Hepatitis
La tercera parte de la población mundial está infectada con algún virus de la hepatitis. Frenar el avance de esta enfermedad contagiosa está en nuestras manos. Para prevenirlo, hay aspectos que debes conocer.

Síntomas de la hepatitis

Por: Natalia Dudzinska Camarero

Bióloga, especialista en Microbiología Ambiental y Epidemiología

Por: Dr. Pablo Rivas

Especialista en medicina interna

Actualizado: 28 de junio de 2022

La hepatitis puede manifestarse de forma aguda o crónica. La forma aguda supone que la patología comenzará y desaparecerá rápidamente; si, por el contrario, se cronifica, la enfermedad perdurará en el tiempo, pudiendo desembocar en una insuficiencia hepática e, incluso, en la aparición de cáncer.

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La gravedad dependerá de diversos factores, entre ellos el agente desencadenante de la patología (causa), o la presencia de otras enfermedades previas en el paciente.

Los síntomas de hepatitis que pueden percibirse en los primeros momentos de la enfermedad (primeros 5-7 días tras la infección) son fácilmente confundibles con los de una gripe o cualquier otra enfermedad común; se observa:

  • Malestar general, cansancio y falta de concentración.
  • Febrícula (décimas) o fiebre de hasta 39ºC.
  • Dolor muscular y articular.
  • Dolor de cabeza.
  • Fotofobia (fobia a la luz).
  • Síntomas digestivos, falta de apetito, náuseas, vómitos y diarreas.
Mujer con dolor en el costado

Tras esa primera semana en la que se aprecian síntomas poco específicos, comenzarán a aparecer otros que empiezan a ofrecer pistas sobre el origen de la patología:

  • Ictericia, apariencia amarillenta de la piel y las mucosas, fácilmente apreciable en la esclerótica del ojo. La ictericia ocurre por un aumento de bilirrubina en la sangre. En un hígado inflamado se producirá una alteración en las funciones enzimáticas, entre las cuales está la de disolver la bilirrubina para permitir su excreción como parte de los jugos biliares.
  • Orina de color oscura y heces decoloradas o teñidas, como consecuencia de un trastorno en la circulación hepática.
  • Mal aliento, sabor amargo en la boca.
  • Picor.
  • En ocasiones se produce dolor abdominal, en el lado derecho o en el izquierdo, dependiendo de si este dolor proviene del hígado o del bazo.
  • Cirrosis, fibrosis del tejido hepático (depósito de fibras de colágeno), que tiene como consecuencia una alteración en la morfología del órgano y en la irrigación sanguínea del mismo.

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La inflamación puede desaparecer por sí sola, pero si, por el contrario, perdura y se cronifica, puede originar un fallo hepático:

  • Fallo hepático agudo o fulminante: caracterizado por la disminución de la producción de determinadas proteínas (como la albúmina y algunas proteínas implicadas en la coagulación), y por el desarrollo de encefalopatía hepática, que implica cambios en los patrones de sueño, confusión, alteraciones en la motilidad, e incluso coma.
  • Fallo hepático crónico: suele darse previa aparición de un cuadro cirrótico.

En algunos casos puede ocurrir que el paciente se encuentre totalmente asintomático, o que presente síntomas de hepatitis muy leves que no hagan sospechar de un problema hepático; esto ocurre en numerosas ocasiones en personas infectadas con el VHA.

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