Tania García
7 de febrero de 2019
La crianza durante los primeros años de vida de los hijos puede llegar a ser tremendamente agotadora, y también generar muchísima incertidumbre en torno a la cuestión de si lo estamos haciendo bien o no; sobre todo cuando se trata del primer hijo. Nuestras expectativas, el ritmo frenético de vida y el orden de nuestra sociedad actual influyen en cómo criamos –y en el tamaño de nuestros miedos y tropiezos–, pero también lo hacen nuestras propias mochilas educativas, nuestra salud emocional. Así lo cuenta Tania García, escritora y fundadora de la escuela para familias Edurespeta, en Educar sin perder los nervios (Penguin Random House, colección Vergara), un libro que surge de la experiencia de la autora ayudando desde hace años a familias y profesionales a educar de una forma más respetuosa con el niño. “Se trata de saber cómo somos y cómo nos tratamos a nosotros mismos y, por ende, tratar bien”, dice Tania García, para quien siempre estamos a tiempo de cambiar lo que no nos gusta: sólo “hay que empezar por el principio con aceptación, tranquilidad, respeto, sentido común y paciencia”.
‘Educar sin perder los nervios’ es una guía para transformar nuestra vida familiar desde el respeto y el entendimiento. ¿Hay vuelta atrás cuando los conflictos y la desconexión de nuestros hijos está muy arraigada? ¿Estamos siempre a tiempo de reconectar?
En la vida nunca es tarde para nada. Cuantos más errores se hayan cometido y menos vínculo exista, más cuestiones hay que trabajar y reeducar, pero tarde no es. Cada día es una nueva oportunidad de aprendizaje, de autoconocimiento y de superación.
Pocos padres podrán decir que nunca han dicho a sus hijos cosas de las que se han arrepentido, y no sé si reconocer ese error ya es un punto a favor. ¿Nos cuesta pedir perdón a nuestros hijos?
Todos somos humanos, todos cometemos errores. No obstante, no podemos quedarnos anclados en esta frase y seguir cometiendo diariamente los mismos fallos. Hay que trabajar profundamente por la mejora, empezando por la aceptación del error.
Nuestra infancia está ligada a nuestra vida adulta por un hilo invisible, que sin duda marca nuestro camino
Nos cuesta pedir perdón porque realmente pensamos que nuestros hijos e hijas son los culpables de nuestras actuaciones incorrectas. Nos han educado, familiar y socialmente, en que los niños y niñas deben ver, oír y callar, y hacer y ser lo que sus padres quieren en cada momento. Cuando se salen de ese molde (inventado e inhumano, dígase de paso) los adultos irremediablemente pensamos que son merecedores de nuestras faltas de respeto y pérdida de los nervios.
Esto demuestra que no sabemos nada en absoluto de las necesidades reales de los niños, empezando por poder ser lo que son: niños, y hacer lo que ellos hacen por naturaleza: gritar, saltar, enfadarse, explotar emocionalmente, llorar, no querer ir al colegio, pelear con sus hermanos, etcétera. Es positivo pedir perdón, pero realmente lo más positivo es aprender del error y no tener que pedirlo tanto.
La vida cuando somos padres no es la misma que cuando no lo éramos, y esta es una realidad que cuanto antes integremos, mejor
Es cierto que los niños más que necesitar que reconozcamos nuestros errores lo que necesitan es que cometamos menos pero, ¿qué les mostramos cuando pedimos perdón?
Si reconocemos nuestros errores, pedimos perdón y expresamos nuestra falta de coherencia y empatía, pues genial; pero debemos trabajar por ser mejores, como personas, y como madres y padres.
Educación basada en el respeto a los hijos
¿Cómo debe ser una educación basada en el respeto y el entendimiento real de las necesidades emocionales y de desarrollo de los niños y las niñas?
Básicamente, una educación que piense en sus necesidades y no en las necesidades adultas; una educación coherente, no controladora, empática y con sentido común. En definitiva, debemos tratar a nuestros hijos e hijas como nos gusta que nos traten a nosotros.
¿Cuánto hay de carácter y cuánto de educación en cómo se comportan nuestros hijos?
La clave está en el juicio adulto. Es decir, los niños y niñas tienen todo el derecho del mundo a comportarse como niños y niñas, el derecho y el deber. El problema está en que cualquier cosa que consideremos 'mala' desde la visión adulta, ya la tachamos de mal comportamiento.
El cuidado a los hijos e hijas incluye el cuidado por uno mismo; si nosotros no estamos bien, ni les vamos a enseñar a cuidarse, ni les vamos a cuidar óptimamente
Los niños se enfadan, se frustran, se expresan…; son personas, seres emocionales con el derecho de decir y hacer lo que consideren oportuno en cada momento, teniendo a sus padres y guías atentos a cualquier cosa que puedan necesitar, y para enseñarles lo que es bueno para su vida y lo que no, basándose en lo que sus hijos necesitan, lo que en la sociedad se dice que es mejor y peor.
Te preguntaba lo anterior porque no sé si muchas veces pensamos que se puede controlar todo, y nos olvidamos del papel que juega el carácter de cada persona, de cada niño.
