María Martinón-Torres
30 de septiembre de 2022
Miembro del Equipo de Investigación de Atapuerca desde 1998, primera española en recibir la prestigiosa Medalla Rivers Memorial del Royal Anthropological Institute de Gran Bretaña e Irlanda y, entre muchas otras cosas, actual directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), la doctora María Martinón-Torres (Ourense, 1974) es una de las mayores expertas del mundo en el ámbito de la evolución de nuestra especie. Fruto de ese vasto conocimiento surge Homo imperfectus: ¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución? (Destino), un libro divulgativo con el que la investigadora gallega pretende dar a la enfermedad el lugar central que merece dentro de la historia y de la evolución del homo sapiens. “Contábamos una historia, de alguna forma ficticia, porque obviábamos una parte cotidiana de nuestra experiencia: la enfermedad, la vulnerabilidad, el miedo, la ansiedad… que son parte de nuestra naturaleza y que, paradójicamente, explican muchas de nuestras adaptaciones”, explica.
Hay un aspecto del prefacio que me ha hecho reflexionar mucho. Escribes que vemos la enfermedad como la anormalidad, cuando en realidad es la enfermedad la que ha modelado a nuestra especie. ¿Podríamos decir que esa conciencia de la enfermedad es la que en cierto modo explica cómo hemos llegado como especie a ser lo que somos?
De alguna forma sí. La consciencia de la fragilidad propia, de la vulnerabilidad o de la finitud en el tiempo, es una parte idiosincrática de la naturaleza sapiens. En nuestra especie el instinto de supervivencia está tan hipertrofiado, que vivimos con los sentidos encendidos para leer señales de peligro. Dedicamos más tiempo de nuestra vida a la muerte –a retrasarla, evitarla, a esquivarla─ que ninguna otra especie. La enfermedad es como el Pepito Grillo de la muerte, ese susurro al oído que nos recuerda a dónde irán a parar todos los caminos, no vaya a ser que se nos olvide.
Sin embargo, lamentas, la enfermedad apenas tiene espacio en la evolución humana. Los achaques y las imperfecciones no tienen sitio en la épica de esa evolución.
La verdad es que con este libro quería que la enfermedad saliera del armario de la evolución. Contábamos una historia, de alguna forma ficticia, porque obviábamos una parte cotidiana de nuestra experiencia: la enfermedad, la vulnerabilidad, el miedo, la ansiedad… que son parte de nuestra naturaleza y que, paradójicamente, explican muchas de nuestras adaptaciones.
Hemos contado una historia de alguna forma ficticia porque obviamos una parte cotidiana de nuestra experiencia: la enfermedad, la vulnerabilidad, el miedo, la ansiedad… que son parte de nuestra naturaleza y explican muchas de nuestras adaptaciones como especie
Era, por lo tanto, una historia sesgada. Es importantísimo ser consciente de que no tenemos todos los datos, y que a veces rellenamos los vacíos de conocimiento con opiniones o preferencias. Como científico es importantísimo ser tu propio abogado del diablo, y dudar de ti.
En el libro exploras la evolución de nuestra especie bajo el prisma de la evolución darwiniana, que va más allá del qué y del cómo para explicar el por qué de las dolencias que nos afectan. Me ha estallado la cabeza al pensar que el lumbago que estaba sufriendo cuando leía tu libro podría no deberse tanto a subir un carro lleno a un segundo sin ascensor, como al precio que seguimos pagando como especie por haber adoptado la locomoción bípeda.
¿A que sí? La vida se abre camino haciendo malabarismos. Estamos acostumbrados a pensar en la enfermedad simplemente como fallo, sin embargo, muchas veces las enfermedades se manifiestan como soluciones de compromiso entre apuestas que la naturaleza ha hecho por una característica o un gen que contribuye al éxito reproductivo de la especie, y provoca un beneficio, pero que, en contraposición, tiene un efecto negativo en otro sistema.
