David Pulido Bedoya
22 de diciembre de 2016
David Pulido Bedoya, psicólogo experto en terapia de conducta, y guionista de la película Tarde para la ira, un thriller dirigido por Raúl Arévalo que se estrenó en septiembre con buenas críticas y ha conseguido 11 nominaciones a los Goya, acaba de publicar el libro ¿Nos estamos volviendo locos? (Editorial Paidós, 2016), un viaje a los misterios de la psicología y nuestras pequeñas locuras cotidianas, que tiene como objetivo divulgar conocimientos básicos sobre los problemas psicológicos más frecuentes en la sociedad actual, como la ansiedad, desmentir los falsos mitos que circulan sobre muchos trastornos mentales –que no siempre tienen un origen orgánico, y que además son reversibles con el tratamiento adecuado–, y ayudar a los lectores a aprender a identificar sus pensamientos erróneos y sus emociones porque, como explica, “la interpretación que hacemos de la realidad determina cómo nos sentimos, y la emoción irá por tanto ligada a lo que pensamos y no a lo que ocurre de manera objetiva”, y “el hecho de identificar nuestros pensamientos y saber cómo modificarlos es clave para alterar el estado de ánimo sin necesidad de buscar explicaciones médicas”. David afirma que el control de las emociones “es una habilidad que puede entrenarse”, pero que “carecer de ese control no significa que seamos bipolares”, y que aprender técnicas para manejar las emociones siempre es mejor que tomar psicofármacos.
Creo que el término locura se utiliza con demasiada ligereza para calificar a personas que, por ejemplo, han cometido un crimen, o una perversión como la pedofilia. ¿Acaso la maldad, el egoísmo, y la falta de empatía no pueden caracterizar a una persona sin necesidad de que sufra un trastorno mental?
Absolutamente. Esa es una de las claves que hacen que la gente tema la locura, porque la asociamos siempre a actos deleznables, o delictivos, cuando muchas personas cometen ese tipo de actos estando cuerdos, y hay muchas otras personas que padecen algún tipo de trastorno psicológico, que no supone ningún daño. Las estadísticas así lo demuestran, y también las asociaciones de pacientes con trastornos mentales intentan demostrarlo día a día, pero parece que este mensaje no llega al gran público.
Seguramente influyan las películas, en las que todos los que hacen cosas horribles resulta que son psicópatas, o sufren algún trastorno.
Eso es. La locura es una baza muy cómoda de usar en la ficción, porque si tú explicas que el personaje está loco, eso ya te da carta blanca para que haga cualquier cosa sin necesidad de que haya un motivo que lo justifique.
Dices en el libro que “parece más cómodo echar la culpa a nuestros genes o a nuestros traumas, que a las decisiones que hemos tomado”. Existen patologías, como el TDAH, que influyen en la conducta del paciente, pero muchas veces no nos comportamos de la forma adecuada, o socialmente aceptada, porque sencillamente elegimos otra opción. ¿Te has encontrado con casos en consulta de personas que pretenden justificar sus actos alegando un presunto problema psicológico?
Muchas personas mantienen un conflicto al respecto. Por un lado, la posibilidad de padecer un trastorno mental les preocupa y angustia pero, por otro, esto les permite verse a sí mismos como elementos pasivos que no tuvieran que hacer nada contra ello, no asumieran ninguna responsabilidad, ni sintieran la obligación ni la necesidad de trabajar para solucionar su problema, porque ellos ya son así. Es cierto que muchos trastornos tienen una correlación fisiológica, porque existe una conexión entre lo que hacemos y cómo funcionamos a nivel fisiológico, pero esto no significa que la causa se encuentre en una disfunción de nuestros procesos orgánicos; es decir, que el hecho de que una persona esté deprimida no significa que presente una disminución de serotonina, y que una persona tenga un déficit de atención no significa que sea un trastorno de origen fisiológico; de hecho, cada vez hay más estudios que están observando que el déficit de atención es algo que puede ser aprendido y, de igual manera, puede ser corregido. Por lo tanto, el enfoque que considera que es una enfermedad que solo puede tratarse con medicación, y que los afectados están resignados a tenerlo de por vida, es uno de esos mitos que más daño hacen. En ese sentido, muchas veces vemos que cuando les explicas a los padres que puedes hacer algo con el déficit de atención de su hijo, y que ponerle la etiqueta de TDAH puede complicar el enfoque, porque aunque está claro que tiene un déficit de atención, eso no significa que su problema tenga un origen biológico, o que haya que verlo como algo que hay que curar, nos enfrentamos justo con el ejemplo que has puesto, y es que por un lado se alivian pero, por otro, empiezan a sentir angustia y a preguntarse ‘¿entonces es culpa nuestra?’ ‘No lo hemos hecho bien?’ ¿Hay algo que podamos hacer para ayudarle?’. Y hay que explicarles muy bien el nuevo enfoque, y tranquilizarles.
Claves para abordar la ansiedad
Explicas que la ansiedad no es una alteración fisiológica, sino una respuesta del organismo frente a determinadas situaciones que considera una amenaza. ¿Por qué entonces ha aumentado de forma tan elevada la prescripción de ansiolíticos, en vez de buscar otras alternativas para gestionarla, o reducir su intensidad o frecuencia?
Precisamente por todo lo que intento denunciar en el libro, porque hemos dado un enfoque como enfermedad a problemas psicológicos, o a sensaciones extrañas que no conocemos. Está bien que ahora la ansiedad sea tratada, ya que hace 50 años dirían que esa persona está de los nervios, o está desquiciada. Así que considerar a la ansiedad como una afección muy común –tanto que es la mayor demanda que tenemos en las consultas de psicología–, constituye un paso adelante a la hora de normalizar, intervenir, y disponer de una infraestructura adecuada para atender a todos los afectados. Pero el error que cometemos es pensar que como se trata de una enfermedad, solo se me puede curar si yo me tomo un fármaco, y que además es algo que me viene, que yo padezco, y que me tengo que curar. Como verás, todos términos asociados a trastornos médicos, mientras que la ansiedad, en realidad, es una reacción natural de nuestro cuerpo frente a lo que consideramos una amenaza. Aunque puede ser una sensación muy desagradable, que tenemos que aprender a gestionar. Con un ansiolítico conseguiremos disminuir la intensidad de las sensaciones, pero no vamos a aprender nunca a gestionar este problema. En algunas ocasiones, puede ser necesario recurrir a la medicación, pero no nos podemos quedar ahí, sino que, paralelamente, tendremos que aprender a saber por qué tenemos ansiedad y qué es lo que nos la causa, y además tenemos que aprender a ser autónomos sin necesidad de medicación una vez finalizado el tratamiento. Entiendo que tomar ansiolíticos cada vez que sufras ansiedad es un atajo, y es difícil explicarle a un paciente que en vez de tomarse la pastilla, aprenda a identificar el síntoma y a reducir su activación a través de técnicas de relajación, u otras, como la meditación. Y es importante que el paciente entienda que por muy cómodo que le resulte tomar un fármaco, el organismo se habitúa a la medicación, y llega un momento en que si los ataques de ansiedad son recurrentes, es necesario ir aumentando la dosis de medicación porque ya no hace el mismo efecto, y al final esa persona se convierte en un enfermo crónico cuyo problema es reversible, y muy fácil de comprender si estuviera correctamente enfocado.
La ansiedad puede ser una sensación muy desagradable que tenemos que aprender a gestionar. Con un ansiolítico conseguiremos disminuir la intensidad de las sensaciones, pero no vamos a aprender nunca a gestionar este problema
Entonces, tanto las personas que sufren ansiedad recurrente, como las que atraviesan un duelo por la pérdida de un ser querido o una separación sentimental, por ejemplo, ¿podrían afrontar su problema con terapia psicológica?
Sí. La terapia psicológica te va a ayudar a identificar por qué estás triste. Has puesto un ejemplo que también explico en el libro, que es el de una ruptura amorosa, un proceso en el que es normal estar muy hundido, pero si yo no sigo los pasos necesarios para pasar página y para empezar una nueva vida, me voy a quedar ahí atascado. Además, si empiezo a tomar antidepresivos para superarlo, es importante saber que una dificultad añadida a los ansiolíticos es que son de largo recorrido; es decir, yo no puedo tomar un ansiolítico, y dejar de tomarlo a las dos semanas porque ya me he dado cuenta de que mi ex está peor sin mí, y ya me quedo contento. No, yo ya tengo que seguir tomándolos durante seis meses mínimo, y aunque haya conseguido pasar página antes, como tengo que seguir tomando antidepresivos, tampoco puedo beber alcohol, ni hacer determinadas actividades, que a lo mejor es lo que me vendría bien: salir, estar más activo, y no posicionarme como un enfermo.
Pensamientos racionales y control de las emociones
Propones generar pensamientos racionales –que no necesariamente positivos– porque sustituyen el miedo y las ideas perjudiciales por pensamientos que se ajustan más a la realidad. ¿Qué consejos nos darías para incluir esta conducta en nuestro día a día?
El primer paso es darnos cuenta de que cuando valoramos las cosas que nos suceden casi siempre lo hacemos como interpretaciones subjetivas de la realidad. Por ejemplo, yo me puedo sentir triste porque un viernes estoy metido en casa sin salir, sin embargo, lo que me pone triste no es estar en casa, sino pensar “mis amigos no me han llamado, estoy solo”. Sin embargo, si pensara “que a gustito estoy aquí con una manta y viendo una peli”, me sentiría de maravilla. Ante la misma realidad, como un 4,8 de nota, me puedo decir a mí mismo “nunca lo conseguiré, soy un fracasado”, o “he estado a punto de lograrlo”. Entonces, lo primero es darnos cuenta de que son nuestros pensamientos los que provocan en la mayoría de los casos nuestras emociones, y no los hechos objetivos que nos suceden. Y, lo segundo, es aplicar las leyes del sentido común, y preguntarnos: “esto que estoy pensando, ¿de verdad es así?” “¿Por qué pienso esto?” ¿Por qué si veo a mi jefe triste pienso que me va a despedir? ¿Esa es la razón más lógica?”. Aplicar el sentido común que todos tenemos, pero que a veces olvidamos a la hora de analizar nuestros propios pensamientos, y después ir sustituyéndolos por un mensaje más racional. No hace falta que se trate de un mensaje optimista y positivo del tipo “hoy me voy a comer el mundo” pero, al menos, tampoco pensar que por el hecho de que sea lunes va a ser un día horrible, porque no tengo ninguna evidencia de que vaya a ser así. Es muy importante aprender a identificar lo que pensamos ante determinadas situaciones, y darnos un mensaje que se ajuste más a la realidad.
No creamos que los pensamientos racionales –ese positivismo a toda costa que aconsejan en muchos libros de autoayuda– sean la panacea que todo lo soluciona
Aquí quiero señalar que no siempre todo consiste en cambiar los pensamientos. Ahora está muy de moda, porque es una herramienta muy poderosa para que la gente piense: “qué fácil, entonces, pase lo que pase, si soy capaz de ver el lado positivo, el más racional, o eliminar mis pensamientos negativos, seré capaz de estar bien”. Y eso no es verdad, ya que a veces es la propia situación que vivimos la que nos genera malestar, y creer que soy yo el que tiene que cambiar su perspectiva puede ser erróneo, y no siempre es beneficioso. Y quiero matizar esto para que no creamos que los pensamientos racionales –ese positivismo a toda costa que aconsejan en muchos libros de autoayuda– sean la panacea que todo lo soluciona. Y es que si acabas de ver a tu ex novio que está saliendo con tu mejor amiga, pues no vas a pensar “me alegro por los dos, porque son gente que quiero”, sino que lógicamente te sentirás mal y te dará rabia. Hacerle ver al paciente que es normal sentirse así y pensar de esa forma, pero que lo que tiene que hacer es dejar de quedar con estos dos, le va a ayudar a encontrarse mejor.
Aseguras que el control de nuestras emociones es algo que se puede entrenar ¿Cuáles son las técnicas que pueden ayudarnos a gestionarlas mejor? ¿Es imprescindible acudir a un psicólogo para que nos enseñe a hacerlo?
Voy primero a tirar piedras contra mi propio tejado: no es imprescindible acudir al psicólogo, y todos podemos aprender. De hecho, hay personas que gestionan estupendamente muchas emociones, por ejemplo el miedo, o la ansiedad, sin haber recibido nunca consejo de un profesional. Muchas veces, además, basta con seguir los consejos de nuestros abuelos, lo típico de “si te caes del caballo, súbete antes de cogerle miedo”, “no te dediques a pensar demasiado en algo y distráete”. Son cosas de sentido común que se han oído desde siempre. Sin embargo, tampoco existe ningún problema en pedir ayuda a un psicólogo para que te guíe mejor en el proceso, y lo que sí recomiendo es que si una persona no tiene las herramientas necesarias para hacerlo, o se encuentra con dificultades, o surgen complicaciones, que no siga por esa vía intentando dar vueltas alrededor de esa emoción que no es capaz de manejar, sino que vaya a un profesional, al igual que recurriría a un médico si no le baja la fiebre, a un fisioterapeuta si sufre una contractura, o a un fontanero si no es capaz de arreglar un grifo. El psicólogo es un profesional que se pone a nuestro servicio para guiarnos y enseñarnos a gestionar nuestras emociones, y no hay que estar loco ni enfermo para solicitar sus servicios. Cuando seamos capaces de ver a los psicólogos como personas que nos ayudan a identificar y a modificar nuestros comportamientos, será más fácil acudir a ellos sin esperar a sentirnos mal.
Psicoanálisis, hipnosis, obsesiones… y guiones de cine
Acudir al psicólogo puede orientar en un primer momento a la persona que se siente mal, pero espero que eso no signifique seguir yendo durante años, como ocurre en Estados Unidos, donde ir al psicoanalista es casi como una actividad social más.
Es que allí heredan el psicoanalista de padres a hijos, pero es otro enfoque. En el psicoanálisis son años y años de tratamiento porque tienen otra vía de ver el problema, pero no es la vía científica. Y aquí yo entiendo que me mojo cuando digo que hay que reclamar la evidencia empírica de nuestras investigaciones, y que hay muchas corrientes, como la Gestalt, o el psicoanálisis, que no ofrecen a día de hoy ningún resultado empírico sobre la eficacia de sus métodos, y que aunque pueden resultarles útiles a algunas personas, no se ha comprobado de forma científica, y eso hay que tenerlo muy en cuenta. Los tratamientos que sí están avalados por la ciencia son cortos; generalmente bastan diez o doce sesiones de media, aunque establecer un parámetro sería un error porque hay diferentes casos, pero sirve para recoger la información, que el paciente explique lo que le ocurre, y que le proporciones técnicas para que sea autónomo. Es decir, no damos nunca el alta a un paciente sin asegurarnos de que si a ese paciente le vuelve a surgir esa emoción, ese pensamiento, o ese problema que le trajo por primera vez a consulta, él sea capaz ya de resolverlo por sí mismo sin necesitar un psicólogo.
Hay muchas corrientes, como la Gestalt, o el psicoanálisis, que aunque pueden resultarles útiles a algunas personas, no ofrecen a día de hoy ningún resultado empírico sobre la eficacia de sus métodos
Me sorprende esto que dices porque conozco gente que ha ido al psicólogo durante meses y meses, y no evolucionaba.
No solo no han evolucionado, sino que si les preguntas ‘¿qué es lo que ha dicho que te ocurre?’, tampoco lo saben. Y eso es porque están siguiendo terapias como el psicoanálisis, u otras corrientes, que no tienen una evidencia empírica, y no saben explicar de una manera concreta, demostrable y reproducible, a esa persona, lo que le está ocurriendo. Puede ser psicoanálisis, o cualquier otra corriente, donde el supuesto profesional se puede tirar semanas y semanas indagando, buscando cosas, describiendo comportamientos del paciente con palabras o con etiquetas que le pueden enganchar… A veces hay un proceso de conocimiento que es positivo para la persona, y a veces incluso le dan alguna pauta que le puede ser útil, pero pueden tirarse años sin explicarles de verdad –y cuando digo de verdad me refiero a científicamente–, qué es lo que les ocurre. ¿Nos imaginamos esto en cualquier otro tipo de servicio? ¿Imaginamos ir a un médico y que nos hagan pruebas durante siete meses, y no nos diga el nombre de las pruebas, ni qué es lo que busca al hacerlas, ni cuál es el diagnóstico? Seguramente si se diera el caso denunciaríamos a ese médico ipso facto, o a cualquier tipo de profesional que actuara de esa forma, al igual que si has ido a aprender un idioma, y al cabo de los años no has avanzado nada, no sabes ni una sola palabra, ni te está explicando qué método usa, también abandonarías esa academia. ¿Por que con la psicología no? Pues por todas las ideas erróneas, los mitos, y el desconocimiento que es el que de una manera humilde, muy superficial, y simplemente como un primer toque de atención, he intentado combatir con este libro.
Dedicas un apartado a la hipnosis, ¿cuál es su función terapéutica?
La hipnosis se ha desvirtuado absolutamente cuando se ha convertido en un espectáculo, o se ha visto bajo la perspectiva de las regresiones, que la ficción tanto juego le ha dado. Que tú seas capaz de recordar algo que sucedió siendo un bebé, o incluso siete vidas atrás… (risas). Todo eso ha desvirtuado a la hipnosis, que es un proceso que aúna tanto la sugestión como la relajación, por lo que puedes llegar a un estado en el que las órdenes del terapeuta sean mejor recibidas y aplicadas, y puedes ser capaz de relajar tu cuerpo a un nivel muy poderoso, igual que con otras técnicas de relajación, como el yoga. Con fines terapéuticos, tanto para relajar a la persona, como para influirla para que aprenda a concentrarse, o siga determinadas pautas, en procesos por ejemplo de desintoxicación de tabaco, o para controlar sus impulsos, es muy útil el estado hipnótico para mejorar la adherencia a esas pautas, y para aumentar la intensidad de la relajación. Ahora bien, no es que te den una orden como “ya no quieres fumar”, y tú salgas de allí diciendo “ya no quiero fumar”, porque nadie controla nuestra mente. Una persona que de verdad ha sido hipnotizada por un terapeuta con formación te dirá lo mismo: “yo seguía siendo yo, y sabiendo lo que quería hacer, solo que me encontraba más relajado, más predispuesto”, como ocurre con otros estados en los que nos podemos encontrar sin necesidad de estar hipnotizados.
Con fines terapéuticos, tanto para relajar a la persona, como para influirla para que aprenda a concentrarse, o siga determinadas pautas, en procesos como la desintoxicación del tabaco, o para controlar sus impulsos, es muy útil el estado hipnótico
Hay gente que entrena relajación, meditación, técnicas de concentración, y llegan también a estos estados tan profundos de control. Todo lo que nos ayude a aprender a gestionar las emociones y a controlarnos, siempre va a ser positivo, pero como seguimos pensando que estamos enfermos, y que estamos locos, y que lo que tenemos no es algo que podamos manejar por nosotros mismos, aquí viene el problema. Y todos los psicólogos tenemos la obligación de divulgar, explicar, y ser capaces de quitarle a la persona todas estas ideas erróneas. Sé que muchos compañeros de profesión a lo mejor no quieren decir que lo que ha hecho otro psicólogo es una barbaridad, pero yo sí lo veo necesario, sobre todo porque cuando el paciente salga de la consulta también les va a explicar a sus familiares, a su mujer o marido, a sus hijos, a sus padres, que el psicólogo le ha dicho que una obsesión se puede generar de manera espontánea sin necesidad de que esté loco, y que es reversible, y con esto ya vamos a dar un gran paso.
Hablando de obsesiones…, hay personas que en determinadas situaciones repiten ciertas acciones como si se tratase de un mantra o un amuleto para ahuyentar los malos espíritus. ¿Pueden considerarse patológicas este tipo de manías?
Todas las manías, como los comportamientos repetitivos, o de comprobación, muchas veces tienen un carácter supersticioso, otras veces nos consideramos simplemente prudentes, y en otras pensamos que hacer ese gesto, o tocar seis veces cada vez que ocurre tal cosa, es una manía divertida, pero lo que tenemos que preguntarnos es “¿soy capaz de dejar de hacerlo?”. Si no soy capaz, si no digo “prefiero hacerlo porque me siento más seguro, pero no pasaría nada si no lo hiciera”, y esto que hago interfiere en mi vida, o me pone a mí o a mis familiares en una situación de malestar –por ejemplo, si me lavo las manos 26 o 27 veces al día sin motivo, al final me las estoy estropeando–, tengo que ir a un profesional para que me enseñe a evitarlo. En caso contrario, nuestras pequeñas manías, nuestras pequeñas rarezas, o comportamientos extraños pero infrecuentes, pueden formar parte de nuestro encanto, y no tenemos que verlo necesariamente como algo sobre lo que intervenir.
Nuestras pequeñas manías, nuestras pequeñas rarezas, o comportamientos extraños pero infrecuentes, pueden formar parte de nuestro encanto, y no tenemos que verlo necesariamente como algo sobre lo que intervenir
Has escrito el guión de la película ‘Tarde para la ira’, ¿cómo es que te embarcaste en esta aventura? ¿Te ha servido tu experiencia como psicólogo para hacerlo?
Sí, todo surgió porque la persona con la que lo escribí, que es el director de la película, Raúl Arévalo, quiso consultarme como psicólogo sobre las características de los personajes y cómo funcionarían, y nos entendimos muy bien y me propuso escribirlo con él. Y yo, que soy un enamorado del cine y no tenía experiencia en este mundo, vi la puerta abierta. No sabía si ese guión algún día sería película, o no, pero el caso era quedar con Raúl, hablar de cine, y formar parte de este proyecto, que después de ocho años se ha materializado en la película, y estamos encantados, con un sueño cumplido. Hemos tardado ocho años porque nos lo tomamos como un hobby, ya que yo paso consulta y Raúl se dedica a la interpretación, pero también creo que la demora ha sido parte del éxito del trabajo, el hecho de que nunca tuviéramos presión, ni externas, ni por nuestra parte, y que cada vez lo retomáramos como algo para disfrutar. Estamos muy contentos porque al final creo que nos ha salido una cosa bonita, ¿y a quién no le gustaría volver a formar parte de una aventura así? Curiosamente, muchos pacientes míos que han ido a verla me han dicho que siempre que vienen a consulta han salido mejor de lo que entraban, y que viendo esta película tan dura les he producido el efecto contrario, porque lo han pasado muy mal.