Dr. Javier García Campayo
10 de octubre de 2023
“Vivimos en el mejor de los tiempos posibles”, escribe el doctor Javier García Campayo en la introducción de Parar para vivir mejor (Harper Collins). Sin embargo, somos la generación más estresada e infeliz de la Historia. “Actualmente todos queremos estar estupendamente en todos los sentidos de forma rápida y sin esfuerzo, la felicidad se ha convertido en un bien de consumo. Y, claro, éstas son expectativas poco realistas y nos hacen sufrir mucho más cuando realmente tendríamos que hacerlo menos, porque objetivamente vivimos mucho mejor que hace 50 o 100 años”, argumenta el psiquiatra, director del Máster de Mindfulness de la Universidad de Zaragoza, que reflexiona en el libro sobre la sociedad con prisas en la que vivimos, y ofrece claves para liberarse de la ansiedad y el estrés y acabar con esa sensación de estar a todo y a nada con la que convivimos, entre ellas una con mala prensa: la aceptación. “La aceptación no implica inacción o resignación. Uno actúa si puede cambiar las cosas, pero, si no puede hacerlo, no tiene sentido seguir luchando y peleando. Hay que aceptarlo”, señala.
“Vivimos en el mejor de los tiempos posibles”, escribe en la introducción. Sin embargo, lo hacemos más estresados y con más problemas de salud mental que nunca. ¿Por qué esta contradicción?
El desarrollo tecnológico nunca había sido tan elevado como ahora, la esperanza de vida tampoco, no tenemos que realizar tareas penosas como las que hacían nuestras abuelas, etcétera, y, sin embargo, somos la sociedad más estresada y menos feliz. ¿Cuál es la causa? Yo creo que nuestros abuelos tenían muchas menos expectativas sobre cómo tenía que ser las cosas, tenían más aceptación.
Actualmente todos queremos estar estupendamente en todos los sentidos de forma rápida y sin esfuerzo, la felicidad se ha convertido en un bien de consumo. Y, claro, éstas son expectativas poco realistas y nos hacen sufrir mucho más cuando realmente tendríamos que hacerlo menos porque, objetivamente, vivimos mucho mejor que hace 50 o 100 años.
Recientemente se presentaron los datos de un estudio sobre insomnio crónico en España que demostraban cómo la prevalencia de este trastorno del sueño se había duplicado en las últimas dos décadas. Preguntado por las causas, el autor principal señalaba que nos deberíamos preguntar si el ritmo de vida que llevamos favorece el buen descanso. Imagino que esta reflexión sobre el sueño vale también para la vida, ¿no?
Sí, por supuesto. El estrés que acumulamos por nuestro estilo de vida hace que siempre estemos hablando con nosotros mismos, en un diálogo interno continuo; y, por la noche, cuando vamos a dormir y no hay estímulos externos, ese diálogo interno se hace más insoportable todavía.
El estrés que acumulamos por nuestro estilo de vida hace que siempre estemos hablando con nosotros mismos y, cuando vamos a dormir, ese diálogo interno se hace más insoportable todavía
Esta continua actividad, estas continuas expectativas sobre las cosas, esa incapacidad de poder estar en el momento presente disfrutando de la vida (y, por el contrario, estar haciendo continuamente planes y esperando que otros reconozcan nuestras actividades, etcétera) es una de las principales causas de que no podamos dormir.
El autor del estudio también citaba el impacto de las nuevas tecnologías, las redes sociales, las plataformas de contenido multimedia. Imagino que mucha de la ansiedad y del ruido mental con el que vivimos también derivan de ellas. ¿Es así?
Sí, sí. Las redes sociales han venido a incrementar aún más la preocupación por ser aceptado por el grupo de seguidores, followers, etcétera. Para cualquiera de nosotros implica un estímulo más, un estrés más añadido a todas las actividades con las que ya cargamos en nuestro día a día.
Estrés: la pandemia silenciosa del siglo XXI
“Entre el 20% y el 30% de las consultas que atiendo cada día son con personas que van siempre corriendo”, escribe después de animarnos a observar a la gente que anda (corre, más bien) por la ciudad. El problema es que, como le pasaba a su padre, no lo vemos. ¿Hemos normalizado ese ir corriendo todo el día a todas partes?