Es que no debemos controlar nada. Los niños son el resultado de, en primer lugar, su genética y, por tanto, su personalidad, del modo en el que son educados y tratados y, por último, de sus experiencias vitales. No obstante, su cerebro está en desarrollo, se va formando en función del trato recibido, tal y como indica la ciencia. Y, aunque tenga un carácter ‘x’, si se le trata bien, tendrá unos buenos valores para consigo mismo y para con el resto.
Nuestra infancia está ligada a nuestra vida adulta
Contaba una conocida actriz española en una entrevista reciente cómo ha influido una anécdota de su infancia en su vida y en la construcción de su 'yo'. Decía que de pequeña cuando le dijo a su madre que le habían contado que los Reyes Magos eran los padres, su madre le respondió –de una manera muy abrupta– que era cierto y que nunca más recibiría regalos. ¿Hasta qué punto influye lo que les decimos a nuestros hijos en su futura personalidad o en sus vivencias adultas?
Influye absolutamente en todo, nuestra infancia está ligada a nuestra vida adulta por un hilo invisible, que sin duda marca nuestro camino. Somos quienes fuimos, y cuesta mucho aprender algo nuevo y reeducarse, pero es posible y necesario para vivir como realmente queremos y tener una actitud de felicidad y positividad ante la vida.
Debemos tratar a nuestros hijos e hijas como nos gusta ser tratados
En el libro dedicas un capítulo a la autoestima, y entre las recomendaciones que das para ayudar a nuestros hijos a tener una buena autoestima destacas que debemos “aceptarlos tal y como son”. Las expectativas, ¿son nuestras mayores enemigas?
Entre otras cosas. Las expectativas están relacionadas con nuestras carencias emocionales. Cuando queremos que nuestros hijos sepan muchos idiomas, saquen sobresalientes, hagan su cama con nueve años, y no tengan rabietas es, exclusivamente, porque queremos que encajen en el mundo que nosotros creemos pero, ¿verdaderamente es “lo mejor” para ellos? ¿Es esto lo que necesitan los niños?
Las emociones no se deben gestionar, se deben conocer, identificar y amar
Para llegar a ser unos adultos sanos emocionalmente en su vida presente y futura, los niños necesitan ser atendidos en sus necesidades reales y sus tiempos, respetados en sus etapas, comprendidos, amados, respetados, desde la amabilidad y la comprensión. Si deseamos enseñar algo desde la violencia, solo enseñaremos a integrar la violencia (con gritos, castigos, desconexión, exigencias, amenazas, chantajes, control, desconexión, ignorando sus emociones, sin atención, sin pasar tiempo juntos, sin que tengan tiempo para jugar…) como forma adecuada de caminar ante las adversidades y necesidades de la vida.
Para ayudar a nuestros hijos a gestionar sus emociones, ¿necesitamos antes aprender a gestionar las propias?
En realidad, las emociones no se deben gestionar, se deben conocer, identificar y amar. El primer paso, como dices, es saber cómo estamos los adultos emocionalmente, qué sabemos de las emociones más allá de lo que conocemos de
películas y cuentos, cómo las identificamos, y qué hacemos con ellas cuando las sentimos. Solo así les enseñaremos a conocer, identificar y guiar sus propias emociones.
Construir un buen clima familiar
No sé si la ausencia de redes familiares o sociales lo complica todo más a la hora de cumplir nuestro propósito de ser mejores padres. ¿Influye irremediablemente la crianza intensiva también en el clima familiar?
No se necesita ayuda para tratar a tus hijos e hijas con respeto, sentido común, empatía y conexión. El ritmo de vida que llevamos, los quehaceres y las exigencias que poco tienen que ver, por cierto, con las necesidades reales de desarrollo de los niños, nos lo ponen difícil pero, en realidad, se trata de saber cómo somos y cómo nos tratamos a nosotros mismos y, por ende, tratar bien a los demás.
En relación a la pregunta anterior, supongo que para ese clima es importante no sólo un trabajo personal interior para derribar aquello sobre lo que fuimos educados, sino también un espacio y un tiempo para el autocuidado para poder cuidar a los demás… ¿Cómo podemos hacerlo cuando la organización del tiempo no acaba de ser favorable?
Dentro del cuidado a los hijos e hijas está ya el cuidado por uno mismo; si nosotros no estamos bien, obviamente ni les vamos a enseñar a cuidarse, ni les vamos a cuidar óptimamente. Pero debemos aprender que el autocuidado está también en las pequeñas cosas; a veces con una buena ducha caliente y 10 minutos de lectura relajada tenemos pilas cargadas hasta el día siguiente. La vida cuando somos padres no es la misma que cuando no lo éramos, y esta también es una realidad que cuanto antes integremos, mejor.
Los niños son el resultado de su genética –y, por tanto, su personalidad–, del modo en el que son educados y tratados, y de sus experiencias vitales
¿Y qué les recomendarías a unos padres que quieran ser mejores padres, que ya hayan tomado conciencia de ello, pero que no acaben de encontrar el camino para lograrlo?
Que lean Educar sin perder los nervios (risas). La puesta en práctica del cambio suele ser lo más difícil, y esto es, precisamente, porque no trabajamos nuestra propia infancia y porque seguimos centrados en que nos hagan caso, en exigirles, en marcarles el camino que consideramos correcto, en vez de dejarlos ser, siempre cuidándolos mental y físicamente. Todo es posible, hay que empezar por el principio con aceptación, tranquilidad, respeto, sentido común y paciencia.