Edurne Pasaban
30 de octubre de 2019
Edurne Pasaban no necesita presentaciones. A sus 46 años puede que no haya nadie que no relacione su nombre con un hito: fue la primera mujer en alcanzar la cima de las catorce montañas más grande de la Tierra: los míticos ochomiles. La última cima fue la del Shisha Pangma, en el Tíbet, un 17 de mayo de 2010. Aquello le valió meses más tarde, en 2011, el Premio Reina Sofía a la Mejor Deportista del año. Cuenta la alpinista guipuzcoana que bajando de aquella última montaña se pasó dos días “dándole vueltas a la cabeza” y preguntándose qué iba a hacer tras alcanzar su reto. Una luz de alarma se encendió entonces, la de quien se conoce bien y ya ha pasado por una depresión, que en 2006 le llevó incluso a pasar por un psiquiátrico tras un intento de suicidio. “La montaña fue la que me metió en el agujero de la depresión, pero también fue la montaña la que me sacó de él”, confiesa. De la montaña no se olvida porque como ella dice “es una droga”. Y si le preguntas si ha encontrado algo que le apasione tanto como el alpinismo te responde que no, que nunca. Aun así, Pasaban ha sabido reorientar su vida y hoy ejerce como coach ejecutivo y como profesora asociada del Instituto de Empresa. Personas como Edurne siempre tienen mucho que enseñar. Y nosotros, mucho que aprender.
Recientemente, en el XXII Congreso Nacional de Psiquiatría que se celebró en Bilbao, ofreciste una ponencia titulada 'Expedición al éxito. Alcanzando objetivos y superando dificultades', en la que hablaste de tu experiencia con la depresión. Nunca has tenido reparos en hablar de ella. ¿Es importante que personajes públicos como tú habléis abiertamente sobre enfermedades mentales para acabar con su estigma?
Yo creo que sí. Al menos es un paso más precisamente por lo que dices, porque de la enfermedad mental se habla muy poco, es un tema tabú. De alguna manera que personas que somos conocidas hablemos sobre ello ayuda a normalizar y permite dar a conocer que es una enfermedad que le puede pasar a cualquiera, y que no hay que avergonzarse por ello.
A ti la depresión te llegó en 2006, en mitad de esa grandiosa gesta tuya de coronar los 14 'ochomiles'. ¿Qué te llevó a ella?
Un poco las mil preguntas que tenía en mi cabeza. En aquel momento tenía 31 años y una vida deportiva muy buena, pero veía que mi vida era totalmente diferente a la que podían tener el resto de las mujeres de mi entorno, que empezaban a casarse, a tener hijos, tenían trabajos estables… Las deportistas de élite, en cambio, tenemos que dejar muchas cosas de lado para triunfar en nuestro deporte y eso a mí me hizo plantearme muchas cuestiones para las que no encontraba respuesta. Eso fue lo que me llevó al agujero.
¿Crees que a la gente le cuesta entender que personas que vemos en la tele y que consideramos exitosas puedan vivir estos episodios?
Me acuerdo perfectamente de que en aquella época no me quería levantar del sofá de casa y pensaba que todo el mundo creería que mi vida era idílica, que era fantástica, porque te ven saliendo en los medios de comunicación, escalando montañas… Incluso a mí me pasa cuando veo a gente muy famosa y muy reconocida, que pienso “jolín, qué vida más idílica, todos querríamos tener eso”, pero no siempre es así, nadie está libre de la depresión.
Que personas conocidas hablemos sobre la depresión ayuda a normalizarla y a dar a conocer que le puede pasar a cualquiera y no hay que avergonzarse por ello
¿Te ayudó la montaña a salir de ese bache? Lo pregunto porque tras superarlo ascendiste en menos de tres años los seis 'ochomiles' que te faltaban…
Siempre digo que la montaña fue la que me metió en el agujero, pero también fue la montaña la que me sacó de él. Tras pasar el año 2006 en tratamiento, incluso en un psiquiátrico, empecé poco a poco a sentirme mejor, y fueron mis propios amigos los que me animaron a volver al Himalaya. Me decían que yo estaba pensando que esa vida de alpinista me estaba haciendo mal, pero que ellos creían todo lo contrario, que en la montaña era donde yo era realmente feliz. Volver al Himalaya y ponerme el objetivo de ser la primera mujer en coronar los catorce 'ochomiles' –porque hasta entonces había ido subiendo montañas sin un objetivo claro–, fue lo que me ayudó. Tener un objetivo en la vida fue lo que me sacó de la depresión.
