado edadismo, y que podemos definir como una forma de discriminación basada en su edad, que se manifiesta a través de estereotipos negativos, falta de reconocimiento y exclusiones injustas. Este prejuicio puede surgir de malentendidos generacionales, perpetuando percepciones desfavorables que no reflejan la diversidad y riqueza de las experiencias adolescentes.

¿Por qué crees que ocurre esto?

El edadismo hacia los adolescentes se debe a malentendidos generacionales, estigmatización cultural y falta de empatía. Muchas veces, la sociedad tiende a estereotipar a los adolescentes como rebeldes, irresponsables o egocéntricos, sin considerar el proceso natural de desarrollo y descubrimiento que están experimentando. Los medios de comunicación también contribuyen, en ocasiones, a la percepción negativa de los adolescentes, al enfocarse en comportamientos problemáticos de algunos de ellos. Se toma la parte por el todo; una falacia clásica.

Lo más importante es que los adultos seamos ejemplos de coherencia, de autocontrol, de serenidad, sin aspirar a la perfección

Además, la falta de participación significativa de los adolescentes en decisiones sociales y políticas puede hacer que sus voces sean ignoradas, exacerbando la brecha generacional. Me parece muy necesario fomentar un entendimiento mutuo y reconocer las contribuciones positivas de los adolescentes para superar el edadismo y construir sociedades más inclusivas.

Enumeras una serie de mitos en torno a este momento vital. ¿Cuál es el mayor de todos ellos para ti?

Como tópicos, todos los que analizo en el libro me parecen relevantes para hacernos reflexionar sobre nuestra visión de los adolescentes. El más peligroso de mantener es la suposición de que los adolescentes solo buscan el conflicto. Por culpa de ese mito, los adultos nos predisponemos “a la defensiva” en nuestro trato con los chicos y chicas. Y lo notan, y les duele.

Tanto en los medios, como en las conversaciones cotidianas, les atribuimos una agresividad que muchos de ellos y ellas están muy distantes de tener. Solo sin prejuicios podremos acercarnos a una realidad de crecimiento y maduración. Esperar lo peor, como nos explica el efecto Pigmalión, suele predisponer a que se produzca, privándonos así de la posibilidad de colaborar en lo mejor.

En qué consiste el ‘arte de educar’ a buenas personas

¿Qué te motivó a centrarte en la relación con los adolescentes en particular?

A esa relación he dedicado mi vida profesional y en ella he hallado una profunda satisfacción. Educar personas es un reto maravilloso y, en muchos casos, he podido contemplar cómo una oruga maduraba y se convertía en una espléndida mariposa. Ellos y ellas expresan desde su silencio un profundo agradecimiento, si se sabe leer ese silencio. A eso podríamos llamarlo el “arte de educar”, porque educar tiene mucho de ciencia, pero también algo de arte.

¿Ha influido tu experiencia en la escuela Sadako en tu enfoque para comprender las necesidades de los adolescentes?

Sin duda alguna, como decía el filósofo Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”. Mi larga trayectoria laboral en la escuela Sadako, la prioridad que siempre se ha dado en ella a “educar buenas personas” y la propia evolución de esta hacia la inclusión, han marcado la dirección y el sentido de mi experiencia y reflexiones.

La adolescencia es una etapa de tránsito hacia una madurez de emoción, pensamiento y acción

Interactuar diariamente con adolescentes permite adquirir una comprensión profunda de sus dinámicas, desafíos y necesidades. Este contacto directo facilita la identificación de factores individuales que afectan a su desarrollo. La observación de patrones de comportamiento y la escucha activa permiten ajustar estrategias de enseñanza y apoyo emocional.

¿Hay aspectos específicos de la filosofía educativa de la escuela Sadako que crees que podrían ser aplicados en otros entornos educativos?

Yo creo que la filosofía educativa de la escuela Sadako tiene aspectos interesantes que podrían ser aplicados en otros entornos educativos. Por ejemplo, la prioridad dada al desarrollo integral del estudiante, no solo académico, sino también emocional y social; el énfasis en la participación del estudiante en su propio aprendizaje fomenta la autonomía y el pensamiento crítico; los formatos de evaluación, con carácter formativo centrado en el aprendizaje más que en la calificación y la presencia de herramientas de autoevaluación y coevaluación; las estrategias de metacognición y espacios amplios de participación, ya sea en el propio aprendizaje, ya sea en la propia comunidad educativa. Todo ello creo que puede ser transferible, igualmente, a otros entornos.

