Alejandro Cencerrado

Estadístico, analista de big data del Instituto de la Felicidad de Copenhague y autor de ‘En defensa de la infelicidad'
Medir la felicidad, aunque suene a utopía, es posible, afirma Alejandro Cencerrado, analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague, que nos explica cómo convertirla en un pilar fundamental del Estado del Bienestar.
Alejandro Cencerrado
“Pensar que en otro lugar, con otra pareja o en otro trabajo podríamos estar mejor es un sabotaje que nos hacemos continuamente todos”

7 de abril de 2022

Alejandro Cencerrado lleva 16 años midiendo su felicidad de 0 a 10 y apuntándola en un cuaderno. Durante nueve años vivió en Dinamarca, según todas las estadísticas uno de los países más felices del mundo, y trabaja como analista de big data en el Instituto de la Felicidad de Copenhague. Con todos esos antecedentes no es de extrañar que acabe de publicar un libro titulado En defensa de la infelicidad: el estudio científico más largo jamás llevado a cabo sobre la felicidad del día a día’ (Destino). Tampoco lo es que acepte con estoicismo algo que muchos mortales nos negamos a asumir en esa tiranía de la felicidad en que se ha convertido el mundo: que ser feliz siempre es imposible, que la infelicidad es necesaria para dar valor, por contraste, a la felicidad. “No se puede estar bien continuamente, que es la aspiración un poco superficial de nuestra sociedad”, afirma Cencerrado, que no duda en señalar que países como España deberían tomar nota de algunos de los factores que han convertido a Dinamarca en el país más feliz del mundo, entre ellos la confianza en los demás y la redistribución de la riqueza: “En los países nórdicos la gente paga muchos más impuestos que aquí y, sin embargo, es mucho más feliz. Tenemos que entender esa idea de que no vivimos en una burbuja. No puedes ser feliz en una sociedad en la que la gente muere de hambre”.

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En tu libro defiendes la posibilidad y el beneficio de medir la felicidad, pero a mí me sigue pareciendo muy complicado medir un concepto tan subjetivo como la felicidad.

Entrevista a Alejandro Cencerrado, autor de ‘En defensa de la infelicidad’

Es normal que pienses que es difícil. Es un problema habitual que tienen las medidas subjetivas. ¿Cómo puedo saber que lo que siento yo al puntuar con un 7 mi felicidad es lo mismo que sientes tú al poner un 7 a la tuya? Sin embargo, a base de hacerlo en cientos de miles de personas y ver que en un proyecto tras otro los patrones se repiten, me he dado cuenta de que sí se puede. Al final parece que todos en circunstancias similares ponemos notas más o menos similares a nuestro bienestar.

Al leerte me acordé de una reflexión que escribía el periodista Enric González en ‘Historias de Roma’: “Al fin y al cabo, ¿qué es la verdad? No los hechos, sino la verdad. ¿Qué es? Un concepto relativo, como la libertad o la felicidad”. ¿Qué es para Alejandro Cencerrado la felicidad?

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Llevo 16 años apuntándola y siempre lo he visto de la misma manera: para mí un año feliz es tener 365 días felices. ¿Y qué es un día feliz para mí? Un día que querría que se repitiera mañana. De hecho, es una pregunta que me hago todos los días: ¿me gustaría que el día de hoy se repitiera mañana? Pero entiendo que haya mucha gente que no lo vea así. Por ejemplo, para un escalador que dedica una semana a subir a una montaña y a sufrir y sufrir hasta llegar arriba, obviamente su definición de felicidad será otra y tendrá otras prioridades, como superarse a sí mismo.

¿Por qué animarías a la gente a seguir tu ejemplo y a medir de forma diaria su felicidad?

Muchos amigos míos lo han hecho y casi todos lo han dejado, así que tampoco puedo aconsejar a nadie (risas). Una amiga mía, por ejemplo, me decía que se dio cuenta de la mierda de vida que tenía a base de ir tomando notas de su felicidad. Otro decía que tenía tanto que contar que se tiraba cada día más de media hora escribiendo.

Para mí un año feliz es tener 365 días felices. ¿Y qué es un día feliz para mí? Un día que querría que se repitiera mañana

Al final esto funciona para quien funciona, y ya está. Para mí una cosa muy buena que tiene es que te enseña a verte con perspectiva, a ver las cosas del pasado de otra manera, a aceptar tus emociones, a verte casi como un personaje y a aceptar quién has sido. Es un ejercicio interesante.

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Dándole una vuelta a tu método, pensé que esta medición de la felicidad es el fin de la nostalgia. Como dices en el libro, es una forma de acabar con los recuerdos sesgados.

