Crecimiento precoz de la amígala cerebral clave para detectar autismo
28/03/2022
La amígdala es una pequeña estructura que forma parte del cerebro y que interviene en la interpretación del significado social y emocional de la información sensorial, como por ejemplo reconocer las diferentes emociones en la cara de los demás, o interpretar imágenes de nuestro entorno que nos informan sobre potenciales peligros, y generar así una respuesta a nivel fisiológico o conductual. Este elemento tan importante para nuestra supervivencia se ha relacionado históricamente con las dificultades con el comportamiento social que presentan las personas con un trastorno del espectro autista (TEA).
Hace tiempo que se sabe que los niños con autismo en edad escolar tienen una amígdala anormalmente grande, pero hasta ahora se desconocía cuándo se producía exactamente este crecimiento anómalo, una incógnita que acaba de revelar un nuevo estudio realizado por científicos de The University of North Carolina at Chapel Hill (UNC), que ha demostrado por primera vez que este crecimiento excesivo comienza en el primer año de vida del bebé, cuando este tiene entre seis y 12 meses de edad, antes del momento en el que se manifiestan los síntomas característicos del autismo; un hallazgo que ayudaría a diagnosticar los TEA de forma precoz.
Los investigadores emplearon imágenes por resonancia magnética para demostrar que la amígdala aumenta de tamaño de forma demasiado rápida en la infancia y cuándo se inicia este crecimiento excesivo. Encontraron que el aumento del crecimiento de la amígdala en bebés los que posteriormente se les diagnosticó autismo difería significativamente de los patrones de crecimiento cerebral en bebés con síndrome X frágil, otro trastorno del neurodesarrollo donde no se observaron diferencias en el crecimiento de la amígdala.
La investigación, que se ha publicado en el Diario Americano de Psiquiatría –la revista oficial de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría– ha demostrado que mientras los bebés con síndrome de X frágil ya sufren retrasos cognitivos a los seis meses de edad, aquellos que después serán diagnosticados con autismo no presentan ningún déficit en la capacidad cognitiva a esa edad, pero experimentan una progresiva reducción de la capacidad cognitiva entre los seis y los 24 meses, edad a la que se les diagnosticó el trastorno del espectro autista en este estudio.
“Un momento óptimo para comenzar las intervenciones y ayudar a los niños que tienen la mayor probabilidad de desarrollar autismo puede ser durante el primer año de vida”
A los seis meses los bebés que después desarrollaron autismo no mostraban aún diferencias en el tamaño de su amígdala, pero esta comenzaba a crecer más rápido a partir de esa edad y hasta los 12 meses, momento en que se agranda de forma significativa. “También descubrimos que la tasa de crecimiento excesivo de la amígdala en el primer año está relacionada con los déficits sociales del niño a los dos años”, ha explicado Mark Shen, profesor asistente de psiquiatría y neurociencia en UNC Chapel Hill y docente del Instituto Carolina. para Discapacidades del Desarrollo (CIDD) y primer autor del estudio, que añade: “Cuanto más rápido creció la amígdala en la infancia, más dificultades sociales mostró el niño cuando se le diagnosticó autismo un año después”.
Identificar a niños con riesgo de autismo en el primer año de vida
El estudio se llevó a cabo a través de The Infant Brain Imaging Study (IBIS), un consorcio de 10 universidades en los Estados Unidos y Canadá, y sus autores inscribieron a un total de 408 bebés, entre los que había 58 bebés con más probabilidades de desarrollar autismo porque tenían un hermano mayor con autismo, y a quienes luego se les diagnosticó autismo, otros 212 bebés con mayor probabilidad de autismo pero que no lo desarrollaron, 109 controles con desarrollo típico y 29 bebés con síndrome X frágil. Se realizaron más de 1.000 resonancias magnéticas durante el sueño natural a los seis, 12 y 24 meses de edad.
Investigaciones previas realizadas por este mismo equipo y otros habían mostrado que aunque las dificultades en las relaciones sociales típicas del autismo no están presentes cuando los niños tienen seis meses, a esa edad aquellos que después son diagnosticados con autismo sí tienen dificultades con la forma en la que prestan atención a los estímulos visuales en su entorno, por lo que los investigadores han planteado la hipótesis de que estos problemas tempranos con el procesamiento de la información visual y sensorial pueden provocar un mayor estrés en la amígdala y que esto conduzca a su excesivo crecimiento.
De hecho, el crecimiento excesivo de la amígdala se ha relacionado con el estrés crónico en estudios sobre trastornos mentales como por ejemplo la depresión y la ansiedad, y puede proporcionar una pista para comprender mejor esta observación en bebés que después desarrollan autismo.
El Dr. Joseph Piven, profesor de psiquiatría y pediatría en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y autor principal concluye: “Nuestra investigación sugiere que un momento óptimo para comenzar las intervenciones y ayudar a los niños que tienen la mayor probabilidad de desarrollar autismo puede ser durante el primer año de vida. El enfoque de una intervención presintomática podría mejorar el procesamiento sensorial visual y de otro tipo en los bebés, incluso antes de que aparezcan los síntomas sociales”.
Actualizado: 5 de mayo de 2023