Muchas veces las enfermedades se manifiestan como soluciones de compromiso entre apuestas que la naturaleza ha hecho por una característica o un gen que contribuye al éxito reproductivo de la especie, y provoca un beneficio, pero que, en contraposición, tiene un efecto negativo en otro sistema
Por ejemplo, hay una mutación que provoca una enfermedad que se conoce como anemia falciforme, pero las personas que tienen esa variante del gen están más protegidas frente a la malaria. Lo que en un ambiente puede ser bueno o menos malo, en otro contexto puede ser fatal. Hipotéticamente podríamos eliminar ese gen, con lo que desaparecería esa enfermedad, pero en contextos en los que la malaria es endémica, estaríamos haciendo al individuo más vulnerable.
El ser humano actual: entre la adaptación y la inadaptación
En relación con esto que comentas, ¿podríamos decir que hay enfermedades que seguimos padeciendo y por las que seguimos muriendo que, a su vez, explican que como especie sigamos en pie?
Sí. Por ejemplo, somos una especie muy longeva, algo que obviamente aceptamos como bueno, pero en contraposición padecemos enfermedades como el alzhéimer y el cáncer, que suelen aparecer en edades avanzadas. Probablemente en el Pleistoceno no llegaban a sufrir este tipo de cuadros porque no llegaban a vivir lo suficiente.
Además, son patologías que suceden por lo general en edades posreproductivas, cuando ya hemos cumplido la misión de reproducirnos y, por lo tanto, no afectan al éxito de la especie y la selección natural no las elimina. Vivir tantos años tiene su precio.
Otras enfermedades actuales, añades, son la consecuencia de un desacoplamiento entre nuestra biología y los nuevos ambientes a los que nos enfrentamos. ¿Podríamos añadir en ese grupo de enfermedades a la obesidad y las enfermedades metabólicas, por ejemplo?
Efectivamente. La selección natural ha estado obrando cientos de miles de años sobre nuestra naturaleza para hacernos ansiar los alimentos más calóricos y de mayor contenido energético. Estos mecanismos tenían sentido para protegernos de la verdadera amenaza del Pleistoceno, la hambruna, pero ahora se han quedado colgados en un mundo de sobreabundancia, lo que nos hace proclives a la obesidad.
Hay cánceres cuya incidencia ha aumentado relacionados con nuevos estilos de vida más que con la edad: ambientes nuevos para los que nuestra fisiología o capacidad de defensa no estaba optimizada
En cambio, nos faltan mecanismos fisiológicos que nos protejan frente al sobrepeso, pero como esto no era una amenaza en nuestro pasado, cuando los recursos eran más impredecibles y escasos, no hemos desarrollado adaptaciones para ello. A ello se suman hábitos sedentarios en una especie cuya anatomía y fisiología estaba optimizada para una vida al aire libre y mucho más demandante físicamente.
¿Podría ser entonces que dentro de cientos de años, quizá miles, el sapiens se adapte a estos nuevos ambientes y, como consecuencia de ello, desaparezcan por ejemplo el sobrepeso y la obesidad?
Todo es posible hipotéticamente, pero me parece una solución poco económica para la selección natural. No hay ventaja en el sobrepeso, no tiene sentido evolucionar para acomodar más energía de la que en realidad nos hace falta, sería un despilfarro evolutivo.
Por otra parte, y aunque parezca muy crudo, la gran mayoría de las enfermedades, excepto aquellas que afectan a edades tempranas del desarrollo, cuando el individuo aún no ha alcanzado la edad reproductiva, no tienen impacto directo en el éxito de la especie. Somos una especie que enferma porque se lo puede permitir, porque, a pesar de ello, seguimos teniendo un gran éxito reproductivo.
Con el cáncer hemos topado
Como comentabas antes, una de las enfermedades propias de nuestra evolución como especie, concretamente del alargamiento de la vida derivado de la evolución, es el cáncer. Como explicas en el libro, hay pocos registros de cáncer en las especies que nos antecedieron. ¿Podríamos decir que el cáncer es una enfermedad de viejos?
Hay algunos cánceres que están ligados a nuestra capacidad mermada de reparación con la edad, lo que llamamos senescencia. En esos casos hay una ligazón obvia entre cáncer y edad. Pero hay otros cánceres cuya incidencia ha aumentado, que están sobre todo relacionados con nuevos estilos de vida más que con la edad: exposición a hábitos tóxicos como el tabaco o el alcohol, un aumento de la exposición a la radiación por pruebas médicas, o nuevos ambientes hormonales relacionados con la toma de anticonceptivos o la disminución del número de hijos, que nos exponen a ambientes nuevos para los que nuestra fisiología o capacidad de defensa no estaba optimizada.