Maltrato psicológico: cómo prevenirlo en la infancia y adolescencia

Hablas del tabú de la violencia en la familia cuando los hijos ejercen violencia sobre los adultos. ¿Cuáles son habitualmente las causas?

Es un tema sobre el que no hablamos, aunque los estudios que se citan en el libro hablan de un 12% de maltrato psicológico y algo más de un 3% de violencia física de los hijos sobre los padres en España (datos de 2022). La violencia intrafamiliar tiene diversas causas, siendo las más habituales la falta de comunicación efectiva intrafamiliar, las tensiones económicas, las desigualdades de poder en el seno de la familia, el exceso de estrés y los problemas de salud mental.

Debéis hallar el punto medio entre la desprotección y la “hiperprotección”, puesto que ambos extremos son dañinos para su crecimiento y desarrollo

Los patrones aprendidos de comportamiento violento en la infancia, el abuso de sustancias y los antecedentes familiares también contribuyen. La frustración, la ira y la incapacidad para manejar conflictos de manera constructiva aumentan el riesgo. Factores culturales y sociales, como normas patriarcales y la tolerancia hacia la violencia tampoco ayudan. La prevención y el abordaje integral de estos factores me parecen cruciales para combatir la violencia intrafamiliar y promover relaciones saludables entre sus miembros.

¿Qué repercusiones tiene a nivel físico y emocional, tanto para la familia, como para el adolescente?

Las repercusiones sobre la familia son enormes, con un elevado grado de estrés postraumático, depresión, ansiedad, dificultades para dormir, agudos sentimientos de culpa, crisis de pareja… Se ha roto el vínculo familiar de respeto y cuidado que debería presidir las relaciones entre padres e hijos.

El adolescente ha aprendido que la crueldad y el desapego, la frialdad, pueden ser utilizados, junto al desprecio y el chantaje emocional, como mecanismos para imponer su voluntad. Nada bueno puede nacer de ello; al contrario, puede ser una semilla para que se consoliden perfiles de maltratador o maltratadora que serán muy difíciles de revertir en la edad adulta y llevarán, de forma muy probable, a problemas legales.

¿Qué herramientas de prevención tienen las familias a su alcance?

Las familias pueden implementar diversas herramientas de prevención contra la violencia en el seno familiar. Estas incluyen una comunicación abierta, fomentar el respeto mutuo, establecer límites claros, buscar apoyo psicológico cuando sea necesario y educarse sobre la resolución pacífica de conflictos. Además, la participación en programas de prevención y el acceso a recursos comunitarios pueden fortalecer la seguridad y el bienestar familiar.

En última instancia, conocer los medios de denuncia disponibles y el protocolo a seguir para activarlos, puede ser necesario para salir de una situación que puede llegar a convertir la convivencia familiar en un infierno. No debemos olvidar que se denuncia porque se ama, no por evadirse del problema. El silencio nunca será una solución viable.

Por último, ¿podemos decir que una infancia bien tratada nos asegura una adolescencia sin violencia?

Sin duda; así lo he percibido en mi experiencia docente. No utilizaría el término asegurar, porque la vida no es segura en muchos aspectos. No obstante, una infancia bien educada puede sentar las bases para una adolescencia más fácil, aunque ello no garantiza que esté exenta de desafíos. Una crianza que fomente la autoestima, las habilidades sociales y la resiliencia puede contribuir a una transición más suave hacia la adolescencia.

Sin embargo, factores externos y la complejidad inherente a la adolescencia pueden influir en la experiencia. La calidad de la relación padres-hijos, el apoyo emocional y la orientación durante la infancia pueden ofrecer herramientas valiosas para enfrentar los desafíos adolescentes, pero el entorno social, fundamentalmente de las amistades, y otros factores circunstanciales, también desempeñan un papel significativo, que no se puede menospreciar.

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