Dra. Sari Arponen

Especialista en Medicina Interna y microbiota, autora de ‘El sistema inmunitario por fin sale del armario’
En 'El sistema inmunitario por fin sale del armario' la Dra. Arponen explica cómo este mecanismo nos defiende de enfermedades como el COVID o el cáncer, y cómo cuidarlo para evitar alergias o patologías autoinmunes.
Dra. Sari Arponen
“Una de las causas más importantes de desequilibrios del sistema inmunitario se debe a que en nuestra sociedad hay muchos factores que hacen que tengamos una inflamación de bajo grado crónica”

26 de mayo de 2022

Desde que comenzó la pandemia por coronavirus se ha hablado mucho del sistema inmunitario porque es el que se encarga de defendernos de los agentes patógenos, pero, como afirma Sari Arponen, Doctora en Ciencias Biomédicas por la Universidad Complutense de Madrid, experta en microbiota, en enfermedades infecciosas y en VIH, colaboradora de Webconsultas y autora de El sistema inmunitario por fin sale del armario (Alienta), esta no es su única función, sino que “hace muchas más cosas aparte de defendernos de las infecciones”. Por ello, un desequilibrio del sistema inmunitario –dice– puede desencadenar desde una alergia, a una enfermedad autoinmune. Para cuidarlo, sin embargo, “no es necesario hacer cosas raras, sino alimentarnos bien, hacer mucho ejercicio en la naturaleza y, sobre todo, controlar el estrés crónico, que es uno de los factores que más nos enferma en la actualidad”. La Dra. Arponen, que también es Experta Universitaria en Nutrición y tiene un posgrado de tres años en Psiconeuroinmunología Clínica, nos explica qué debemos hacer –y evitar– para mantener nuestro sistema inmunológico saludable y combatir mejor las enfermedades, desde una gripe o un catarro, hasta el COVID-19 o el cáncer.

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¿Tan poco conocemos al sistema inmunitario que ha tenido que ‘salir del armario’ para que por fin aprendamos cómo actúa y cómo potenciarlo?

‘El sistema inmunitario por fin sale del armario’ por la Dra. Sari Arponen

Sí porque, aunque en el último par de años se ha hablado mucho del sistema inmunitario, se ha hecho de una forma muy simplista y especialmente centrada en todo lo que es la función defensiva contra los microorganismos patógenos –contra las infecciones por virus, bacterias y demás–, y en los anticuerpos, pero se ignoran otras funciones importantes de este órgano.

Por ejemplo, la curación de lesiones depende de la modulación del sistema inmunitario; saber reconocer lo propio como tal y no atacar, por ejemplo, a una célula de la tiroides, también forma parte de sus funciones y, cuando eso falla, surgen las enfermedades autoinmunes. El sistema inmunitario también tiene la capacidad de identificar que un elemento externo no nos hace daño y, si esto no funciona bien, surgen las alergias.

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Y también son muy importantes las tareas de inmunovigilancia del cáncer y si surge una célula propia que se vuelve dañina el sistema inmunitario es el que en principio es capaz de encargarse para que no acabe convirtiéndose en un cáncer. El sistema inmunitario, por lo tanto, hace muchas más cosas aparte de defendernos de las infecciones y para cuidarlo no es necesario hacer cosas raras, pero sí alimentarnos bien, hacer mucho ejercicio en la naturaleza, y sobre todo controlar el estrés crónico, que es uno de los factores que más nos enferma en la actualidad.

¿Son eficaces para ello los complejos vitamínicos y otras sustancias que nos anuncian como ‘potenciadores de las defensas’?

Depende. Si una persona tiene un estilo de vida inadecuado, una alimentación proinflamatoria, es decir, a base de ultraprocesados, demasiados azúcares, grasas trans…, si no hace nada de ejercicio, si fuma, si tiene mucho estrés, si no descansa bien…, pues ya puede tomar todo tipo de suplementos que no van a conseguir arreglar ese desequilibrio. Pero es verdad que, debido a nuestro estilo de vida actual, muchas veces podemos tener déficit de algún micronutriente y eso puede generar desequilibrios en el sistema inmunitario y, si corregimos esos déficits, podemos tener un sistema inmunitario en mejor equilibrio para enfrentar, por ejemplo, un COVID.

