Dra. Ana Morais López

Experta en nutrición pediátrica del Hospital Universitario La Paz de Madrid
La obesidad infantil es ya una 'epidemia' a nivel mundial. La Dra. Ana Morais, experta en nutrición pediátrica del Hospital La Paz, nos explica los principales factores de riesgo que podemos modificar para prevenirla.
Dra. Ana Morais López, experta en nutrición pediátrica

Dra. Ana Morais, experta en obesidad infantil del Hospital La Paz

"La disminución de la actividad física es el principal factor que ha favorecido la epidemia de obesidad infantil"

24 de julio de 2013

Hace tiempo que los expertos alertan de que la obesidad se ha convertido en una ‘epidemia’ a nivel mundial, que también ha alcanzado a países, como los mediterráneos, que hasta hace unas décadas no se habían visto afectados por este trastorno. El sobrepeso, además, cada vez es más frecuente en los niños, lo que supone un grave riesgo para su salud a largo plazo, y se están investigando los principales factores de riesgo que se pueden modificar para prevenir la obesidad infantil. A este respecto, diferentes estudios han demostrado que las características de la nutrición durante el embarazo y el tipo de alimentación en los primeros años de vida del niño resultan cruciales a la hora de evitar el sobrepeso, no solo durante la infancia, sino también al llegar a la edad adulta. Hablamos con la Dra. Ana Morais, experta en nutrición pediátrica del Hospital Universitario La Paz, de Madrid, que nos explica cómo influye el estilo de vida en las posibilidades que tienen los niños para desarrollar obesidad infantil, y qué podemos hacer para que nuestros hijos mantengan un peso saludable.

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¿Por qué, según indican los estudios al respecto, hay cada vez más niños obesos o con sobrepeso?

Fundamentalmente, aunque las causas de la obesidad infantil son varias, por una disminución progresiva de la actividad física. En nuestros días, y asociado a la mejoría en las condiciones de vida, los niños se mueven menos, tienen más ocio dentro del hogar, con actividades de pantalla, por ejemplo, y juegan menos en la calle. También utilizan más transportes motorizados para ir al colegio, como el autobús o el coche, en lugar de ir caminando. Además, hacen menos actividades al aire libre en familia, porque también padre y madre suelen trabajar y hay menos tiempo. Por ello, la reducción del grado de actividad física es el principal factor que ha favorecido la epidemia de obesidad, más que los posibles cambios en las características de la alimentación, que obviamente también pueden influir, pero lo determinante es la actividad física.

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¿Se podría considerar, entonces, que la actividad física, o mejor dicho la falta de esta, es uno de los principales factores de riesgo que se pueden modificar para evitar que los niños desarrollen obesidad?

Sí. La actividad física, además, es algo muy personal, ya que cada uno la puede adaptar a su vida diaria; es decir, no se trata únicamente de encontrar un tiempo para dedicarlo a la práctica deportiva –que también es necesaria y conveniente–, pero para lo que siempre tienes que reservar el hueco, sino que en tu vida diaria, cuando puedas subas escaleras en lugar de coger un ascensor, o hagas algún trayecto caminando en vez de hacer todo el trayecto en coche o en autobús, o salgas los fines de semana y hagas cosas al aire libre, o saques al perro a pasear, y en vez de sacarlo siempre los padres, que lo hagan los niños, o acompañen a los padres, o se vayan turnando.

La prevención de la obesidad y su tratamiento, en cuestión de hábitos de vida, son los mismos para niños que para adultos, porque el problema es similar

Y es que la actividad física, más que una prescripción, es una cuestión de hábitos, y los hábitos que vamos a tener de adultos están muy relacionados con los que se van adquiriendo de niños. El niño aprende lo que ve en su casa, y es cierto que si no te acostumbras desde niño a ser una persona activa, luego de adulto no lo vas a ser. Así, mientras para el adulto es como un tratamiento, en el caso de los niños se aplica más en plan prevención, y se trata de que empiece a hacerlo para que se acostumbre a ser una persona activa durante toda su vida. Realmente, la prevención de la obesidad y su tratamiento, en cuestión de hábitos de vida, son los mismos para niños que para adultos, porque el problema es similar.

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En Estados Unidos es habitual ver a familias enteras con sobrepeso, no solo los padres o los hijos adolescentes, sino incluso los niños pequeños, incluso los bebés. ¿Es cierto que de padres obesos, hijos obesos?

Sí, a los factores genéticos se les da cada vez más importancia, pero más que a la genética en sí, a lo que llamamos la epigenética, es decir, cómo puede influir el entorno en la forma en que se expresan tus genes. Es cierto que si la alimentación tiene unas ciertas características, si nuestro cuerpo se acostumbra a una serie de nutrientes desde edades muy tempranas…, eso influye en la expresión génica, hormonal, y de otros componentes corporales, que pueden favorecer la obesidad ya desde niños. Entonces, el tipo de alimentación y el estilo de vida que llevan los padres, al final se va transmitiendo a los hijos también, y hace que de generación en generación el sobrepeso pueda ir apareciendo antes en la vida de un individuo. Hay, pues, una influencia de factores genéticos, hay unos genes que se pueden relacionar con la obesidad, y cuya expresión está condicionada posiblemente por la alimentación y el estilo de vida.