Sí, la verdad es que sí. En el buen sentido, pero también en el malo. Como cuento en el libro, viajes que para mis amigos y para mí fueron maravillosos, al revisar las notas me doy cuenta de que no lo fueron tanto y de que tuvieron muchos momentos malos de los que no me acordaba.

Por otro lado, también te diré que cuando estoy un poco de bajón en casa o en el trabajo y pienso que podría ser más feliz si estuviese otra vez en aquel viaje, ahora no me dejo llevar tanto por esa idealización (risas).

Ser feliz siempre es imposible

Justo relacionado con esto, comentas en la introducción que, en tu caso, medir la felicidad te ha permitido darte cuenta de muchas cosas, entre ellas que esa idea que nos asalta a menudo de que “en otro lugar, con otra pareja o en otro trabajo podríamos estar mejor” es, además de errónea, una fuente de infelicidad.

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Sí, yo creo que es un sabotaje que nos hacemos continuamente todos. Con nuestras parejas, con nuestros trabajos, con la ciudad en la que vivimos… Es cierto que, si no te llevas bien con tu jefe en tu trabajo actual, probablemente seas más feliz durante un tiempo si te cambias de trabajo, pero a la larga te vas a acostumbrar y vas a empezar a ver cosas malas de las que en el momento no te das cuenta.

Vivimos un poco estresados a la hora de tomar decisiones que nos hagan más felices. Nos deberíamos relajar un poco y disfrutar de la vida tal y como es

Para mí un ejemplo muy claro de esto es que durante los nueve años que viví en Dinamarca, cada invierno me preguntaba qué demonios hacía allí en vez de estar con mi gente, con el sol de España, con la comida española. Hace seis meses nos mudamos aquí. Es verdad que fui feliz durante tres meses –en mis gráficas se ve claramente–, pero a los tres meses me acostumbré y ahora soy tan feliz como lo era en Dinamarca. Esta certeza es muy importante a la hora de tomar decisiones, porque vivimos un poco estresados cuando nos enfrentamos a la toma de decisiones que nos hagan más felices. Nos deberíamos relajar un poco y disfrutar de la vida tal y como es.

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Tú y otras personas en el mundo que, comentas en el libro, también han asumido esta idea de medir la felicidad, habéis llegado a una conclusión parecida: que la felicidad y la infelicidad son pasajeras. El título del libro es muy elocuente en ese sentido: En defensa de la infelicidad. ¿Se puede entender la felicidad sin su reverso, la infelicidad?

No. Yo creo que no. Y además creo que este es un problema de nuestra sociedad y del que no nos damos cuenta. Hace unos años hice el Camino de Santiago y me destrocé las piernas. Casi al tercer día ya estaba destrozado y con muchos dolores. Fue un viaje bastante negativo para mí, excepto por una cosa: cada vez que parábamos a comer o a descansar yo sentía un placer y una felicidad que nunca había sentido. Y ahí me di un poco cuenta de que en nuestra sociedad, con esa tendencia a evitar todo dolor, todo sufrimiento y todo sacrificio, hemos perdido también una parte positiva, una fuente de felicidad en mitad del sacrificio, esos contrastes que nos daba la vida.

Nuestra sociedad, con esa tendencia a evitar todo dolor, todo sufrimiento y todo sacrificio, ha perdido también la parte positiva de ese sacrificio, esa capacidad para encontrar una fuente de felicidad en mitad de la infelicidad, esos contrastes que nos daba la vida

Pese a la mala fama que tiene, ¿por qué dirías que es importante la infelicidad?

Para mí lo es porque tiene sentido en sí misma. No se puede estar bien continuamente, que es la aspiración un poco superficial de nuestra sociedad. Ahora bien, eso no quita que, por ejemplo, no podamos mejorar la autoestima de nuestros adolescentes al salir del colegio, que salen muy bien preparados, pero creen que no valen para nada; no quita que intentemos reducir el estrés y la ansiedad de nuestra clase trabajadora. Y más de lo mismo con la soledad de nuestros mayores.

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A veces tengo la sensación de que con todo el boom de los libros de autoayuda y los ‘influencers’ de las redes sociales vivimos en una tiranía de la felicidad, rodeados de mensajes que nos animan a ser felices todo el tiempo y que casi nos hacen sentir mal si no lo somos. Y, sin embargo, como tú defiendes en el libro, ser feliz siempre es imposible.

Yo creo que esa tiranía de la felicidad es algo natural. Y en ese sentido entiendo el papel de los libros de autoayuda o de prácticas muy en boga con la meditación, el yoga o el mindfulness. Cuando nuestros abuelos eran pequeños la fuente de felicidad estaba clara: poder comer, tener cierta seguridad financiera. Eso ya lo hemos conseguido y a pesar de tener todo aquello que nuestros abuelos consideraban necesario para ser felices, la realidad es que no somos muy felices.

