Gemma del Caño
22 de octubre de 2020
Los lineales de los supermercados son el escenario apocalíptico para muchos dietistas-nutricionistas. Y es que, pese a que nunca antes habíamos comido de forma tan segura como ahora, tampoco habíamos hecho tan malas elecciones. Gemma del Caño, farmacéutica especializada en I+D e Industria, Calidad y Seguridad Alimentaria analiza en Ya no comemos como antes, ¡y menos mal! (PAIDÓS) los principales mitos y bulos en torno a lo que metemos en la cesta de la compra para que nuestras elecciones sean realmente libres. La autora del blog FarmaGemma, muy activa en redes (@farmagemma) recuerda que “la industria alimentaria ha mejorado muchísimo en seguridad alimentaria, pero también ha crecido en número de productos, lo que ha posibilitado que tengamos un montón de productos insanos en los supermercados”, dice Del Caño. Y es que, que tengamos una cesta de la compra mucho más variada no siempre significa que contenga los productos correctos. No hace falta volver al pasado, basta con tener la información adecuada para elegir mejor.
“Cambia bulos por evidencias” dice la portada de tu libro. ¿Qué consecuencias tiene para la salud la proliferación de bulos sobre alimentación?
Básicamente que no elijamos los productos con un criterio basado en evidencia, y lo que eso suele provocar es que nos confundamos a la hora de elegir los productos que metemos en la cesta de la compra porque vamos guiados más por el miedo que por la calidad. Meteremos productos con etiquetas como light, zero o sin conservantes o sin aceite de palma pensando que ese producto va a ser mejor.
Podemos comer toda la fruta que nos apetezca y a la hora que queramos. Aunque es cierto que pueden saber distintas a hace décadas, eso no significa que tengan absolutamente nada malo
La alimentación es algo importantísimo que hacemos varias veces al día, por lo que tenemos que mostrar un interés y una conciencia importantes a la hora de llenar la cesta de la compra. Ya bastante difícil nos lo pone la industria alimentaria, así que vamos a hacerlo con datos fiables. Y ser conscientes, claro, para que si cogemos un producto sabemos lo que estamos llevándonos.
El poder que tienen los mitos es enorme. Y qué difícil erradicarlos. La fruta es una de las más perjudicadas: que si engorda, que si el azúcar, que si no tomarla por la noche, que si no la pueden consumir los diabéticos… ¿Qué es lo único que nos debería preocupar realmente de la fruta?
Pues lo único que debería preocuparnos es que seamos alérgicos a alguna fruta y nos la comamos sin querer. Eso es lo único que debería preocuparnos del consumo de frutas. ¡Me da mucha rabia! Debe ser que lleva tantos años con nosotros que tenemos que buscarle los tres pies al gato. Podemos comer toda la fruta que nos apetezca y a la hora que queramos. Es un alimento fácil de consumir, muy disponible y, aunque es cierto que pueden saber distintas a hace décadas, porque ha habido muchas modificaciones, eso no significa que tengan absolutamente nada malo. Tenemos disponibilidad de distintos tipos de frutas durante todo el año, y esto antes no pasaba.
Y que no sepa igual que “antes” significa que puede saber diferente, pero no tiene por qué saber peor, ¿no?
Exacto. Es que queremos que todos los tipos de frutas y verduras estén disponibles todo el año y queremos que sean baratas, que sepan de una forma o de otra, lo queremos todo. Si quieres una fruta que realmente sea ecológica, que esté bien de precio, que sepa bien, pues fruta local y de temporada. Alternativas hay.
De temporada y local, que no tiene por qué tener nada tiene que ver con las etiquetas bio, eco, que nos venden como “más saludables” cuando realmente no lo son.
Por supuesto. La normativa de agricultura ecológica es eso, agricultura ecológica. Creo que sólo debería haber un tipo de agricultura y que se llamara “sostenible”, y que tuviera las mejores cosas de la agricultura ecológica y las mejores de la convencional. ¿Qué ocurre con esa etiqueta de “ecológico”? Que lo que transmite esa palabra es que una es buena y otra es mala. Y no. Ambos tipos de agricultura usan productos fitosanitarios porque los fitosanitarios son necesarios. El producto es igual de saludable, no es más sano uno con otro.
