Amanda Rodríguez-Urrutia

Médico psiquiatra en el Servicio de Salud Mental del Hospital Vall d’Hebron y autora de ‘Siente lo que comes’
La salud mental empieza en el sistema digestivo. La Dra. Rodríguez-Urrutia, psiquiatra, explica cómo cuidar la microbiota intestinal con una dieta adecuada para tratar y prevenir patologías mentales como la depresión o la ansiedad.
Amanda Rodríguez-Urrutia
“Indagando sobre qué pasa en la microbiota y en la permeabilidad intestinal los psiquiatras podemos empezar a tirar del hilo para mejorar, o incluso prevenir, ciertos trastornos mentales”

17 de marzo de 2022

Sabemos que ciertos hábitos, como llevar una alimentación equilibrada, dormir bien, hacer ejercicio, prevenir el estrés o afrontarlo de la mejor manera posible, gestionar las emociones y tener unas buenas relaciones sociales, entre otros, benefician nuestra salud física y psicológica pero es que, además, todo esto afecta al equilibrio de nuestra microbiota intestinal –el conjunto de microorganismos que habita nuestro intestino–, un factor clave para tratar, e incluso prevenir, trastornos mentales como la depresión o la ansiedad, como explica la Dra. Amanda Rodríguez-Urrutia, médico psiquiatra e investigadora, que trabaja en el Servicio de Salud Mental del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, y acaba de publicar Siente lo que comes. Emociones, alimentación y la extraordinaria conexión mente-intestino (Diana Editorial). Esta experta en el ámbito de la psiquiatría psicosomática nos cuenta cómo podemos cuidar la microbiota, porque la salud de la mente empieza en el sistema digestivo.

PUBLICIDAD


Tú eres doctora en psiquiatría, ¿por qué has decidido escribir un libro sobre cómo influye la salud del intestino en la salud mental?

Amanda Rodríguez-Urrutia, autora de ‘Siente lo que comes’

Este libro salió un poco por casualidad, porque me hicieron una entrevista en un periódico y me enamoró la editora, fue un feeling personal y pensé que estaría bien contarle a la gente de forma sencilla aquello sobre lo que llevo años trabajando. Me parece muy bonito compartir lo que uno sabe, que no es que lo sepa yo, sino que lo dice la ciencia y yo solo soy un medio para transmitir esos hallazgos. El mérito es del montón de científicos que están estudiando cada día los microorganismos y el cerebro.

Nuestro hándicap como psiquiatras es que el cerebro es poco conocido, incluso hoy en día, porque podemos hacer una biopsia en el hígado o en el intestino, pero no podemos hacer una biopsia del cerebro. Por ello, necesitamos saber qué pasa en el resto del cuerpo para intentar averiguar cómo está el cerebro.

PUBLICIDAD

Además de los que comemos, ¿qué otros factores pueden alterar el equilibrio de nuestra microbiota?

Aparte de lo que comemos el equilibrio de nuestra microbiota depende de muchos factores: de si dormimos bien, del estrés asociado a la vida que llevamos, de si nos exponemos a la luz solar o no, de si tenemos a nuestro lado a gente que nos quiera…, es decir, que la microbiota está relacionada con todo lo que tiene que ver con nuestra vida en todos los aspectos.

Eso es un poco el cambio de paradigma de lo que supone el microbioma humano, que hasta hace poco no lo conocíamos y nos parecía algo de menor importancia, y ahora vemos que está conectado con nuestras funciones básicas: comer, dormir, tener relaciones sexuales, relaciones vitales, nuestro trabajo…, con todo.

PUBLICIDAD

Dicho así, casi asusta, porque te das cuenta de que cualquier cosa que hagas mal, o que debieras hacer y no haces, puede afectar al equilibrio de tu microbioma…

Pero no está relacionado para mal, y además hay que ser cautos en las informaciones que damos. Yo soy médico, trabajo en investigación, y en ciencia se dan pasitos pequeñitos y de cada piedra que ha ido aportando cada investigador un día uno descubre cuál es más importante. Y es verdad que en los últimos años el microbioma humano ha generado un cambio de paradigma con relación a cómo abordamos la etiología de las enfermedades, cómo las tratamos, cómo podemos mejorarlas…

La dieta es el factor modificador de la microbiota más importante, pero no a todo el mundo le va bien ni la misma dieta, ni el mismo tipo de alimentos

Y es importante decir sin miedo que, si no duermes bien, tu microbiota se altera, o que la polución –que en una parte del libro hablamos también de los contaminantes ambientales–, lo que estamos haciendo con el ecosistema, nos afecta. Y, sin caer en el dramatismo, ofrecer esta información para intentar solucionarlo entre todos, porque la salud no solo depende de los médicos, y una parte importante de lo que supone nuestro bienestar lo podemos conseguir por nosotros mismos si somos conscientes de todo esto.