Desde luego. Hemos normalizado el ir siempre con prisa, mirando el reloj, el llegar corriendo y estresados a los sitios. Esto pasa mucho menos en un entorno rural, allí hay menos apego al reloj. Cuanto más grande es la ciudad, más necesidad de organizar todo, más necesidad de realizar una gran cantidad de actividades con el tiempo muy tasado.
Las vacaciones de la gente hoy en día son muy estresantes. Si van a Roma, por ejemplo, tienen que ver 20 monumentos al día y, si no los ven, parece que no han cumplido
Y esto nos lo llevamos incluso a las vacaciones, a los tiempos libres. Las vacaciones de la gente hoy en día son muy estresantes. Si van a Roma, por ejemplo, tienen que ver 20 monumentos al día; y, si no los ven, parece que no han cumplido. Hay que rendir. No hay tiempo para disfrutar ni en vacaciones.
Yo veo a padres y madres llegar corriendo a dejar a sus hijos en el cole, salir corriendo para llegar a un trabajo en el que cada vez se les exige más, correr para llegar a tiempo a recogerlos y llevarlos a extraescolares, luego para comprar, hacer la cena, poner lavadoras, preparar comidas del día siguiente. No sé si el mundo en el que vivimos y su configuración tampoco ayudan mucho a parar…
Sin duda. El mundo, tal y como está configurado, sobre todo en las ciudades grandes (donde los desplazamientos son complejos), lo dificulta mucho. Por eso reivindico el parar. A veces a la gente le dices lo de “parar” y se asustan porque piensan que es parar dos o tres meses sin hacer nada.
Creo que la pandemia ha tenido un efecto positivo en el sentido de que mucha gente ha parado y se ha dado cuenta de que la que tenían no es la vida que querían
Nada más lejos de la realidad. Simplemente con parar 10 o 15 minutos con cierta frecuencia para preguntarnos si esta es la vida que queremos, si la vida tiene sentido vivida así, si podemos cambiar cosas, etcétera, ya basta. Yo siempre digo que si no paramos nosotros cuando vamos tan estresados, la vida nos va a parar. O desarrollamos estrés, ansiedad o depresión, o nos da un infarto. Es así. El cuerpo no puede resistir este castigo.
Usted bautiza al estrés como la pandemia silenciosa del siglo XXI. Tengo la sensación de que, con el estrés, la ansiedad, y demás problemas de salud mental derivados de este ritmo vertiginoso de vida, estamos tratando los síntomas, pero no las causas de la enfermedad. Es decir, “tome una pastilla para la ansiedad, pero siga corriendo”.
Absolutamente. Pero te diré que no es fácil el cambio. Yo soy psiquiatra y puedo dar tratamiento farmacológico, pero cuando viene la gente estresada a mi consulta, le oferto mindfulness, por ejemplo. ¿Y sabes lo que me dicen muchos pacientes? “Sí, sí, doctor, ya sé que es muy amable y que lo hace por mi bien, pero no me complique la vida. Deme una pastilla para tomar rápido y seguir” (risas).
Darse cuenta de que nuestra vida a veces es una búsqueda incansable de estímulos externos e innecesarios nos puede ayudar a cambiar de vida
Al final, con esto lo único que se consigue es meterse más estrés en el cuerpo hasta reventar. No estamos solucionando la causa, estamos poniendo un parche para seguir haciendo lo mismo. No es fácil para la gente porque no tenemos tiempo de pararnos y preguntarnos qué es lo realmente importante en la vida. Al final de la vida, mucha gente se queja de haberse pasado la vida corriendo y no haber hecho lo importante (disfrutar, estar con la familia, con los amigos…).
¿Cree que como sociedad somos conscientes del impacto que ese estrés tiene también sobre nuestra salud física? Porque vamos estirando de la cuerda, hasta que se rompe…
Soy optimista de base y creo que la pandemia ha tenido un efecto positivo en el sentido de que mucha gente ha parado –porque no quedaba más remedio– y se ha dado cuenta de que la que tenían no es la vida que querían. Lo hemos visto en EE.UU. con la gran renuncia. Hay un compromiso cada vez mayor al respecto, sobre todo de las nuevas generaciones, con el hecho de conciliar, de pensar que la vida no es solo trabajar, que es una idea que se nos grabó a fuego a la gente de mi generación.
