Mercè Sanjuan Gumbau
2 de marzo de 2017
Mercé Sanjuan Gumbau lleva el deporte, la lucha y las ganas de vivir tatuadas en la piel. Esa pasión y su esfuerzo le permitieron formar parte de la selección española de atletismo, hasta que tuvo que retirarse por una lesión en el tobillo. Perdió su carrera deportiva, perdió un ser querido, perdió confianza… hasta que decidió perder el miedo. Empresaria de éxito, nunca ha dejado de hacer lo que le gusta. Por ello, con 40 cumplidos, decidió empezar una nueva faceta en su vida, marcada por la motivación y una gran cantidad de retos deportivos que, en contra de la opinión de algunos, ella se veía con fuerza y ganas de superar. Y así fue, dos años después tiene a sus espaldas un Ironman, varios triatlones, una carrera en bicicleta por el desierto, y la hazaña de cruzar España pedaleando desde Cabo de Creus hasta Finisterre, durante 17 días en pleno enero. Todas sus aventuras y experiencias personales –las buenas, pero también las malas– son seguidas en las redes sociales (@MerceYellow) y en su canal de Youtube por decenas de miles de personas, a los que ella da ánimos y consejos para cambiar su visión de la vida y atreverse a ser quienes realmente desean ser. Una amalgama de experiencias que recopila en un libro diferente, Sé quien quieras ser (Editorial Alienta, 2016), que acompaña de realidad aumentada, canciones, vídeos, películas y fotos que inspiran su vida y obra, guiadas siempre por su alma libre y un lema: “todo es posible hasta que te demuestres lo contrario”.
Tu libro se llama ‘Sé quien quieras ser’. ¿Crees que es posible conseguir ser todo lo que uno desea?
Es una afirmación con un poco de trampa, porque muchas veces me han dicho “entonces quiero ser millonario y tener un yate”. Pero yo pienso que ser quien uno quiere ser es algo mucho más sencillo, y en realidad, cuando uno vive lo que quiere vivir, cuando uno está en un momento de su vida en el que sigue algo porque le hace mucha ilusión, porque quiere conseguirlo, o porque le quema por dentro, es cuando consigue ser quién quiere ser. Por ejemplo, ser feliz contigo mismo, con tu entorno y, lógicamente, cuando tienes una actitud positiva y proactiva, podrás conseguir muchísimas más cosas que las que conseguirás con una actitud pasiva o negativa. También hay que saber muy bien quién eres en ese momento, y proyectarte en lo que quieres llegar a ser, pero siempre tocando con los pies en el suelo y siendo realista.
Además, podemos controlar la parte que nos atañe a nosotros, pero siendo conscientes de que existirán factores externos que nos van a condicionar, o nos van a poner piedras en ese camino que hemos labrado y por el que queremos seguir. Pero eso no tiene que hacernos desistir en nuestro intento, ya que a los obstáculos hay que considerarlos un aprendizaje, algo positivo que nos ha ocurrido, de lo que podemos aprender, y que nos permitirá salir fortalecidos y nos proporcionará nuevas herramientas para alcanzar nuestros objetivos. Es como un videojuego en el que vas encontrando trampas, pero también sueles recoger una serie de cosas que te proporcionan vidas o herramientas para continuar; así es como debemos de verlo. Por lo tanto, es muy importante ser conscientes de nuestra situación, saber dónde queremos llegar, trazar un plan y, en base a ese plan, ser constantes.
Salir de la zona de confort, como tú hiciste participando en el Ironman, o en tu desafío Renacer a pedales, ¿puede ser una manera de darnos cuenta de que vamos por ese buen camino?
