Walter Riso

Psicólogo y autor de 'Desapegarse sin anestesia'
El afamado psicólogo Walter Riso nos propone en 'Desapegarse sin anestesia' las claves para alcanzar una vida libre de dependencias emocionales, presentes en las relaciones de pareja, el trabajo o Internet.
Walter Riso

El reconocido psicólogo Walter Riso nos atiende para hablarnos de cómo 'Desapegarse sin anestesia'.

“El apego es la incapacidad de renunciar a un deseo, aún cuando sabes que debes hacerlo porque tu salud mental o tu bienestar se ven perjudicados”

30 de abril de 2013

Liberarnos emocionalmente y conseguir una existencia feliz y sin ataduras. Es la propuesta del psicólogo y escritor italo-argentino, Walter Riso. Tras cosechar un éxito mundial con varias publicaciones centradas en las relaciones de pareja y la autoestima, en su nuevo libro ‘Desapegarse sin anestesia’ (Ed. Planeta/ Zenith) nos muestra cómo los problemas en las relaciones personales y síndromes como la adicción al trabajo o a las nuevas tecnologías se atajan desde un estadio anterior: el apego. A través de la psicología cognitiva y la filosofía budista es posible comprender, según Riso, que hay que desprenderse de todas las dependencias emocionales que “nos restan energía y bienestar”, para fortalecer nuestra libertad interior y alcanzar así una existencia libre y saludable.

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Desapegarse sin anestesia

Cómo desapegarse de lo que nos perjudica

“Desapegarse sin anestesia” gira en torno a la idea de que el apego se convierte en un obstáculo para nuestra estabilidad emocional, por lo que recomienda deshacerse de él. Parece fácil, pero ¿cómo reconocemos ese apego?

Existen multitud de formas. El apego es un vínculo obsesivo que podemos establecer con un objeto, una persona o una idea. Cuando consideras que algo es imprescindible, que no vas a ser capaz de renunciar a ello, estás apegado. Se define, por tanto, como la incapacidad de renunciar a un deseo, aún cuando sabes que debes hacerlo porque tu salud mental o tu bienestar se ven perjudicados. Ese apego dependerá de la personalidad y de otros factores, como la educación y el sexo: la mujer es cinco veces más propensa a depender emocionalmente, especialmente del amor, por ejemplo. En cambio, los hombres son diez veces más susceptibles a apegarse a la sexualidad.

En general, cuando te pega, cuando estás ya enganchado a las cosas materiales o a las cosas emocionales, las dos son igualmente fuertes. Es muy difícil saber si te va a doler más desprenderte del yate al que estás apegado, o que te quiten un amigo. Aparentemente, debería molestar más el amigo, pero la fuerza del apego funciona exactamente igual en ambos casos.

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Las relaciones de pareja son una de las principales fuentes de apego. En el libro usted afirma que “la libertad no se negocia”. ¿Cuándo podríamos decir que una relación de pareja se vuelve enfermiza?

Cuando la otra persona te empieza a hacer demasiada falta. Necesitas hablar con ella constantemente, empiezas a sentir un deseo insaciable de estar con ella y pierdes el autocontrol. El impulso te empuja a que la llames, que la busques, empiezas a sentirte mal, no sientes que la vida no tiene el mismo sentido sin ella, que no puedes ser tan feliz. Te sientes desprotegido, solo… Cuando alguien cumple todas estas características, se convierte en una persona dependiente. “No puedo ser feliz sin ti. Me siento inseguro sin ti. Sólo tú le das sentido a mi vida”: estas tres frases juntas son mortales.

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¿Cómo evitamos esa dependencia emocional con la pareja?

Cuando decimos “yo necesito a mi pareja” es porque nos mueve una carencia: tienes un vacío y lo quieres llenar con otra persona porque ella es quien te ayuda a resolver los problemas, se convierte en funcional para tus déficits. La pareja funciona entonces en cierto sentido como un terapeuta. Debemos entender una diferencia: no es lo mismo necesitar que preferir. Preferir es elegir; ese es el primer paso importante: entender que no todo en el amor es sentimiento, que también están presentes en el amor la elección y la voluntad. Ante la dependencia emocional, lo primero que hay que hacer es empezar por hacerse cargo de sí mismo, hay que tener un autogobierno. Es bueno empezar a salir solo, a tener amigos propios, un espacio solo tuyo. “Ya no te necesito, te prefiero. Estar contigo está bien pero esto no va a hacer que yo pierda la capacidad para disfrutar la vida y del mundo como me dé la gana” es un buen pensamiento. Esto conlleva, “si me hicieras falta, me dolería. Pero puedo salir adelante igual”.

Lo primero que hay que hacer es empezar por hacerse cargo de sí mismo, hay que tener un autogobierno

¿Qué pensamientos deberíamos generar para tener confianza en uno mismo y poder conseguir esa independencia emocional?

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Lo más importante es tener en cuenta cuáles son tus propios principios. Aprender a indignarse cuando alguien o algo los viola. Esos principios y valores propios no son negociables. Una vez que tienes claro cuáles son esos valores fundamentales, vas a actuar de modo coherente hacia ellos. El pensamiento es: “no voy a negociar con mis principios: voy a ser digno”. Para Aristóteles, la dignidad era la “ira ante la injusticia”. “Eso o esa persona no va bien conmigo, va en contra de mis principios”. No hay que arrodillarse nunca psicológicamente. Ahí es cuando empiezas a hacerte cargo de ti mismo, a ese pensamiento lo llamamos autoeficacia.

Atados al trabajo o a los hijos

La adicción al trabajo también puede convertirse en una fuente de apego que deriva en cambios de conducta. ¿A partir de qué momento debemos preocuparnos?