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¿Se puede intervenir sobre la causa de la obesidad si esta se debe a una alteración genética?

Se podría intervenir, no cambiando el gen, porque eso no es posible, pero sí intentando modificar la forma en que se expresa el gen; es decir, que si conocemos por ejemplo que hay genes que favorecen el desarrollo de la obesidad y que se manifiestan en forma más llamativa cuando la dieta presenta unas determinadas características al principio de la vida, o cuando la alimentación materna durante el embarazo tiene unas ciertas características, cambiando el tipo de alimentación al principio de la vida, podremos variar la forma en la que se expresan esos genes que provocan o favorecen la obesidad. Podría decirse, entonces, que una persona que tiene una posibilidad genética de desarrollar obesidad, modificaría su pronóstico vital en ese sentido.

Cambiando el tipo de alimentación al principio de la vida, podremos variar la forma en la que se expresan los genes que provocan o favorecen la obesidad

En el caso de los niños ¿qué es más efectivo, que practiquen ejercicio regularmente, o que eliminen de la dieta alimentos excesivamente calóricos o poco nutritivos?

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Desde que el niño empieza a gatear ya hay que estimularle para que haga movimiento y no tienda a ser muy ‘seta’, por decirlo de alguna manera, pero es verdad que al principio de la vida cada vez conocemos más factores, como las dietas con mucha carga de proteínas, o muy ricas en azúcares refinados, que pueden favorecer la obesidad en edades posteriores, no solamente en el niño menor de dos años. Pero en el menor de dos años sí que se puede empezar a intervenir con algunos hábitos o ciertas características de la alimentación, que hagan que la obesidad en el futuro sea difícil de desarrollar. A partir de los dos años la dieta sigue teniendo importancia, pero la actividad física tiene una importancia crucial, y en cuanto el niño sea capaz de aprender a nadar, o ir a clases de baile, o practicar algún deporte en equipo, monitorizado, tiene que comenzar a hacerlo, y no debemos esperar a los diez años; si es posible a los cinco años, mejor que a los seis.

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Un bebé rollizo por lo general se considera saludable, ¿a qué edad deben empezar a preocuparse los padres por los michelines de sus pequeños?

Después de los dos años. Hasta los dos años, y sobre todo antes de que el niño inicie la deambulación, inicie la marcha, su gasto por actividad física es relativamente escaso con respecto al cambio que supone el gasto de energía al empezar a caminar, después de estar fundamentalmente sentado todo el día como está el bebé. Antes de que empiece a caminar es un poco difícil predecir cómo va a ser la conformación corporal del niño, porque realmente el metabolismo del bebé es muy acumulativo. Pero una vez que comienza a caminar, hay que observar cómo se va distribuyendo la grasa, y si se va generando masa muscular o acumulando grasa. En general, en ese momento comienza a cambiar el cuerpo del bebé –redondito y con michelines–, a un cuerpo de niño que va erguido, y debería ser más longilíneo y no tan adiposo, teniendo en cuenta que es un proceso progresivo.

He visto niños con kilos de más cuyos padres se lamentan de lo poco que comen y de que tardan mucho en ingerir apenas unos bocados del plato, ¿podría ser que demos de comer demasiado a los niños?

Yo creo que en general nuestra generación tiene un poco la percepción heredada de la generación anterior que, a su vez, la trae de los años de la posguerra, de que comer todo lo que se pueda es una buena inversión de futuro porque nunca sabemos en qué momento nos va a faltar. Es cierto que esto era muy importante en cierto momento de nuestra historia, pero ahora no es tan importante, porque vivimos en un entorno donde hay abundancia de comida, más de la que necesitamos. Cuando la cantidad de comida es escasa no te vas a pasar, y hay riesgo de que si no te la terminas haya infradesarrollo, pero con la cantidad de alimentos disponibles que tenemos ahora, si comemos todo lo que se pueda, seguramente nos vamos a quedar largos. Sin embargo, como no hemos hecho el cambio de mentalidad, posiblemente hacemos que nuestros niños coman más de lo que necesitan.