En busca de la felicidad: aceptación y adaptación
¿Y se puede salir de esta rueda de hámster, de esa interminable lista de cosas por hacer que no dejan de crecer? ¿Cómo parar esa locura?
Se puede. Pero el tema clave es ese parar, preguntarse al final de la vida qué será lo importante, si trabajar sin parar para ganar dinero para comprar cosas que no necesitas, o dedicar tiempo a las personas que quieres, por ejemplo. Insisto, no es fácil, pero el darse cuenta de que nuestra vida a veces es una búsqueda incansable de estímulos externos e innecesarios, nos puede ayudar a cambiar de vida. Sin esa reflexión, es muy complicado.
Usted dedica un capítulo al mindfulness. ¿Cómo puede ayudarnos en ese objetivo de “parar para vivir mejor”?
Estamos siempre pensando en cosas diferentes a las que estamos haciendo, estamos siempre planificando el futuro, con ansiedad generalmente; y recordando el pasado, con tristeza. Yo siempre digo que nosotros no vivimos la vida, la pensamos, que es diferente.
Uno de los mensajes más negativos que nos han colado es ese que dice que si te esfuerzas mucho conseguirás lo que quieras. Mentira. La realidad es que, si te esfuerzas lo suficiente, tienes más probabilidades, pero ninguna certeza de conseguir tu objetivo
Alguien nos regala una flor y no disfrutamos de ella. Pensamos dónde la ha comprado, cuánto le habrá costado, por qué me la regala… No podemos dejar de pensar (risas). Pues como este ejemplo, toda nuestra vida, lo que nos genera un sufrimiento horrible. El mindfulness nos ayuda a enfocar en el aquí y el ahora, que no deja de ser el mejor momento posible.
Antes ha mencionado que nuestros abuelos tenían más capacidad de aceptación. ¿Cómo puede contribuir la aceptación a nuestro bienestar?
¡La aceptación es la clave! Lo que pasa es que tiene mala prensa en Occidente, porque la confundimos con la resignación, pero no tiene nada que ver. La aceptación solo se aplica cuando yo no puedo cambiar las cosas. Por ejemplo, algo del pasado. Eso no lo puedes cambiar, así que no tiene sentido que le des más vueltas, que te culpabilices. Hay cosas que no podemos cambiar, pero lo que sí podemos cambiar es nuestra mente para aceptar que no lo vamos a poder conseguir. Y no pasa nada.
En el momento en el que uno se da cuenta de que la felicidad está en uno mismo, en las pequeñas cosas de la vida, en disfrutar del aquí y del ahora, ya no busca compulsivamente la felicidad fuera
Pero que quede claro que la aceptación no implica inacción. Uno actúa si puede cambiar las cosas, pero, si no puede hacerlo, no tiene sentido seguir luchando y peleando. Uno de los mensajes más negativos que nos han colado es ese que dice que si te esfuerzas mucho, conseguirás lo que quieras. Mentira. La realidad es que, si te esfuerzas lo suficiente, tienes más probabilidades, pero ninguna certeza de conseguir tu objetivo.
Muchas veces esa lista de tareas pendientes de la rutina diaria la alimentamos, además, con todas esas cosas que vemos en las redes sociales y que de repente pasan a ser indispensables de hacer (leer un libro, ir a determinado concierto, viajar a determinado sitio, comprar determinada prenda de ropa…); tanto que, si no lo conseguimos, nos frustramos. ¿Estamos equivocando nuestra búsqueda de la felicidad?
Sí, sí, la felicidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Yo siempre le digo a la gente que me ponga el ejemplo de algún objeto que le dé una felicidad estable. No existe. Incluso a las personas que les toca la lotería, lo que dicen los estudios es que a los 6-12 meses se sienten igual de felices o desgraciados que antes, porque el golpe de felicidad ya se ha amortizado.
Esto en psicología se llama “adaptación hedónica”. Es decir, que por muy bien que te vaya, al final te adaptas. Y por muy mal que te vaya también, afortunadamente. Por eso estamos en una sociedad de consumo. Nos hemos acostumbrado a desear cosas; y en cuanto las tenemos, queremos otras. En el momento en el que uno se da cuenta de que la felicidad está en uno mismo, en las pequeñas cosas de la vida, en disfrutar del aquí y del ahora, ya no busca compulsivamente la felicidad fuera.