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Pero que todo el mundo tenga los mismos déficits y necesite los mismos productos en suplementación no suele ser lo normal, y por eso lo ideal sería hacer una valoración de cada persona y ver exactamente qué es lo que necesita, incluso con una analítica. Por ello, aunque a alguna persona le puedan ayudar estos suplementos, la base siempre es un estilo de vida saludable.

Dices que, aunque “el sistema inmunitario hace lo que puede para protegernos de las infecciones, nosotros no se lo ponemos fácil”. Nuestro estilo de vida suma o resta salud al organismo; de entre los factores que podemos modificar ¿cuáles son los que más beneficios aportan al cuerpo, y cuáles los que más lo deterioran?

Un mismo hábito puede ser perjudicial o beneficioso, según cómo lo llevemos a cabo. Desde luego fumar, o beber alcohol, es pésimo, y por eso en el libro hablo de esto de forma específica, pero es verdad que la alimentación es uno de los factores principales: igual que lo era en el caso de la microbiota, lo es para el sistema inmunitario, y lo bueno es que la comida saludable es la misma que necesitamos nosotros y que necesita nuestra microbiota, y no hay que hacer nada raro.

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Lo que es muy dañino son los ultraprocesados, es decir, todos esos productos que tienen un montón de ingredientes, de aditivos…, habría que comer comida real y, si somos adultos, no demasiadas veces al día, porque cada vez que comemos se genera una reacción de inflamación postprandial (postprandial quiere decir después de comer), es decir, cada vez que comemos se genera un poquito de inflamación, y si comemos cinco veces al día, pues nos inflamamos un poquito cinco veces al día.

Por lo general sería suficiente que la mayoría de las personas adultas –también desde el punto de vista del sistema inmunitario– comieran dos o tres veces al día, con un ayuno nocturno adecuado (mínimo 12, 13 horas). A base de comida real, esa dieta pesco-mediterránea o atlántica, que son las fundamentales en España, sería magnífico.

Si una persona tiene una alimentación proinflamatoria, no hace ejercicio, fuma, tiene mucho estrés, no descansa bien…, los suplementos no van a conseguir arreglar ese desequilibrio

Hay mucha información sobre la alimentación, pero la gente se olvida de algunas otras cosas, como es la importancia del ejercicio físico, a poder ser en la naturaleza, y el control del estrés crónico. Y una de las cosas que nos dañan y no nos damos ni cuenta es el uso y abuso de los dispositivos digitales y las redes sociales, porque esto nos resta descanso y nos genera estrés crónico.

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Cómo influye la alimentación en el sistema inmunitario

Dedicas el capítulo 13 a la inmunonutrición. ¿Es posible mejorar el sistema inmune con la alimentación?

Sí, y tiene todo el sentido porque al final pensemos que, por ejemplo, si tomamos una sustancia farmacológica, como puede ser la aspirina –que tiene origen natural–, tiene muchísimos efectos diversos en nuestras células y en nuestro cuerpo. De la misma manera, cualquier alimento, por ejemplo, una fruta del bosque, o la zanahoria, o el tomate, o incluso el pescado, tiene muchas sustancias diferentes, y muchas de ellas pueden modular de alguna manera el sistema inmunitario.

La inmunonutrición, que hace referencia a estudiar y tener en cuenta cómo los diversos componentes de nuestra alimentación influyen en el aspecto inmunitario, no es un concepto nuevo. Y si conocemos los componentes de cada alimento y cómo influyen esos componentes en nuestro sistema inmunitario, se pueden realizar estrategias de inmunonutrición personalizadas según las características o afecciones de cada persona.

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Creo que la dieta pesco-mediterránea es la mejor propuesta para favorecer la salud del sistema inmune con la alimentación, pero eso sería en prevención, mientras que en el caso de las personas que padecen enfermedades, que tienen tendencia a infecciones, o sufren fatiga crónica, obesidad –que también tiene que ver con la inflamación en menor o mayor grado–, autoinmunidad…, lo ideal sería realizar una estrategia personalizada de inmunonutrición.

En el libro también hablas de los inmunobióticos, ¿qué son y cómo actúan en el organismo? ¿Los podemos obtener de los alimentos, o hay que tomarlos en forma de suplemento?