En nuestra sociedad tendemos a hacer una dieta claramente hiperproteica, muy por encima de lo que necesitamos para un correcto desarrollo

Más cantidad, y tal vez el alimento equivocado ¿no?, porque expertos en nutrición reunidos en un simposio celebrado recientemente en Valencia opinan que el origen de la obesidad infantil podría estar en el hecho de que durante los tres primeros años de vida se dé a los niños demasiado proteínas…

Efectivamente. Tenemos la idea, un poquito en línea con lo que comentaba antes, heredada de épocas de escasez, de que cuando hay épocas de hambruna, precisamente los alimentos que más escasean suelen ser los proteicos, los de origen animal; hay poca carne, poco pescado…, y sin embargo hay mucha hortaliza. Pero debemos pensar que la humanidad ha salido adelante en esos periodos con lo que había, por lo tanto, eso es lo fundamental para la vida, los hidratos de carbono, la patata, la hortaliza, la verdura, la fruta…, y que no son tan necesarios ni han sido tan importantes para la subsistencia los alimentos ricos en proteínas, que son los de origen animal, porque entonces en esas épocas de hambruna no habríamos salido adelante. Sin embargo, tenemos esa percepción transmitida de generación en generación, de que las carnes, los pescados, y los alimentos más proteicos son los que deben ser más preponderantes en la dieta y los más necesarios. Y es cierto que tienen una serie de nutrientes fundamentales, pero hay que tomarlos en su justa medida, y no deben suponer una proporción demasiado importante en las calorías totales de la dieta porque entonces, efectivamente, pueden tener a largo plazo efectos indeseables, por lo que es más importante centrarse en los hidratos de carbono de absorción lenta, y en la grasa insaturada, por ejemplo, y dejar la proteína en la justa medida que se necesite para el crecimiento adecuado. En nuestra sociedad tendemos a hacer una dieta claramente hiperproteica, muy por encima de lo que necesitamos para un correcto desarrollo.

Actualmente circula muchísima información sobre lo que debemos y no debemos comer, cómo seguir una dieta equilibrada, y sobre las enfermedades asociadas a la obesidad. ¿Qué más se puede hacer para concienciar a la población de las graves consecuencias que puede tener la obesidad en la salud de los niños, sobre todo a largo plazo?

Yo creo que hay que salir de las consultas médicas con esa información; es decir, que no solamente basta con que lo digan el médico o el pediatra, porque a medida que va creciendo el niño las visitas se van espaciando más y no hay tantas oportunidades de hacer prevención y educación en este sentido, y esto debe ser algo que esté imbricado en la sociedad, y que a lo mejor debería formar parte del currículo escolar: aprender a autoalimentarse, a realizar una actividad física adecuada, y conocer los diferentes tipos de alimentos y las implicaciones que tienen. Y a nivel más legislativo o más administrativo, se pueden tomar otras medidas como controlar el contenido de las máquinas dispensadoras en los centros escolares, o intervenir en el desarrollo arquitectónico de las ciudades para favorecer que haya opciones para caminar o para utilizar la bicicleta, como ya ocurre en algunos países, y esto contribuiría a cambiar la mentalidad de la sociedad. Todo esto tiene que sobrepasar con mucho el ámbito de la consulta médica; tiene que llegar a la esfera administrativa, a la esfera gubernamental, porque afecta a temas que no son médicos. En España estamos lejos todavía de hacer ‘ciudades saludables’, porque se trataría de establecer estrategias a medio o largo plazo que probablemente van más allá de los proyectos políticos o administrativos. A lo mejor para favorecer que los niños se muevan más habría que replantearse la infraestructura de las ciudades, lo que va mucho más allá de las recomendaciones de los pediatras, pero realmente sería lo único que podría cambiar el estilo de vida, porque lo mismo que cambió el estilo de vida a medida que se monitorizó la sociedad, habría que dar opciones para que se pudiera vivir en la ciudad de otra manera.

Cada vez se tiende más a que las unidades hospitalarias donde se trata la obesidad infantil sean multidisciplinarias y también cuenten con la figura de un psicólogo o psiquiatra

Los niños con exceso de peso y, especialmente, los que son claramente obesos, suelen ser objeto de burlas o, como mínimo, muchas veces se ven excluidos de actividades deportivas o sociales. A la hora de tratar a un niño obeso, ¿se tiene en cuenta el aspecto psicológico?

Sí, sobre todo cuando ya hay una obesidad importante establecida, cada vez se tiende más a que las unidades hospitalarias donde se trata la obesidad infantil sean multidisciplinarias; es decir, se atiende no solo al aspecto dietético y de actividad física con el nutricionista, sino que a la vez se tratan las complicaciones de la obesidad, e intervienen cardiólogos, endocrinos, y la figura del psiquiatra o el psicólogo para tratar el tema de la autoestima, el aislamiento -que a veces es auto-aislamiento provocado por el rechazo social que sienten-, el aprender a aceptarse. Y evitar que luego ellos se consuelen con comida, o que estén encerrados en su casa es una parte fundamental del tratamiento. Por ello, en las unidades multidisciplinarias siempre se cuenta con la presencia de un profesional de psiquiatría o de psicología para tratarles.

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