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La gente que es adicta al trabajo trabaja 14 o 16 horas diarias y cree que su vida profesional es lo más importante, por encima de su familia o amigos. Se produce entonces una absorción total y obsesiva y la persona deja de desarrollarse en otras áreas. Son características propias de lo que en terapia cognitiva llamamos “personalidad de tipo A”: personas competitivas, que viven por y para trabajar, que sufren cuando tienen que descansar porque piensan que no están produciendo. Detrás de la adicción al trabajo también puede estar la necesidad de aprobación dentro de la empresa, la búsqueda del poder, de prestigio, de una mejor posición social o un apego al dinero. Se trata de una adicción muy fuerte que, además, cuenta con la connivencia social, porque el trabajo se considera un valor positivo. Tan sólo un evento crítico o límite, como la muerte de un hijo, por ejemplo, consigue que las personas con este tipo de adicciones sin droga reaccionen. En este sentido, podemos decir que la crisis actual le ha servido a mucha gente para desapegarse de cosas superfluas. Es una de las consecuencias positivas que también conlleva toda crisis. 


La crisis actual le ha servido a mucha gente para desapegarse de cosas superfluas

“Siempre les puede pasar algo” o “yo soy la responsable si algo malo les ocurriera”. Son dos pensamientos muy comunes en muchas madres sobre sus hijos. ¿Puede convertirse esta sobreprotección de los hijos en un apego destructivo que afecte a la estabilidad psicológica?

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La sobreprotección siempre genera mucha ansiedad en quien la ejerce. Si yo soy un padre sobreprotector voy a sufrir mucho porque necesito tener la certeza –lo cual ya es apego– de que a mi hijo no le va a pasar nada. Esa certeza no la tendremos nunca. Con el apego a este pensamiento sometemos al niño a una serie de normas de protección y vigilancia que le afectan enormemente. Un niño con padres sobreprotectores será un niño ansioso, con baja autoeficacia y que probablemente desarrolle estilos de apego fuertes cuando crezca. En la educación, es necesario marcar a los niños cuáles son los límites sin sentirse culpable. Más que soltar al niño, somos los padres los que debemos liberarnos del miedo y de la culpa que muchas veces sentimos sobre ellos.

Un niño con padres sobreprotectores será un niño ansioso, con baja autoeficacia y que probablemente desarrolle estilos de apego fuertes cuando crezca

Cuando los hijos se hacen mayores y empiezan a “hacer su vida” y se independizan, muchas madres –especialmente las que no trabajan fuera de casa– sufren lo que se denomina ‘síndrome del nido vacío’. ¿Qué pueden hacer para prevenir esa situación o salir de ella?

Cuando aparece este síndrome es porque ha habido una fuerte historia de apego de las madres con sus hijos. Muchas de ellas solo se realizan a través de los hijos, se definen a través de ellos. Es como si ellas no vivieran su propia vida y lo hicieran exclusivamente a través de la de sus hijos. Ese tipo de relaciones generan mucha dependencia: cuando se marchan sus hijos sufren mucho, algo parecido a una separación. En muchas ocasiones hay que tratar estos casos porque suelen generar una fuerte depresión. Pero no es un síntoma común a todas las madres. Algunas incluso saltan de alegría porque sus hijos se van de casa: “ya puedo pensar en mí, ya tengo mi espacio, mi tiempo. Ya puedo realizarme en muchas cosas que no podía anteriormente.” Ese es el pensamiento desapegado.

Enganchados a la red

Uno de los temas de actualidad que más preocupa y al que hace mención en su libro como un tipo de apego es la adicción a Internet, especialmente en adolescentes. ¿Cómo se puede prevenir este problema?

Debemos empezar a preocuparnos cuando la misma gente que te rodea en casa te dice: “pasas demasiado tiempo en Internet”. A partir de cinco horas al día ya es demasiado. Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, mucha gente supera diariamente esa cifra. La dependencia a las nuevas tecnologías empieza a ser preocupante cuando la persona pierde el contacto con la realidad y no disfruta con ella. Los amigos y relaciones virtuales superan a las reales, la mayoría de sus actividades son a través de la red, prefiere estar conectado a salir a la calle.

La adicción a las nuevas tecnologías deriva en un ‘síndrome de espera’: todo debe ser en el momento, no somos capaces de esperar porque en Internet todo es inmediato, instantáneo

Un síntoma muy claro es cuando se cae el servidor o estamos en un sitio sin red: el adicto a Internet no sabe qué hacer, está desorientado. Todo ello conduce a lo que se denomina ‘síndrome de espera’: todo debe ser en el momento, no somos capaces de esperar porque en Internet todo es inmediato, instantáneo. Se genera un apego muy fuerte a la velocidad, a la inmediatez, al yaísmo.

Existen numerosos casos de jóvenes con ansiedad o fobia social que se apegan muy fácilmente a las nuevas tecnologías porque no tienen que enfrentarse a la gente cara a cara. A través del anonimato de la red pierden ese miedo social, al mismo tiempo que empeora su fobia a tratar con personas de carne y hueso. La conversación, la comunicación y dar ejemplo son los mejores consejos. Nunca prohibir, cuánto más lo hagamos, más tentador será para el adolescente conectarse.

¿Es posible desconectarse en pleno siglo XXI?

Hoy en día Internet es imprescindible. Si eres adicto a una droga física el problema se ataja eliminando el deseo, la adicción. En el caso de Internet, una adicción sin droga, al paciente no le puedes decir “olvídate de Internet, no lo uses” porque está presente en nuestro día a día. Es como decirle a un fumador: “fuma, pero sólo un poquito. No dejes del todo el cigarrillo, puedes ser fumador social”. La adicción a las nuevas tecnologías se presenta, en este sentido como uno de los síndromes más difíciles para tratar en la actualidad.

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