Sonia Martínez
3 de julio de 2020
La psicóloga Sonia Martínez fue pionera en España en la enseñanza y el desarrollo de las habilidades emocionales, sociales y de aprendizaje en niños, adolescentes y familias a través de los centros Crece Bien de Madrid, que fundó y dirige. Fruto de ese conocimiento y de esa experiencia surge Descubriendo emociones (La esfera de los libros, 2020), una guía que, a través de la comprensión de las emociones, pretende ayudar a padres y madres a desentrañar y entender el comportamiento de sus hijos e hijas, ya que, como suele decir la experta, “la emoción es el motor del comportamiento”. Martínez, que reconoce el boom que está experimentando la educación emocional, sobre todo a raíz de la importancia creciente de la inteligencia emocional en el mercado laboral, aconseja a los padres y madres visualizar a sus hijos de mayores, ya que esto les ayudará a afrontar mejor sus emociones, sobre todo las que consideramos más negativas, como la tristeza o, sobre todo, el enfado. “Si pensamos que una rabieta le va a servir a nuestro hijo en el futuro para saber manejar mejor la frustración, para tener más paciencia o para aceptar un no, seguro que la afrontamos con mejor gana”, asegura.
Dedicas 'Descubriendo emociones' a tu hijo Hugo por enseñarte “que cuando entra en juego el amor por un hijo, hay que tener en cuenta muchas cosas, además de lo estudiado en psicología”. Una cosa es la teoría y otra bien distinta la práctica, sobre todo cuando el niño sobre el que llevas a cabo esa práctica es tu hijo, ¿verdad?
Sí. Cuando eres madre te das cuenta de que guiar en las emociones a otros niños y padres es muy fácil, pero cuando se trata del tuyo todo se complica: pierdes antes la paciencia y te puede la impaciencia porque esté contento y se sienta bien, cuando con otros niños eres capaz de esperar y acompañarles en las emociones negativas. Es algo así como lo que decía un estudio hecho con profesores, según el cual los hijos de maestros sacaban peores notas. Pues yo he vivido esto con la educación emocional.
Se puede decir entonces aquello de “en casa de herrero, cuchillo de palo”, ¿no?
(Risas) Sí, sí. Es así. Y en la psicología y en la educación pasa mucho. Al final, muchas veces, en casa lo acabas haciendo igual que cualquier otro padre o madre sin conocimiento alguno de la psicología infantil. Caes en los mismos errores.
A propósito de esto, recuerdo a una compañera de trabajo que era psicóloga y que por las tardes pasaba consulta a niños. A veces me contaba ciertas historias y hacía unos juicios de valor por los que yo, para mis adentros, pensaba: cómo se nota que no eres madre…
Es que todos sabemos lo importante que es hablar con nuestros hijos de las emociones, preguntarles por lo que sienten y por cómo se sienten, pero luego encontrar el espacio para hacerlo en el día a día cuando eres madre o padre es complicadísimo. Yo lo veo también con psicólogos que empiezan a trabajar en nuestros centros. Ellos elaboran pautas para padres y cuando yo las leo les digo: se nota que no tenéis hijos.
Como madre me he dado cuenta de que resulta muy difícil incorporar al día a día rutinas que son muy beneficiosas desde el punto de vista de la educación emocional, por eso siempre insisto mucho en lo importante que es que cada familia incorpore pequeñas cositas en su día a día, aunque sean muy pequeñas, que se transformen en hábitos.
Entender y acompañar las emociones de nuestros hijos
Escribe Elena Sierra Martín en el prólogo que los padres y madres en general nos llevamos bien con las emociones que consideramos positivas en nuestros hijos, pero que las que tienen un carácter negativo acostumbramos a obviarlas y a evitarlas, cuando no a reprimirlas. ¿Qué consecuencias puede tener ese mirar para otro lado?
La consecuencia es que el niño acaba interiorizando que las emociones hay que ignorarlas, así que cuando se encuentre a un niño enfadado, por ejemplo, lo que hará es ignorarlo porque es lo que ha aprendido en casa. O si los enfados se han solucionado comprándole aquello que ha provocado el enfado, cuando sea adulto y quiera algo no sabrá esperar, porque ha aprendido que sus emociones negativas se solucionan comprando el objeto de deseo. Al final aprenden a ignorar o a hacer cualquier cosa para eliminar las emociones.
Hemos interiorizado que fuera de casa tenemos que controlar las emociones, pero después se nos cae un plato en casa y nos ponemos a pegar gritos porque nos desbordamos
Si queremos reconciliarnos con las emociones y ayudar a los niños a que puedan identificarlas, manejarlas y sacarles partido, no podemos obviarlas como si no pasara nada o intentar eliminarlas lo más rápido posible.
Dices que cada año conoces a cientos de padres y madres preocupados por los comportamientos de sus hijos. Tú, igual que en el libro, les remites a las emociones. ¿Es fundamental entender las emociones de un niño para entender también sus comportamientos?