La selección natural ha estado obrando cientos de miles de años sobre nuestra naturaleza para hacernos ansiar los alimentos más calóricos y de mayor contenido energético para protegernos de la hambruna, pero ahora vivimos en un mundo de sobreabundancia
De nuevo la gran variabilidad de estilos de vida, de dietas, de patrones reproductivos, de hábitos… Es como si le pidiéramos a nuestra especie que se adapte a todo, a una situación y a su contraria, lo que obviamente es imposible.
Además del alargamiento de la vida, están los hábitos ligados al estilo de vida de las sociedades modernas que habrían influido en el aumento de los casos de cáncer. Comentas, por ejemplo, que el retraso en la edad de la primera maternidad y la reducción del número de hijos podría haber tenido un impacto en el desarrollo de tumores en los tejidos del sistema reproductivo de la mujer, porque la especie aún no se habría adaptado a ese nuevo escenario hormonal. Es fascinante. ¿Crees que somos poco conscientes como sociedad de esta realidad?
Gracias al avance científico y médico cada vez conocemos un poco más sobre nuestra naturaleza y sobre las nuevas amenazas, pero obviamente todavía nos queda mucho por descubrir. Con la pandemia hemos sido testigos de cuánto hemos sido capaces de hacer para defendernos en tiempo récord, pero, a la vez, de cuántas incógnitas tenemos sobre el modus operandi de un virus y, por ejemplo, de qué depende la respuesta individual tan diferente que ha habido entre unos pacientes y otros, de portadores asintomáticos, a COVID-persistentes. Creo que la sociedad es más consciente de la importancia de la ciencia para dar respuestas.
Somos una especie que enferma porque se lo puede permitir, porque, a pesar de ello, seguimos teniendo un gran éxito reproductivo
Un tema que a mí me interesa especialmente y que en última instancia también tiene relación con el desarrollo de algunos tipos de cáncer, es el del sueño. Se estima que un 50% de la población española duerme menos horas de las mínimas recomendadas y según me decía un experto en sueño, existen estudios que sitúan en alrededor de 90 minutos el tiempo de sueño perdido por las sociedades occidentales desde la invención y generalización de la luz eléctrica. El sueño podría ser otro ejemplo de cambio al que el homo sapiens aún no se ha adaptado, ¿no?
Sí, el estilo de vida ha interferido en los ciclos de sueño normales, y con el fuego primero, y la electricidad después, hemos robado horas de sueño a la noche. Pero también es curioso pensar que, evolutivamente, hemos desarrollado una tendencia natural al insomnio, más pronunciada con la edad, con la que en su día se favoreció que, de forma natural, hubiera siempre un centinela velando el sueño del grupo.
Este insomnio de serie ya no sería necesario en la actualidad, en la que hemos depositado en alarmas y cerrojos la seguridad de nuestro sueño, pero sería un buen ejemplo de trastornos que se manifiestan como defensas que tuvieron en su tiempo una utilidad, y que ahora se han quedado colgadas en un ambiente nuevo.
Evolutivamente hemos desarrollado una tendencia natural al insomnio, más pronunciada con la edad, con la que en su día se favoreció que hubiera siempre un centinela velando el sueño del grupo
Cierras el capítulo del sueño con una reflexión preciosa que anima a seguir leyendo cuentos por la noche a los hijos como antesala del sueño. A mí ese acto de compartir un rato de lectura con mis hijos me parece precioso, pero me consta que hay padres saturados y deseando saltárselo. Igual les resultaría más apetecible ese acto de leer y contar historias si en vez de verlo como un capricho de los pequeños, lo viesen como una demanda que está grabada a fuego en nuestra genética desde tiempos inmemoriales, ¿no?
Creo que, además, si uno consiguiera hacer esa parada y dedicar tiempo a algo tan genuino y consustancial del cerebro y la naturaleza humana, como es relatar historias, ese estrés que nos atosiga y no cesa, también mermaría.