Silvia Gómez Senent
8 de julio de 2021
Cuando la microbiota intestinal –el conjunto de microorganismos que habitan en nuestro intestino (virus, bacterias, hongos, arqueas…)– no está equilibrada y proliferan los individuos patógenos frente a los que resultan beneficiosos para el organismo, se puede producir inflamación crónica, una condición que se asocia al desarrollo de numerosas enfermedades digestivas, cardiológicas, respiratorias, articulares, e incluso cáncer, entre otras, además de afectar a nuestro bienestar emocional y promover el envejecimiento prematuro. La Dra. Silvia Gómez Senent, licenciada en Medicina con la especialidad de Aparato Digestivo, que ejerce desde 2007 en el Hospital Universitario La Paz, de Madrid, y experta en enfermedad inflamatoria intestinal y trastornos funcionales digestivos, acaba de publicar Universo microbiota (Plataforma Editorial), en el que indica los factores que provocan un desequilibrio en este ecosistema intestinal, ya que, como nos explica la autora, que también es profesora del Máster de Microbiota de la Universidad Europea de Madrid y directora del título de Experto en Permeabilidad Intestinal en la Universidad Francisco de Vitoria, el estrés, la cantidad de ejercicio físico que practicamos, nuestro tipo de dieta, las emociones que experimentamos, y hasta las relaciones sociales que mantenemos, influyen en la microbiota intestinal. En su libro, y en esta entrevista, nos da las claves para mantenerla saludable.
¿Cuáles son las principales enfermedades que los estudios científicos han asociado con el desequilibrio de la microbiota intestinal?
A grandes rasgos, desde el punto de vista digestivo, las más características son la enfermedad inflamatoria intestinal, el síndrome del intestino irritable, la enfermedad celíaca, la esofagitis eosinofílica y la esteatosis hepática no alcohólica.
Y respecto a otro tipo de enfermedades no digestivas las principales serían la obesidad, la diabetes tipo 2, los trastornos del espectro autista, el párkinson, la depresión y la ansiedad, la rosácea, el acné y la dermatitis atópica. La artritis reumatoide, la fibromialgia y la fatiga crónica también estarían relacionadas.
¿Eso significa que si solucionamos la mala salud de la microbiota, o la disbiosis o desequilibrio, se pueden aliviar los síntomas de estas enfermedades?
Son como dos tipos de pacientes: uno es el que ya tiene desarrollada la enfermedad, y en ese caso no la podemos curar porque tiene una parte también genética, pero si intervenimos sobre la salud digestiva podemos mejorar a nivel de calidad de vida y de necesidad de otro tipo de tratamientos. Y luego está la persona que a lo mejor tiene antecedentes familiares, por ejemplo de párkinson, y quiere evitar la parte que pueda depender de la salud digestiva, y ahí también podemos intervenir.
La mayoría de las enfermedades que ha mencionado se van desarrollando a lo largo de la vida, pero el autismo puede ser genético y se suele manifestar en la primera infancia. ¿Cómo puede entonces estar relacionado con la microbiota?
En los trastornos del espectro autista (TEA) se engloban muchas enfermedades, hay patologías genéticas que producen alteraciones en la comunicación, en el lenguaje…, y hay niños que efectivamente nacen con el problema, pero la mayoría de ellos suele evolucionar durante los primeros meses o los primeros dos años, y ahí han podido pasar muchas cosas, desde un parto complicado, a una infección durante el embarazo o el nacimiento, y la microbiota se va conformando desde que el feto está en el útero, hasta que se hace estable, a los dos o tres años de vida.
Se ha observado que la microbiota de los niños con autismo es distinta a la de los que no tienen este problema, y que la alteración es similar entre los que tienen TEA. Lo que no sabemos a día de hoy es qué sucede primero: si el autismo genera una alteración de la microbiota, o al revés, si una microbiota desequilibrada ha producido una alteración a nivel intestino-cerebro y a consecuencia de ello el individuo desarrolla autismo. Esto es complicado de esclarecer, pero lo que está claro es que las personas con autismo sí tienen una alteración en la microbiota.
Aunque hay numerosas enfermedades inflamatorias intestinales, en el libro se refiere en concreto al síndrome del intestino irritable. ¿Cuáles son los síntomas que pueden alertar de su presencia y cuál es el tratamiento más indicado para estos pacientes?
Aunque el síndrome de intestino irritable clínicamente se diagnostica con unos criterios muy fáciles, a veces es complicado llegar al diagnóstico. Que el paciente tenga dolor de tripa al menos una vez por semana, asociado a una alteración en la frecuencia –más veces, o menos veces– o la consistencia de las heces, que no sea la adecuada; o que esto esté ocurriendo en los últimos tres meses, semanalmente, y que los síntomas hayan empezado seis meses antes, son los criterios que se tienen en cuenta desde el punto de vista clínico, pero antes de llegar a esto tenemos que descartar que no haya ningún otro problema porque en el sistema digestivo se solapan muchos síntomas, y hay enfermedades que se pueden confundir.