PUBLICIDAD

Y modificar aquellos factores que esté en nuestra mano cambiar, supongo.

Exacto. Sin necesidad de hacer grandes cambios, porque hay pequeñas cosas que mencionamos en el libro que creo que cada uno de nosotros podemos hacer por nuestra salud, pero, si no lo conocemos, no lo podemos modificar. Por poner un ejemplo sencillo, si alguien no sabe que tomar 10 minutos de sol al día le va a generar un impacto positivo en su salud, porque además de muchas otras cosas sus huesos van a estar mejor y su microbiota también, es probable que no adopte este hábito.

Cómo influye la dieta en la microbiota

¿Hay alimentos que sean buenos para todos, o es necesario personalizar el tipo de dieta para mejorar nuestra microbiota?

Esto es súper importante, esta pregunta me encanta porque, al final, “café para todos” no existe. Como médico a veces veo que hacemos el gran titular: “esto es bueno para todos y en todo momento”, y hay que ser prudentes al respecto. La dieta es el factor modificador de la microbiota más importante, pero no a todo el mundo le va bien ni la misma dieta, ni el mismo tipo de alimentos, en el sentido de que si tienes un problema médico debes consultarlo con un especialista –un gastroenterólogo, un nutricionista– que te indique lo que te puede ir bien si, por ejemplo, tienes un intestino irritable.

PUBLICIDAD

Alimentación saludable

Lo que a tu vecino le va bien, a ti no. Y es que a veces la gente dice “es que a mí me dijo mi vecina, o mi amiga, que se está tomando no sé qué complejo vitamínico, o que sigue la dieta FODMAP”, que ahora es famosa porque hay gente que la usa para combatir el intestino irritable, pero si tú no tienes ese problema igual esa dieta no te va bien.

Con la edad nos inflamamos sin estar enfermos, ya que el envejecimiento lleva asociado un proceso de inflamación corporal, y eso tiene implicaciones en la dieta

Cada persona tiene unas necesidades concretas y eso el médico lo debe personalizar. Y cada uno debe entender también qué es lo que le sienta mal. A nivel individual tenemos que ser proactivos en el cuidado de nuestra salud porque el médico tiene información, es el experto, pero la salud es algo compartido entre alguien experto en la información y en ciencia, y alguien experto en su cuerpo, que es el paciente.

PUBLICIDAD

Por eso no hay que generalizar, aunque, como explico en el libro, ciertas cosas sí, como la dieta mediterránea, porque a todo el mundo le pueden sentar bien unos alimentos concretos que incluye, pero hasta en este caso hay aspectos que igual a cierto tipo de personas con determinadas dolencias o fragilidades no les van a beneficiar.

Eso dependerá también de la edad que tengas, ¿no? Porque los nutrientes que necesita un niño no serán los mismos que necesita una persona anciana o una mujer embarazada…

Absolutamente. Y además la edad influye porque incluso estando sano la microbiota cambia a lo largo de la vida, y no necesariamente porque enfermemos. La microbiota de un niño de un año es totalmente diferente a la de un anciano, y de hecho eso tiene muchas implicaciones.

Con la edad nos inflamamos sin estar enfermos, ya que el envejecimiento lleva asociado un proceso de inflamación corporal, y eso tiene implicaciones en la dieta. La gente de 70 años come diferente porque muchas veces no tiene todas las piezas bucales, porque le cuesta más tragar, porque se mueve menos y como consecuencia necesita menos ingesta calórica… Por eso también hablamos de la visión longitudinal de la salud, y no podemos generalizar porque la gente tiene diferentes necesidades a lo largo de la vida.

Aunque la obesidad se produce porque la ingesta calórica es superior al gasto energético, hay personas delgadas que comen mucho y no hacen ejercicio, y se ha comprobado en ratones que la composición de la microbiota influye en la ganancia de peso. ¿Se podría prevenir o corregir la obesidad alterando la microbiota de los afectados?

Yo me dedico a tratar a personas con obesidad mórbida que van a entrar en el proceso de cirugía bariátrica, a las que les hacemos una evaluación psiquiátrica previa, y aunque no disponemos de muchos estudios al respecto, hay literatura que señala que posiblemente las personas obesas que se someten a la cirugía bariátrica mejoren porque esta intervención quirúrgica cambia su microbiota, produce un cambio microbiano que hace que probablemente disminuya su impulso para comer.

Y yo creo que una de las vías importantes en el tratamiento de la obesidad es la modificación de la microbiota. Y en ratones se ha visto, por ejemplo, que trasladar la microbiota de ratones obesos a ratones delgados hace que estos últimos inmediatamente empiecen a generar conductas de obesidad. Esto me parece un hallazgo brutal, lo que pasa es que estamos en fases muy preliminares y aún no podemos hacer recomendaciones sólidas, pero la investigación está apuntando hacia esa dirección.

