Carlos López Otín

Catedrático de bioquímica experto en genómica, cáncer y envejecimiento, y autor de 'La vida en cuatro letras'
Los genes no son determinantes para ser feliz, afirma López Otín, experto en genómica, cáncer y envejecimiento, que en 'La vida en cuatro letras' explica el origen de la vida y los elementos que componen la ecuación de la felicidad.
Carlos López Otín
“Los centenarios son gente normal que ha vivido una vida tranquila y sana, sin estrés, llevando un diálogo con el entorno muy adecuado y una alimentación muy regulada, ya que practican sin saberlo la restricción calórica o el 'Hara Hachi Bu' japonés, que consiste en comer con moderación y no saciarte”

17 de abril de 2019

¿Está la felicidad escrita en nuestros genes? ¿Estamos predispuestos a ser felices? ¿Cómo influye la enfermedad en la ecuación de la felicidad? Carlos López Otín, catedrático de Bioquímica en la Universidad de Oviedo e investigador especializado en cáncer y envejecimiento, últimamente en la palestra por sus aportaciones en la mejora del pronóstico de la progeria, y que ha trabajado en el desciframiento del genoma humano desde sus inicios y ha descubierto más de 60 nuevos genes, algunos responsables de cáncer hereditario, la leucemia linfática crónica, envejecimiento prematuro o muerte súbita, nos da la respuesta a estas cuestiones en La vida en cuatro letras (Paidós, 2019). En este libro de divulgación, escrito con un lenguaje sencillo, López Otín, que también es académico de la Academia Europea y de la Real Academia de Ciencias de España, y doctor honoris causa por varias universidades españolas y extranjeras, nos explica el origen de la vida –inscrito en la cadena molecular mediante un código de cuatro letras– y de la enfermedad, y nos da las cinco claves de la felicidad y 14 recomendaciones para alcanzarla porque, como afirma, “tenemos predisposición a la felicidad, como tenemos predisposición al cáncer de colon o al alzhéimer, y algunos al talento matemático, pero la ecuación de la felicidad tiene genes que para nada son determinantes” y ser feliz depende en gran medida “de nuestra interacción con el ambiente en cada instante de la vida”.

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Portada del libro 'La vida en cuatro letras'

Una serie de funestos acontecimientos hicieron que perdieras tu ikigai o propósito vital, ¿te ha ayudado a recuperarlo escribir este libro?

Me ha ayudado mucho; me ha ayudado a sobrevivir. Pero el propósito de una vida, en mi caso una vida profesional dedicada durante más de 40 años ya al estudio apasionado de las claves de la vida y de las enfermedades humanas, es muy fácil destruirlo en un momento, pero muy difícil de construir. El libro me ayudó a sobrevivir en un momento muy difícil, pero la recuperación del propósito, del ikigai, llevará más tiempo, aunque estoy en ello.

Estás especializado en la investigación sobre el cáncer y el envejecimiento, sin embargo, la mayoría de sus capítulos están dedicados a la felicidad. ¿Por qué?

Porque es un libro que nace de una aspiración a superar un momento, y por prescripción médica tenía que hacer algo para ocupar la mente y evitar los pensamientos negativos. Yo era una persona extraordinariamente feliz, porque tengo en mi genoma variantes que predisponen de manera absoluta a la felicidad, y desde niño todas las personas que me han conocido –tanto de mi familia, como vecinos de mi pueblo, Sabiñánigo, en Huesca– saben que era una persona feliz, siempre contenta, que nunca se quejaba de nada, y muy agradecida con todo lo que me ha dado la vida.

Y de repente un día me anunciaron que ratones modificados genéticamente que habíamos tardado más de 20 años en crear –que eran el modelo de muchas enfermedades humanas, algunas de las cuales hoy se pueden curar o estudiar gracias a estos modelos que hemos distribuido por todo el mundo– acababan de ser infectados por algo y había que sacrificarlos.

En un día perdí 20 años de trabajo y ese fue el punto final de una campaña de desprestigio de esas que puede sufrir cualquier persona en las redes sociales, o en comentarios anónimos, porque hoy cualquiera puede ser destruido por cualquier otro individuo que se lo proponga y dedique a ello suficiente tiempo, energía, y a veces –como en este caso–, dinero. En estas circunstancias yo me vi perdido, y me puse a escribir. Y en vez de escribir sobre los últimos experimentos del genoma, escribí sobre por qué había pasado de ser una persona tan feliz, a ser la persona más triste del mundo.

Cuando en el prólogo hablas de tu infancia dices “en aquella época en la que no teníamos reloj pero teníamos tiempo…”. ¿Cuáles crees que son ahora nuestros ‘ladrones de tiempo’?

He pensado mucho en estas cosas últimamente, y creo que ahora tenemos mucha presión social. En el libro se dan cinco claves para la felicidad y la primera para mí es reconocer las imperfecciones. La sociedad actual nos impulsa a parecer perfectos a todos los niveles. Por ejemplo, ahora uno es imperfecto si no habla en inglés. Y después, si me apuras, si no habla en chino. De repente se nos impone un estrés adicional, que es la necesidad de aprender inglés o chino.

Subir fotografías a las redes sociales que demuestren que nos va bien crea tal artificiosidad que va llenando la vida de cosas vacías, pero que presionan como si estuvieran llenas de cemento

Nos vamos imponiendo actividades y muchas veces no estamos capacitados para realizarlas, ni tenemos por qué estarlo. Otra cosa que parece que se nos exige es tener varias redes sociales y alimentarlas, y subir fotografías a Instagram en las que se demuestre que estamos bien y nos va fenomenal. Se crea tal artificiosidad que va llenando la vida de cosas vacías, pero que presionan como si estuvieran llenas de cemento.

A esto yo lo llamo la piedra de Sísifo, que cada uno tiene la suya, y llega un momento que pesa tanto que no la puedes subir por la ladera de la montaña; luego reconozcamos nuestras imperfecciones, no intentemos cumplir todo aquello que otros esperan de nosotros y seleccionemos qué es lo que queremos para nosotros mismos, y no lo que otros esperan.

A mí, por ejemplo, me ha ocurrido que incluso en momentos en los que acabábamos de hacer un descubrimiento relevante de los que pocas veces hay en la vida de un investigador, de inmediato me estaban preguntando qué iba a ser lo siguiente. Y sin haber tenido tiempo todavía de reflexionar sobre ello, parece que en vez de disfrutarlo tienes que ponerte de nuevo a trabajar día y noche para demostrar que eres bueno. Al final en el libro llego a la conclusión de que esto es tan agotador que lo que quiero ser es invisible y feliz. Y explico cómo es posible conseguirlo en el mundo real.

Herencia genética y felicidad

La felicidad es una emoción subjetiva, pero diversos estudios la asocian con la herencia genética, y citas una investigación que encontró tres variantes genéticas directamente relacionadas con el bienestar subjetivo. ¿Crees que estamos determinados a ser más o menos felices?

No, y para comprenderlo hay que leer con atención la ecuación genómica de la felicidad que aparece en el libro. Claro que tenemos predisposición a la felicidad, como tenemos predisposición al cáncer de colon o al alzhéimer, y algunos al talento matemático, otros a subir al Everest o a jugar al tenis como Rafa Nadal, e incluso los hay con una predisposición a hacer daño a los demás. Todo eso está escrito en el genoma, que es el lenguaje que ocupa las primeras páginas del libro de la vida, pero que no es el único, sino que tenemos otros tan importantes o más como el lenguaje epigenético, que son las modificaciones que vamos sufriendo a lo largo de nuestra interacción con el ambiente en cada instante de la vida.

Los genes son un libro de instrucciones, pero no son determinantes, sino sugeridores de trayectorias de vida

Y este lenguaje es reversible. Son cambios químicos que se producen en el genoma y que determinan que un gen, o un grupo de genes, se activen, o queden en silencio –callen, o hablen–, y entonces de nada sirve decir que tienes un gen para la felicidad si se ha silenciado genéticamente por un acontecimiento externo como por ejemplo una profunda tristeza, una infección, o una enfermedad. Luego la ecuación de la felicidad tiene genes que para nada son determinantes, salvo en enfermedades hereditarias muy graves, en las que la determinación puede ser hasta completa: heredas una variante y vas a desarrollar sí o sí una enfermedad; otras veces tendrás un 80% de probabilidades de padecerla, y otras veces un 20%.

Podemos decir que los genes son un libro de instrucciones, pero no son determinantes, sino sugeridores de trayectorias de vida. Somos responsables del epigenoma –los cambios epigenéticos–, y también está el metagenoma, otra dimensión del genoma. Nosotros no podemos entender molecularmente a una persona o a un enfermo si no estudiamos al mismo tiempo el genoma, el epigenoma y el metagenoma. Y me ha sorprendido la extraordinaria ignorancia que hay sobre ello en nuestro país.

Por eso lo que a mí más me emociona de este libro es que miles de personas van a saber por primera vez de qué estamos hechos, qué son esas cuatro letras de la vida, que no son la V, la I, la D y la A, sino la A, la C, la G y la T, que son las siglas de los cuatro componentes químicos que construyen todas las historias de vida del planeta. La nuestra y la de todos los demás seres vivos desde hace 3.500 millones de años, que fue la primera vez que estas cuatro letras se organizaron en un conjunto.

En tu lista de personas más felices incluyes a Sammy Basso, un joven que padece el síndrome de Hutchinson-Gilford, también conocido como progeria…

Me puse a pensar cuáles eran las cinco personas que se podrían considerar como las más felices del mundo, y las analicé. Cinco personas que para mí representaban hitos en la aventura cotidiana de lograr la felicidad –que no es nada fácil–. La filosofía nos ha enseñado –Schopenhauer ya lo dijo–­ que más del 90% de la felicidad está en la ausencia de enfermedad; si no estás enfermo, en teoría estarás feliz o muy feliz, aunque influyan acontecimientos externos, pero tienes lo principal, y esto también está presente en la sabiduría popular española cuando se celebra el sorteo de lotería del 22 de diciembre y se dice que la mejor lotería que puede tocar es la de la salud.

Sammy Basso es un ejemplo de persona que pese a estar tan gravemente enferma –tiene progeria– ha encontrado el camino de ser muy feliz

Y esta sensación de que queremos salud la rebato también cuando explico que alguien tan gravemente enfermo como Sammy –que lleva desde los 12 años esperando a morirse; y eso lo dice él, que no es solo un paciente, sino que es uno de mis estudiantes, uno de mis discípulos, y uno de mis maestros ahora– es un ejemplo de persona que pese a su terrible enfermedad ha encontrado el camino de ser muy feliz.

Eso que dices de que el 90% de la felicidad es la ausencia de enfermedad es cierto, pero muchas veces no lo llegamos a apreciar hasta que nosotros o alguien muy cercano está enfermo.

Sí, y esta es una muy buena reflexión. Yo digo que cada adversidad es una lección de humanidad. Pero no me refiero a nuestras adversidades, porque eso es egoísmo, sino a las nuestras y las de los otros. Y en los lenguajes de la felicidad, esto está perfectamente estudiado, pero si no sabemos qué es el epigenoma o la expresión génica, no lo podemos entender, y por eso en el libro se explican estas cosas de una manera muy sencilla.

Ser altruista induce una serie de programas de expresión de los genes que conducen a estados de mejor salud

Y es que ser altruista induce una serie de programas de expresión de los genes que conducen a estados de mejor salud. La gente piensa que esto es así porque experimentamos una emoción, pero tenemos un lenguaje molecular, y las emociones no están escritas en el vacío, sino que deben tener un lenguaje que interaccione con nuestro organismo y cree una señal química.

Afirmas que “la especie humana no es buena naturalmente”. Y que, “ya no estamos sintonizados biológicamente con la sociedad actual, porque la evolución biológica va a cámara lenta, y la evolución cultural es espectacular”. ¿Qué se puede hacer para que las nuevas generaciones mejoren esa sintonización y, de paso, la especie humana?

Leer, en lugar de ver. En el libro se mencionan distintas especies: el homo sapiens sapiens –que somos nosotros–, y constituyó hace 200.000 años el amanecer de nuestra especie, y por evolución cultural ahora está el homo videns, que no quiere perder el tiempo en leer nada, ni a lo mejor en escuchar una entrevista, hasta el punto de que te piden que seas breve en las respuestas. Y tengo alumnos que me dicen que no leen nunca, y algunos son muy brillantes y van a ser grandes investigadores o científicos.

Lo que trato de decir es que la vida no se resuelve en mirar miles de fotos, de imágenes, en cinco segundos, sino que requiere un poco de introspección, un poco de pensamiento. Y leer, por ejemplo, nos ayuda. Y cuando digo leer me refiero también a la educación: mejorar en la educación y mejorar en la cultura.

Hay que leer en lugar de ver, porque la vida no se resuelve en mirar miles de imágenes en cinco segundos, sino que requiere un poco de introspección y de pensamiento

El hombre o la mujer más feliz del mundo, concluyo en el libro, está camino de ser un robot. Y discuto por qué y doy algunos argumentos y me refiero a algunos artículos científicos para ello. Me gustaría no ver esto, y para eso propongo la creación de otra especie humana basada en el homo sapiens, utilizando las técnicas más avanzadas del laboratorio de biología molecular –la reprogramación celular, la división génica, el desciframiento del genoma– para construir el homo sapiens sentiens –el hombre que sabe que siente– y en el momento que se dé cuenta de que sabe que siente tanto, querrá sentir más, y será el homo sapiens sentiens 2.0.

Persona enferma de cáncer pero feliz

Disbiosis, edición génica y cáncer

Dices que “lo más asombroso de la vida es que todo funcione” y “que no estemos enfermos o que no vivamos solo unas horas como las libélulas”. Conocer la 'lógica molecular de la enfermedad' –que es el título de uno de los capítulos de tu libro– permitirá curar las enfermedades pero, a nivel individual, ¿cuál es el secreto para llegar a centenario?

La perfecta sintonía de tu genoma con el ambiente. Puedes tener una calidad de vida extraordinaria, con una excelente alimentación, y aun así desarrollar un tumor porque tienes variantes en tu genoma heredadas de tus progenitores que te predisponen al cáncer de colon, o al cáncer de mama, o de próstata…, y eso para empezar. También existen circunstancias favorables como tener un genoma con buenos mecanismos de reparación que nos permita reparar bien esos daños aunque estemos expuestos a un ambiente tóxico. Luego la fórmula perfecta son unos padres –que ahora no podemos escoger– genéticamente bien dotados y un buen ambiente.

Muchas enfermedades actuales surgen por disbiosis, por la pérdida del equilibrio entre los distintos genomas que nos cohabitan a causa de una mala alimentación, de un insuficiente ejercicio, del abuso de tóxicos…

Y generar buen ambiente pasa, en primer lugar, por hacernos responsables de nuestra salud. Al final del libro se dan cinco claves de felicidad y 14 recomendaciones par alcanzarla, porque el hombre más feliz del mundo –documentado– y el primero que cuantificó la felicidad, concluyó que había sido feliz 14 días, a los que yo espero llegar (voy por el ocho a punto de llegar al nueve). Y entre las 14 recomendaciones finales la más importante es la de ser responsables de nuestra salud. Esto es fundamental entenderlo porque muchas de las enfermedades actuales surgen por disbiosis, por la pérdida del equilibrio entre los distintos genomas que nos cohabitan, a causa de una mala alimentación, de un insuficiente ejercicio, del abuso de sustancias tóxicas… Hay que promocionar esta idea porque no se cumple, y trasladamos el problema a la sociedad en su conjunto y a los profesionales de la sanidad.

Cada vez hay más evidencias científicas que asocian la disbiosis o pérdida del equilibrio y diversidad de la microbiota intestinal con numerosas enfermedades, tan dispares como la obesidad o el autismo. ¿Influye también este desequilibrio en el desarrollo del cáncer?

Por supuesto que sí. El cáncer surge por acumulación de daños en el genoma y en el epigenoma, dos de los tres lenguajes de la vida, pero el metagenoma es nuestro segundo cerebro, y está en comunicación directa con todo el cuerpo, incluido el cerebro, y por eso regula las emociones a través del nervio vago, que envía los metabolitos (los compuestos químicos de la vida cotidiana de los microbios del intestino) hasta el cerebro, pero también los puede enviar al hígado, al pulmón, o al propio colon, y engendrar un cáncer de colon.

Esto es algo que se está empezando a analizar, pero en donde sí que está demostrada su influencia –y he tenido la fortuna de trabajar en esto recientemente en un centro de investigación de La Sorbona, en París– es en la respuesta a la quimioterapia, por ejemplo. Un metagenoma adecuado hace que los tumores respondan mejor frente al tratamiento de la quimioterapia.

En el libro también hablas de la técnica CRISPR/Cas9, que se ha utilizado en ensayos en el laboratorio para corregir en células humanas las mutaciones que provocan diversas enfermedades. ¿Será posible usar también esta herramienta para desarrollar tratamientos personalizados contra el cáncer?

Claro que es posible, y en el laboratorio se hace ya continuamente. El cáncer surge por una modificación del genoma, luego si podemos corregir esas modificaciones genéticamente, estaremos avanzando. Sin embargo, me gusta mucho señalar las limitaciones de las técnicas para evitar dar la impresión de que se cura todo, como a veces aparece en los medios de comunicación o en las mentes de las familias de los enfermos. Esto no puede ser porque se hace un gravísimo daño a la medicina y a la sociedad.

En una enfermedad hereditaria corregir pocas células puede ser suficiente para vivir con la enfermedad de manera crónica, pero en el caso del cáncer hay que corregir todas las células

La técnica de edición génica es conceptualmente extraordinaria. Nosotros la hemos usado y acabamos de publicar su utilidad por primera vez para tratar una enfermedad sistémica tan dramática como el envejecimiento prematuro, un trabajo que para mí es el más importante de mi vida porque el propio Sammy Basso –un enfermo con esta desgarradora enfermedad que da una esperanza de vida a los pacientes de 12 años y medio– se ha ido curando gracias a los modelos animales en el laboratorio, donde diseñamos tratamientos para él y los otros niños, y llegó a la universidad, donde estudió biología para ser investigador, vino a nuestro laboratorio a trabajar, y ha trabajado en el desarrollo de la edición génica CRISPR/Cas9 para su propia enfermedad.

Pero, ¿cuál es la eficiencia? Bajísima. Quiero decir que con ella se corrigen muy pocas células. En el caso de una enfermedad hereditaria corregir pocas células puede ser suficiente para vivir con la enfermedad de manera crónica, pero en el caso del cáncer hay que corregir todas las células. Y si la cirugía o la radioterapia siguen siendo tan importantes es porque eliminan el origen del cáncer, el tumor, aunque tengan que ser tratamientos agresivos que se llevan los tejidos circundantes, que son tejidos sanos pero pueden estar ya invadidos o infiltrados. Por eso es muy importante poner las cosas en su contexto, y explicar que muchas de las nuevas técnicas van a complementar a los tratamientos existentes.

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