No se puede estar bien continuamente, que es la aspiración un poco superficial de nuestra sociedad

Por eso, es lógico que hayamos empezado a buscar respuestas en nuestro interior. Es algo natural, pero te das cuenta de que no es la solución. Puedes leer un libro de autoayuda o meditar y que eso te ayude puntualmente, pero a la larga vas a seguir estando tan mal como antes. Así que creo que hay que tomarse esto más en serio, desde una perspectiva científica, e ir analizando el bienestar de la población a largo plazo.

La felicidad como pilar del Estado del Bienestar

En el último capítulo señalas tres aspectos que nos definen muy bien como sociedad: el perfeccionismo (o la necesidad de aparentar el mismo), la soledad y el estrés. Yo añadiría el cansancio/agotamiento y la insatisfacción permanente. Con todos estos hándicaps sobre la mesa, ¿se pueden conseguir sociedades felices?

Sí, sí. Yo he vivido en Dinamarca que, aunque parezca mentira, es una sociedad muy feliz, algo que han conseguido en gran medida por la redistribución de la riqueza. Allí hay poca gente que no tenga recursos, poca gente sin empleo, etcétera. Tenemos que empezar a fijarnos en las sociedades que ya funcionan en términos de bienestar. Y esto es importante, porque hay países como Estados Unidos que pueden haber crecido mucho económicamente, pero que están muy lejos a nivel de bienestar de países como Dinamarca o Finlandia.

Las políticas tampoco han ayudado en ese sentido en los últimos años: trabajos cada vez más precarios y exigentes a nivel horario, aumento del precio de la vivienda, desmantelamiento silencioso en muchas regiones europeas del estado del bienestar…

No ayudan para nada. Y a mí me da mucha pena, porque por ejemplo en países como España la corrupción ha provocado que cada vez menos gente quiera pagar impuestos. Y yo lo entiendo, porque para que se quede el dinero el político de turno, mejor me lo quedo yo en mi bolsillo. Pero tenemos que revertir esta tendencia como sea, porque en los países nórdicos la gente paga muchos más impuestos que aquí y, sin embargo, es mucho más feliz.

A pesar de tener todo aquello a lo que nuestros abuelos aspiraban para ser felices, la realidad es que no somos muy felices

Tenemos que entender esa idea de que no vivimos en una burbuja. No puedes ser feliz en una sociedad en la que la gente muere de hambre, en la que el camarero que te atiende trabaja de sol a sol, en la que todos estamos estresados. Al final todos dependemos de todos. Está demostrado que incluso las personas más ricas viven mejor en sociedades en las que se pagan más impuestos. Por ese mismo principio, porque vivimos en sociedad, no podemos vivir en castillos aislados.

¿Qué tipo de medidas concretas, a modo de ejemplo, se han implementado en países preocupados por este asunto que se puede demostrar que hayan aumentado la felicidad de sus habitantes?

No son medidas muy concretas. Te diría más bien que son aspectos culturales. Después de muchos años viviendo en Dinamarca y analizando el tema he visto que un aspecto fundamental es la confianza: los daneses confían mucho unos en los otros. La muestra es que los padres dejan el carrito de los bebés en la calle (con el bebé dentro) mientras entran a las tiendas o comen en un restaurante. No se me ocurre mayor ejemplo de confianza en los demás.

En los países nórdicos la gente paga muchos más impuestos que aquí y, sin embargo, es mucho más feliz. Tenemos que entender esa idea de que no vivimos en una burbuja. No puedes ser feliz en una sociedad en la que la gente muere de hambre

Pero esa es la punta del iceberg. La confianza se ve en muchos aspectos: desde la apuesta pionera y desde hace muchos años por el teletrabajo, la predisposición a pagar impuestos… Los españoles muchas veces nos vanagloriamos de nuestra cultura de la picaresca, pero no nos damos cuenta de lo negativa que es para todos.

¿Debería ser la felicidad un pilar del Estado del Bienestar?

Desde luego. Creo que es un objetivo razonable para mucha gente. Y además no hay que hacer nada del otro mundo. Las estadísticas nacionales ya preguntan a la gente sobre la satisfacción con la vida, el informe PISA ya pregunta a los estudiantes sobre autoestima y soledad, etcétera. Yo creo, en ese sentido, que todo padre querrá saber si en el colegio que va a elegir para sus hijos le van a enseñar matemáticas, pero también se va a preocupar de que no le hagan bullying y de que no se sienta solo.

Sé que esta medición de la felicidad y de la satisfacción con la vida mucha gente aún no la entiende, pero tenemos que demostrarles que sí, que ya se hace en otros países, que es algo de fiar y que puede ayudar mucho a mejorar el bienestar de la población.

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