Claro que sí; estamos acostumbrados a nuestro día a día y a la rutina, y es muy difícil prescindir de eso. Generalmente nos da mucho miedo salir de la zona de confort, y lo que tenemos que hacer es enfrentarnos a los miedos, a esas cosas que en principio tememos, en muchos casos no porque sean peligrosas, sino porque son diferentes. Si siempre hacemos lo mismo, siempre estaremos en el mismo sitio, y a veces es necesario darle la vuelta a una situación e intentar cambiarla. Siempre hay que valorar y pensar qué es lo peor que me puede pasar si lo hago, y cuando te haces esa pregunta comprendes que realmente muchas cosas que nos dan miedo no son tan peligrosas como aparentan. Y cuando piensas “lo peor que me puede pasar es x”, en vez de desanimarte debes tener un plan b por si eso llegase a ocurrir, siempre sin obsesionarte.
Si siempre hacemos lo mismo, siempre estaremos en el mismo sitio; hay que valorar qué es lo peor que puede pasar, y cuando te haces esa pregunta comprendes que muchas cosas que te dan miedo no son tan peligrosas
Afrontar los momentos difíciles con terapia de choque
Entonces hay que enfrentarse a los miedos…
En mi vida he tenido muchos miedos y he pasado por momentos muy difíciles, y por eso puedo hablar con propiedad de ello. He sufrido crisis de ansiedad durante momentos determinados en los que, de ser una persona súper atrevida, me convertí en una persona que no podía hacer prácticamente nada. Llegué hasta el punto de que me daba miedo conducir por si sufría un ataque de ansiedad mientras lo hacía, pero si me hubiese quedado en ese punto, atrapada en mis miedos, no habría avanzado ni conseguido todo lo que he logrado hasta ahora. Hay momentos en los que hay que saltar e intentarlo, con una red de seguridad siempre, pero enfrentándote a tus miedos. Después, te das cuenta de que muchos de esos temores son infundados, y además se suma el sentimiento de bienestar contigo mismo por haberlos superado, lo que te proporciona una fuerza extra para afrontar futuras situaciones parecidas. Yo me deshago de esos miedos con el deporte y con mis aventuras.
¿Cómo conseguiste librarte de las crisis de ansiedad?
En primer lugar, dándome cuenta de lo que me sucedía. Cuando tenía las crisis de ansiedad yo pensaba que me daba un ataque al corazón y que me iba a morir de lo mal que lo pasaba. Iba al hospital constantemente, y allí nadie me decía que tenía ansiedad; me decían que estaba bien. Hasta que un día llamé a mi madre y se lo conté, y ella contestó que se trataba de crisis de ansiedad. Una vez que fui consciente del problema, pedí ayuda, acudí a un psicólogo para que me explicara lo que me estaba ocurriendo y me enseñara a detectar cuándo se iban a producir esas crisis y cómo podía afrontarlas. Y él también me dotó de herramientas para que no llegara hasta ese punto.
Fui enfrentándome poco a poco a todas aquellas cosas que la ansiedad y la depresión me impedían hacer, apoyándome en una ‘red de seguridad’ y en terapia de choque
Lo segundo que hice fue ir enfrentándome poco a poco a todas aquellas cosas que la ansiedad y la depresión me impedían llevar a cabo, apoyándome en una red de seguridad, y con terapia de choque. Esa terapia consistía en que cuando me veía capaz de enfrentarme a lo que me producía terror, lo primero que hacía era poner la red de seguridad de la que hablo, y que consistía, por ejemplo, en que me acompañase alguien cuando debía ir a algún sitio, o en desplazarme en autobuses que tenían paradas muy seguidas porque así, si me encontraba mal o me agobiaba, tenía la tranquilidad de que podía bajar rápido. Cuando me enfrentaba a estas situaciones me daba cuenta de que no ocurría nada, que no tenía esas crisis tan fuertes de ansiedad, y poco a poco fueron desapareciendo.
Carentes de educación emocional
¿Por qué existe un miedo generalizado a destacar? ¿Tiene que ver con complacer a nuestro entorno antes que a nosotros mismos?