Creo que sólo debería haber un tipo de agricultura y que se llamara “sostenible”, y que tuviera las mejores cosas de la agricultura ecológica y las mejores de la convencional
De hecho, muchas veces esos alimentos etiquetados como ecológicos, llegan desde el otro lado del planeta, lo que inmediatamente le arrebata su condición ecológica. Si queremos producto ecológico, y más barato: local y de temporada. Y cuando regulen los transgénicos entonces sí que tendremos productos ecológicos de verdad: en la misma superficie tendremos más producto, utilizaremos menos cantidad de agua y menos productos fitosanitarios.
El tema de los transgénicos tampoco está exento de polémica… ¿Por qué ese miedo a este término?
Yo creo que, en realidad, todos esos miedos surgen por desconocimiento. Sobre los transgénicos han hablado mucho personas como Mulet, Rosa Porcel o Lluís Montoliu, que llevan años contando que no hay ningún peligro con los transgénicos. Evolucionemos ya. La primera vez que oí hablar de transgénicos fue antes incluso de empezar la universidad, y ya se estaba diciendo que se trataban de alimentos completamente seguros. No sé qué es lo que está fallando, si es que no lo contamos bien y por eso la gente sigue teniendo miedo.
Ni superalimentos ni dietas mágicas
Dices que nunca hemos comido de forma tan segura, pero también que otra cosa es la calidad de lo que comemos… ¿Comemos peor que nunca?
Sí, elegimos regular los alimentos. Se juntan muchos factores: la sociedad ha cambiado, llevamos un ritmo de vida mucho más rápido, y nos falta tiempo para organizar, preparar. Pero es que también influye nuestra capacidad económica, la formación o información que tengamos… No siempre podemos comer como nos gustaría. A mí me ha parecido muy curioso, por ejemplo, que durante el confinamiento a lo que la gente se ha dedicado es a cocinar. Cuando volvemos a tener tiempo podemos dedicarnos a ello.
La primera vez que oí hablar de transgénicos fue antes incluso de empezar la universidad, y ya se estaba diciendo que se trataban de alimentos completamente seguros
Yo siempre digo que la culpa de lo que metemos en nuestra cesta de la compra es el 75% de la industria alimentaria y el 25% del consumidor. La industria alimentaria ha mejorado muchísimo en seguridad alimentaria, pero también ha crecido en número de productos. La I+D de esta industria es muy potente y esto por un lado nos beneficia porque nos ofrece productos acorde a nuestro ritmo de vida (ultracongelados, conservas), pero también ha posibilitado que tengamos un montón de productos insanos en los supermercados con publicidad para los niños, con envases muy novedosos, con publicidad en los medios… Esto ha hecho que tengamos una cesta de la compra mucho más variada, pero no de los productos correctos.
“Ninguna comida es la más importante del día”. Dices que no es importante cuántas comidas se hagan sino la calidad de las elecciones. ¿Qué define esa calidad?
El tipo de producto que está comiendo cada vez. Si comes dos veces al día y en esas elecciones hay ultraprocesados, bollería, va a ser peor para tu salud si comes X veces los productos adecuados. No se trata de hacer dietas, de contar calorías o de repartir las comidas en tres, cuatro, cinco veces al día, sino que los productos que elijamos en cada una de esas comidas sean saludables: frutos secos, verduras, frutas, cereales integrales (pero integrales de verdad) …
Ni zumos ni batidos llamados détox. Dices “No a las purgas del siglo XXI”, porque ni adelgazan ni desintoxican y encima muchas veces acabamos comiendo más de la cuenta. Me da la sensación de que son la consecuencia de ese ritmo rápido que mencionas, y también de algo que no cueste esfuerzo. “Me tomo un batido y mejor mi salud sin esfuerzo”. ¿Crees que puede ir por ahí o hay algo más siniestro detrás?
Pues creo que lo que comentas es cierto, pero yo añadiría una cosa más: no nos queremos lo suficiente. Lo explico: dormimos poco, vamos corriendo a todos lados, y cuando tenemos hambre comemos algo que en insano y al día siguiente nos castigamos por habernos pasado. Nos engañamos a nosotros mismos. Si un día nos pasamos, nos pasamos, y no hay que castigarse. Tomar conciencia de ello y volver a la vida normal es mejor que tomar determinadas cosas con la idea de “depurarnos” por lo “mal” que lo hemos hecho. Necesitamos unos buenos hábitos y nada más, y no debemos castigarnos si salimos puntualmente de esos hábitos.