Sí. Vamos a poner un ejemplo: el típico caso del niño que cuando llega la hora de volver a casa tras estar en el parque tiene una rabieta porque no se quiere ir. Los padres, por ejemplo, se centran mucho en la rabieta, en controlar el comportamiento, pero sin embargo sería mucho más efectivo que al ver ese enfado intentasen ayudar al niño a identificar que está enfadado, que es el primer paso para que el pequeño sepa manejar ese enfado y no tenga la rabieta cada vez que va al parque. Por el contrario, si penalizamos o regañamos al niño por tener esa rabieta, lo que hará el pequeño las próximas veces será controlar la rabieta para que no le castiguen, pero al rato sacará la rabia por otra parte y tendrá una rabieta por cualquier otra cosa.
Querer solucionar las rabietas de los niños cuando están en mitad de una es imposible, porque la emoción atrapa a la razón y no hay manera de razonar con ellos
Nos pasa también a los adultos. Hemos interiorizado que fuera de casa tenemos que controlar las emociones, pero después llegamos a casa, se nos cae un plato, y nos ponemos a pegar gritos porque nos desbordamos.
Es que somos mucho de “no llores”, “no te enfades”, “no estés triste”. ¿Qué deberíamos hacer como padres y madres realmente ante esas situaciones en las que afloran esas emociones que consideramos negativas?
Es que vamos con el “no te enfades” por delante, pero al decir eso lo que provocamos es que el niño se enfade aún más, porque la emoción lo que hace es dispararse. No se trata de enseñar al niño a reprimir las emociones, porque esa represión luego saldrá por algún sitio, ya sea a través de una úlcera o una migraña de mayor, o explotando por cualquier tontería.
Hoy lo que te diferencia no es tener dos carreras, cuatro idiomas y tres master, sino tener habilidades emocionales
Si queremos adultos autónomos tenemos que ayudarles a saber qué es lo que les pasa y ayudarles a buscar una solución. Sigo con el ejemplo del parque. Tendemos a decirles: “es que no hay que enfadarse. Mira todo el tiempo que hemos estado aquí. Si sigues así mañana no venimos”. Al final lo que hacemos es provocar mucho más las emociones. Sin embargo, si empatizamos con el niño, el pequeño se tranquiliza. Es mágico.
Es que no es fácil gestionar esa rabieta de parque, ¿no? Sobre todo cuando se reproduce cada día y sientes la mirada del resto de padres y madres encima de ti.
Es que muchas veces tendemos a intentar empatizar con ellos, pero añadimos una coletilla tras un “pero” que demuestra que no estamos empatizando de verdad. Por ejemplo: “yo entiendo que te quieras quedar, pero es que tenemos que irnos a comprar”. Mal. No es un “te entiendo” de verdad porque lleva una ristra de explicaciones que los niños no necesitan para nada. Ellos en ese momento no precisan que les expliques la situación, sino que les entiendas y puedas guiar y canalizar esa emoción. Con las explicaciones intentas reducir el enfado, pero el niño se enfada mucho más.
Que los padres estemos tan pendientes y tan informados no ayuda a los niños. Nos provocamos y les provocamos mucha más inseguridad
Muchas veces queremos solucionar las rabietas de los niños cuando están en mitad de una y eso es imposible, porque en un momento de estallido emocional la emoción atrapa a la razón y no hay manera de razonar. Nosotros, sin embargo, tendemos a ponernos a razonar con el niño, cuando lo que más les va a ayudar es que les abracemos, les toquemos y los distraigamos con otra cosa para que la emoción baje. Las explicaciones mejor para la noche o para el día siguiente.
Y otra cosa que ayuda mucho es anticiparse, adelantarles lo que va a pasar. Igual que preparamos a los niños para un examen o para ver a los abuelos, hay que prepararles para el momento de irse del parque. Es mucho más sencillo evitar así la rabieta.
Tú hablas de cuatro principios generales para educar emocionalmente: preguntar a nuestros hijos, mostrar a nuestros hijos hacia dónde quieren ir, enseñarles cómo decidir qué hacer y ayudarles a manejar sus emociones. Quiero detenerme en el primero de ellos. ¿Por qué es tan importante preguntar a nuestros hijos en vez de ordenar o aconsejar?
Es que si cada vez que un niño se enfada o está triste, la madre o el padre le dicen lo que tiene que hacer, ese niño cuando se enfade o esté triste en un entorno diferente a su casa no va a saber qué tiene que hacer y va a precisar de un adulto que le guíe. Preguntar, sin embargo, ayuda a los niños a entenderse y a buscar una solución de forma mucho más rápida.
Deberíamos acompañar a nuestros hijos y que ellos vayan probándose, teniendo tropiezos, en vez de estar permanentemente a su alrededor y controlando todo lo que hacen
Padres cada vez más preocupados por la educación emocional
¿Tienes la sensación de que estamos viviendo un boom de la educación emocional, de que los padres y madres cada vez estamos más preocupados por ese aspecto de la educación de nuestros hijos?