Tiene que ver con complacer a los demás, y tiene también mucho que ver con la educación infantil que recibimos. En la educación que se imparte actualmente te explican cómo tienes que hacer las cosas, sin margen de hacerlo de manera diferente. Por ejemplo, cuando estás en el colegio y estás resolviendo un ejercicio de matemáticas, si llegas a la solución por un método que no es la regla matemática que te han explicado, te dicen que la solución no es buena. Este tipo de normas coartan desde pequeños nuestra creatividad y, a consecuencia de ello, al llegar a adultos ya nos hemos acostumbrado a pensar de la forma en que nos dicen que tenemos que hacerlo, y eso influye mucho en nuestra forma de comportarnos, y nos conduce a una normalidad generalizada, porque el hecho de ser normales nos hace sentirnos aceptados y, por lo tanto, nos sentimos bien. El hecho de destacar en cualquier sentido, el hecho de ser diferentes, nos hace sentir inseguridad. Realmente se tendría que potenciar lo contrario, ya que cada individuo es diferente, piensa de forma distinta, y se defiende a su manera, y se deberían potenciar esas cualidades individuales. Ser ‘normal’ está sobrevalorado, y nos hace a todos grises, iguales y tristes, porque estamos matando una parte de nosotros mismos que no tiene que avergonzarnos, sino al contrario, ya que esa diferencia es la que nos va a hacer fuertes y potentes.
¿Crees entonces que estamos muy faltos de educación emocional?
Sin duda. Vivimos en una sociedad muy exigente, y creemos que demostrar las emociones nos hace vulnerables, pero yo creo que esto no es así. Los padres no deberían decirles a sus hijos cuando lloran que no lo hagan porque deben ser fuertes; hay que dejar que se expresen. Sí que es verdad que hay que acompañarles y explicarles que no pasa nada, pero hay algunas expresiones o sentimientos que se coartan, y eso no es bueno, porque al final creamos una sociedad que es mentira. Todos tenemos emociones, todos lloramos en un momento determinado, todos nos reímos; por lo tanto, todas las emociones deberían estar premiadas porque al final son las que en un futuro nos permitirán ser quienes queremos ser, y vivir de una manera más plena y mucho más feliz.
Los padres no deberían decirles a sus hijos cuando lloran que no lo hagan porque deben ser fuertes; hay que dejar que se expresen
A propósito de ser feliz, dices que con todas tus hazañas y aventuras deportivas intentas ganar en felicidad. ¿Qué significa para ti esta palabra?
Siempre digo que hablo de la felicidad como un concepto en total. La gente dice que quiere ser feliz, pero ese sentimiento no tiene que ver con la perfección. La felicidad está en los pequeños momentos y en las pequeñas cosas de nuestro día a día. Para mí ser feliz es conseguir algo que me hacía mucha ilusión –como todos los retos que me he propuesto–, es haber pensado en un regalo para alguien y saber que le va a encantar, es disfrutar de un amanecer precioso mientras camino… Esto suena muy bonito y poético, pero nada más lejos de mi intención: es la realidad, y hay pequeñas cosas que sumadas nos proporcionan esa felicidad que todo el mundo quiere.
Dices que se puede “morir en vida”. ¿En qué casos ocurre?
Morimos en vida cuando no estamos siendo quienes queremos ser. Muchas veces, al vivir tan rápido como lo hacemos, con tantas obligaciones impuestas por la sociedad, que nos hacen crecer muy rápido y adaptarnos a situaciones con las que no estamos de acuerdo, sentimos que no podemos decirlo, que tenemos que conformarnos y vivir así. Y si no hacemos nada para cambiar esta situación, nos volvemos grises y conformistas, y vamos muriendo poco a poco, morimos cuando alguien nos quita una ilusión diciéndonos que no lo vamos a conseguir y pensamos que tiene razón y no lo intentamos y, por supuesto, cada vez que matamos nuestro niño interior, que siempre debe estar presente.