Creo que una de las vías importantes en el tratamiento de la obesidad es la modificación de la microbiota

Es difícil investigar la microbiota, entre otras cosas, porque no es fácil conocer lo que come la gente y cuando le pasas un cuestionario de dieta a alguien no recuerda lo que comió hace tres días, o las cantidades exactas de cada alimento. A mí me lo han hecho porque yo he sido control sano y tampoco me acordaba.

Problemas gastrointestinales y salud mental

Dices en tu libro que una enfermedad mental puede empezar en un desequilibrio en el sistema gastrointestinal. ¿No se debería entonces indagar en los posibles desequilibrios gastrointestinales cuando una persona empieza a manifestar síntomas de un trastorno mental?

Sí, sí, totalmente. De hecho, es a lo que me dedico. Soy de poco titular, porque soy médico, muy científica, y me gusta el rigor, pero lo que yo transmito a los psiquiatras de mi servicio y al instituto de investigación donde trabajo es que hay que salir del cerebro e ir al intestino, ver qué pasa con la permeabilidad intestinal, con la microbiota, con la inflamación sistémica…, porque si nos quedamos solo en el cerebro…, así va la psiquiatría. Llevamos 30 o 40 años de psiquiatría biológica y no hemos avanzado prácticamente nada, porque nos hemos quedado en dianas muy concretas del sistema nervioso central y cuando una persona enferma, cuando alguien tiene una depresión, es todo el cuerpo el que está deprimido.

Lo que yo transmito a los psiquiatras e investigadores es que hay que salir del cerebro e ir al intestino, ver qué pasa con la permeabilidad intestinal, con la microbiota, con la inflamación sistémica…

Cuando alguien está deprimido y dice “me duele el pecho, se me hace un nudo en el estómago, no tengo apetito, me tiembla el cuerpo…”, es un tema corporal y por eso hablamos de la conexión, de que todo está conectado. No podemos ir separando cerebros y cuerpos. Yo estoy todo el día conectando cerebros con cuerpos en mi trabajo y por ello creo que es fundamental que los psiquiatras salgamos del cerebro y vayamos a dianas sistémicas para ver qué está pasando en el cuerpo, y posiblemente indagando sobre qué pasa en la microbiota y en la permeabilidad intestinal podamos empezar a tirar del hilo para mejorar, o incluso prevenir –fíjate lo que te digo–, ciertos trastornos mentales.

Hablas también de los psicobióticos, ¿qué son y para qué estarían indicados? ¿Se ha comprobado ya su efectividad en la prevención o el tratamiento de alguna enfermedad?

Los psicobióticos no dejan de ser probióticos, sustancias vivas que se ingieren en cantidades adecuadas para proveer a ese individuo de un bienestar en su salud, pero en el caso de los psicobióticos en concreto ese bienestar impacta en la salud mental. Es decir, son sustancias vivas que ingeridas en una situación concreta, en un timing concreto, generan un beneficio a la salud mental.

Cuando alguien está deprimido y dice “me duele el pecho, se me hace un nudo en el estómago, no tengo apetito…”, es un tema corporal y por eso hablamos de la conexión, de que todo está conectado

Básicamente estaríamos hablando de psicobióticos en lo que tiene que ver con lactobacillus y bifidobacterias, que son los dos grandes psicobióticos que se estudian actualmente y sobre los que tenemos algunos estudios –no muchos– que nos permiten hacer aseveraciones. Yo ya los uso en consulta. Estaríamos hablando sobre todo de trastornos depresivos y ansiosos, que es donde más se ha investigado. Y van bien. De momento se recomiendan en conjunto con un tratamiento antidepresivo, por ejemplo, pero en depresiones menores o ansiedades menores también se pueden usar solos.

¿Los tiene que recetar un médico, o es algo que puedas adquirir por tu cuenta en establecimientos especializados?

La gente se puede comprar un psicobiótico sin receta; vas a la farmacia y allí te encuentras un auténtico arsenal de productos probióticos, y a mí me gustaría señalar que no todo vale, porque son sustancias vivas que ingieres y si no está bien indicado y tienes algún tipo de dolencia que sea leve, puede empeorar tu estado de salud.

La gente toma complejos vitamínicos, pero si no tienes un déficit vitamínico te puedes gastar 20 o 30 € en un complejo vitamínico que te va a hacer poco. En estudios se ha comprobado que en gente sana determinadas intervenciones no son efectivas; tampoco te hace mal, simplemente te gastas el dinero. Por ejemplo, tengo pacientes que son chicas jóvenes que toman complejos vitamínicos que llevan hierro, y el hierro estriñe, y si tú estás bien de hierro y tomas un suplemento, irás mal de vientre. No es un drama, pero hay que ser prudente.

