Síndrome de Estocolmo: cómo evitar empatizar con el maltratador
Actualizado: 29 de noviembre de 2024
Cuando una persona se ve sometida a situaciones de violencia físicas o psicológicas o cautiverio es normal que experimente sentimientos de miedo y rechazo hacia su agresor. Sin embargo, algunas víctimas, además del temor a sus agresores, desarrollan afecto y otros sentimientos positivos hacia los mismos. Esto es lo que descubrió Nils Bejerot en 1973 tras observar cómo aparecía una vinculación afectiva entre los rehenes y los captores de un banco de Estocolmo, un fenómeno que comprobó que también se producía en otras circunstancias y que bautizó con el nombre mundialmente conocido de síndrome de Estocolmo.
Qué es el síndrome de Estocolmo y cómo detectarlo
Si bien Bejerot pensaba que este fenómeno aparecía en todas las víctimas y sus agresores, gran parte de la población científica no sostiene esta generalización, ya que consideran que no se da en todas las circunstancias, e incluso lo definen como un mito. De hecho, la literatura científica indica que la aparición de este síndrome es poco probable y que está prácticamente reducido a casos de secuestro, siendo prácticamente inexistente en otro tipo de situaciones como la violencia psicológica o física, o la violencia de género, en donde el síndrome de Estocolmo puede confundirse con la culpa y el miedo.
En estos casos, es frecuente que la persona sometida a violencia del tipo que fuera (tanto física, como psicológica) sienta temor por las repercusiones que sus actos puedan tener en la conducta del agresor. Por ello, adoptan un comportamiento sumiso y complaciente. También es frecuente que, en lugar de miedo, estas personas desarrollen sentimientos de culpa y confusión, muy frecuentemente derivados de la manipulación emocional que el agresor puede ejercer sobre ellos.
No debemos confundir el miedo, la confusión o la culpa con los sentimientos de afecto y agradecimiento que pueden estar sintiendo las personas con síndrome de Estocolmo hacia sus agresores. No obstante, como veremos más adelante, en algunas ocasiones sí que se observan reacciones emocionales similares al síndrome de Estocolmo en relaciones tóxicas y en situaciones de abuso psicológico.
Signos para identificar el síndrome de Estocolmo
Para algunos psicólogos el síndrome de Estocolmo forma parte de la sintomatología de un estrés postraumático complejo en donde se idealiza al agresor, si bien otros lo consideran algo transitorio fruto de una reacción puntual a un evento traumático. Lo que sí está claro es que este síndrome se caracteriza por una serie de síntomas que debes reconocer para que puedas identificarlo, como:
- Sentimientos positivos (por ejemplo, afecto, empatía, admiración, agradecimiento) de las víctimas hacia sus agresores.
- Tendencia por parte de la víctima a justificar o no dar importancia a lo que hacen sus agresores, llegando incluso a culparse ellas mismas de lo que está ocurriendo.
- También es posible que interpreten la conducta de los agresores como formas de amor y cuidado hacia ellas, lo que les hace creer que no pueden vivir sin ellos y las hace sentirse agradecidas. Esto mantiene la situación de abuso, incrementando la probabilidad de aparición de trastornos psiquiátricos que casi siempre desarrollan este tipo de víctimas, como depresión, trastorno por estrés postraumático y problemas de ansiedad.
- Sentimientos positivos del agresor hacia su víctima. También se observan reacciones emocionales positivas en los agresores hacia sus víctimas de manera recíproca. Esto hace que ambos muestren rechazo hacia las figuras o la autoridad que intenten romper el vínculo entre ellos.
Aunque el síndrome de Estocolmo se asocia especialmente a situaciones de cautiverio o en las que la víctima es capaz de sobrevivir gracias a los “cuidados” que le proporciona su agresor, mi experiencia clínica me ha permitido observar reacciones similares al síndrome de Estocolmo en otras circunstancias de violencia cotidiana. Me refiero especialmente al caso de los malos tratos, especialmente los psicológicos, o en aquellas personas que sufren “luz de gas” en los que la víctima completamente manipulada y confundida por su agresor, desarrolla empatía hacia él y un sentimiento de culpa que hace que, lejos de romper la relación, se sienta más conectada aún y justifique su comportamiento.
Por eso, en las relaciones de convivencia tóxicas no es extraño encontrar síntomas relacionados con el síndrome de Estocolmo. Además, a consecuencia de dichas justificaciones es frecuente que la víctima se sienta merecedora del trato que recibe y que desarrolle un importante malestar emocional que cursa con problemas psicológicos como baja autoestima, rabia, depresión, trastornos de ansiedad, trastorno disociativo y trastorno límite de la personalidad. Inclusive, algunas personas sometidas que han sufrido síndrome de Estocolmo acaban usando una identidad falsa e inventan su historia.
