Montse Domènech

Psicóloga infantil y autora de ‘La vacuna contra el miedo’
Montse Domènech, experta en la atención psicopedagógica de niños y adolescentes, habla de los miedos infantiles en su libro, y explica a los padres cómo ayudar a sus hijos a desarrollar la capacidad de superarlos.
Entrevista a Montse Domènech, psicóloga infantil

Montse Domènech, psicóloga infantil, experto en miedos en los niños.

“Hay padres muy temerosos y otros muy temerarios, y tenemos que encontrar el punto medio, que consiste en proporcionar herramientas al niño para que pueda vencer sus miedos, pero sin sobreprotegerle ni anular las funciones que puede desarrollar por sí solo”

25 de febrero de 2016

La psicóloga Montse Domènech, especializada en la atención psicopedagógica de niños y adolescentes con trastornos conductuales y emocionales, acaba de publicar su nuevo libro La vacuna contra el miedo (Plaza & Janés, 2016), en el que habla de los miedos infantiles, y aprovecha su dilatada experiencia para explicar a los padres cuáles son los temores más frecuentes en los niños y por qué aparecen, y proponerles un método con el que pueden ayudar a sus hijos a desarrollar la capacidad de superarlos. Porque aunque el miedo es un sentimiento inherente a los seres humanos y, según la experta, es necesario para protegernos frente a los peligros y favorecer la supervivencia de la especie, es importante evitar la angustia de los pequeños y prevenir que sus temores se conviertan en traumas que les acompañen también durante su vida adulta.

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Portada 'La vacuna contra el miedo'

¿A qué edad suelen comenzar los niños a tener miedo?

Desde muy pequeños, porque el miedo es un sentimiento ancestral, asociada a la supervivencia de la especie, y al igual que los animales sienten miedo para protegerse de los peligros que les acechan, también las personas sienten miedo por la misma razón. Por ello, desde bien bebés los niños pueden experimentar el miedo.

¿Y cuáles son las situaciones que más temen?

A medida que van creciendo los miedos son diferentes. Cuando son muy pequeños temen sobre todo sentirse solos, encontrarse en espacios desconocidos, y a la oscuridad; la oscuridad les desconecta de las situaciones que viven normalmente. A medida que van teniendo experiencias diferentes las nuevas experiencias siempre asustan a los niños, y si ellos no lo viven como algo que pueden controlar, esa situación les produce miedo, e incluso se puede mantener hasta la edad adulta. Según van siendo mayores, les dan miedo cosas en las que interviene más la comunicación. Por ejemplo, ir a sitios donde hay personas desconocidas, o hacer gimnasia delante de sus compañeros por miedo a hacer el ridículo… Hay muchos tipos de miedo, y los más difíciles de abordar son los de tipo emocional, los que producen ansiedad, angustia…

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Imagino que cuando hablas de miedos en los niños te refieres a aquellos que no están basados en algo real, porque si se trata de una situación peligrosa o desagradable para ellos, como temor a ir a la escuela porque sufren acoso, ¿se abordará de otra forma, no?

Exacto. Hay miedos que son irracionales, hacia lo desconocido, e incluso los niños no saben verbalizar por qué tienen miedo. Los padres, como conocen bien el carácter de su hijo, son los que tienen que darse cuenta de que algo le pasa al niño porque está raro, o se ha puesto triste de repente, o se ha puesto pálido, o tiene una conducta que es diferente a la habitual. En esos casos podemos pensar que ha experimentado una situación de miedo, que incluso puede llegar a convertirse en un trauma, como cuando ha sufrido acoso, o si ha visto un accidente o una noticia muy traumática; esto permanece más tiempo en la memoria, pero los miedos a la oscuridad, a ir solo por la casa, a entrar en la escuela cuando son muy chiquitos…, todo esto se puede solventar muy fácilmente con la ayuda de los padres.

Mentir a los niños no es bueno, pero siempre podemos ‘disfrazar’ la verdad, sobre todo cuando son pequeños, y aprovechando que tienen tanta imaginación inventarnos una historia para que no vean la realidad tal como es

¿A lo largo de tu trayectoria profesional has notado un cambio en los miedos típicos de los niños?