Los psicobióticos son sustancias vivas que ingeridas en una situación concreta, en un 'timing' concreto, generan un beneficio a la salud mental

Ahora hay una especie de furor sobre tomar todo tipo de complejos vitamínicos, y esto no tiene mucho sentido. Hay que ser un poco riguroso y comprobar primero si los necesitas. Y si tú estás sano y no necesitas un probiótico, no hace falta que lo tomes.

En el caso de trastornos de tipo emocional como la depresión, la ansiedad, e incluso el estrés crónico, ¿se podrían utilizar los alimentos para reforzar el tratamiento médico o psicológico de estos pacientes?

Eso ya me gusta más. Yo creo que la dieta es uno de los grandes agujeros negros que tiene la psiquiatría y que los psiquiatras nos hemos dedicado poco a la dieta de nuestros enfermos y hemos caído un poco en medicalizar.

La dieta es fundamental y hay alimentos que ya sabemos que la ciencia dice que son antidepresivos –y permíteme un poco el concepto este para que se entienda– porque tienen propiedades antiinflamatorias, propiedades de protección de la barrera intestinal, y eso propicia una mejora del estado de la ansiedad, y hay estudios en esa línea. Así, ciertos alimentos que englobaríamos dentro de la dieta mediterránea –y que en el libro entramos en más detalle sobre qué tipo de alimentos son– nos propiciarían un buen tratamiento, incluso para un estado depresivo.

Hay alimentos que la ciencia dice que son antidepresivos porque tienen propiedades antiinflamatorias, de protección de la barrera intestinal, y eso propicia una mejora del estado de la ansiedad

Hay toda una sociedad europea de psiquiatría nutricional que está por la labor de empezar a hacer cosas a gran escala en las que todos los médicos se interesen por la dieta de sus enfermos, no solo endocrinos o gastroenterólogos, sino incluso los pediatras cuando llevas a tus hijos a la visita. Los psiquiatras nos hemos dedicado poco a esto y creo que hay que hacer más hincapié en ello porque nuestros pacientes comen fatal; una persona deprimida come muy mal, y por eso creo que es una de las primeras intervenciones que habría que realizar.

Y los trastornos del sueño, ¿pueden mejorar también con una dieta adecuada que proteja la microbiota?

Sí, también lo explicamos en el libro, ya que los ciclos biológicos tienen mucho que ver con la microbiota, y una microbiota sana favorece los ritmos circadianos. Por ejemplo, la oxitocina y un montón de hormonas que influyen en nuestro ciclo del sueño ser relacionan con una buena función de la microbiota. La microbiota envía mensajes al torrente sanguíneo, y mediante vías hormonales hace que nuestro sistema del sueño se vea beneficiado. Es decir, hay alimentos que favorecen un buen descanso y un mejor ciclo sueño-vigilia.

Señalas que el microbioma intestinal no solo está vinculado al proceso inflamatorio en general, sino que también se ha descubierto que “puede intervenir en procesos inflamatorios asociados a enfermedades relacionadas con la edad. En pacientes con enfermedad de Alzheimer se ha visto una correlación entre la colonización de ciertos microbios patógenos como ‘Toxoplasma’ y ‘Chlamydophila pneumoniae’ y la progresión de la enfermedad”. ¿Sería posible hacer una intervención dietética preventiva a partir de cierta edad para prevenir o retrasar este tipo de enfermedades?

Insisto en que estamos aún en etapas muy preliminares y que el estudio del microbioma humano es algo muy novedoso, igual que cuando salió la neuroimagen, o la genética, es decir, hay que ser prudente porque aún no hay estudios sólidos, pero sí que hay estudios preliminares que indican que las cosas van por ahí.

La microbiota envía mensajes al torrente sanguíneo y mediante vías hormonales hace que nuestro sistema del sueño se vea beneficiado. Es decir, hay alimentos que favorecen un buen descanso

La ciencia avanza despacio, pero te podría decir que hay estudios –y algunos los nombramos en el libro– donde se ve que en la enfermedad de Alzheimer en concreto –y no solo por la vejez, que ya he comentado que induce un estado proinflamatorio– hay una serie de microorganismos. Si al final se acaba consensuando y se hacen aseveraciones científicas más profundas, se podría empezar con intervenciones probióticas en este tipo de enfermos.

La dieta es algo sencillo y poco dañino; me refiero a que no es un fármaco ni una medida intervencionista, y lo hemos dejado un poco de lado. Y yo creo que hay que trabajar de la mano de otros especialistas: nutricionistas, microbiólogos –que saben mucho más de microbiota que los médicos–…, que tenemos que cambiar un poco también la estructura de la medicina.

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD