Saúl Martínez-Horta
4 de enero de 2024
“¿Dónde están las llaves?” “¡Tengo la palabra en la punta de la lengua y no me sale!” “¿A qué diablos había venido yo a la cocina?”. ¿Les suenan estas frases? Nuestro día a día está lleno de olvidos cotidianos que a veces se explican por la enfermedad, pero que, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones tienen una explicación mucho más mundana: nuestro cerebro es un sistema complejo que funciona en muchas ocasiones por automatismos, sin prestar una atención real a lo que hace. Esa falta de atención, precisamente, se esconde detrás de muchos de los olvidos cotidianos. Lo explica a la perfección en las páginas de ¿Dónde están las llaves? (Neurolopsicología de la vida cotidiana) de la editorial Planeta, el prestigioso neuropsicólogo catalán Saúl Martínez-Horta, que en esta entrevista concedida a Webconsultas destaca la importancia de unos hábitos de vida saludables para potenciar el correcto funcionamiento de un cerebro al que llevamos a la saturación con nuestro estilo de vida.
Creo que habrá en el mundo pocas frases más utilizadas que la que da título a su libro: ‘¿Dónde están las llaves?’. ¿Por qué es tan habitual entrar en pánico porque no encontramos las llaves?
Creo que es por el temor que tenemos a las enfermedades del cerebro. Quien más quien menos ha vivido historias con alguien cercano y sabemos que es algo que no tiene solución. Así que cuando uno detecta que algo está pasando, lo primero que suele hacer es asustarse. Aunque como intento explicar en el libro, hay muchos pequeños errores cotidianos como este de no encontrar las llaves que no tienen nada que ver con la enfermedad, por eso es importante explicar por qué suceden. Es lo que intento en el libro.
¿Y por qué se producen de forma tan recurrente este tipo de olvidos?
Muchos de los procesos cerebrales que desplegamos en el día a día se ponen en marcha en base a automatismos. No estamos continuamente pensando cómo hacer las cosas, sino que muchas las hemos incorporado como un hábito y las hacemos de forma automática.
Muchos de los procesos cerebrales que desplegamos en el día a día se ponen en marcha en base a automatismos. No estamos continuamente pensando cómo hacer las cosas
Eso implica que no se despliegue suficiente atención sobre muchas de las cosas que hacemos. Y este bajo nivel de atención explica en gran medida que no incorporemos como recuerdos cosas que están sucediendo. Por ejemplo, dónde he dejado las llaves cuando no las he dejado en el mismo sitio de siempre.
Leo en tu libro que el mismo fenómeno que puede explicar este no saber dónde están las llaves, que más allá del estrés momentáneo no tiene más importancia, se esconde tras otros sucesos más dramáticos, como esos casos que salpican cada verano las secciones de sucesos de periódicos de padres que se han olvidado a sus hijos en el coche cuando se van a trabajar. Si entendiésemos cómo funciona el cerebro, ¿nos sería más fácil empatizar y no juzgar tan cruelmente a esos padres?
Yo creo que sí. Y posiblemente esta reflexión que haces podría trascender a otros muchos escenarios. El cerebro humano es un sistema tremendamente complejo y frágil; y más allá de lo que es la enfermedad, que todos podemos llegar a entender, en el contexto de la más absoluta normalidad estamos utilizando continuamente un sistema muy complejo.
Nuestra capacidad atencional es muy limitada. Ya sabemos que la multitarea como proceso no existe, que lo que hacemos es un trabajo estrictamente secuencial
Y no somos conscientes de cómo funciona el cerebro, cómo despliega sus funciones (la atención, la memoria…), cómo lo llegamos a saturar a veces. Hay bastantes accidentes “cotidianos”, pequeños fallos como el no recordar dónde están las llaves, que son simples anécdotas que no tienen mayor trascendencia; pero en ocasiones estos errores del cerebro nos pueden jugar muy malas pasadas, como el caso que comentabas en tu pregunta.
Capacidad de atención: qué factores influyen
En el capítulo dedicado a la pérdida de llaves hablas del experimento del gorila invisible. Cuentas que cuando se pidió a una serie de voluntarios que contasen el número de pases que se daban entre ellos los jugadores de un equipo de baloncesto, todos acertaron el número. Sin embargo, la mayoría no se dio cuenta de que había pasado un hombre disfrazado de gorila por la cancha. ¿Es la mejor muestra de que nuestro cerebro no está preparado para la multitarea?
Sí, sí, es un gran ejemplo de que nuestra capacidad atencional es muy limitada. Ya sabemos que la multitarea como proceso no existe, que lo que hacemos es un trabajo estrictamente secuencial. Es decir, vamos alternando una tarea y otra tarea. Por eso es fácil saturar al cerebro si le demandamos mucho.
Seguramente el modo en que estamos viviendo satura tanto nuestra atención continuamente que hace que nos dejemos mucha información por el camino
Y esa demanda puede ser muy simple como ilustra muy bien el experimento. Fíjate que algo tan simple como contar pases satura nuestra atención y hace que desaparezca una escena de nuestra mente, que no la retengamos en nuestra memoria. Aquí la reflexión que nos tenemos que hacer es cómo estamos viviendo, porque seguramente el modo en que estamos viviendo satura tanto nuestra atención continuamente que hace que nos dejemos mucha información por el camino.
