Fani García

Autora de ‘Es tu tripa la que grita’, bioquímica y psicoterapeuta especialista en patologías digestivas
Fani García, psicoterapeuta especialista en patologías digestivas y autora de 'Es tu tripa la que grita', nos explica cómo el estrés y las emociones afectan al funcionamiento del intestino y cómo gestionarlos para evitar problemas digestivos.
Fani García
“Estados de alerta prolongados, o incluso de ansiedad muy persistente, generan una respuesta inflamatoria de bajo grado que dificulta el proceso de la digestión”

26 de junio de 2024

Sentir mariposas en el estómago porque nos hemos enamorado puede ser muy agradable, pero cuando el estrés, la ansiedad o las preocupaciones interfieren con el proceso de la digestión y experimentamos hinchazón, gases, estreñimiento o diarrea nos damos cuenta de que la interacción entre el cerebro y el intestino no solo nos impide disfrutar de la comida, sino que también puede deteriorar significativamente nuestra calidad de vida. Fani García es bioquímica, psiconeuroinmunóloga y psicoterapeuta especialista en patologías digestivas y trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y autora de Es tu tripa la que grita (Ediciones Urano), un libro en el que aborda la estrecha relación entre las emociones y el sistema digestivo. Fani –que ha vivido en primera persona enfermedades como colon irritable o gastritis– nos explica por qué es tan importante aprender a manejar nuestras emociones y a controlar el estrés para prevenir problemas intestinales y digestivos.

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En tu libro ‘Es tu tripa la que grita’ abordas la relación entre las emociones y el sistema digestivo, ¿podrías contarnos cómo te interesaste en la conexión entre las emociones y la digestión? ¿Hubo alguna situación personal que te llevara a explorar este campo?

Portada "Es tu tripa la que grita"

Diría que hubo un punto de inflexión tras el diagnóstico que viví con colon irritable, gastritis crónica y reflujo gastroesofágico, en el que me adentro en varios años de cambios de hábitos a todos los niveles, tanto alimenticio, como a nivel de descanso, práctica de deporte, etcétera; pero, a pesar de cumplir con todo lo que se suponía que me iba a ayudar a recuperarme, los síntomas continuaban ahí, en menor medida, pero continuaban.

Es entonces cuando empiezo a pensar que quizás hay algo que se me escapa, y comienzo a investigar toda la relación que existe entre el estrés, la ansiedad, las emociones y el sistema digestivo.

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Una curiosidad, en el libro te diriges a las mujeres. ¿Los problemas digestivos con base emocional solo afectan al sexo femenino?

Actualmente sabemos que los problemas digestivos pueden afectar a ambos sexos, aunque no por igual. Cada vez hay más estudios que demuestran la prevalencia de problemas digestivos en las mujeres y todo esto tiene que ver con nuestras hormonas, que tienen un impacto directo en la digestión.

Un ejemplo es la variabilidad de los estrógenos durante las diferentes etapas de nuestra vida: la menstruación, la menopausia, el embarazo, la lactancia… Lo que sucede es que existen receptores de estas hormonas a lo largo de las paredes del tracto intestinal. Esto va a afectar directamente a nuestro tránsito intestinal, pero también alteran la velocidad de vaciamiento gástrico, generando digestiones más pesadas o distensión después de cada comida.

Las hormonas femeninas tienen un impacto directo en la digestión; un ejemplo es la variabilidad de los estrógenos durante las diferentes etapas de nuestra vida: menstruación, menopausia, embarazo, lactancia…

¿Qué evidencia científica respalda la idea de que nuestras emociones pueden afectar directamente a nuestra digestión? ¿Y cuáles son, en concreto, esas emociones o trastornos emocionales responsables de los problemas digestivos?

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Hoy en día disponemos de numerosos estudios que demuestran cómo incluso la composición de nuestra microbiota puede interferir directamente en las decisiones que tomamos en el día a día, pero, además, cuando hablamos del intestino como segundo cerebro, lo hacemos por los millones de neuronas que se reparten a lo largo del aparato digestivo y que conforman nuestro sistema nervioso entérico.

Este sistema se encarga de numerosas funciones, entre las que se encuentran el control de la motilidad intestinal, la secreción gastrointestinal o el envío de señales a nuestro cerebro como, por ejemplo, las de hambre y saciedad. Pero este circuito de hormonas y neurotransmisores no solo viaja en una dirección, ya que se trata de una autopista bidireccional; es decir, nuestro cerebro también tiene un impacto directo sobre nuestra digestión.

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Por ello, estados de alerta prolongados, o incluso de ansiedad muy persistente, generan una respuesta inflamatoria de bajo grado que dificulta el proceso de la digestión. Debemos tener en cuenta que las emociones, el estrés o la ansiedad son respuestas totalmente funcionales y naturales del organismo y de nuestro cerebro. No son las emociones o el estrés lo que nos enferma, sino la gestión que hacemos de ellos.

El estrés de forma puntual es saludable, el problema viene cuando ese estrés se prolonga más tiempo del recomendable y vivimos con la sensación de que un león puede abalanzarse sobre nosotros en cualquier momento; es ahí donde ese estado de alerta constante puede empezar a suponer un problema para el organismo.

Numerosos estudios demuestran cómo incluso la composición de nuestra microbiota puede interferir directamente en las decisiones que tomamos en el día a día

¿Podrías contarnos algún caso que hayas observado en tu práctica donde el estado emocional afectó significativamente a la salud digestiva de una persona?