No se trata de hacer dietas, de contar calorías o de repartir las comidas en tres, cuatro, cinco, sino que los productos que elijamos en cada una de esas comidas sean saludables
Bueno, y es que además nos engañamos porque un batido détox no aporta nada de la idea por lo que lo tomamos. Mejor tomar las piezas enteras de fruta. Y si nos apetece un zumo o un batido mejor tomar un gazpacho, por ejemplo, pero ese tipo de bebidas no son recomendables porque no tienen ninguna propiedad excepcional. Lo que se haya que desintoxicar ya lo hace nuestro cuerpo y lo que no haga nuestro cuerpo, no lo va a hacer ningún alimento tampoco.
Muy relacionado con esto está el tema de los superalimentos. Mencionas en el libro la cuestión de que con ese término se podrían definir alimentos frescos no procesados, pero adviertes de los trucos de la industria alimentaria para hacernos creer que por sí solos van a mejorar nuestra salud.
No tenemos vida suficiente como para comer ese “superalimento” en la cantidad que necesitaríamos para lograr lo que nos promete. Y, además, si sólo nos alimentáramos de ese “superalimento” nos faltarían un montón de nutrientes, por lo que la cuestión es: ¿qué sentido tiene llamarle a algo superalimento? Y lo peligroso ya no es denominar superalimentos a productos vegetales, que bueno, dentro de lo que cabe son inofensivos, lo peligroso es cuando esas propiedades te las venden con un producto como el vino. Aquí estamos atribuyéndole a un tóxico reconocido una propiedad que sólo disfrutaríamos si bebiéramos litros de vino al día, con lo que supone eso. Seamos transparentes que falta nos hace y dejemos de engañar al consumidor.
Precisamente, sobre el hecho de engañar al consumidor con esas falsas promesas no sé si ahora que vamos sabiendo más, a la larga podría volverse en contra de esas empresas que no son éticas en sus acciones.
Pues ojalá fuera así y se penalizara a las empresas que lo promueven, pero no soy tan optimista porque creo que lo que hacemos muchas veces es meter a toda la industria en el mismo saco. Nos pasó por ejemplo el año pasado con la crisis de la carne mechada. Ante la población quedó la idea de que en la industria alimentaria no teníamos controlado el tema de la seguridad alimentaria cuando nunca ha sido más segura. Quien se salta las normas, pone el riesgo a la población, pero la mayoría de la industria alimentaria pone muchísimo interés en que los productos sean seguros para todos.
Divulgación científica en redes sociales
Divulgas a través de redes sociales acerca de seguridad alimentaria. ¿Qué crees que se necesita para ser una buena divulgadora?
En la primera persona que he pensado con tu pregunta es en Beatriz Robles –colaboradora también de Webconsultas–. Creo que no hay persona con más rigor a la hora de divulgar en redes sociales. Hace falta ese rigor, hace falta transparencia, hace falta ser independiente. Si tus ingresos dependen de lo que divulgas o tienes una ética excepcional, como la que tiene Julio Basulto, por ejemplo, o es posible que al final caigas en venderte a ciertas marcas. Los que trabajamos día a día y además hacemos divulgación estamos más asfixiados, pero también somos más libres porque no dependemos de ninguna marca para sobrevivir económicamente.
Si un día nos pasamos, nos pasamos, y no hay que castigarse. Tomar conciencia de ello y volver a la vida normal es mejor que tomar determinadas cosas con la idea de ‘depurarnos’ por lo ‘mal’ que lo hemos hecho
Las redes sociales ofrecen a la divulgación científica un altavoz que no sólo es fácil de usar sino que tiene un gran alcance. ¿Qué redes sociales crees que son más eficaces en este ámbito concreto?
Depende mucho del grupo de gente población al que te quieras dirigir. En Twitter creo que hay mucha gente más mayor, y bastante formada porque aprendo mucho de mis seguidores, debaten asuntos interesantes. Instagram es un bombazo para gente más joven, y eso hay que aprovecharlo para derribar mitos ya desde las franjas de edad tempranas.
Quien se salta las normas pone el riesgo a la población, pero la mayoría de la industria alimentaria pone muchísimo interés en que los productos sean seguros para todos
Entiendo que hay una población mayor, por ejemplo, o personas que no pueden acceder a determinada información y juegan en desventaja… ¿Basta con la divulgación? ¿se necesitan otros soportes, formatos?
Estoy muy de acuerdo con esto porque pensamos que el mundo son las redes sociales y no… Se necesitan otros soportes: televisión, radio, internet, prensa, etcétera. El tema de la alimentación es muy complicado y tenemos que contarlo de forma actualizada e independiente para acabar con los bulos que se han mantenido hasta ahora.