Mar Romera

Psicopedagoga y experta en inteligencia emocional, autora de 'La familia, la primera escuela de las emociones'
La psicopedagoga y experta en inteligencia emocional, Mar Romera, desgrana las claves para educar emocionalmente a nuestros hijos, con la dedicación temporal, los límites y la escucha como bases para su desarrollo.
Mar Romera

Mar Romera desgrana las claves para educar emocionalmente a nuestros hijos, con la dedicación temporal, los límites y la escucha como bases para su desarrollo.

“La familia se constituye como el laboratorio fundamental y natural para el desarrollo integral de una persona, también en lo emocional”

30 de agosto de 2017

La pedagoga y psicopedagoga Mar Romera (1967), experta en inteligencia emocional, docente, presidenta de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci y autora del modelo pedagógico 'Educar con tres Cs: Capacidades, Competencias y Corazón', acaba de publicar 'La familia, la primera escuela de las emociones' (Editorial Destino, 2017), un libro en el que trata las dificultades más habituales a las que se enfrentan los padres en la educación y en el aprendizaje de sus hijos a lo largo de la infancia y de la adolescencia, y que ofrece algunas propuestas, siempre desde la educación emocional, para mejorar las relaciones y los vínculos familiares. Eso sí, a lo largo de sus páginas, esta alemana de adopción granadina desgrana información útil, herramientas y experiencias personales, pero no ofrece una solución mágica, porque la única recomendación que existe para fomentar un desarrollo emocional saludable en nuestros hijos, la más fácil y la más difícil a la vez, no es otra que la de buscar tiempo. Estar presentes.

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Portada 'La familia, primera escuela de las emociones'

Dices que la familia es la primera escuela de las emociones. ¿Por qué la familia juega un papel tan importante en la educación emocional de los niños y adolescentes?

La razón fundamental es que todos los seres humanos aprendemos de nuestros referentes; teniendo en cuenta que nuestros referentes en la vida pueden ser positivos o negativos. En la primera etapa de la vida los referentes lo forman el entorno más cercano, es decir, los progenitores, y eso independientemente del tipo de familia del que estemos hablando (mamá con papá, dos mamás, monoparentales…). La familia es en lo que nos fijamos, donde aprendemos, y es lo que nos ayuda a superar todos los conflictos, tanto los emocionales como los que surgen a nuestro alrededor. Ese tópico de “Mi mamá/papá lo arregla todo” es totalmente real. La familia como primera escuela es una metáfora porque, obviamente, no es la educación formal, no es la escuela, pero sí es cierto que la familia se constituye como el laboratorio fundamental y natural para el desarrollo integral de una persona, por tanto, también en lo emocional.

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En la segunda parte del libro, muestras situaciones con las que los padres nos podemos encontrar y ofreces algunas propuestas y recursos útiles para que la familia se convierta realmente en esa escuela de las emociones. ¿Dirías que, en general, los padres necesitamos mejorar nuestra educación emocional a nivel personal para poder trasladar a nuestros hijos una educación emocional sana?

La respuesta es un rotundo sí. Es verdad que nuestras emociones han sido construidas por nuestros referentes, y a esto le puedo añadir que también se han construido en la calle. Ahora serían las redes sociales, pero en la gente de mi generación ha sido la calle, con nuestros grupos de iguales. Si nosotros tenemos conciencia acerca de la influencia que ejercemos sobre nuestros hijos e intentamos desarrollar nuestro propio equilibrio emocional, esto siempre va a ser positivo para quienes tenemos en frente. Sobre todo porque nos ayudará a poder nombrar las cosas tal cual son, a no confundirnos y a no decidir lo que tienen que sentir los demás en ningún contexto. Un ejemplo muy claro sería cuando les decimos a nuestros hijos algo como “no tengas miedo”. Evidentemente lo decimos porque les queremos, porque no queremos que lo pasen mal. Sin embargo, la fórmula quizás no sería decir ese “no tengas miedo”, sino cómo gestionamos nuestro miedo.

La familia es en lo que nos fijamos, donde aprendemos, y es lo que nos ayuda a superar todos los conflictos, tanto los emocionales como los que surgen a nuestro alrededor

Cuando decimos este tipo de cosas es porque, probablemente, los propios adultos no sabemos cómo hacerlo, nadie nos enseñó.  “No llores”, “no te enfades”, “no grites”… Continuamente es un “no” y las emociones no se pueden gestionar con el “no”, se gestionan con el autoconcepto y la comprensión.

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¿Es posible ofrecer una educación emocional saludable?

Una educación emocional saludable de cara a las familias es muy fácil si los referentes de los menores tienen un equilibrio emocional. No hay que hacer nada más; no hay cosas excepcionales. La clave está fundamentalmente en la capacidad para mirar y en la capacidad para escuchar. Cuando nosotros miramos a nuestros hijos podemos admirarlos y permitir que ellos nos admiren a nosotros. Cuando les escuchamos, les conocemos. Normalmente no escuchamos, solo oímos.

Límites a los hijos sí, pero bien planteados

¿Cuáles son los aspectos fundamentales que nos vamos encontrando en el camino de acompañar a nuestros hijos a lo largo de su infancia y su adolescencia que debemos tener más en cuenta?

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Primero hay uno importante que es cuando te dan al bebé en el paritorio y te preguntas “¿Y ahora qué hago?”. Ahí juegan un papel muy importante las expectativas que tenemos sobre ellos; es decir, tienen vida propia. Necesitamos como bien dices “acompañar”, no proyectar sobre ellos nuestras expectativas, no determinar qué es lo que nosotros queremos que sean. No es mi obra. Por tanto, una de las claves fundamentales es el respeto.

Necesitamos “acompañar” a nuestros hijos en su crecimiento, no proyectar sobre ellos nuestras expectativas, no determinar qué es lo que nosotros queremos que sean

Otra de las claves es que respetar no significa dejar hacer, respectar significa acompañar en una escala con una estructura de límites. Los límites serán los que les permita a nuestros hijos ser fuertes y sentirse seguros. Una metáfora sería cuando a nosotros nos limitan la velocidad en la carretera: nos puede fastidiar, pero se supone que con esos límites están asegurando nuestra seguridad.

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En cuando a los límites, ¿cómo definirías unos límites coherentes y bien planteados?

Unos límites bien planteados serían aquellos que respetan al niño, que escuchan al niño, y entonces, solo así, le ayudan a crecer garantizándole su autonomía.

¿Pero cómo podemos conseguir darles la suficiente libertad para que desarrollen su autonomía sin caer en una educación sin límites?

Darles libertad significa darles responsabilidad. Por ejemplo, un tópico: “Hay que dejar la habitación ordenada”. Bien, dejar la habitación ordenada es dar autonomía para saber qué guardas, dónde lo guardas, cómo lo guardas. Pero, a partir de ahí, la responsabilidad implica tomar decisiones sobre sus propias opciones. Los niños tienen que garantizar su propia autonomía, su conquista, y esto es muy importante en parámetros de juego. Los niños tienen que tener derecho al juego y jugar significa arriesgar, que no te vigile el adulto continuamente, tomar decisiones… Un adulto juega para divertirse, un niño juega “para jugar”, pero esto no implica la no existencia de normas y de límites, llenos de muchísimo afecto, y sin restricciones o contrapartidas, con consecuencias intrínsecas al propio límite.

Los límites serán los que les permita a nuestros hijos ser fuertes y sentirse seguros

Normalmente los límites, al contrario de lo que se piensa, no le facilitan la vida al adulto, sino que es muy habitual que el límite le complique la vida al adulto.

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Muchas personas relacionan una crianza respetuosa con el desarrollo del niño con “ausencia de límites” o con “dejarle hacer lo que quiera”. ¿Por qué crees que se tiende a hacer esta similitud?

Yo entiendo que muchas veces el adulto no sabe muy bien cómo “encauzar”. Vamos a jugar con un ejemplo. Para mí respetar a un niño es que en una cena de Navidad tenga una silla en la mesa; no es ponerle de comer a parte. Eso para mí es respeto. Pero para hacer eso necesita saber que hay unos límites: que se come a una hora, que hay un primer plato y un segundo plato, que hay que colaborar… En un momento determinado, para el adulto es mucho más cómodo poner otro tipo de comida, a solas, porque entonces me garantizo la tranquilidad del tiempo que dure mi cena. Esto complica las cosas, pero no respeta al niño. Al final en nuestra conquista de la propia existencia, de los parámetros de la sociedad y de la vida, respetar significa también pensar que existe la libertad del otro y esto no se puede hacer de la noche a la mañana, sino que hay que ir conquistándolo a partir de las propias rutinas y de la propia vida del niño.

Educación infantil

Has mencionado antes el tema de las expectativas de los padres hacia los hijos. ¿Cómo afectan unas altas expectativas a la salud emocional de los niños?

Es muy habitual que si no sabemos limitar nuestras expectativas afecten para mal. Es decir, si mis padres proyectan sobre mí unas habilidades musicales que no tengo, por ejemplo, pues entonces me van a hacer mucho daño. Pero por otra parte si mis padres no confían en que tengo la capacidad para poder llegar a una meta, eso también me va a hacer mucho daño. La clave no es ni más ni menos que el equilibrio.

Apostar por el juego libre

Reivindicas también la importancia del juego libre y de no sobrecargar las agendas de los niños para que tengan tiempo para crecer a su ritmo. Sin agobios. ¿Le falta a los niños de hoy más juego en la calle?

A los niños de hoy les falta todo el juego de la calle. Jugar no es pasar pantallas. Y, ojo, que esto no es un alegato contra la tecnología; la tecnología está en sus vidas y también hay que integrarla. Pero jugar es tener iguales, conquistar tu propio espacio dentro de esos iguales y conquistar el espacio que es la propia calle. Siempre cuento que un niño quiere ir al cole, por supuesto, pero que cuando llega ya ha terminado su oficio: su objetivo era “ir”, no era quedarse. Lo mismo con el parque. Un niño pequeño insiste en el “quiero ir al parque, quiero ir al parque, quiero ir al parque”. Conforme vamos hacia el parque hay que observar al niño y ver cómo realmente hace el camino mínimo tres veces: va hacia delante, vuelve, avanza, coge una piedra, retrocede. El camino hacia el parque el adulto lo hace una vez, el niño como mínimo tres. Y cuando ese niño llega al parque es probable que nos diga “vámonos”. Lo que el niño quería era ir, descubrir el espacio, recorrer el camino. Conquistar el espacio, la ciudad. Necesitan el reto, necesitan la sorpresa, necesitan poder potenciar la curiosidad. Cuando un niño ha estado en un parque de los hiperdiseñados durante una media hora, se acabó la curiosidad. Se lo sabe todo.

Niños jugando en el parque

Cuando juega en un parque con montículos, con árboles, con arena… La curiosidad crece porque nunca sabes lo que te vas a encontrar. Los adultos nos hemos empeñado en diseñar una educación para la infancia y la clave del juego es diseñar una educación con la infancia.

Hablas de los parques pero, además, ¿crees que dirigimos demasiado los adultos el juego infantil?

Sí, y entiendo muchas veces también que por nuestro ritmo de vida, nuestro ritmo de trabajo, intentemos focalizar. De repente ves que son las ocho de la tarde y llega un papá después de haber estado todo el día trabajando, independientemente del trabajo que sea, jugando con su hijo al escondite en el salón. Eso es una tontería. Un niño tiene que jugar al escondite con otro niño y donde no haya adultos. Ese papá como “no hace otra cosa”, pues como que así al menos se siente bien.

Hay que dejarles hacer. Recojo en el libro una anécdota de mi abuelo muy interesante cuando me prohibió cruzar un río. Me dijo: “Te lo prohibí para saber que lo harías con prudencia”.

Los niños tienen que garantizar su propia autonomía, su conquista, y esto es muy importante en parámetros de juego

No podemos pretender que nuestros hijos sean felices; esa es la clave. La felicidad es el sentimiento que se agarra a la alegría. La alegría es dopamina y la dopamina genera adicción. Todo lo que genera adicción, mañana necesita un poco más. El equilibrio emocional en la crianza de un hijo está en ofrecerle a nuestro hijo la posibilidad de estar “como tiene que estar” en cada ocasión. Por tanto, yo no quiero que mi hija no esté triste, o no tenga miedo… No puedo desear el estado de felicidad. La felicidad son segundos, pero tiene que aprender a vivir y a valorar.

A los padres siempre nos cuesta ver sufrir a nuestros hijos, ¿no?

Ya, pero imagina que tienes un hijo y, de repente, pierde a su abuelo o a su abuela. Pues lo que sería de un psicópata es no sufrir, no sentir nada. Otra cosa es que tenemos que entrenar que eso lo supere. Aún aprendiendo a superar, tienen que sentir la pérdida, de lo contrario, algo se está haciendo mal.

