Dr. Pau Pérez-Sales

Psiquiatra experto en psicoterapia y trauma complejo y autor de 'Tortura psicológica'
El Dr. Pérez-Sales, consultor de la OMS y perito en derechos humanos, nos instruye acerca de la tortura psicológica y los entornos de tortura, una práctica frecuente todavía en las democracias occidentales.
Dr. Pau Pérez-Sales

El Dr. Pérez-Sales, consultor de la OMS y perito en derechos humanos, nos instruye acerca de la tortura psicológica y los entornos de tortura, una práctica frecuente todavía en las democracias occidentales.

“Ese quiebre de la visión del ser humano, la ruptura del concepto que tenemos de la bondad, de la confianza en los demás, de la intimidad, de la seguridad…, es realmente lo que es muy difícil reconstruir en las personas que han sufrido tortura psicológica”

30 de marzo de 2017

La tortura psicológica –que no deja marcas físicas visibles– continúa siendo una práctica frecuente en casi todo el mundo, incluidos los países democráticos, aunque los límites de su definición tienden a difuminarse y a volverse confusos en determinadas situaciones, a lo que se añade la dificultad para determinar o cuantificar sus secuelas. El Dr. Pau Pérez-Sales, psiquiatra del Hospital Universitario La Paz, de Madrid, experto en psicoterapia y trauma complejo, consultor de la OMS, y presidente de la Sección de Consecuencias Psicológicas de la Tortura de la Asociación Psiquiátrica Mundial, acaba de publicar el libro Tortura psicológica (Definición, evaluación y medidas) (Editorial Desclée de Brouwer, 2017). El Dr. Pérez-Sales, que esta especializado en el tratamiento de las víctimas de este tipo de violencia, y también ejerce como perito en derechos humanos en tribunales nacionales e internacionales, nos habla sobre el concepto de tortura en la sociedad actual –en la que encontramos distintos ‘entornos de tortura’–, el perfil del maltratador psicológico y del torturador, y el perjuicio que pueden causar medidas como el decreto antiinmigración de Donald Trump, en el ámbito de las instituciones internacionales que velan por la solidaridad y los derechos humanos.

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Portada 'Tortura psicológica'

En palabras del filósofo Jean Améry, que usted cita en el libro, “la tortura es el acontecimiento más atroz que un ser humano puede conservar en su interior”. ¿Es posible reponerse de sus secuelas a nivel psíquico?

En realidad, podríamos mirarlo desde dos puntos de vista, y uno es el del propio individuo que sufre la tortura. En este sentido, hay personas que han pasado por experiencias terribles y que sin embargo no consideran que hayan sufrido secuelas. Por ejemplo, yo he entrevistado a supervivientes de la dictadura chilena, o a personas que fueron torturadas en Uruguay durante mucho tiempo, y cuando hablas con ellos ahora te explican que eso formaba parte de una lucha social, de una lucha política, de una situación de militancia, y no consideran que tengan secuelas. En cambio, otras personas, tras una detención breve, como por ejemplo recientemente cuando ha habido las mareas, o protestas sociales de ese tipo, y han pasado unas horas en comisaría, y a lo mejor han experimentado una situación desagradable, porque han permanecido mucho tiempo de pie, o han sido sometidas a interrogatorios más o menos duros, han quedado marcadas psicológicamente durante mucho tiempo. Es decir, que hay un elemento de subjetividad importante. En general, el tipo de pacientes que yo atiendo, que son en su mayoría supervivientes de tortura, son casos graves que tienen secuelas a muy largo término, y en algunos casos lo que podemos hacer es ayudarles a convivir con ellas, pero en realidad no llegan a superarlas nunca.

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¿Qué tipo de terapias o tratamientos pueden ayudar a las personas que han sufrido tortura psicológica?