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Siempre son iguales, lo que ocurre es que los niños ahora tienen más acceso a los medios de comunicación, y desde muy pequeños viven u oyen situaciones que, aunque antes también se producían, ahora las tienen más presentes; por ejemplo, pueden ver noticias por televisión sobre un accidente, un terremoto, una tormenta tropical…, todo tipo de catástrofes a las que antes los niños tenían un acceso mucho más limitado. Por eso muchos se preocupan y te preguntan ‘¿aquí puede haber un terremoto?’.  En este caso no se debe nunca huir de la realidad, nunca decirle que jamás pasará, sino ‘bueno, quizás sí, pero mejor pensar que no, es tan raro que pase…’. Otro ejemplo es cuando los niños tienen miedo a que entre un ladrón en su casa, y yo les digo ‘pero, cómo va a entrar un ladrón en tu casa, si tendría que reventar la puerta’. Cuando te ríes un poquito de la expresión del niño él también lo minimiza y no le da tanta importancia, pero nunca debemos burlarnos del miedo de un niño, que es algo muy típico entre hermanos, que a veces se dicen ‘eres un cobarde, eres un gallina…’; nunca hay que reírse, pero sí tranquilizarles.  Mentir a los niños no es bueno, pero siempre podemos disfrazar la verdad, sobre todo cuando son pequeños, y aprovechando que tienen tanta imaginación inventarnos una historia, algo de tipo fantasioso, para que no vean la realidad tal como es, pero nunca decir mentiras.

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¿Crees que la cantidad de estímulos que reciben desde muy pequeños, como los programas de televisión, o los videojuegos, influyen para que tengan más miedos?

Desde luego que sí. Los estímulos externos condicionan las conductas, y habría que eliminar todos aquellos estímulos que los niños no necesitan para evolucionar. Es decir, no pasa nada si no tienen acceso a los juegos electrónicos de pequeños, y después, a medida que van creciendo, habría que dosificar el uso de estos dispositivos. Con respecto a los programas televisivos en los que salen escenas que les pueden impresionar, lo mejor es evitarlos, pero si para los padres aquello es interesante y desean verlo, hay que verbalizarlo con los niños y explicarles que aquello forma parte de la vida, porque algún día cuando sean mayores vivirán una situación de estas y también hay que prepararles para la vida real.

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Cómo abordar los miedos de los niños

Qué precauciones pueden tomar los padres para evitar la aparición de miedos en sus hijos, o que estos se intensifiquen o prolonguen más de lo normal?

Sobre todo explicarles las cosas con un lenguaje adecuado a su edad para que las comprendan, y luego no ser demasiado temerario pero tampoco demasiado temeroso. Hay padres que animan a su hijo a montarse en la bicicleta y le dejan solo, o que le lanzan al mar para que aprenda a nadar, y esto tampoco es conveniente porque le puede ocasionar un trauma al crío. También es malísimo ser muy temeroso y no permitir que el niño se mueva por miedo a que se haga daño, porque entonces no le dejas desarrollar sus habilidades y se encuentra atenazado. Es mejor dejarle experimentar y, como decimos en psicología, realizar una exposición progresiva, es decir, poquito a poco, y si estás en la playa un día le mojas los pies, otro día subes hasta las rodillas…, para que el niño se acostumbre a la nueva experiencia.

Hay que dejar experimentar a los niños y, como decimos en psicología, realizar una exposición progresiva para que se acostumbren poco a poco a las nuevas experiencias

Creo que lo más importante es que hay padres que son muy temerosos y otros que son muy temerarios, y tenemos que encontrar el punto medio, la sobreprotección no ayuda a los niños a desarrollar la capacidad de vencer los miedos, y los padres con una actitud muy temeraria pueden contribuir a que sus hijos tengan más riesgo de sufrir accidentes y situaciones complicadas, y hay que buscar el punto medio, que consiste en proporcionarle herramientas para que el niño pueda vencer estos miedos, pero sin sobreproteger ni anular las funciones que el pequeño puede desarrollar por sí solo.

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Dicen que ‘el miedo guarda la viña’, ¿no es bueno entonces generar cierto temor en el niño para que se proteja de situaciones que pueden ser una amenaza para él?