La importancia de la fuerza mental en el alpinismo
Tu mente dijo basta en aquel 2006, pero intuyo que curiosamente la mente es un aspecto básico para una profesional como tú. ¿Hasta qué punto es importante la mente para lograr coronar 14 'ochomiles', seguramente con muchos momentos delicados durante la aventura?
En un alpinista la mente es el 75%, y el físico el 25%. El físico lo tienes que tener, pero si ese 75% mental no está bien, es imposible. Yo he pasado momentos críticos, cuando ya me acercaba al agujero del 2006, en que he tenido que volver de expediciones porque mi cabeza no estaba bien. Y sin controlar la mente es imposible, aunque estuviese en mi mejor momento físico y la montaña se prestase a subir, no subía porque mi cabeza no estaba donde tenía que estar.
Las deportistas de élite tenemos que dejar muchas cosas de lado para triunfar y eso a mí me hizo plantearme muchas cuestiones para las que no encontraba respuesta
Y esa capacidad mental, ¿se entrena, se va forjando cima a cima, o es innata?
Yo creo que se va forjando. Al final a un deportista le apasiona tanto lo que hace que el esfuerzo que desde fuera se puede ver como “estos están locos, se juegan la vida”, nosotros lo vemos como parte de nuestra actividad.
Supongo que algo de esa capacidad mental tendremos de base por nuestro propio carácter, pero sobre todo es algo que se va forjando poco a poco.
Imagino que otro momento en el que te hizo falta fortaleza mental fue cuando alcanzaste la cima del último 'ochomil'. ¿Qué siente uno cuando ya ha cumplido el objetivo que se había marcado? ¿Hay un vacío existencial?
Súper. Yo aún recuerdo que bajando de la última cima, el Shisha Pangma, estuvimos dos días caminando por el Tíbet, que es un sitio muy árido, y yo me pasé todo el tiempo dándole vueltas a la cabeza y preguntándome qué iba a hacer ahora. Veía el agujero de nuevo súper cerca porque mi objetivo se había terminado, así que empezaba un nuevo reto para mí en el que no podía volver a caer. Se me encendió un poco la luz de alarma para avisarme de que tenía que reorientar mi vida.
La montaña fue la que me metió en el agujero de la depresión, pero también fue la montaña la que me sacó de él
¿Cómo logró llenar Edurne Pasaban ese vacío?
Con mucho conocimiento de mí misma, e intentando buscar nuevas motivaciones. En mi caso me formé como coach ejecutivo, empecé a dar conferencias de motivación, de liderazgo, de trabajo en equipo, que es algo que me llena mucho, porque de alguna manera transmito mi experiencia a otras personas.
En un alpinista la mente es el 75%, y el físico el 25%
Si me preguntas si encontré algo que me motivara tanto, tanto, tanto como el alpinismo, mi respuesta es no, porque es difícil encontrar algo como el alpinismo, pero bueno, yo también tenía un sueño, que era tener hijos, y ahora tengo un peque de dos años tras un recorrido difícil en el que también he pasado momentos complicados.
Pese a esos momentos difíciles, imagino que el nacimiento de tu hijo acabó de llenar cualquier vacío que pudiese seguir quedando, ¿no?
Por supuesto. Un hijo llena muchas cosas, pero el camino recorrido en pareja hasta conseguirlo fue duro. Era ya mayor, no me quedaba embarazada, hubo muchos tratamientos… Quizá, no obstante, el haber pasado antes por lo que pasé, el conocerme muy bien, me ha ayudado a sobrellevarlo mejor.
Tu hijo ha sido otro ‘ochomil’ entonces.
Yo siempre digo que mi decimoquinto ochomil es mi hijo (risas).
Boom del montañismo turístico y sus riesgos
Referentes como tú habéis provocado un auténtico boom del montañismo. Hoy hay colas y atascos para subir el Everest.
Espero que nosotros no seamos los responsables (risas). Bueno, la verdad es que sí, que de alguna forma somos responsables de lo que está ocurriendo, porque nosotros fuimos allí y mostramos que allí se podía subir.
¿Este boom es positivo, o no tanto?
A mí me da mucha pena el boom de las expediciones comerciales al Everest, y ahora ya a otras montañas míticas. La gente se quiere colgar la medalla de haber subido un ‘ochomil’ y si puede ser el Everest, mejor. Es algo incontrolable. Está claro que no puedes negar a nadie ir al Everest, yo no tengo más derecho que ninguna otra persona. Lo que me gustaría saber es por qué suben esas personas. Yo lo hacía porque me apasionaba la montaña, porque estoy escalando desde los 14 años, y porque mi sueño desde pequeña era subir el Everest y conocer el Himalaya.