Para este tipo de situaciones traumáticas extremas tiene que haber un momento en el que la persona siente la necesidad de ponerse en tratamiento, y a veces son hechos tan dolorosos y tan complicados que ese momento puede tardar en llegar, y puede haber personas que durante uno o dos años, o mucho más tiempo, tienen pesadillas, duermen mal, sufren crisis de angustia…, pero no quieren hablar del tema, y no es posible hacer una terapia más allá de un apoyo muy básico, y de un tratamiento de síntomas como el insomnio, etcétera. Cuando una persona decide o comprende que es el momento para poder someterse a un tratamiento, en general el hilo conductor del tratamiento es lograr ordenar lo que ocurrió, y buscarle un sentido, y esto se hace en psicoterapia. Intentar entender la lógica de las cosas que han pasado, de qué manera los síntomas son herramientas que tiene la mente humana para intentar enfrentar el daño. Y cuando uno entiende por qué tiene determinados síntomas puede empezar a buscar estrategias para enfrentarlos. Y se trata de procesos muy largos, porque uno va descubriendo poco a poco el porqué y va encontrando esa lógica en un proceso de recuperación de la memoria, de reflexión, etcétera. Algunos de los pacientes más complicados que tenemos en consulta están cuatro y cinco años en tratamiento. Otros menos, por supuesto, pero en general son tratamientos complejos, porque no es fácil conseguir articular todo lo sucedido de una manera coherente, buscarle una lógica y, a partir de ahí, enseñarles a ir enfrentando los síntomas.

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Y ustedes, los terapeutas que se dedican a tratar a este tipo de pacientes que han sido dañados por otras personas, ¿no necesitan también terapia para afrontar las cosas tan terribles que ven y que oyen?

Bueno, usted ha empezando citando a Jean Améry, y él en su libro, Más allá de la culpa y la expiación, dice que lo que realmente quiebra de la tortura no es el dolor físico, sino la percepción de que otro ser humano pueda ser capaz de hacer estas cosas, cómo de alguna manera alguien puede convertirse en una especie de cosa –hay una cosificación– que está retorciéndose de dolor mientras otra persona está aplicando técnicas para provocar ese dolor, y luego se podrá ir a casa a estudiar a Hegel o a escuchar las sinfonías de Beethoven. Ese quiebre de la visión del ser humano, la ruptura del concepto que tenemos de la bondad, de la confianza en los demás, de la intimidad, de la seguridad…, es realmente lo que es muy difícil reconstruir, porque en realidad no es que la persona que ha pasado por una experiencia extrema de daño producido por otra persona de pronto vea la vida sesgada, sino que lo que ve es la realidad de las cosas, que muchas veces los demás no vemos porque no hemos tenido este tipo de experiencias. Pero la realidad es que vivimos en un mundo en el que hay gente muy diversa, y hay gente de la que se puede esperar bondad, y otra de la que no se puede esperar bondad, y hay gente en la que se puede confiar y en la que no, y uno tiene que aprender a convivir con esta ambivalencia, aceptando la complejidad de la realidad.

“La tortura como tal, el maltrato, no se define por una determinada técnica, sino por un determinado modo de interacción entre dos personas, y el modo en que esa interacción priva a una de dignidad y de control, y hace que la otra lo tenga y pueda anular la identidad de la persona dominada, a expensas de la voluntad del perpetrador”

De alguna manera trabajar con víctimas es un espacio de sabiduría, y yo siempre veo que la víctima tiene una sabiduría y un conocimiento –si se quiere desde lo negativo de la realidad– que los demás no tenemos, y un terapeuta aprende mucho de las víctimas. ¿Hasta qué punto se lleva también sufrimiento y dolor? Bueno, también, por supuesto, y yo diría que eso en buena medida es bueno. Yo a la gente que estudia conmigo le digo que el día que un paciente con ideas suicidas les cuente lo que pasa por su cabeza, y ellos de una manera fría y analítica decidan si ingresa o si no ingresa, ese día a lo mejor tienen que plantearse tomarse un tiempo de descanso, porque si no te mueve algo el sufrimiento de los demás es que probablemente te estás convirtiendo en un burócrata de la medicina. Lo que hay que hacer es tener una buena supervisión, y todo terapeuta que trabaja con pacientes complicados debería tener un espacio de supervisión con otros colegas, con otros compañeros, en el que poder exteriorizar las emociones que experimenta y poder entender por qué un paciente le está provocando determinados sentimientos, y lo que eso implica en términos de cómo tengo que trabajar con mis propias cosas –que hay que hacerlo–, y cómo tengo que trabajar con otros pacientes. Es cierto que muchas de las personas que han estado trabajando muchos años por ejemplo con víctimas de torturas, con gente que pide asilo y refugio, etcétera, al cabo de un cierto tiempo dicen ‘necesito desconectar o dedicarme a otros temas’, porque sí es verdad que se produce un desgaste.