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Un caso habitual es el de las personas que han tenido que vivir unas oposiciones. Recuerdo una mujer que llevaba tres años en ello, y en estos casos te das cuenta de que los niveles tan elevados de estrés que manejan y, sobre todo, la duración tan larga de estos procesos es insostenible para el cuerpo.

Además, en su caso el estrés era tal que le impedía conciliar el sueño cada noche, tenía pesadillas que la desvelaban por miedo a no conseguir la plaza una vez más, y toda esta situación hacía que dedicara menos tiempo a cocinar y que comiera cualquier cosa rápida para salir del paso y seguir estudiando. Por supuesto, también reducía su vida social, aislándose cada vez más entre libros y apuntes.

Este es un claro ejemplo de que el estrés mantenido genera un contexto idóneo al que se añaden una alimentación desequilibrada, el insomnio y el aislamiento social, entre otros factores perjudiciales, para que este tipo de problemas digestivos haga acto de presencia.

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Cómo evitar que las emociones interfieran en la digestión

¿Qué herramientas o técnicas recomiendas para gestionar el impacto de las emociones en la digestión? ¿Hay alguna práctica específica que consideres más efectiva?

Si tenemos en cuenta que las emociones son totalmente irracionales y que no tenemos la capacidad de controlar si un evento nos genera tristeza, miedo o rabia, lo que sí podemos hacer es empezar a permitirnos sentir las emociones desagradables tal y como lo hacemos con aquellas emociones que son más agradables

Nuestro cerebro siempre trata de alejarnos del sufrimiento y del dolor, pero transitar esa incomodidad es clave para no huir constantemente de lo que estamos sintiendo en realidad. Reconocer y aceptar, diría que son las dos palabras que lo resumen todo.

No son las emociones o el estrés lo que nos enferma, sino la gestión que hacemos de ellos

¿Es posible revertir también afecciones como las intolerancias alimentarias?

Todo esto va a depender siempre de si esa intolerancia es consecuencia de algo más, o no. Debemos tener en cuenta que cuando existe alguna patología o desajuste a nivel digestivo, es normal que perdamos cierta tolerancia oral a algunos alimentos.

Por ejemplo, en el caso de la intolerancia a la fructosa o sorbitol vemos que en muchos casos son debidas a una disbiosis intestinal, por lo que aquí la clave estará en entender el contexto de la persona y, sobre todo, entender qué ha generado esa disbiosis para poder solucionar las intolerancias.

¿Cuáles son los retos más comunes a los que se enfrentan tus pacientes al intentar mejorar su salud digestiva a través del control de sus emociones?

Diría que el mayor reto que se encuentran es entender que trabajar en nosotros mismos es un proceso progresivo, no inmediato. Cuando nos duele la tripa y nos tomamos esa pastilla que alivia el dolor la recuperación es rápida, por lo que es habitual que busquemos ese remedio infalible, o esa píldora mágica que lo solucione todo cuanto antes y, por supuesto, esto se debe a la enorme frustración y desgaste que generan este tipo de patologías en la calidad de vida de la persona.

Nuestro cerebro siempre trata de alejarnos del sufrimiento y del dolor, pero transitar esa incomodidad es clave para no huir constantemente de lo que estamos sintiendo en realidad

¿Podrías compartir alguna historia de éxito de alguien que consiguió mejorar significativamente su salud digestiva mediante el manejo de sus emociones?

Recuerdo a una mujer que sufría colitis ulcerosa desde hacía más de 12 años y que tenía controlada la enfermedad con medicación, pero que en momentos concretos donde se sentía sobrepasada por una discusión, un problema en el trabajo, o un cambio importante en su vida experimentaba un brote repentino que hacía que terminase ingresada en el hospital. El problema es que esto sucedía prácticamente cada mes.

Sin duda, en este caso la forma en la que esta mujer vivía esos momentos de estrés tenía un impacto directo sobre su digestión, y hasta que ella no aprendió a gestionar esas situaciones de otra manera y a poner límites la enfermedad no entró en remisión. Desde entonces lleva más de dos años sin ningún brote.

Para alguien que empieza a notar que el estrés podría estar afectando a su digestión, ¿qué consejos recomendarías que empezara a poner en práctica?

Lo primero es tener en cuenta que el estrés en sí no es el problema, no es el enemigo. Una vez que tenemos claro este punto, es importante que podamos ir más allá para tratar de comprender qué está haciendo que ese estrés –que podría durar unos minutos o unas horas– se prolongue durante días, o incluso semanas.

Cuando vamos un paso más allá nos damos cuenta de que detrás de ese estrés quizás hay una autoexigencia excesiva, un perfeccionismo dañino, o una necesidad de tenerlo todo siempre bajo control, por ejemplo, y es ahí donde realmente está el trabajo a realizar para solucionarlo.

¿Cómo ves el futuro de la investigación en el área de las digestiones emocionales? ¿Hay alguna tendencia o avance emergente que te parezca particularmente prometedor?

Considero que en los últimos años todo este vínculo entre nuestras digestiones y nuestro cerebro está siendo objeto de estudio por el impacto que tiene en nuestra salud física y mental y lo mucho que esto interfiere en nuestro día a día. Así que creo que cada vez tendremos más información acerca de ello que será de utilidad en la práctica clínica.

Pero, sin duda, si hay un campo que me parece prometedor y que personalmente me fascina es la microbiota y su impacto no solo en nuestras emociones, sino en nuestro comportamiento y en todos los sistemas que conforman nuestro organismo.

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