Dra. África González
9 de septiembre de 2021
Nuestro sistema inmunitario es el centinela que detecta la presencia de elementos extraños al organismo y nos defiende contra patógenos como virus y bacterias. Cuando funciona correctamente nos ayuda a superar enfermedades como el COVID-19 y a generar anticuerpos neutralizantes y células inmunitarias de memoria (linfocitos T y B) que recuerdan a los elementos infecciosos y los combaten la próxima vez que se crucen en su camino. Aunque, a veces, también puede convertirse en un temible enemigo y atacar al organismo provocando enfermedades autoinmunes y rechazando órganos trasplantados.
África González Fernández, doctora en Medicina y Cirugía, catedrática de Inmunología de la Universidad de Vigo y académica de la Real Academia de Farmacia de Galicia, acaba de publicar Inmuno Power (La Esfera de los Libros, 2021), un libro en el que explica de forma amena y divulgativa las funciones del sistema inmunitario, cómo nos protege frente a enfermedades, y qué influye para que sea más o menos eficiente. Hablamos con esta experta en inmunología, que también ha sido directora del Centro de Investigaciones Biomédicas (CINBIO) de 2009 a 2019, y presidenta de la Sociedad Española de Inmunología (2016-2020), sobre el poder de nuestras defensas, qué hacer para potenciarlas, y por qué debemos confiar en todas las vacunas que, como las desarrolladas contra el SARS-CoV-2, han demostrado su seguridad y eficacia.
¿Qué es y cómo funciona el sistema inmune, y qué factores influyen para que sea más o menos eficiente?
El sistema inmunitario es un sistema de vigilancia del propio organismo, por lo que vigila que los componentes internos estén bien. También detecta elementos extraños que pueden ser tanto patógenos, como trasplantes incompatibles, y se encarga de hacer limpieza de células que están envejecidas o dañadas y de la vigilancia de los tumores. Además, participa en la reparación de las heridas y permite que después de que se haya producido un proceso inflamatorio todo pueda volver a la normalidad. El sistema inmunitario era el gran olvidado y en esta pandemia he visto que la sociedad está ávida por conocer cómo funciona, y he intentado que el libro no sea útil solo en el contexto de la pandemia, sino como libro de cabecera que muestre al lector que el sistema inmunitario es como un ejército que tiene un papel muy importante en nuestra defensa contra las enfermedades.
El sistema inmunitario es como un ejército que tiene un papel muy importante en nuestra defensa contra las enfermedades
Hay distintos aspectos que influyen de forma muy importante en el sistema inmunitario; algunos factores son característicos del propio individuo y no es posible cambiarlos, como la genética, el sexo, la edad, comorbilidades que pueda tener… Pero hay otra serie de factores que sí podemos modificar, como tener una nutrición adecuada, hacer ejercicio moderado, evitar las drogas, el tabaco, o el alcohol, llevar una vida con poco estrés, dormir las horas necesarias, o no tomar fármacos que afecten al correcto funcionamiento del sistema inmunitario.
Con respecto a la alimentación, ¿existen de verdad súper alimentos que ayuden a prevenir enfermedades?
La mayor parte de las veces cuando dicen que un producto potencia las defensas esa afirmación no se basa en un estudio científico que realmente la avale. Hace unos años se tuvieron que retirar una serie de programas y folletos de algunos productos lácteos en los que se indicaba que potenciaban el sistema inmunitario, cuando en realidad no lo habían demostrado. Ahora mismo hay una directiva europea para regular este tipo de mensajes, y también el Ministerio está haciendo una labor muy importante para ir eliminando todos los bulos y toda la publicidad engañosa.
Los mejores alimentos son los alimentos naturales que tomamos en la dieta diaria. Muchas veces se habla de súper alimentos o alimentos que llaman funcionales y que en muchas ocasiones son carísimos y pueden ser sustituidos por alimentos que incluimos en nuestra cesta de la compra y lo importante es hacer una nutrición variada, rica en fibras, en frutas y, si la persona no es vegetariana, que incluya carne, pescado, huevos, lácteos…, que van a proporcionar todos los nutrientes, las vitaminas y los oligoelementos que necesitamos para nuestra vida diaria. Si una persona hace un consumo normal y no tiene un déficit de vitaminas, no necesita ningún suplemento adicional.