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Perfil de maltratador psicológico y perfil de torturador

Tendemos a pensar que alguien capaz de cometer un crimen como es, en este caso, la tortura psicológica, debe padecer un trastorno mental. ¿Cuál es el perfil de un maltratador psicológico? ¿Qué características definen a este tipo de personas?

Dr. Pau Pérez-Sales

Son cosas diferentes. Una cosa es el perfil de un maltratador psicológico, y otra cosa es un perfil de un torturador. Un torturador, en principio, y desde su perspectiva, es un profesional que aplica una serie de técnicas que ha aprendido y están establecidas para conseguir unos determinados objetivos de la persona a la que tortura, que tienen que ver con la autoinculpación, con la confesión, con un castigo, etcétera. Y en general es un perfil de persona bastante racional, y que actúa de una manera bastante fría. ¿Hasta qué punto es un psicópata o hasta qué punto es un sádico? Pues posiblemente mucho menos de lo que pensamos. Hay bastantes estudios sobre perpretadores, y lo que muestran es que en general, aunque haya un componente psicopático, el psicópata como tal, o el sádico, no es alguien que resulte de interés para la policía o los cuerpos de seguridad, porque al final acaba provocando más daño que otra cosa, y es un individuo incontrolable.

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En cuanto al maltratador psicológico, esencialmente es una persona que se mueve por una serie de principios, que incluye todo aquello que antepone su placer sobre el de los demás, y una de las cosas que más placer provoca es la sensación de poder y la sensación de control. Mientras que en un torturador prima la eficacia, en un maltratador psicológico prima la sensación de poder y de control sobre otros. Y en esa sensación de poder y de control todo está justificado. Está justificado el chantaje emocional, la culpabilización, está justificada la manipulación de la realidad, las medias informaciones…, todas las técnicas que describimos en el libro de tortura psicológica, y que al final lo que permiten a esa persona es tener la sensación de dominar al otro. Por eso, muchas veces lo que decimos es que la tortura como tal, los maltratos, no se definen por una determinada técnica que tú apliques, sino por un determinado modo de interacción, por una interacción entre dos personas, y el modo en que esa interacción priva a una de dignidad y de control, y hace que la otra lo tenga y pueda anular la identidad de la persona dominada, a expensas de la voluntad del perpetrador.

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En uno de los capítulos menciona los marcadores biológicos de la tortura psicológica. ¿Hay alguna forma de comprobar o cuantificar el daño infligido a una persona?

Se están haciendo muchos intentos de buscar marcadores, sobre todo porque la tortura casi siempre ocurre en espacios donde no hay testigos, y por tanto es difícil de acreditar, y además la tortura contemporánea no es la tortura de los golpes y de las lesiones, porque una sociedad democrática no tolera a alguien con un brazo roto en una comisaría, y por ello las torturas son cada vez más psicológicas, y tienen que ver con elementos que no dejan marca física. Hay grupos de investigación que están trabajando en buscar marcadores, utilizando una resonancia magnética nuclear, y diferentes formas de registros eléctricos y de registros de imagen, que permiten identificar secuelas de tortura. Pero eso es complicado; es complicado porque los marcadores que hay en general son inespecíficos para hechos traumáticos graves –aunque alguno hay que se postula que sería más o menos específico de tortura–, y porque son procedimientos caros y hospitalarios, y no es algo que un perito forense pueda emplear habitualmente. En la rutina del día a día, cuando queremos documentar la credibilidad de unas alegaciones de tortura, utilizamos otras herramientas –entrevistas, fuentes de comprobación, de corroboración…–, otras metodologías, porque los marcadores biológicos que tenemos todavía no tienen la suficiente fuerza como para ser usados en este contexto.