Por la educación en general, pero sí que es cierto que la inteligencia emocional ha tenido un boom porque es algo que cada vez se valora más a nivel laboral y empresarial. Hoy lo que te diferencia no es tener dos carreras, cuatro idiomas y tres master, porque eso lo tiene casi todo el mundo, sino tener habilidades para trabajar en equipo, saber manejarte en situación de presión, tener capacidad de dirección. Eso ha llegado al mundo de la empresa, se le ha dado importancia a nivel de recursos humanos y por efecto dominó ha ganado también trascendencia a nivel educativo.
Y a nivel de padres y madres, claro.
Los padres y madres tenemos hoy mucha más información y nos sentimos más responsables de que nuestros hijos se sientan bien, de forma que nos preocupamos por muchas más cosas, desde las emociones hasta las relaciones sociales de los pequeños. Mi sensación es que estar tan pendientes y tan informados no ayuda a los niños. Nos provocamos y les provocamos mucha más inseguridad.
Sabemos manejarnos mucho mejor con la tristeza de alguien que con el enfado porque una rabieta nos expone al entorno, a las miradas de los demás
En Crece Bien siempre decimos que es mucho más importante que los padres tomen sus propias decisiones y las cosas que hagan las hagan con seguridad.
Es que estamos tan formados e informados que creo que los padres de hoy vivimos la experiencia de la maternidad/paternidad con mucha angustia, que cada error que cometemos o cada cosa que hacemos que no sigue los consejos del psicólogo 'influencer' de turno nos la vamos cargando en la mochila de la culpa.
La culpa es una emoción muy positiva. Sirve para darte cuenta de que hay algo que no has hecho bien y reparar ese acto. Es una emoción muy útil. Sí que es verdad, no obstante, que tendríamos que aprender a relativizar, porque los padres no somos tan importantes (risas). A ver, somos importantes, pero el niño vive un montón de experiencias, interactúa con mucha gente, así que hagamos lo que hagamos nos vamos a equivocar y nuestros hijos se van a equivocar. Y qué suerte que sea así, ¿no?
Si pensamos que una rabieta le va a servir a nuestro hijo en el futuro para saber manejar mejor la frustración, tener más paciencia o aceptar un no, la afrontaremos mejor
Deberíamos acompañar a nuestros hijos y que ellos vayan probándose, teniendo tropiezos. Eso mucho mejor que estar permanentemente a su alrededor, sobrevolando su vida y controlando todo lo que hacen. Hay que estar al lado de nuestros hijos, pero no controlarles.
En el libro tratas doce emociones: asertividad, tristeza, autonomía, miedo, autoestima, enfado, celos, autocontrol, timidez, tolerancia a la frustración, empatía, motivación y responsabilidad. Por tu experiencia, ¿cuáles dirías que son las que más preocupan a los padres y por qué?
El enfado y la motivación por los estudios, sin duda. Pero sobre todo los enfados. Los padres nos hacemos muy responsables de los enfados de los niños, demasiado. Y también los enfados llaman mucho la atención y te sientes con la necesidad imperiosa de hacer algo. Sabemos manejarnos mucho mejor con la tristeza de alguien que con el enfado porque una rabieta nos expone al entorno, a las miradas de los demás, y acabamos también enfadados nosotros.
Para luchar contra esa culpa y ser unos buenos acompañantes emocionales de nuestros hijos e hijas, ¿qué consejos básicos nos darías a los padres y madres?
Yo aconsejo que visualicemos a nuestros hijos de adultos. ¿Qué queremos enseñarles ahora para que les sirva en el futuro? ¿A tener paciencia, a tolerar la frustración, a saber esperar? Pues entonces a nuestros hijos tendremos que decirles que “no” a muchos caprichos y tolerar sus rabietas porque le van a servir en el futuro. Si pensamos que una rabieta le va a servir a nuestro hijo en el futuro para saber manejar mejor la frustración, para tener más paciencia o para aceptar el no, seguro que la afrontamos con mejor gana.
Recomiendo ir dejando a los niños tomar pequeñas decisiones porque eso hará que de mayores sepan tomar decisiones y lo hagan con seguridad
Y luego también sirve mucho en esos momentos de rabieta verlas un poco como espectador, distanciarte de la situación y verla como un aprendizaje, como cuando nuestro hijo aprende a hacer la ‘a’ o aprende a andar. El llorar, el enfadarse, el llevarse mal con un amigo es parte de un aprendizaje. También recomiendo ir dejando a los niños tomar pequeñas decisiones porque eso hará que de mayores sepan tomar decisiones y lo hagan con seguridad.
Y, por último, ver los errores como oportunidades. Pedir perdón si nos equivocamos y buscar la forma de mejorar a partir de ese error. Eso también será un aprendizaje que dejaremos a nuestros hijos para el día de mañana.