El organismo es un castillo con 'centinelas' listos para actuar –el sistema inmune innato–, y si no consiguen eliminar el patógeno llaman a unos 'francotiradores' más lentos, pero mucho más específicos
Solo si tienes un déficit por ejemplo de vitamina D, que es frecuente y que durante el confinamiento se ha producido en gente que no ha estado expuesta al sol, se pueden dar suplementos, pero siempre bajo supervisión médica, porque el exceso de vitaminas también es perjudicial, sobre todo las que son liposolubles; en el caso de las hidrosolubles no hay tanto problema porque aunque tomemos mucha cantidad, se van a eliminar por la orina.
¿Qué factores pueden afectar negativamente a nuestro sistema inmune? ¿Pueden los problemas psicológicos o emocionales ‘bajar nuestras defensas’?
Sí, sí, por supuesto. Se sabe que el estrés libera una hormona, que es el cortisol, que es inmunosupresora. Es diferente si la liberación es aguda, por ejemplo cuando un individuo se encuentra en una situación de peligro y libera mucho cortisol y también adrenalina, pero luego vuelven a los niveles normales. El problema es cuando tenemos un estrés crónico, en el que se da esa liberación elevada de cortisol que al final va a producir un deterioro del sistema inmunitario y no vamos a poder responder frente a los patógenos de forma adecuada.
También la depresión está asociada a un deterioro del sistema inmunitario. Por tanto, hay una relación muy importante, tanto con el sistema nervioso como con el sistema endocrino y con la microbiota. El sistema inmunitario se ve afectado por muchos componentes, y al igual que el sistema nervioso tiene memoria y es capaz de recordar a largo plazo. Así, por ejemplo, cuando pasas la varicela, queda memoria inmunitaria y esa enfermedad no la vuelves a pasar. Y eso es lo que se pretende con las vacunas, prevenir para que ni siquiera la primera vez tengas la enfermedad, instruir a tu sistema inmunitario enseñándole como fotos del patógeno –del virus o de la bacteria– y que se generen células de memoria capaces de responder frente a ese patógeno, de forma que estés protegido cuando te expongas a él de verdad.
Explicas que “una vez que una persona ha desarrollado una respuesta inmunitaria con ‘memoria alérgica’ es muy difícil volver a desandar el camino y que no responda de forma exagerada cuando vea el alérgeno”. ¿No debería ocurrir lo mismo entonces cuando nos enfrentamos a un patógeno igual o similar a otro que nos ha enfermado previamente?
Sí, y de hecho eso es lo que ocurre; por ejemplo, si yo tuve una infección por el virus de la gripe del año pasado y este año el virus de la gripe viene un poco modificado soy capaz de responder porque tengo células de memoria, puedo generar rápidamente también anticuerpos, y voy a poder luchar frente a ese patógeno. Por eso es tan importante la vacunación previa. El sistema inmunitario en principio es lento en actuar. Yo pongo como ejemplo que el organismo es un castillo en el que tenemos centinelas listos para actuar, que sería el sistema inmune innato, que prácticamente no se fija en lo que ha entrado pero detecta que es algo extraño y rápidamente lo destruye. Si estos centinelas no pueden conseguirlo, tienen que llamar a unos francotiradores que tardan en llegar porque son mucho más lentos, pero que son mucho más específicos, a los que se les enseña una foto del patógeno y se les indica que tienen que eliminar a ese enemigo.
La mayor parte de las veces cuando dicen que un producto potencia las defensas esa afirmación no se basa en un estudio científico que realmente la avale
Una vez que ya lo han eliminado, si vuelve a entrar un poco cambiado (como una persona que se ha puesto gafas de sol o un sombrero) lo siguen reconociendo. El problema es si viniera completamente diferente (se ha disfrazado de Spiderman), y esto hace que ya no reconozcan al patógeno. Pero la memoria inmunitaria tiene la capacidad de reconocer al patógeno inicial y a patógenos parecidos.
Inmunidad contra el SARS-CoV-2 y sus variantes
Las personas que han adquirido inmunidad contra el SARS-CoV-2, ya sea natural tras pasar la infección, o gracias a la vacuna, además de anticuerpos tienen células T y células B de memoria que reconocen al virus y lo combaten. ¿Puede la inmunidad celular proteger también contra variantes del coronavirus, como la delta, que según un estudio reciente es capaz de eludir a los anticuerpos neutralizantes?
Sí, de hecho hay varios estudios donde se demuestra que la inmunidad celular es capaz de tener una respuesta incluso más amplia que los anticuerpos e identificar zonas del coronavirus que no están expuestas, que son más estables y no han cambiado tanto, sino que se siguen manteniendo, y esa memoria celular es capaz de proteger al individuo.
¿Qué es lo que está pasando con la variante delta? En primer lugar, que es mucho más contagiosa y con muy poco tiempo de exposición a una persona infectada podemos recibir suficiente carga viral para infectarnos. Además, las vacunas no son eficaces al cien por cien; se espera que haya un porcentaje de personas para las que las vacunas no son eficaces, por lo que habría alrededor de un 5% de personas en las que la vacuna no ha resultado eficaz y que se pueden seguir infectando (algo que ya sabemos por los ensayos clínicos).
La liberación elevada de cortisol en caso de estrés crónico va a producir un deterioro del sistema inmunitario que impida responder frente a los patógenos de forma adecuada
Otro factor es que la variante delta incrementa las hospitalizaciones y hace que en parte esa respuesta inmunológica, tanto de anticuerpos como de células inmunes, no sea capaz de atacarla de igual forma. Lo mismo sucede en las personas que tengan su sistema inmunitario comprometido, como pueden ser personas muy mayores, que aunque hayan recibido la vacuna su respuesta inmunitaria no es adecuada porque experimentan lo que se conoce como inmunosenescencia. También ocurre esto en personas con algún tipo de inmunodeficiencia, o que cuando recibieron la vacuna estaban con un tratamiento inmunosupresor muy potente, por ejemplo los pacientes trasplantados o algunos con enfermedades autoinmunes.
En estos casos se ha visto que están en mayor riesgo y que por esto podría ser interesante que recibieran una dosis de refuerzo para incrementar tanto el número de anticuerpos, como de linfocitos de memoria, y que estén mejor preparados. Sin embargo, quiero señalar que esto no es una novedad, sino que es algo que ya se hace para prevenir otras enfermedades. Cuando se ve que para una persona con una inmunodeficiencia una vacunación contra el tétanos o contra el neumococo no ha sido suficiente, es normal administrar una dosis de refuerzo.
La Comisión de Salud Pública acaba de aprobar la administración de una dosis adicional de la vacuna para el COVID-19 para aquellas personas en situación grave de inmunosupresión pero, si una persona tiene un sistema inmune débil a consecuencia de la toma de fármacos inmunosupresores, de una enfermedad, o por el envejecimiento, ¿sirven nuevas dosis de la vacuna para potenciar su respuesta inmunitaria?
Sí, en un estudio muy reciente que han hecho en Israel –que han sido los primeros que han administrado esta tercera dosis– se ve que aumenta la inmunidad, y que si con solo dos dosis tenían por ejemplo un 27% de personas que habían respondido bien, el porcentaje se incrementa hasta un 70% cuando les administran esa tercera dosis. A veces esa dosis de refuerzo es suficiente como para aumentar de forma importante el grado de protección.
Los efectos secundarios de las vacunas contra el SARS-CoV-2 son muchísimo más bajos que los de cualquier otro fármaco
Tengo que decir que en el calendario vacunal se dan habitualmente tres dosis de vacuna; se suele dar una a los dos meses, una a los cuatro meses, y otra a los seis meses. Prácticamente casi todas las vacunas se dan un mínimo de tres veces, y esto suele proporcionar una protección que puede durar bastante tiempo. En el caso de la vacuna del tétanos se ha visto que la protección suele durar 10 años y que al cabo de ese periodo de tiempo es necesario revacunar.
Por ahora no parece que sea necesario dar esa dosis de refuerzo a la población general, pero sí en estos casos concretos y habrá que valorarlo también en las personas mayores, por ello la Agencia Europea y el Ministerio de Sanidad están analizando si verdaderamente será necesario en el futuro ampliar esa dosis de refuerzo, y mientras también habrá que ir viendo si incluso es necesario desarrollar una nueva vacuna. En principio parece que las vacunas disponibles sí pueden ser efectivas contra las distintas variantes, pero podría ser necesario desarrollar una nueva vacuna que incluya esta variante o alguna de las otras que están circulando en los distintos países.
Cómo debería ser la vacuna perfecta
En el capítulo sobre vacunas hablas de cómo sería la vacuna perfecta, ¿qué requisitos debería reunir? ¿Qué le falta o le sobra a las vacunas contra el COVID-19 que se han aprobado hasta ahora para considerarse como tales?
Definir una vacuna perfecta depende en primer lugar de dónde pones el foco, pero desde el punto de vista inmunológico tendría que ser una vacuna que indujera una protección sobre la enfermedad, y esto no consiste en inducir anticuerpos, sino que proteja de la enfermedad al cien por cien, y de forma duradera; es decir, que la persona se vacune y que ya esté protegida para siempre, durante toda su vida. Si preguntas al paciente, además de eso, probablemente querrá evitar inyecciones, y si el fármaco se puede administrar por vía oral o por vía intranasal, sin que le duela y de forma sencilla, seguramente eso será lo que pedirá.
Desde el punto de vista de los países, también es muy importante que sea barata, de fácil distribución, que no precise condiciones especiales de conservación, como una temperatura específica, que dure mucho tiempo, y que se pueda transportar fácilmente y de forma económica. Y desde el punto de vista global lo que querríamos como sociedad sería una vacuna que erradicara una enfermedad, como ha ocurrido con la viruela, que la campaña de vacunación consiguió erradicarla.
La variante delta es mucho más contagiosa y con muy poco tiempo de exposición a una persona infectada podemos recibir suficiente carga viral para infectarnos
Las mejores vacunas contra el COVID-19 que tenemos han llegado muy pronto, y esto ha sido verdaderamente un éxito tremendo. Hay que dar las gracias a la doctora Katalyn Karicó, y espero que le den el Premio Nobel, porque ha tenido un tesón impresionante cuando nadie creía en las vacunas de ARN, que ofrecen una protección muy alta. Cumplen, por lo tanto, con el requisito de tener un nivel de protección elevado, aunque no sabemos todavía cuánto tiempo va a durar esa protección. No son vacunas fáciles de distribuir, sobre todo las que necesitan congelación, y por ello se crearán nuevas vacunas, que espero que se aprueben pronto y tengan la facilidad de mantenerse incluso a temperatura ambiente.
Pero para erradicar una enfermedad se necesitan muchos años. Con la viruela hablamos de siglos, porque se empezó con Jenner en el siglo XVIII y se consiguió erradicar en el año 1980. Por tanto, para la erradicación necesitamos tiempo. Es cierto que en el caso del COVID la campaña de vacunación a nivel global ha sido única en la historia y en un tiempo récord, por lo que es posible que se consiga erradicar la enfermedad antes, pero por ahora no tenemos las vacunas perfectas.
Lo que constituye una gran ventaja como haber desarrollado vacunas tan rápidamente, ha generado también dudas en muchas personas que piensan que no se han hecho suficientes ensayos clínicos, ni durante suficiente tiempo. ¿Qué les diría a estas personas?
Yo les diría que las vacunas son los fármacos más seguros porque se tienen que aplicar en gente sana y deben someterse a unos criterios de seguridad altísimos, muchísimo mayores que cualquier otro fármaco, y por eso se incluyeron decenas de miles de personas en los ensayos clínicos, estamos hablando en algunos casos de 20.000, 30.000 personas. Pero es que ahora ya hay millones de personas que han recibido las vacunas –de un tipo o de otro–, y esto ha demostrado que son muy, muy seguras.
Si el virus sigue circulando pueden surgir más variantes en el futuro, pero las variantes que se van extendiendo suelen ser las más contagiosas, no necesariamente las más letales
Los pequeños efectos secundarios se han ido detectando porque después de aprobarse un fármaco se sigue el protocolo de fármacovigilancia para ir anotando los posibles problemas que pueda producir. Y estos se han ido anotando y estudiando por las agencias, tanto europea como americana, y como cualquier fármaco se han incluido en el prospecto. Sus efectos secundarios son muchísimo más bajos que los de cualquier otro fármaco; podemos mirar los prospectos de la aspirina, o de un anticonceptivo, y ver la cantidad de efectos secundarios que tienen y que son muchísimo mayores.
Se ha evidenciado que las vacunas son muy seguras, el problema es que no ha habido vacunas suficientes, no hay suficientes empresas para fabricar vacunas a nivel mundial, y esto ha generado que esté habiendo muchos contagios en algunos países y que hayan ido surgiendo variantes. Es posible que si el virus sigue circulando puedan surgir más variantes en el futuro, pero lo que estamos viendo es que las variantes que se van extendiendo suelen ser las más contagiosas, no necesariamente las más letales.
Me gusta insistir en que en la mayor parte de los casos –en torno al 80%– la enfermedad que provoca el SARS-CoV-2 es muy leve o asintomática; en torno al 15% de los infectados presentan síntomas moderados, y hay un 5% de pacientes en situación muy grave, e incluso críticos. Ahí es dónde está el foco: las vacunas actuales nos van a proteger de la enfermedad grave y de las muertes y de las secuelas, pero no evitan los contagios. Es verdad que disminuye un poco la carga viral, pero una persona vacunada puede infectarse y puede contagiar. Y con la variante delta estas circunstancias son mayores porque es muy contagiosa y tiene una carga viral muy alta. Nos ha venido a complicar la vida.
Las vacunas actuales nos van a proteger de la enfermedad grave y de las muertes y de las secuelas, pero no evitan los contagios
Lo que se intenta es conseguir lo que se conoce como inmunidad comunitaria, que es el mínimo número de personas que tienen que estar vacunadas para que entre una persona que esté contagiada, y otra persona que sea susceptible de enfermar, haya una distancia suficiente y sea difícil que se encuentren.
¿Tienen algo que ver los efectos secundarios de las vacunas con que la respuesta inmune sea más o menos potente?
Puede tener cierta relación. En algunas personas, por ejemplo, la fiebre se manifiesta de forma diferente y mientras con una pocas décimas hay quien ya se encuentra muy mal, otras toleran mejor la fiebre. Existen determinados aspectos de tipo personal y que no tienen nada que ver con si han hecho una mayor o una menor respuesta inmunitaria. Está claro que el tener dolor en la zona de la inyección o inflamación de los ganglios son síntomas producidos por sustancias que se liberan y que van a poner en marcha el sistema inmunitario. Y la fiebre es una consecuencia de esa movilización del sistema inmune.
Se han visto más efectos secundarios de la vacunación en gente joven que en gente mayor, y eso sí que está relacionado con el sistema inmune, pero una relación digamos cuantitativa, como decir yo he tenido tanta fiebre y eso significa que tengo un sistema inmunitario mucho más potente que otra persona que ha tenido menos fiebre, no. No hay una relación lineal, pero sí que los efectos secundarios están relacionados con cómo hemos movilizado nuestro sistema inmunitario.
Cuando el sistema inmune se convierte en tu peor enemigo
En el caso del COVID-19 se sabe que algunos pacientes han sufrido un agravamiento de la enfermedad precisamente por una reacción exagerada de su sistema inmune, ¿es posible prever o evitar que esto ocurra?
Hay un efecto que consiste en una liberación de sustancias, sobre todo a nivel pulmonar, que se conocen como citocinas. Como se liberan de golpe y de forma muy brusca se conoce como 'tormenta de citocinas', y en el que se produce una puesta en marcha de estas sustancias y de todo un conjunto de células que al final hace que el paciente sufra un distrés respiratorio e incluso pueda fallecer. Esto está más asociado a la edad porque a causa del envejecimiento está deteriorado el sistema inmunitario, las células no pueden con el virus e intentan hacer llamadas para que vengan más células a ayudar, y lo siguen intentando, liberando con ello estas sustancias que son las que producen este distrés respiratorio.
Una persona vacunada puede infectarse y puede contagiar. Y con la variante delta estas circunstancias son mayores porque es muy contagiosa y tiene una carga viral muy alta
Es importante detectarlo pronto; y para ello existen algunas maneras de medir esa respuesta inflamatoria, a nivel circulatorio identificando determinados elementos relacionados con la inflamación (como el dímero D, el fibrinógeno) y también niveles de citoquinas, como la interleucina 6, que nos pueden estar dando la pista de que esa persona está experimentando ese proceso inflamatorio.
¿Podemos pararlo? Pues sí. Por una parte, administrando al paciente corticoides que ya conocemos, como la dexametasona, en dosis bajas, para que pare el proceso inflamatorio, y también lo podemos hacer de forma más selectiva, utilizando anticuerpos monoclonales, que ya están comercializados, que lo que van a hacer es bloquear de forma específica por ejemplo la interleucina 6, o impedir que ella actúe sobre su receptor. Ahora mismo hay anticuerpos que bloquean el receptor de la interleucina 6 o la propia interleucina 6, y disponemos de formas de manejar mucho mejor esta 'tormenta de citoquinas', que al comienzo de la pandemia.
La respuesta inmune constituye un problema cuando una persona necesita un trasplante. pero en muchos casos el rechazo al órgano trasplantado se produce meses o años después de la intervención. ¿Esto ocurre porque dejan de ser efectivos los fármacos inmunosupresores?
Influyen varios factores, y algunos los desconocemos. Está muy claro que el rechazo rápido o hiperagudo está mediado por anticuerpos que una persona ya tiene preformados. Imagínate que eres una mujer multípara que has podido hacer anticuerpos frente a determinadas moléculas de tus hijos durante el embarazo. Esos anticuerpos que tienes no te hacen nada, pero si te pusieran un órgano que presentara cosas parecidas, esos anticuerpos lo pueden destruir rápidamente.
Está claro que esas respuestas hiperagudas y agudas están mediadas por anticuerpos. en las que se dan a más largo plazo participan también otras células, aunque al final también están medidas por anticuerpos, y no está muy claro. Se piensa que el sistema inmunitario se va enterando de que ahí hay algo extraño, pero también puede haber determinadas infecciones o aspectos externos que puedan contribuir a que dejemos de tolerar algo que hemos tolerado durante un tiempo.
Estamos aquí gracias a las vacunas, gracias a los antibióticos y a la higiene del agua, y esto es lo que salva millones de vidas todo los años
También se ha visto que con la edad avanzada hay mecanismos de tolerancia que también se pierden; las enfermedades autoinmunes son más frecuentes en las personas mayores. Y la pérdida de tolerancia también podría estar relacionada con el envejecimiento.
En el caso de las enfermedades autoinmunes, que tienen una elevada prevalencia, ¿se ha producido algún avance en el conocimiento sobre por qué el sistema inmune se vuelve contra el organismo al que debería proteger, o sobre sus tratamientos?
Se ha avanzado mucho desde el punto de vista de conocimiento genético, de enfermedades autoinflamatorias, que es cuando el sistema inmunitario innato se activa de forma a veces periódica y sin motivo, y se llaman enfermedades autoinflamatorias, que tienen una base genética y en muchos casos ya se conoce el gen; por ejemplo, en la fiebre mediterránea familiar está muy claro cuál es el gen que lo produce. Y hay otras enfermedades relacionadas con genes que ya están siendo conocidos.
En el caso de las enfermedades autoinmunes de tipo sistémico se van viendo factores que influyen, y se ha comprobado que es una combinación de la propia genética del individuo, junto con factores ambientales y también de tipo infeccioso. Y esa combinación es la que hace que una persona pueda desarrollar una enfermedad autoinmune. Por ejemplo, la artritis reumatoide se ha asociado mucho al tabaco, y también a infecciones, por ejemplo, en la boca. Es posible que con otra genética diferente no tuvieras esa enfermedad, pero que si se dan todo un conjunto de factores la desarrolles.
Hay factores ambientales, por ejemplo las personas que están trabajando la sílice se ha asociado con la aparición del lupus eritematoso sistémico, hay determinadas infecciones virales que se han asociado con la diabetes insulinodependiente porque afectan al páncreas…; cada vez se van acotando más las causas, y también tenemos tratamientos. Pero estos tratamientos son crónicos, no hemos sabido todavía curar una enfermedad autoinmune crónica, que tenga muchos brotes. Los fármacos alivian, patologías de tipo crónico y muy difíciles de curar.
Potencial de la inmunoterapia y peligro de las pseudoterapias
¿Cuáles han sido los principales avances que se han producido en la inmunoterapia y en qué enfermedades resulta más útil esta opción terapéutica?
La inmunoterapia, desde que surgen los anticuerpos monoclonales, ha sido el gran cambio que se ha producido en la medicina, no solo en técnicas de diagnóstico y purificar compuestos, sino también en la terapia. Se están empleando ya anticuerpos para el cáncer, para enfermedades autoinmunes, para la degeneración macular, el colesterol alto, las alergias…, entre los aprobados y los que están pendientes tenemos más de 500 anticuerpos monoclonales.
Hay otro tipo de inmunoterapia que se basa en intentar activar tu sistema inmunitario, por ejemplo, con vacunas, y utilizando elementos del tumor, y se pueden elaborar vacunas personalizadas antitumorales o utilizar células dendríticas, y también se ha avanzado muchísimo con las células que se llaman CART, una técnica en la que se modifican tus propias células mediante un vector que introduce un receptor que antes ese linfocito no tenía y que le permite ver directamente la célula tumoral. Esta terapia se está empleando para las leucemias y los linformas con éxito, y ya está comercializada y hay varias empresas vendiendo terapia CART, que ha supuesto una verdadera revolución en leucemias y en linfomas.
Se están utilizando también anticuerpos monoclonales que destruyan directamente el tumor, por ejemplo, que eliminen las leucemias, como el rituximab, que mata directamente las células tumorales leucémicas. También se pueden emplear virus oncolíticos –y ya se han aprobado algunos–, que lo que hacen es infectar las células tumorales y matarlas. Y hay una innumerable lista de inmunoterapias celulares en las que se emplean los linfocitos que infiltran el tumor alrededor de los tumores sólidos, las células natural killer, y se está trabajando también con células mesenquimales. Las posibilidades que tenemos con la inmunoterapia son enormes, pero lo que más se emplea son los anticuerpos monoclonales, y aunque las otras terapias celulares son mucho más personalizadas y más caras, ya se están introduciéndo.
¿Qué opina de las pseudoterapias y qué les diría a las personas que confían en ellas para el tratamiento de enfermedades?
Igual que a las personas que no quieren ponerse la vacuna les diría que se fijen en la evidencia disponible, que vean que son seguras, y que si tienen dudas consulten con sus médicos y las intenten resolver, pero que se protejan, porque estamos viendo que la mayoría de las personas que están hospitalizadas y que han fallecido han sido personas que no han recibido la vacuna, en el caso de las pseudoterapias yo soy una persona que cree en las evidencias científicas y la medicina ha avanzado haciendo ensayos clínicos bien comparados, contrastados, que es lo único que verdaderamente está permitiendo que la ciencia avance.
Cualquiera podría decir “esto hacer crecer el pelo”, pero hay que demostrarlo. Y en la mayor parte de estos productos que se venden nadie ha demostrado nada, y si no está demostrado que un determinado producto cure algo, no lo puedes decir. Y sobre todo hay que desconfiar de todos aquellos productos que dicen que sirven para muchas cosas; ya nos gustaría poder tener en medicina algo que fuera capaz de curar todo.
Hay que desconfiar de todo aquello que no es científico. El Ministerio está haciendo una labor muy importante para ir contra los bulos, contra las pseudoterapias, y hay que tener mucho cuidado porque pueden hacer mucho daño. Hay personas que requieren un tratamiento, por ejemplo oncológico, y que confían en bulos y pseudoterapias y abandonan su medicación, y eso les lleva a un agravamiento de su enfermedad, o desgraciadamente incluso a la muerte.
Yo abogo por la responsabilidad, porque no todo vale por vender o por ganar dinero. Hay que tener en cuenta que los avances conseguidos en la medicina están basados en evidencias, en estudios, en comparativas, y es importante que no nos dejemos embaucar por gente que vende 'crecepelos' sin haberlo demostrado.
Normalmente este tipo de pseudoterapias afloran en momentos de crisis, que es cuando hay que estar mucho más atentos. Nosotros desde la sociedad española de inmunología siempre estamos lanzando mensajes en contra de las pseudoterapias, la Asociación española contra el cáncer también ha hecho un libro hablando sobre este tema y señalando que lo que no está demostrado científicamente no se puede emplear, o que se haga un estudio científico riguroso que lo demuestre. La sociedad tiene que ser más crítica a este respecto; tiene que ser una sociedad formada, porque cuanto más formadas están las personas más críticas pueden ser, que crea en aquello que esté basado en evidencias científicas, porque estamos aquí gracias a las vacunas, gracias a los antibióticos y a la higiene del agua, y esto es lo que salva millones de vidas todo los años.