Miriam Salinas

11 de abril de 2025
Se estima que entre el 2% y el 3% de la población sufre trastorno por atracón, aunque la prevalencia es mayor entre los adultos y las mujeres. Se trata de uno de los trastornos de la conducta alimentaria más prevalentes, pero también de los más desconocidos, infradiagnosticados y tratados. Mucho tiene que ver en ello que hasta 2013 la Asociación Estadounidense de Psiquiatría no lo incluyese en su manual de referencia, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. A este trastorno, sin olvidar otros, dedica mucho espacio en Atrévete a comerte la vida (Grijalbo), la terapeuta especializada en la ansiedad por la comida y coach nutricional Miriam Salinas Gascón, que aboga en su libro por volver a disfrutar de la comida, sin convertir a la alimentación en una errónea herramienta de gestión emocional o en una experiencia ligada de forma irremediable a la culpa.
Dices en el libro que la exigencia externa más el temperamento propio puede convertir a la persona en yonqui de la mirada externa y desembocar en un trastorno alimentario. La exigencia externa ha existido siempre, pero hoy, con las redes sociales, ¿el riesgo de acabar siendo una yonqui de la mirada externa es todavía mayor?

Todo ser humano ha querido siempre ser amado y pertenecer, así que cada uno vamos cogiendo nuestro estilillo para sobrevivir y para crearnos una posición en nuestro sistema familiar y en la sociedad. Hoy la sociedad está abocada a la estética, a las redes sociales, donde nunca se muestra la cara B de las personas. Cuando llega la adolescencia queremos más que nunca pertenecer y ser amados, y la verdad es que las redes sociales pueden neurotizar más a las y los adolescentes de hoy en día, independientemente del sexo, el carácter y el temperamento, al exponerse a un sistema de validación totalmente desvirtuado.
No sé si hay unos rasgos de personalidad que puedan predisponer más o menos a caer en un trastorno alimentario.
Actualmente no hay ningún estudio que dictamine qué tanto por ciento hay de temperamento, de tu predisposición genética, y qué tanto de epigenética en el riesgo de desarrollar un TCA. Pero bueno, está claro que igual que naces con los ojos azules o el pelo rubio, también naces con unos rasgos.
Las personas que desarrollan un TCA tienden a ser personas muy polarizadas –o blanco o negro–, muy perfeccionistas, y a las que les cuesta poner límites
Entre los más característicos de las personas que desarrollan un TCA yo mencionaría que tienden a ser personas muy polarizadas –o blanco o negro–, muy perfeccionistas, y a las que les cuesta poner límites, aquello del síndrome de la buena niña.
¿Y cuánto tenemos que ver madres y padres en esta problemática, sobre todo en lo referente a la exigencia externa?
Los padres tenemos esa dificultad de encontrar la justa medida entre dejar ser a nuestros hijos, con sus fortalezas, con sus inquietudes, y a la vez limitarlos, educarlos. Hay que encontrar el punto medio. Porque si les dejamos y no les ponemos límites, corren el riesgo de volverse seres que se creen Dios; pero si hay demasiado límite, demasiada exigencia, podemos contribuir a desarrollar otro tipo de problemas. Y hay que tener en cuenta que, a veces, esa exigencia no es algo que expresemos, pero sí algo que transmitimos subliminalmente a través de nuestra mirada.
Te hacía la pregunta anterior porque mi sensación es que hoy hemos mejorado en algunas cosas. Por ejemplo, intentamos huir de etiquetas (gordo, rellenita…). Pero a la vez, intentando mejorar en otras -como fomentar una alimentación más saludable- muchas veces nos obsesionamos con comer sano y quizás en ese sentido nos pasamos de estrictos y prohibicionistas con nuestros hijos.
Sí, yo creo que al final hemos pasado de una generación de padres que no se enteraba de nada, porque nuestros padres venían de donde venían, a otra, la nuestra, que es hipervigilante con la alimentación, lo que al final tampoco es bueno, porque desconecta mucho a los niños de una alimentación más intuitiva, natural, fresca…
Es más, yo me encuentro muchas niñas en consulta que vienen desde la rebeldía, porque en su casa era todo tan purista que cuando se independizan arrollan la nevera, van a la contra de lo que les han estado prohibiendo siempre. Yo siempre digo que a los niños tienes que ir protegiéndolos, pero luego tienes que abrirte y ser flexible, porque si no al final esa inflexibilidad acaba siendo contraproducente.
¿Cuáles son los errores más habituales que cometemos madres y padres y que pueden ser una primera piedra para que nuestros hijos acaben desarrollando un trastorno alimentario?