Otra frase muy habitual es aquella de “lo tengo en punta de la lengua”. ¿Por qué se produce este no encontrar una palabra –cuando no media una patología, me refiero–?
Podemos imaginarnos que las palabras se almacenan en el cerebro siguiendo una estructura jerárquica, como las raíces de un árbol. Los procesos de acceso a este almacén de palabras son automáticos; uno no tiene que pensar en la palabra que tiene que decir cuando habla.
Todo lo que tiene que ver con los procesos cognitivos y su relación con la atención es muy susceptible a cualquier problema que pueda alterar la atención. La falta de sueño es un escenario perfecto para que la atención fracase
En ese proceso automático, si por “error” se activan dos palabras y compiten entre sí, no vamos a poder encontrar la palabra que estamos buscando; y entonces sucede que intentamos convertir un proceso automático en un proceso controlado: buscamos a voluntad la palabra. Y eso nunca sale bien, porque además el cerebro nos confunde. “Es una palabra que empieza por la letra p”. Y nunca es una palabra que empieza por la letra p. La mejor manera de que el problema desaparezca es dejar de buscar la palabra, dejar que el cerebro vuelva al modo automático.
¿La falta de sueño puede incrementar la incidencia de este tipo de sucesos (el no encontrar las llaves, el no encontrar palabras, el ir a un sitio y al llegar no recordar para qué habías ido…)?
Rotundamente sí. Todo lo que tiene que ver con los procesos cognitivos y su relación con la atención es muy susceptible a cualquier problema que pueda alterar la atención. Y precisamente la falta de sueño es un escenario perfecto para que la atención fracase. Todos hemos experimentado en esos días en que dormimos mal y descansamos poco cómo cognitivamente no estamos igual de bien. Y en realidad no lo estamos porque nuestro sistema atencional no está funcionando correctamente.
Y luego, de manera más reciente, hemos ido descubriendo también que el acto de dormir, entre muchas otras cosas, permite que el cerebro de algún modo se libre de sustancias tóxicas que se van acumulando durante el día y que ejercen un efecto negativo sobre su funcionamiento.
Olvidos y despistes: qué es normal y cuándo preocuparse
Este tipo de olvidos, ¿suele ser motivo de consulta?
Sí, y especialmente en personas relativamente jóvenes es una queja muy habitual. Y generalmente pasa en personas que trabajan, que tienen familia, que se ocupan de muchas cosas a lo largo del día, que están estresadas, que descansan mal… Eso es lo que se esconde tras muchas de estas quejas o preocupaciones por los olvidos.
Hay muchos otros factores que pueden explicar el desarrollo del deterioro cognitivo más allá de la edad
¿Dónde está la frontera entre la “normalidad” y la enfermedad neurodegenerativa?
Al final quien mejor ilustra esta diferencia es la exploración neuropsicológica, que es la que nos va a mostrar realmente por qué se están produciendo este tipo de fallos. Lo que sí es cierto es que en la mayoría de los casos que no son benignos, no hablamos de fallos puntuales y anecdóticos, sino que el olvido tiende a instaurarse, a no desaparecer, a darse de manera cotidiana en múltiples áreas del día a día. Ahí claramente hay que prestar atención a qué está sucediendo.
Normalmente asociamos el incremento de la incidencia de este tipo de “errores” a la edad. En el libro dices que normalizar el deterioro cognitivo como una característica natural de la edad es banalizarlo.
Sabemos que el envejecimiento naturalmente se asocia a un mayor riesgo de desarrollar determinadas enfermedades en las que la edad es un factor de riesgo, pero también sabemos que envejecer no es en sí mismo una enfermedad, de modo que atribuir al acto de envejecer la causa primaria de determinados problemas es un error conceptual. Cuando envejecemos es más probable en el campo de las enfermedades del cerebro que podamos desarrollar alguna de las muchas patologías relacionadas con la mente, pero hay muchos otros factores que pueden explicar el desarrollo del deterioro cognitivo más allá de la edad.
¿El deterioro cognitivo se puede evitar?
Hoy en día sabemos que todo lo que es controlar variables que contribuyen a una peor salud cerebral tiene un resultado importante en el pronóstico, tanto en la normalidad como en la patología. Eso tiene que ver con un estilo de vida activo, con una buena alimentación, con un buen descanso, etcétera.
Todo lo que es controlar variables que contribuyen a una peor salud cerebral tiene un resultado importante en el pronóstico, tanto en la normalidad como en la patología
Si tenemos la mala suerte de que nos toca alguna de las múltiples enfermedades neurodegenerativas que existen, no la vamos a poder evitar, pero sí que podemos mejorar el curso natural del proceso. Incluso en la enfermedad, haber llevado un estilo de vida saludable se relaciona con una evolución más lenta y benigna.
Sin embargo, vivimos en sociedades cada vez más sedentarias, más estresadas, con una peor alimentación… Se habla mucho de pandemia de obesidad y diabetes, ¿lo siguiente es una pandemia de demencias?
Por supuesto. De hecho, en nuestro campo ya hace tiempo que hablamos en estos términos. La incidencia de las enfermedades neurodegenerativas más frecuentes va in crescendo y claramente vamos a tener un problema de consecuencias catastróficas en los próximos años. Es una realidad a la que desgraciadamente se presta poca atención, pero quienes nos dedicamos a esto la estamos viendo llegar. Posiblemente necesitamos diseñar mejor las campañas de prevención en torno a estas enfermedades para mejorar la calidad de vida