“Hay investigadores que buscan marcadores (diferentes formas de registros eléctricos y de imagen) que permitan identificar secuelas de tortura, pero es complicado porque en general son inespecíficos para hechos traumáticos graves”

Entornos de tortura, cómo se definen

La presentación del libro señala que propone un ‘giro inusitado en el modo de entender la tortura: pasar del estudio de métodos de tortura al de entornos de tortura’. ¿Puede ponerme algún ejemplo de esos entornos de tortura a los que se refiere?

El debate, por ejemplo, que se está haciendo en la sociedad norteamericana respecto a si en Guantánamo se tortura, o no se tortura, tiene que ver con determinadas técnicas como por ejemplo el ahogamiento –el waterboarding–, y hasta qué punto eso es tortura o no lo es. Lo que dice el libro es que ese tipo de debates carecen del menor sentido conceptual, porque en realidad si seguimos hablando de Guantánamo y admitiendo que lo que hacen allí es una serie de técnicas autorizadas por el gobierno, y que ellos consideran que al aplicarlas no cruzarían el umbral de la tortura –y entre estos métodos están dejar dormir a la persona solo cuatro horas al día, o garantizar que come una vez al día, o privar al individuo de sonidos durante un determinado periodo de tiempo…–, cuando lo analizamos técnica a técnica puede tener un cierto sentido, pero ocurre es los detenidos están sometidos a muchas de estas cosas a la vez, y el impacto o efecto combinado que tiene en estas personas solo dormir cuatro horas, solo comer una vez, estar siendo interrogado constantemente, estar sometido a frío, o estar sometido a humillaciones…, es lo que las destruye.

Aunque el estado no es directamente responsable de la trata de blancas, sí lo es de no haber protegido a las mujeres víctimas de este tipo de violencia, y por eso la trata se considera tortura

Si nos fijamos en las situaciones de falsas confesiones –hay varios estudios al respecto–, en las que hay gente que ha sido sentenciada a cumplir largas condenas, y que después por un análisis de ADN u otras pruebas se ha comprobado que eran inocentes, y que se habían autoinculpado, incluso de crímenes muy graves como haber matado a sus propios hijos; al analizar las razones por las que esto ocurre, se observa que existe una acumulación de elementos, que tomados uno a uno no serían tan graves, como dejar muchas horas sin comer –y que esa persona padezca una hipoglucemia–, dormir mal –lo que dificulta su capacidad de atención y de concentración–, y además le hacen una serie de preguntas confusas, en las que la persona puede incurrir en dobles negaciones, y en las que digas lo que digas acabas acusándote…, al final son todas estrategias que definen lo que denominamos entornos torturantes, porque tomadas una a una ninguna se consideraría como tortura, pero en conjunto sí constituyen tortura.

El libro lo que hace es proponer una escala de entornos torturantes en la que se puede cuantificar hasta qué punto un entorno es torturante. La definición de tortura dice que consiste en infligir un sufrimiento físico o psicológico severo, con la intención de…, y aquí describe una serie de intenciones como son obtener información, castigar una actitud, etcétera, y Naciones Unidas ha ido ampliando el espectro de forma que en este momento ya entramos en ciertas formas de violencia de género que son consideradas tortura, y en la definición contemporánea esto tiene que tener una implicación por parte del estado, o tiene que haber una negligencia en el deber de protección del estado; por ejemplo, en las víctimas de trata, el estado no es directamente responsable, pero sí lo es de no haber protegido a estas mujeres víctimas de trata, y por eso la trata se considera tortura. Por ello, la intencionalidad es un elemento clave para definir la tortura.

Dr. Pau Pérez-Sales
Dr. Pau Pérez-Sales

El libro aborda también las nuevas torturas: tratamientos coercitivos en instituciones sanitarias y prostitución forzada (trata de blancas). ¿Significa eso que antes estas conductas no se consideraban como una tortura?