En España, por ejemplo, por la alta prevalencia que hay de enfermedad celíaca, en una persona con unos síntomas que nos pueden encajar con síndrome de intestino irritable, antes de clasificarlo como tal hay que hacer un análisis con un dato que permita descartar la enfermedad celíaca. Al margen de estos criterios, también hay que descartar unos síntomas o signos de alarma, como podría ser la pérdida de peso, u otros problemas que el síndrome de intestino irritable no tiene por qué dar.
La microbiota se va conformando desde que el feto está en el útero, hasta que se hace estable, a los dos o tres años de vida
Cada vez se está viendo más que el origen del síndrome de intestino irritable es una alteración de la microbiota, de la permeabilidad del intestino y, en consecuencia, una alteración del sistema inmune a nivel local. Por esta razón el tratamiento debe ir dirigido a mejorar esa pared intestinal, con probióticos, con selladores de la permeabilidad, con alimentación…
Cuidar la microbiota para prevenir el envejecimiento prematuro
Habla sobre el concepto 'inflammaging', de 'inflammation' (inflamación) y 'aging' (envejecimiento), y señala que algunos de los factores que provocan esta situación son el estrés, la cantidad de ejercicio físico, el tipo de alimentación, las emociones, o las relaciones sociales, porque influyen en la microbiota intestinal. ¿Cuáles son los hábitos que debemos adoptar, o cuáles eliminar, para prevenir o corregir la 'inflammaging'?
Inflammaging es un concepto que viene a decir que nuestras células envejecen prematuramente. Uno de los factores que produce ese envejecimiento prematuro es el desequilibrio de la microbiota intestinal, y hemos visto que si mejoramos nuestra salud digestiva, nuestra microbiota y la permeabilidad intestinal –que también es importante–, ya no se produce el envejecimiento prematuro, sino que se envejece de una manera más tardía.
Los pilares más importantes para evitar la inflammaging son la alimentación, y en este sentido apostar por la dieta mediterránea –que tiene la calidad y la cantidad de bacterias necesarias para mantener una buena microbiota intestinal–, la gestión del estrés, y prevenir el estrés crónico con técnicas de relajación como el mindfulness, que es una de las que más evidencia científica tiene, pero hay otras disciplinas que pueden ayudar.
Se ha observado que la microbiota de los niños con autismo es distinta a la de los que no tienen este problema, y que la alteración es similar entre los que tienen TEA
Además, es fundamental evitar el sedentarismo y realizar ejercicio físico con regularidad, y ya hay estudios que apuestan por tener más relaciones sociales fluidas, porque interaccionar con otras personas produce una estimulación del nervio vago, y gracias a su estimulación se consigue una buena conexión intestino-cerebro, que también mejora la salud. Y, por último, no abusar de los fármacos, porque nos automediquemos o porque a veces se ponen tratamientos en exceso, tipo antibióticos o antiinflamatorios, o el omeoprazol, que tienen una influencia negativa.
De hecho, afirma que “hasta el 60% de las enfermedades gastrointestinales están asociadas con el estrés”. ¿Significa eso que si somos capaces de prevenir el estrés, o de afrontarlo adecuadamente, se solucionarían esos trastornos sin necesidad de otro tratamiento?
Creo que es un conjunto de distintos factores. Por mi experiencia, para mejorar la microbiota no suele ser suficiente con corregir una sola cosa, porque la mayoría de las personas tienen estrés, y es cierto que tiene un peso muy importante en nuestra salud en general, pero lo ideal para tener una buena salud es manejar todos los factores que acabo de mencionar, porque el que gestione el estrés adecuadamente se va a encontrar mucho mejor, y se ha visto que la microbiota está menos alterada en personas activas que llevan una dieta equilibrada, que en los individuos que comen mal y no se mueven del sofá, pero en realidad lo idóneo sería hacer una integración de los cuatro aspectos que he mencionado.
Cada vez se está viendo más que el origen del síndrome de intestino irritable es una alteración de la microbiota, de la permeabilidad del intestino
El equilibrio de la microbiota intestinal también se relaciona con la calidad del sueño. ¿Podrían combatirse los trastornos del sueño mejorando la salud de la microbiota?
Hemos visto que en el ciclo del sueño y de la vigilia se necesitan ciertos componentes como la melatonina, el triptófano… Por ello, primero tenemos que tener en cuenta que por ejemplo el triptófano –que está muy implicado en el sueño– lo obtenemos a través de los alimentos, y si nuestra microbiota es saludable va a metabolizar correctamente el triptófano que consigamos en la alimentación, y esto nos van a permitir dormir mejor, pero si no tenemos una microbiota adecuada para ello, la calidad del sueño va a ser peor.
Dieta sin gluten, suplementos nutricionales y probióticos
Explica que ciertas dietas como la FODMAP, la dieta sin gluten o la cetogénica, producen alteraciones en la microbiota intestinal. En el caso de la dieta sin gluten, ¿es perjudicial que la sigan personas que ni son celíacas, ni tienen intolerancia al gluten?