Escuchar a la infancia

Creaste hace años la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci atraída por la mirada del pensador, psicopedagogo y dibujante italiano sobre la infancia. ¿Qué propuestas pedagógicas hacéis desde la asociación y cómo se concretan?

La Asociación Pedagógica Francesco Tonucci nace porque este pedagogo (para mí el único pedagogo de verdad que queda vivo en la actualidad; el resto somos científicos, neurocientíficos…), se convierte en mi referente profesional desde mis primeros estudios de magisterio. El azar y mi persistencia me llevan a poder estar con él, a aprender con él, a compartir proyectos con él. Un grupo de maestros de Granada, que siempre trabajábamos en esta línea, llega un momento en el que decidimos tener un nombre para poder sacar otros proyectos adelante; por eso nace la asociación, que ahora va a cumplir diez años como institución.

El equilibrio emocional en la crianza de un hijo está en ofrecerle la posibilidad de estar “como tiene que estar” en cada ocasión

El objetivo es, por un lado, generalizar, dinamizar y dar a conocer la filosofía de Tonucci y el proyecto ‘La ciudad de los niños’. En este plano, establecemos colaboraciones, sobre todo de asesoramiento, a entidades y corporaciones locales, ayuntamientos, para dar participación y voz a la infancia dentro de las instituciones. Y, por otro lado, el diseño y el desarrollo de metodologías para una escuela alternativa; pero una escuela alternativa dentro del contexto de lo público. Una escuela que sea para todos.

Reivindicas los derechos de los niños, entre ellos el derecho a ser escuchados. ¿Cuáles son las carencias de las escuelas en este sentido?

La principal carencia de la escuela en este momento es que no tiene tiempo y por esa falta de tiempo hay falta de juego, falta de escucha, falta de previsión… Cada día metemos un poco más en la responsabilidad de un niño: una asignatura más, un idioma más, un objetivo curricular más… Y se nos ha olvidado que los consumidores de todo eso son los niños; niños que se han convertido en botes en los que echamos y echamos y en ningún momento quitamos o transformamos.

La formación del profesorado es una formación arcaica, que se ancla en creencias de las de “toda la vida”. Pese a que no todo el mundo es igual, ni está igual de predispuesto a cambiar, un maestro empieza a estudiar magisterio el día que se escolariza como alumno de infantil. Cambiar esto es complicado.

El mundo de hoy no es el mundo que conocimos cuando nosotros éramos niños o adolescentes. ¿Qué implica esto en la vida diaria?

Ni de broma. No se parece en nada y esto tiene grandes implicaciones porque el adulto no puede interpretar lo que no ha vivido y, por lo tanto, no entiende. Cuando yo entro en la habitación de mi hija y me la encuentro viendo varias redes sociales a la vez que escucha música en Spotify y está metida en no sé qué página o no sé qué blog si le pregunto “¿Qué haces?”, ella me va a responder: “Nada”. Yo recuerdo que cuando me bajaba a jugar a la calle de pequeña y me pasaba la tarde entera jugando o charlando en un banco comiendo pipas, cuando subía y mi madre me preguntaba  “¿Qué has hecho?”, yo le respondía lo mismo: “Nada”. Son el mismo “nada” en contextos diferentes, por tanto, el modelo de interpretación es diferente y a mí me cuesta mucho interpretar su mundo si no me meto en su mundo. Y es complicado sobre todo si no tenemos la actitud de escucha y de respeto.

Los hijos necesitan tiempo en cantidad y en calidad

Por último, dada la importancia de la educación emocional en un mundo como el actual, ¿qué recomendaciones le darías a los padres que andan perdidos para poder educar emocionalmente para que sus hijos adquieran unas habilidades intrapersonales e interpersonales adecuadas?

La recomendación más fácil y más difícil a la vez es buscar tiempo. Hacer que el tiempo sea lo que realmente les dejamos. Cantidad y calidad de tiempo. Hay un tópico muy grande con el tema de calidad de tiempo, porque se confunde tiempo de calidad con darles todo, y realmente lo que se necesita, lo importante, es estar. Pero estar de verdad, da igual si es presencial, por teléfono, si es conociendo sus inquietudes, su mundo… Estar.

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