La definición de Naciones Unidas de la tortura pone cuatro ejemplos que he mencionado antes, y son: autoinculpación, obtener información, humillación, o castigo; y durante muchos años esto se ha tomado al pie de la letra, como algo literal, hasta que el comité de derechos humanos de Naciones Unidas dijo que solo se trataba de ejemplos, y que en realidad había muchas otras situaciones que podían ser consideradas tortura. A partir de aquí, los diferentes relatores contra la tortura han ido emitiendo informes en los que han ido ampliando a campos que antes no eran considerados tortura; por ejemplo, en el último informe del redactor Juan Méndez (de hace unos diez meses), él hablaba de determinados centros de toxicomanías –la mayoría de inspiración religiosa– que había visto en el sudeste asiático (en Camboya, etcétera), tenían a la gente contra su voluntad, y la tenían encadenada o atada a la cama, y haciéndoles pasar el síndrome de abstinencia sin ningún tipo de fármaco; y eso era tortura. Y explicaba que las personas que dirigían las instituciones religiosas que lo hacían pensaban que el sufrimiento iba a hacer que la persona no vuelva a consumir drogas, pero en realidad esto conlleva una negligencia del Estado, que no realiza inspecciones de estos centros, ni las acreditaciones adecuadas, e incurre en una dejación de funciones; por tanto, estos pacientes son víctimas de tortura, y el Estado es responsable de su situación.

Las contenciones sanitarias, cuando son utilizadas como forma punitiva, son formas de tortura, y no hablo de la contención sanitaria de un paciente agitado, que está sufriendo una abstinencia alcohólica, y experimenta un delirium, sino que me refiero, por ejemplo, a un centro en el que tengan a personas mayores, o a personas con discapacidad intelectual, y las mantengan atadas para que no den problemas o para que no se caigan, en lugar de tener suficiente personal para atenderlas. A eso se llama tortura, y entiendo que el personal sanitario no debería sentirse ofendido por ello, sino entender que, efectivamente, como personal sanitario, actúan en representación del Estado, son funcionarios públicos, y que por tanto por supuesto que pueden cometer tortura.

La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha condenado el decreto antiinmigración del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y lo ha calificado de “ilegal” y “mezquino”. ¿Qué impacto cree que pueden llegar a tener este tipo de medidas sobre los derechos humanos?

Evidentemente son medidas ilegales, pero Estados Unidos siempre se ha caracterizado por hacer versiones sui generis de la política internacional. Hay una definición de tortura a nivel internacional que Estados Unidos no respeta; es el único país del mundo que tiene salvaguardas ad hoc para la definición de tortura, y que contempla sus propios criterios. Y en general siempre, en la mayoría de los tratados internacionales, se conduce de esta manera. Por lo tanto, no es de extrañar que este presidente al que le gusta exhibir este tipo de actitud ante cualquier cosa que pueda sonar a solidaridad, tenga estos pronunciamientos. Evidentemente que es ilegal, y evidentemente que es insolidario, porque hablamos de refugiados; es decir, se trata de gente que huye de la guerra, que está en riesgo en su país de origen y que, por tanto, si es devuelta a su país, tiene una alta posibilidad de morir. Esto implica una irresponsabilidad y una violación del derecho. Por un lado, estamos olvidando la Historia y lo que las guerras suponen, y estamos dando un portazo a la gente que huye; y, en segundo lugar, es evidente que si la mayor potencia económica del mundo, y un país con una tradición democrática como Estados Unidos hace esto, ¿qué es lo que podemos esperar que va a hacer Sudáfrica con los refugiados que tiene de Zimbabwe, o cualquier otro país con unas malas condiciones económicas y sus propios conflictos internos, y que además recibe refugiados?