No es que haya algo en concreto perjudicial como tal, pero se suele pensar que quitar un grupo de alimentos no nos va a traer ninguna consecuencia negativa, al menos a corto plazo, y eso no es así. Es verdad que si se evita el gluten se tienen menos gases, porque el conjunto de alimentos que contienen gluten producen mucho gas, mucha fermentación en el intestino, y nos hinchan. Pero lo que no se ve a largo plazo, pero sí en las consultas, es que quitar el gluten produce importantes alteraciones en la microbiota.
Los pilares más importantes para evitar la 'inflammaging' son la alimentación –la dieta mediterránea–, la gestión del estrés y practicar técnicas de relajación como el mindfulness
Por ello, aunque en los pacientes diagnosticados con enfermedad celiaca hay que eliminar el gluten de la dieta de por vida porque les produce inflamación y lesiones intestinales, en el caso de las personas sensibles al gluten, el hecho de que les siente mal y les provoque molestias se debe a que el intestino está mal por otro motivo, probablemente porque hay una alteración en la microbiota, en la pared del intestino, pero no porque el gluten sea perjudicial en sí mismo. Hacer dietas que excluyan el gluten, u otras muchas cosas, durante años, porque se ha puesto de moda o porque pensamos que vamos a estar mejor, al final sí que altera la microbiota y eso tiene consecuencias a largo plazo.
¿Es conveniente tomar suplementos nutricionales, como omega-3, glutatión, triptófano, vitaminas, etcétera, o es mejor obtener los micronutrientes necesarios a través de la dieta?
Lo ideal siempre es obtenerlos de la alimentación porque es lo más natural y adecuado, y en la dieta mediterránea se incluyen alimentos suficientes para que cubran esas necesidades. El problema está en que mucha gente no hace una dieta saludable y, por poner un ejemplo, a veces resulta más fácil tomar un suplemento de omega-3, que comer pescado, que es una de sus principales fuentes alimenticias. Aunque lo ideal sea obtener esos nutrientes a través de la alimentación también se puede suplementar; esto viene bien en algunos casos, sobre todo en personas que tienen alguna carencia nutricional o de absorción.
¿En qué casos está indicada la prescripción de probióticos? ¿Es necesarios tomarlos de por vida?
En el caso de los probióticos hay también como una moda, y parece que lo curan todo, sirven para todo, y que cualquier probiótico vale. Partiendo de esos falsos mitos –y yo soy súper defensora de los probióticos– pienso que hay que dar una correcta difusión sobre este tema. El probiótico contiene unas bacterias vivas que han demostrado su eficacia para mantener nuestra salud. Cada una de esas bacterias tiene un nombre y dos apellidos, y los estudios demuestran que una bacteria X es buena, por ejemplo, para la enfermedad inflamatoria intestinal, pero a lo mejor no lo es para corregir un estreñimiento. Y por ello hay que tener muy claro que cada probiótico sirve para una cosa, y no hay que generalizar.
Y tomarlos de por vida en principio no. Cuando hay una enfermedad es recomendable tomarlos hasta que se resuelve la alteración de la microbiota intestinal, y en principio el siguiente paso sería recomendar una buena nutrición para que esa carencia que hemos suplido con probióticos la podamos mantener cubierta con nuestra alimentación. En los cambios de estación, por ejemplo de primavera a verano, o de otoño a invierno, sí es aconsejable hacer una tanda de probióticos porque se ha observado que al igual que nos cambia un poco el humor, también la microbiota se ve afectada por los cambios estacionales.
Interaccionar con otras personas produce una estimulación del nervio vago, que consigue una buena conexión intestino-cerebro, que también mejora la salud
En cualquier caso, lo ideal sería acudir a un especialista que nos indique cuál es el más adecuado para nosotros, aunque eso es complicado porque la microbiota de una persona, aunque no tenga ninguna enfermedad, es muy distinta dependiendo de cómo ha nacido –si por parto vaginal o por cesárea–, si ha tomado lactancia materna o no, si ha tomado muchos antibióticos, y sobre todo cómo se encuentra, si tiene síntomas como por ejemplo que se le hincha la tripa… Pero como los probióticos se consideran complementos alimenticios, no tienen prescripción médica y uno puede comprar en la farmacia el que quiera; ese es un hándicap que tenemos con este tema.
¿Resultan efectivos los probióticos para aliviar los síntomas de otras enfermedades que no sean del aparato digestivo?
Cuando al principio hablábamos de todas esas enfermedades que no son del aparato digestivo, pero en las que se ha visto que los pacientes presentan una alteración de la microbiota, eso significa que si prescribimos esos probióticos que sabemos que tienen relevancia y sobre los que hay estudios que muestran que pueden mejorar esos síntomas, claro que los van a mejorar. Por poner un ejemplo, nosotros en el estudio sobre el autismo hicimos a estos niños un test de microbiota para comprobar que tenían una alteración concreta en dicha microbiota, y les dimos un probiótico para cubrir esas necesidades y mejoraron. Lo bonito de esto, o lo que más enriquecedor me parece a mí, es que no solo estamos dando oportunidad a personas con problemas digestivos, sino también a las que tienen otros problemas de salud que afectan al aparato digestivo.