Hace casi 20 años que Clancy –un científico– definió los inmunobióticos como aquellos microorganismos vivos probióticos que tendrían la capacidad de modular el funcionamiento del sistema inmunitario –aunque él hablaba fundamentalmente de los linfocitos T–. Se han estudiado muchos probióticos que pueden modular al sistema inmunitario de una forma favorable. Para obtenerlos a través de la alimentación hay que consumir alimentos fermentados, pero el problema es que en la inmensa mayoría de los alimentos fermentados no vamos a saber qué cepas o qué especies –incluso de bacterias u hongos– puede haber.

Una de las cosas que nos dañan y no nos damos ni cuenta es el abuso de los dispositivos digitales y las redes sociales, porque esto nos resta descanso y nos genera estrés crónico

Cuando se habla de inmunobióticos se piensa más en cepas específicas, especies conocidas de microorganismos que sabemos exactamente el efecto concreto que tienen en el sistema inmunitario. En general, no sería a través de alimentos fermentados, sino de probióticos seleccionados por su acción específica inmunobiótica, que son muchos. Algunos de los más conocidos, como L. rhamnosus gg, L. casei y L. paracasei, son muy inmunobióticos.

Eres experta en microbiota, ¿cómo afecta la microbiota al sistema inmune, o viceversa? ¿Si tenemos una microbiota saludable nos defenderemos mejor de las infecciones y otras enfermedades?

Sin duda tener una microbiota saludable nos ayuda a defendernos, tanto de las infecciones, como para mantener ese equilibrio inmunitario que nos proteja frente a otras enfermedades; y viceversa, si tenemos un desequilibrio de la microbiota esto nos vuelve más susceptibles. ¿Una disbiosis significa que vamos a tener una patología, sí o sí? Pues no necesariamente, depende de la intensidad y del tiempo, pero cuando la microbiota está en equilibrio y las barreras mucosas están saludables el sistema inmunitario está en un estado vigilante, pero en un estado vigilante antiinflamatorio y equilibrado.

Si conocemos los componentes de cada alimento y cómo influyen en nuestro sistema inmunitario, se pueden realizar estrategias de inmunonutrición personalizadas

Por el contrario, cuando se produce esta disbiosis, ese desequilibrio de la microbiota con un aumento de los microorganismos que se pueden considerar patógenos, es decir, ‘malos’, y una disminución de los microorganismos comensales o ‘buenos’, esto se puede interpretar como que algo raro está pasando y que el sistema inmunitario reaccione de una forma inflamatoria. Y desde la zona donde se esté produciendo esa reacción inflamatoria –por ejemplo, la mucosa intestinal– se puede propagar a otras partes del organismo y acabar generando problemas. ¿Qué tipo de problemas? Pues esto depende de cada persona, de su predisposición genética, de su estado nutricional y del resto de factores ambientales.

Destacas también la importancia que tiene el sistema inmune para defendernos del cáncer y, de hecho, se está trabajando mucho en la inmunoterapia. ¿Se han producido avances importantes en este ámbito?

Sí, las inmunoterapias son muy prometedoras y, sobre todo en algunos tipos de cáncer de pulmón, o de melanoma, se han hecho desarrollo muy interesantes y están dando unos resultados espectaculares. De nuevo entra en juego la individualización de los tratamientos y es necesario tener estrategias de personalización porque aquí también influye la microbiota; por ejemplo, sabemos que según como sea la microbiota de esa persona puede ser que esa inmunoterapia funcione mejor o peor.

El 80% de la población tendría un exceso de tejido adiposo en el cuerpo; un tejido adiposo inflamatorio que desequilibra mucho al sistema inmunitario

La inmunoterapia no ataca directamente al tumor, sino que hace que sea nuestro propio sistema inmunitario el que se haga cargo del tumor. Es una forma mucho más específica de combatir el cáncer, y se están desarrollando ‘vacunas antitumorales’ que si detectan estructuras concretas de las células tumorales –que pueden ser proteínas alteradas, por ejemplo–, hacen que se genere una especie de vacuna contra esas estructuras anormales. Es un campo en pleno auge, en el que se están desarrollando muchísimos ensayos clínicos con resultados muy prometedores. Algunos ya se están utilizando en la práctica clínica, y sin duda en los próximos años se utilizarán más todavía.