Hay algunas situaciones que sí, es decir, si el niño por ejemplo está en el balcón y le dices ‘no te eches muy para adelante que la barandilla a lo mejor se podría romper y te caerías y te harías daño’. Es bueno prevenirle, pero tampoco estar encima de él, ‘cuidado, no te caigas, no te subas a la silla, vigila la escalera…’, esto no es bueno porque entonces el niño piensa que el peligro es mucho mayor de lo que es en realidad, y es necesario prevenirle, pero no asustarle.

¿Qué síntomas deben alertar a los padres de que el miedo de su hijo es algo patológico y requiere ayuda profesional?

Cuando le produce un bloqueo. A los niños que sienten un miedo patológico se les nota porque se vuelven tristes, están pálidos, rechazan la situación concreta que les atemoriza, se ponen muy tensos… Por ejemplo, si el padre le dice ‘venga, móntate en la noria’ y el niño se empieza a poner pálido, empieza a llorar, esto le puede producir un trauma en el futuro, y cuando este trauma está muy instalado genera unos comportamientos que permiten a los padres darse cuenta en seguida de que aquello no es normal, y es necesario acudir al terapeuta. A veces el psicólogo da consejos a los padres sin necesidad de hacer una terapia continuada, y simplemente les ofrece una serie de pautas para que ellos mismos en casa puedan ayudar a su hijo.

A los niños que sienten un miedo patológico se les nota porque se vuelven tristes, están pálidos, rechazan la situación concreta que les atemoriza, se ponen muy tensos…

Con respecto a la muerte, ¿a partir de qué edad podemos decirles la verdad por cruda que resulte?

Cuando son pequeños es mejor medio disfrazarla y hablar de la muerte como en los cuentos, es decir, que la muerte es un paso hacia otro espacio que no conocemos, pero que puede ser maravilloso. Nunca hay que decir que a la persona que ha fallecido no la veremos nunca más, sino que vamos a sentir su presencia durante mucho tiempo porque está en otro lugar. Cuando son pequeños esto lo entienden perfectamente, y decir ‘el abuelito está en el cielo’ puede ser un recurso muy bonito hasta que poco a poco el niño vaya entendiendo que puede estar en otro sitio, o puede no estar en ninguna parte. A medida que se van haciendo mayores, a partir de los siete u ocho años, cuando su razonamiento ya es muy poderoso, podemos contarles la verdad, y hablarles de las diferentes creencias sobre la muerte, ofrecerles alternativas, y decirles que como adultos tampoco sabemos exactamente lo que pasa después –si a nivel orgánico o fisiológico, pero no a nivel espiritual–, y explicarles que, por ejemplo, lo que creemos es que el cuerpo desaparece pero queda lo que llamamos el espíritu, el alma de la persona que se ha ido. Ellos mismos con la experiencia irán deduciendo lo que ocurre, y es mejor darles esta visión más espiritual que se centra en la esencia de la persona, en recordarla y tenerla muy presente, como si siguiera a nuestro lado.

Si el miedo es universal y afecta a todos los seres humanos, supongo que a todos los padres les vendría bien leer ‘La vacuna contra el miedo’…

Sí, va dirigido a padres y madres, no tanto a educadores, porque los educadores esto ya lo tienen muy controlado. Lo ideal es que los padres se informaran antes de que el niño comenzara a desarrollar los miedos, pero siempre se puede reconducir el problema. Aquello que dicen de que la cara es el espejo del alma se aplica muy bien en este caso porque los padres conocen bien a su hijo y saben perfectamente cuándo le pasa algo, porque hay expresiones que son muy evidentes. Al niño se le puede preguntar qué le ocurre, si está triste o contento, si quiere que hablemos…, pero no insistir mucho, no machacar, porque él tiene que encontrarse a gusto para hablar, y también los adultos podemos buscar un momento propicio que sea relajado; por ejemplo antes de dormir, cuando está en la cama, el padre o la madre se pueden sentar en el borde y preguntarle cómo está, cómo le ha ido el día, comentarle que le ven un poquito triste… Si el niño lo quiere contar, bien, si no, al cabo de dos o tres días volvemos a preguntarle.

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