Para mí es fundamental no hablar de los cuerpos ajenos y de los nuestros, y tampoco hablar de la comida de forma moralista. Es decir, un brócoli es un brócoli, un croissant es un croissant, no comida basura, y el arroz es arroz, no carbohidrato. Hay que volver a conectar con la comida, porque nos hemos robotizado con tanto conocimiento.
La generación de padres actual es hipervigilante con la alimentación, lo que al final tampoco es bueno, porque desconecta mucho a los niños de una alimentación más intuitiva, natural, fresca
Por ejemplo, con moralizar me refiero a que, si el sábado hemos comido un montón de pizza, no podemos estar el domingo pensando en ir a quemarlo todo al gimnasio, porque el niño acaba recibiendo la idea de que comer pizza es pecar. Nunca tuvo que entrar ese concepto moralista en la comida. Y ojo, no estoy haciendo apología de las pizzas, pero no podemos desconectarnos de esa manera de la comida.
El vínculo entra la alimentación y las emociones
El trastorno por atracón está muy presente en el libro y es uno de los TCA más frecuentes. ¿Cómo lo definirías?
Simplificando mucho, diría que el trastorno por atracón es un TCA por el que una persona tiene ingestas desorbitadas, tsunámicas, de comida. Es algo irrefrenable. Sin embargo, a diferencia de otros TCA, no existe ningún tipo de purga, la persona no va a vomitar, por ejemplo, para tirar todo lo que ha comido. Es un trastorno mucho más usual de lo que nos pensamos. Hay mucha gente, de hecho, sin diagnosticar, sobre todo los hombres, porque es un TCA que asociamos socialmente a una adolescente de 15 años.
Explicas que comida y emociones van relacionadas siempre y para todos. ¿El desarrollo de este trastorno se explica únicamente, o mayoritariamente, desde lo emocional?
No podría responder con un “sí” a esa pregunta porque hablamos de un trastorno cuyas causas son multifactoriales. Hay que estudiar a cada persona individualmente. Como hemos comentado al principio, hay una parte genética, hay una parte epigenética (influencia del sistema familiar, del entorno social, etcétera) y también hay una parte psicoemocional. Igual hay una persona que no ha sido capaz de gestionar sus emociones y de repente a los 30 años esas emociones mal gestionadas salen en forma de TCA.
Reprimir las emociones, dices en el libro, no es la solución. ¿Se puede cambiar esa relación entre las emociones y la comida para hacerla más saludable?
Totalmente. Pon que una persona está todo el día en un trabajo con un jefe que es muy absorbente y al que le cuesta poner límites. Para poner límites esa persona necesita la emoción de la rabia, pero si eso no lo ha aprendido desde pequeño, porque en su casa tampoco le dieron espacio para poner límites, al final va acumulando una energía muy desagradable porque no está pudiendo ser ella misma.
Es fundamental no hablar de los cuerpos ajenos y de los nuestros, y tampoco hablar de la comida de forma moralista
Y como esta carga de energía no la drena, porque no es capaz de sacar la rabia, al final una de las salidas posibles es pegarse un atracón. Este es un ejemplo muy claro, ya que, si a esa persona se le acompaña terapéuticamente para que aprenda a gestionar esa rabia correctamente y a decir “no”, luego no tendrá que proyectar toda esa rabia en forma de atracón.
Las famosas dietas milagro, ¿también pueden afectarnos emocionalmente hasta llevarnos al punto de desarrollar un TCA?
No todas las dietas desembocan en trastornos de la conducta alimentaria, pero casi todos los trastornos de la conducta alimentaria empiezan por una dieta, por una restricción. Las estadísticas lo reflejan así.
¿Qué consejos darías a alguien que sienta que sufre este trastorno?
El mensaje que siempre me gusta dar es que se puede salir. Pero para eso hay que dejar de hacer dietas y trabajar las emociones, ya que al final las dietas potencian aún más el círculo vicioso del atracón: tengo un atracón, me siento fatal, siento culpa, vergüenza, mucha ansiedad, me pongo a dieta, restrinjo mi alimentación, vuelvo a caer en el atracón.
Se puede salir del trastorno por atracón, pero hay que dejar de hacer dietas y trabajar las emociones
Así que el gran consejo es ese, dejar de restringir, de hacer dietas, y mirarse toda la parte emocional. Otra cosa importante, en ese sentido, que pueden hacer estas personas es preguntarse de qué tienen hambre en su vida realmente, independientemente de la comida y de los atracones, porque eso les va a dar pistas de lo que están necesitando realmente y no se están concediendo.