Desequilibrios en el sistema inmune, alergias y autoinmunidad

Sabemos lo peligroso que es estar inmunodeprimido, como les ocurre a los pacientes con VIH, a los que se tienen que someter a quimioterapia, o a los trasplantados, por ejemplo, pero un sistema inmune hiperactivo también te puede matar, como se ha visto con la ‘tormenta de citoquinas’ que se ha desencadenado en algunos pacientes con COVID. ¿Por qué se desequilibra de esa forma el sistema inmune? ¿Se puede hacer algo para evitarlo?

Una cosa son situaciones de inmunodeficiencia como has comentado, en las que es difícil evitarlo, aunque gracias a los fármacos para tratar el VIH, por ejemplo, esa situación se puede llegar a mejorar en gran medida, pero cuando el sistema inmunitario, dicho de forma coloquial, se ‘pasa de rosca’ en alguno de sus componentes, como esa tormenta de citoquinas, realmente es porque detrás ya había un desequilibrio previo. Es decir, que no es que una tormenta de citoquinas la haga todo el mundo; la hace quien ‘puede’ (entre comillas) porque ya tiene ese desequilibrio previo.

Una de las causas más importantes de desequilibrios del sistema inmunitario para que se llegue a activar en exceso de esa manera en la tormenta de citoquinas en concreto, por ejemplo, tiene que ver con que en nuestra sociedad moderna hay muchos factores que hacen que tengamos una inflamación de bajo grado continua, crónica. Y, por otro lado, según afirma Maffetone –un escritor y científico, autor del libro The Overfat Pandemic, que yo he traducido como pandemia adiposa–, el 80% de la población tendría un exceso de tejido adiposo en el cuerpo; un tejido adiposo inflamatorio. Y, con el COVID, por ejemplo, hemos visto que la obesidad y el sobrepeso son un factor de riesgo.

La inmunoterapia no ataca directamente al tumor, sino que hace que sea nuestro propio sistema inmunitario el que se haga cargo del tumor. Es una forma mucho más específica de combatir el cáncer

Tener exceso de grasa en el cuerpo, y que esta grasa sea inflamatoria, incluso aunque no haya sobrepeso u obesidad diagnosticados, desequilibra mucho al sistema inmunitario, porque el tejido adiposo es un órgano endocrino y se llega a infiltrar por células del sistema inmunitario. Por ello es tan importante cuidar la salud metabólica y no tener exceso de grasa en el cuerpo; no por una cuestión de estética, sino porque si esa grasa está inflamada puede producir un desequilibrio importante del sistema inmunitario.

En las enfermedades autoinmunes es el propio organismo el que se ataca a sí mismo. ¿Hay algún factor de riesgo que tenga que ver con las características del paciente, de su estilo de vida, o del entorno, que predisponga a desarrollar una de estas enfermedades?

Las enfermedades autoinmunes están bastante estudiadas; tienen que confluir varias circunstancias y una de ellas es, por supuesto, la predisposición genética a esa enfermedad autoinmune en concreto. A esa predisposición genética se tendrán que sumar una serie de factores ambientales, y normalmente se asume que tiene que haber una permeabilidad excesiva de las barreras mucosas, fundamentalmente oral e intestinal, con una disbiosis, una alteración de la microbiota en esas barreras.

¿Y cuáles son los factores ambientales? Los factores ambientales dependen ya mucho de la patología y de la persona, porque son múltiples; desde la alimentación, a algunas vacunas o fármacos. Por ejemplo, está muy descrito que hay ciertos fármacos que pueden desencadenar lupus. También los metales pesados, los disruptores endocrinos y, en general, todo tipo de tóxicos ambientales, el estrés crónico también se ha asociado, la contaminación atmosférica…

Hay toda una serie de factores, tanto biológicos, como físicos, químicos, psicológicos y sociales, que pueden hacer que se desencadene esa autoinmunidad. De hecho, por ejemplo, se ha comprobado que el estés crónico o agudo muy intenso puede ser un factor desencadenante de la autoinmunidad en determinadas circunstancias. Pero, en general, normalmente nunca hay un factor único responsable de que se desencadene la autoinmunidad, sino que va a ser la suma de muchos factores a lo largo de la vida.