La soledad, nuestra mejor compañía
En el libro afirmas que la soledad enseña más que cualquier compañía…
En la soledad podemos aprender de nosotros mismos. Las compañías están muy bien; nos gusta verbalizar con nuestros amigos lo que nos ocurre, y ellos siempre tienen la manía –totalmente normal, y me incluyo– de decirnos lo que tenemos que hacer pero, por mucho que nos conozcan, no están en nuestra piel. Muchas veces ocurre que al estar rodeados de tanto ruido en nuestro día a día, y al llevar un estilo de vida frenético, aprendemos poco acerca de quiénes somos. Y es en los momentos de soledad en los que realmente aprendes a convivir contigo mismo, porque nunca serás feliz por muy rodeado que estés de gente maravillosa, si no estás conforme contigo mismo. En ocasiones, incluso estamos enfadados con nosotros mismos sin saber por qué, y lo llegamos a pagar con terceros. Por todo ello, los momentos de soledad son muy interesantes para conocernos y dejar fluir las emociones, y llorar o reír sin que nada nos condicione. La soledad nos va a mostrar nuestra verdadera cara –quiénes somos–, y eso nos dará muchas pistas para perfeccionarnos y para poder cambiar cosas que no nos gustan.
¿Qué actividades nos recomiendas para fomentar ese vínculo con nosotros mismos?
Cada persona debe tener sus propios mecanismos. Cuando haces un viaje solo, por ejemplo, descubres muchísimo sobre ti mismo, y además tienes la oportunidad de conocer gente con opiniones diferentes; funciona muy bien. Pero yo creo que el secreto es que en tu día a día siempre reserves un rato para ti. Hay que dividir el día como un pastel, en porciones, y que cada una incluya las tareas cotidianas como trabajar, pasar tiempo con tu pareja, o con tus hijos, si los tienes, y una de ellas debe ser dedicarse a uno mismo; eso nunca debe faltar. Muchas veces nos olvidamos de los momentos propios, y son tan necesarios que debería ser obligatorio que diariamente buscásemos tiempo para nosotros, por ejemplo, saliendo a caminar un rato, a tomar un helado, a montar en bicicleta, marcándonos retos para practicar deporte, que a mí me encanta, porque además hacer ejercicio genera en nosotros endorfinas, que nos aportan bienestar. Y si a alguien no le gusta el deporte, pues que busque alguna actividad que le entretenga, y la utilice como un tiempo solo para él.
La soledad nos va a mostrar nuestra verdadera cara –quiénes somos–, y eso nos dará muchas pistas para perfeccionarnos y para poder cambiar cosas que no nos gustan
Esto suele ser muy complicado para las personas que tienen cargas familiares porque piensan que es imposible sacar un hueco, o incluso se sienten mal por hacerlo, como si eso les convirtiese en una mala madre o un mal padre. Y yo digo todo lo contrario, sacar tiempo para cuidarse a uno mismo, por dentro y por fuera, es señal de ser buen padre, porque eso te va a ayudar a estar más relajado y más feliz, y podrás dar momentos de más calidad a tus hijos, pero también a tus padres, familia, o pareja. Lo que puedan pensar los demás también influye, porque parece que está mal visto hacer cosas solo, y cuando alguien nos dice “voy a comer solo” o “me voy al cine solo”, solemos ofrecernos a acompañarle, como si ir solo fuese algo malo.
Yo hablo de la soledad bien y mal entendida, porque es muy triste cuando uno no desea estar solo en un momento determinado y tiene que estarlo, por ejemplo en el caso de personas de la tercera edad que no tienen familia, y que sufren mucho la ausencia de alguien que les apoye. Sobre este tipo de soledad sí que hay que volcarse. Pero esto no tiene nada que ver con decidir pasar momentos a solas haciendo algo que nos apetece, una situación elegida por nosotros que nos proporciona una enorme sensación de libertad. La sociedad a veces malentiende la soledad y nos tendrían que enseñar a estar solos desde pequeños, y permitir que los niños disfruten de ratos de juegos sin nadie.