Me pasé toda la bajada de mi último 'ochomil', el Shisha Pangma, dándole vueltas a la cabeza y preguntándome qué iba a hacer ahora
Seguramente muchas de estas personas que suben ahora no tenían ese sueño con 14 años, ni con 25, ni con 30. Muchas veces les vino el reto un día en el gimnasio, o por un pique con amigos. Subir al Everest se ha convertido un poco en eso. A algunos les da por hacer un ironman y a otros por subir el Everest. A mí me da pena ver en el campo base del Everest a personas que nunca se han puesto unos crampones, o a los que tienen que enseñarles cómo se anda con cuerdas.
¿Crees que este boom está llevando a muchas personas a intentar escalar grandes montañas sin tener la preparación adecuada?
Desde luego. Es verdad que ahora tienen ayudas de oxígeno, de sherpas, y las cosas se facilitan mucho si lo comparo con la primera vez que yo intenté hacer cima en el Everest en el año 1999.
Pero este tiene sus riesgos, ¿no?
Claro. Cada vez hay más noticias de fallecimientos en alta montaña. Mi sensación es que muchas veces se pinta muy fácil, que hay camino abierto, que hay oxígeno, que hay cuerdas…, pero no lo es. No se comunica bien lo que supone estar a 8.000 metros. Mucha gente que va allí no conoce los riesgos. Te voy a contar un caso del año 2001.
Si me preguntas si he encontrado algo que me motive tanto, tanto, tanto, como el alpinismo, mi respuesta es no
Soy todo oídos.
Entonces no había ni la mitad de las colas que hay hoy en el Everest, pero ya las había, y ya iba mucha gente sin experiencia. Yo bajaba de la cumbre y en el collado sur, que está a unos 8.400 metros, me encontré con una persona enganchada en una cuerda, que estaba intentando rapelar. Yo me acerqué, le ayudé a ponerse bien la cuerda, a soltarse y a atarse en la otra cuerda, y le aconsejé que se andase con cuidado. Me dijo que su sherpa iba por detrás. Bajé, me lo encontré y le avisé de que tuviese cuidado con su cliente, que se estaba atascando. Al rato el sherpa me pasó, le pregunté por el señor y me dijo que se había caído y que había fallecido.
Escalo desde los 14 años porque mi sueño desde pequeña era subir el Everest y conocer el Himalaya
Al volver a Katmandú, en el hotel recibí una llamada de la mujer del señor, al que yo no conocía de nada. Quería hablar conmigo porque yo era la última persona que lo había visto con vida. La señora no tenía ni idea de dónde iba su marido, de qué estaba haciendo. La gente no conoce realmente adónde va.
Es una historia dura, madre mía. Partiendo de ella, ¿qué consejos darías a quienes se quieren iniciar en el montañismo para hacerlo de forma segura?
Que sepan y se informen de adónde van, que se preparen, que hablen con personas que hemos estado allí. Porque no se trata de quitar el sueño de ir al Everest a nadie, pero sí que es muy importante tener el conocimiento real de lo que vas a hacer, y que antes se preparen mucho, porque no se pueden poner por primera vez los crampones cuando suben al Everest. Hay gente que va al Everest sin haber subido antes en su vida una montaña de 4.000 o 5.000 metros.
Me da pena ver en el campo base del Everest a personas que nunca se han puesto unos crampones, y a las que tienen que enseñarles cómo se anda con cuerdas
Al final el alpinismo es un proceso, e igual que no correrías un mundial de moto GP sin haber cogido antes una moto de ese calibre, tampoco puedes subir un ‘ochomil’ sin haber tenido experiencia previa.
Tú ya no necesitarás muchos consejos, pero intuyo que sí tendrás algún reto pendiente como alpinista. ¿Se puede dejar el montañismo una vez que se ha experimentado?
No, no, no (risas). Es una droga. Cuando a ti te apasiona el alpinismo, es imposible que lo dejes. Y mira que nos han pasado cosas duras, que hemos perdido a amigos en la montaña, pero cuando lo vives como lo vivimos nosotros, es para siempre. Y eso es lo bueno, porque eso es la pasión.
¿Qué reto pendiente le queda a Edurne Pasaban?
Es difícil decirte porque ahora con un niño de dos años es más complicado. Hay algunas montañas de 6.000 metros en Nepal que me gustaría subir, porque cuando estuve enfocada en los ochomiles no tuve tiempo para ir. Ya estoy yendo a Nepal, pero para hacer cosas más para mí, con amigos y con mi pareja. De momento con eso ya me conformo.