Inmunidad natural versus inmunidad vacunal

Los humanos tenemos inmunidad adaptativa y, dices, “es una respuesta específica que además genera memoria inmunológica”. Ya se ha comprobado que tanto si hemos pasado el COVID-19 una vez, como si estamos vacunados, o ambas cosas, nos volvemos a infectar con el SARS-CoV-2. ¿Es esto un fallo de la memoria inmunológica, o es que este coronavirus, como el de la gripe y sus variaciones, ‘engaña’ al sistema inmune?

La vía de entrada del SARS-CoV-2 es la mucosa respiratoria, al igual que ocurre con el virus de la gripe, o los virus de los catarros, y aunque las manifestaciones del SARS-CoV-2 son un poquito particulares en esencia sigue siendo un virus respiratorio que produce una afectación importante en la mucosa respiratoria, ya sea alta o baja, porque el virus llega a replicarse allí. Y conseguir una inmunidad que alguien ha llamado neutralizante o esterilizante en virus de este tipo que afectan mucho a las mucosas respiratorias es muy complicado y con la vacunación de momento no se consigue.

Las vacunas pueden proteger contra el COVID-19 en el sentido de evitar cuadros graves, pero pensar que vamos a erradicar el SARS-CoV-2, o que no nos vamos a infectar nunca más, es desconocer la virología

Lo que sí se ha comprobado es que se puede generar una protección contra el COVID-19, en el sentido de evitar esos cuadros graves de la enfermedad, pero pensar que vamos a erradicar el SARS-CoV-2 en concreto, o que no nos vamos a infectar nunca más es desconocer la virología, desconocer el funcionamiento del sistema inmunitario.

De hecho, que se vendiera esta vacuna como que iba a conseguir inmunidad de rebaño, cuando realmente protege en alguna medida al que se la ha puesto, incluso podríamos decir que era engañoso porque hubiera sido verdaderamente milagroso que se hubiera conseguido, cuando es algo que nunca se ha conseguido con este tipo de virus. Cuando el SARS-CoV-2 infecta entra en juego el sistema inmunitario, la inmunidad natural, que es mucho más completa que la vacunal, porque incluye la inmunidad celular, y se llega a producir la inmunoglobulina A. Probablemente aquí el problema haya sido una mala comunicación y de relaciones públicas, más que de ciencia.

Las vacunas estimulan al sistema inmune, ¿pueden ‘confundirlo’ y favorecer la aparición de una enfermedad autoinmune?

Es posible, pero, claro, eso también puede pasar con la infección. El problema de fondo no es de la vacuna en sí, el problema de fondo está en un sistema inmunitario desequilibrado. Cuando administramos una vacuna, o el individuo contrae una infección del tipo que sea, el sistema inmunitario va a responder a esa infección o a esa vacuna y, si está desequilibrado, puede montar una respuesta que no sea la más correcta. ¿Y si ya hay un proceso latente de autoinmunidad de fondo administrar la vacuna podría empeorar esa autoinmunidad? Por poder, podría, pero puede suceder lo mismo si esa persona contrae la infección por SARS-CoV-2.

Ahora se empieza a hablar de la personalización y la individualización de las estrategias de vacunas, cosa que se debiera de haber hecho desde el principio porque, por ejemplo, si a una persona que tiene una patología autoinmune y ha pasado la infección le hacemos una analítica y tiene anticuerpos e inmunidad celular, probablemente no merezca la pena ponerle una dosis de la vacuna para evitar una enfermedad contra la que ya tiene inmunidad demostrada en la analítica.

Cuando una persona ya tiene inmunidad natural –que en la mayoría de los casos se puede demostrar por analítica– hay que decidir muy bien si se va a beneficiar de una dosis de la vacuna

Sin embargo, en el caso de una persona que no ha pasado todavía el COVID no se puede decir que la vacuna es mayor riesgo que la propia infección, porque estamos viendo que la infección puede generar COVID persistente, y aquí también hay un componente de autoinmunidad. Entonces, ¿cuál es la clave? Pues la clave sería esa personalización. En medicina no podemos hacer estrategias de ‘café para todos’. Cuando ya hay una inmunidad natural –y en la mayoría de los casos esto se puede demostrar por analítica– hay que decidir muy bien si una persona con inmunidad natural se va a beneficiar de una dosis de la vacuna.

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