Estamos creando un precedente y dando un ejemplo peligrosísimo, y que puede destruir el marco de protección internacional que establece unas mínimas bases de solidaridad entre personas en el ámbito de la violencia política de los contextos de guerra, algo que ha costado generaciones edificar. Y en este momento si eso se rompe entramos en un principio de desprotección y de caos cuyas consecuencias desconocemos. Le pongo un ejemplo: hace un año y medio el relator contra la tortura Juan Méndez visitó México, y en sus conclusiones dijo que la tortura era una práctica generalizada en ese país, y no solo por el narco, sino por la delincuencia común y por el Estado. El gobierno mexicano no solo no escuchó lo que decía, sino que además emitió un comunicado burlándose de él y diciendo que Naciones Unidas tenía información sesgada, y que hablaba de cosas de las que no sabía. Es impensable que un gobierno se permita descalificar de esta manera a un relator contra la tortura, a parte del daño que hace a la reputación de las instituciones internacionales, y supone una actitud de prepotencia y de desprecio que deja poca esperanza a lo que pueda ocurrir con los derechos humanos de ese país. Eso lo hace México y tiene un impacto, pero el impacto es pequeño; si eso lo hace Estados Unidos, probablemente tendrá un efecto boomerang y de expansión, que yo creo que va a cuestionar severamente las instituciones internacionales.

Las medidas antiinmigración del presidente Trump pueden crear un precedente y dar un ejemplo peligrosísimo, que puede destruir el marco de protección internacional que establece unas mínimas bases de solidaridad entre personas en el ámbito de la violencia política de los contextos de guerra, algo que ha costado generaciones edificar

Lavado de cerebro versus cambio de identidad radical

Usted propone sustituir la expresión lavado de cerebro por la de cambio de identidad radical, que consiste en manipular a una persona para modificar su personalidad y su concepto del mundo. ¿Este cambio permanece una vez que la víctima ha dejado de estar sometida a las amenazas y presiones que lo han provocado?

No; es decir, justo la diferencia es esta. La idea del lavado de cerebro, que es una idea errónea de los años 50, es que a ti te pueden borrar tu identidad y poner una nueva, y eso no es cierto. Lo que es posible es que una persona que está en condiciones extremas desarrolle una nueva identidad adaptativa a la violencia que se está ejerciendo sobre ella para intentar sobrevivir. Es una estrategia de la personalidad –del yo– para sobrevivir, pero tu auténtica identidad está por debajo, no ha sido borrada. Por tanto, esa personalidad puede volver a emerger, lo cual no quiere decir que sea un proceso inmediato; a veces se requiere tiempo y se requiere terapia para conseguirlo. Por poner un ejemplo que creo que puede ser fácilmente entendible: una persona sometida a una relación de violencia psicológica en el marco de la pareja, puede llegar a presentar conductas de sumisión, conductas de adaptación, conductas que hagan decir a su familia y amigos “es que no es ella; cuando está con él es otra persona completamente diferente”. Si esta persona se separa, y sigue un determinado proceso, puede por supuesto volver a ser la que era, porque su esencia no desapareció, su personalidad estaba por debajo, lo que ocurre es que en este contexto concreto, en esta relación tóxica, había sido anulada para dar paso a otra manera de funcionar que le permitía sobrevivir a la violencia que estaba sufriendo.

Una persona que está en condiciones extremas puede desarrollar una nueva identidad, adaptativa a la violencia que se está ejerciendo sobre ella, para intentar sobrevivir

Esto es más complicado en el caso de un niño, ¿no?

Bueno, el caso de un niño es completamente diferente, porque de lo que estamos hablando es de una identidad no constituida. La identidad como tal empezamos a formarla desde que nacemos, y se consolida en la adolescencia. Y todos los acontecimientos adversos de este tipo que ocurran durante la adolescencia, o antes de la adolescencia, lo que provocan es un caos identitario, y las personas que en general tienen problemas psicológicos o psiquiátricos derivados de no saber quién son en la vida, y que oscilan entre maneras muy radicales, muy diferentes, de funcionar, y presentan inestabilidad emocional, tiene que ver precisamente con que en la primera infancia tuvieron unos patrones de vínculo con las personas que tenían que servirles de modelos que fueron inestables, que fueron cambiantes, o que fueron de dominación, etcétera. Entonces, es indudable que a un menor sometido a una red de prostitución infantil, o sometido a una relación muy violenta de abuso sexual, esa situación le deja una marca para toda la vida.

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