Causas del síndrome de Estocolmo
Algunos autores han explicado el síndrome de Estocolmo aludiendo a causas evolutivas, debido a que se encontraron respuestas similares en especies distintas de primates en lo que respecta a las emociones de afecto con los agresores, que se mantenían después de ser liberados. Estas reacciones que también se han observado en humanos, son denominadas por Bejerot como un “efecto lavado de cerebro” del agresor a la víctima haciéndola sentir indefensa y sometiéndola. Este hecho hace que la necesidad de sobrevivir sea más fuerte para las víctimas que el odio hacia el agresor.
Sin embargo, para que aparezca síndrome de Estocolmo se deben dar una serie de condiciones. La primera es que la víctima lo sea durante un período significativo de tiempo. Por otro lado, es necesario que víctima y agresores estén en contacto personal continuo. Finalmente, es preciso que los agresores traten de forma “amable” a sus víctimas.
La teoría de Graham es una de las más influyentes sobre el síndrome de Estocolmo. Es una teoría universal sobre el abuso interpersonal crónico, según la cual el síndrome de Estocolmo se basa principalmente en el vínculo que desarrolla la víctima con el agresor, y en una ley basada en la psicología del aprendizaje en la que mediante estudios experimentales se ha demostrado que un animal que ha aprendido a responder a un estímulo tendrá la misma respuesta frente a estímulos distintos del inicial si se parecen a este (generalización del aprendizaje).
Esta ley explica por qué se producen las mismas respuestas a otra persona o grupo que no sea el agresor si también muestran abuso o bondad hacia la víctima y ésta percibió esas mismas manifestaciones con el primer abusador, motivo por el cual las víctimas pueden repetir la misma historia con diferentes abusadores.
Por otro lado, teniendo en cuenta las necesidades y emociones que subyacen al síndrome de Estocolmo, existen otras teorías que lo explican como un “síndrome de identificación de supervivencia”, “síndrome de sentido común” o simplemente “de transferencia”. Estas teorías sostienen que la víctima asustada necesita seguridad y protección, lo que le conduce a obviar el lado negativo del agresor y empatizar con él. Para ello, su mente se vale de diferentes estrategias para “engañarse”, como la interpretación distorsionada de la realidad, o la negación, minimización o justificación-racionalización del abuso o agresión.
Finalmente, algunos estudios señalan rasgos de personalidad que hacen más vulnerable a la víctima para padecer síndrome de Estocolmo, como:
- Carencia de valores que definan su identidad.
- Una personalidad débil.
- La ausencia de un propósito vital.
- La creencia irracional de que la vida está controlada por otros más fuertes.
- Una gran necesidad de aprobación.
Cómo actuar ante el síndrome de Estocolmo
Las personas que sufren síndrome de Estocolmo no se pueden valer de consejos, urge que acudan a un especialista. Como hemos señalado, los afectados no son conscientes de que lo están sufriendo. Por ello, los consejos están destinados a las personas que están al lado de quienes lo padecen, aunque si sufres un síndrome de Estocolmo incipiente o leve también pueden ayudarte. Estas son algunas recomendaciones que puedes seguir con una persona que sufre síndrome de Estocolmo:
- No muestres enfado y escucha a la persona sin cuestionarla.
- No la contradigas respecto a los sentimientos y afectos positivos que siente por su agresor. En su lugar, háblale del impacto emocional que observas en ella cuando está a su lado.
- Háblala con afecto y cariño e intenta que no se aleje de ti.
- Evita que se aísle manteniendo un contacto continuado con ella.
- Anímala a hacer cosas sin su agresor, ya que éste se vale de la proximidad física y de su empatía. Si consigues que tenga vida más allá de él/ella podrá tomar perspectiva de su situación.
- Háblale de todas las cosas valiosas que hace (probablemente la víctima no las vea), muéstrala que confías en ella y ayúdala a no tener miedo de salir de la situación.
- Si consigues que se aleje del agresor, háblale del “contacto cero”, que significa que no debe contactar por ninguna vía con él o ella porque en un nuevo contacto es muy probable que vuelva a seducirla.
- Anímala a ir a un especialista haciéndola ver que no se encuentra bien, pero sin hablarle necesariamente mal de su agresor. Idealmente, el tratamiento debe iniciarse desde un lugar seguro para el paciente. Su objetivo es ayudarle a recuperarse alejándose del agresor y la situación que vivió con él, desarrollando una nueva rutina que le proporcione bienestar físico y psicológico. Además, se ayudará a la víctima a controlar las secuelas emocionales causadas por la situación vivida y a mejorar su autoestima.
Creado: 29 de noviembre de 2024